“Decimos estar
viendo un color desteñido. ¿Qué color vemos cuando vemos un color desteñido? El
azul que tenemos delante lo vemos como habiendo sido otro azul más intenso y
este mirar el color actual con el pasado, a través del que fue, es una visión
activa que no existe para un espejo, es una idea. La decadencia o desvaído de
un color es una cualidad nueva y virtual que le sobreviene, dotándole de una
como profundidad temporal. Sin necesidad del discurso, en una visión única y
momentánea, descubrimos el color y su historia, su hora de esplendor y su
presente ruina. Y algo en nosotros repite, de una manera instantánea, ese mismo
movimiento de caída, de mengua; ello es que ante un color desteñido hallamos en
nosotros como una pesadumbre” (Ortega y Gasset[1]).
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“En la ruina, lo selvático y feroz se manifiesta mejor
que en el desierto o el bosque virgen, porque se ve cómo las formas inferiores
de la naturaleza se vengan de la cultura fracasada. No hay cosa más agria y
brutal que el imperio de los yerbajos espinosos en un claustro arruinado”
(Ortega y Gasset[2]).
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“Algo es una ruina cuando queda de ello sólo el
esfuerzo vital necesario para que la muerte perpetúe su gesto destructor. En
las ruinas, quien propiamente vive y pervive es la muerte” (Ortega y Gasset[3]).
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