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domingo, 14 de enero de 2024

SOCIEDAD = MINORÍA EXCELENTE + SEGUIDORES

 

“Unos cuantos grandes hombres pueden pesar lo que un pueblo, más que un pueblo. En la historia de la cultura acaso pese más Cervantes que todo el continente africano. Y por otra parte, ¿hasta qué punto un pueblo sin grandes hombres sería verdaderamente un pueblo? Una raza —dice justamente Renan— es, ante todo, un molde de educación moral. Y ¿es ésta posible sin grandes hombres? Grandes educadores o grandes educados, ¿no son los grandes hombres síntomas de la capacidad moral necesaria a todo grupo humano para organizarse en esa unidad superior de cultura, en esa densa y potente animosidad colectiva que llamamos un pueblo?” (Ortega y Gasset (1))

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 “El hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone (…) No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente” (Ortega y Gasset[2])



[1] Ortega y Gasset: “Personas, obras, cosas”, O. C. Tº 1, pp. 530-531.

jueves, 21 de septiembre de 2023

EXISTE SOCIEDAD SI EXISTEN LÍDERES

 

“En toda clase, en todo grupo que no padezca graves anomalías, existe siempre una masa vulgar y una minoría sobresaliente (…) Precisamente lo que acarrea la decadencia social es que las clases próceres han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa vulgar (…) La acción recíproca entre masa y minoría selecta es, a mi juicio, el hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución hacia el bien como hacia el mal (…) Al hallar otro hombre que es mejor, o que hace algo mejor que nosotros, si gozamos de una sensibilidad normal (…) percibimos como tal la ejemplaridad de aquel hombre y sentimos docilidad ante su ejemplo. He aquí el mecanismo elemental creador de toda sociedad: la ejemplaridad de unos pocos se articula en la docilidad de otros muchos. El resultado es que el ejemplo cunde y que los inferiores se perfeccionan en el sentido de los mejores. Esta capacidad de entusiasmarse con lo óptimo, de dejarse arrebatar por una perfección transeúnte de ser dócil a un arquetipo o forma ejemplar, es la función psíquica que el hombre añade al animal y que dota de progresividad a nuestra especie frente a la estabilidad relativa de los demás seres vivos (…) No fue, pues, la fuerza, ni la utilidad lo que juntó a los hombres en agrupaciones permanentes, sino el poder atractivo de que automáticamente goza sobre los individuos de nuestra especie el que en cada caso es más perfecto (…) De esta manera vendremos a definir la sociedad, en última instancia, como la unidad dinámica espiritual que forman un ejemplar y sus dóciles” (Ortega y Gasset(1)).



[1] Ortega y Gasset: “España invertebrada”, O. C. Tº 3, pp. 103-104.

domingo, 26 de abril de 2020

El hombre-masa o la ostentación de la vulgaridad

     A la hora de caracterizar a los seres humanos, la principal línea divisoria es la que ayuda a clasificarlos en dos grandes clases de criaturas: “Las que se exigen mucho y acumulan sobre si mismas dificultades y deberes y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas”(1). O dicho de otra forma: la sociedad se divide en minorías excelentes y masas. En cierto sentido, parecería que todos somos masa en alguna faceta de la vida: la mayoría no sabemos, por ejemplo, cómo hacer que el agua de los ríos sea purificada, canalizada y conducida eficientemente hasta nuestros hogares, y, en ese aspecto, no aspiramos a mejorar, sino que nos aceptamos como somos. Los ingenieros del ramo serían los que habrían de asumir el papel de minoría excelente. Sin embargo, hay una característica que diferencia al hombre-masa del simple ignorante que asume sus insuficiencias, y es que aquel no acepta su inferioridad, sino que se cree capacitado para opinar sobre cualquier asunto y para que se acepte que esas opiniones suyas tengan la misma validez que la del experto o la del sabio. Y aún más: “Delante de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo —en bien o en mal— por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás. Imagínese un hombre humilde que al intentar valorarse por razones especiales —al preguntarse si tiene talento para esto o lo otro, si sobresale en algún orden—advierte que no posee ninguna calidad excelente. Este hombre se sentirá mediocre y vulgar, mal dotado; pero no se sentirá ‘masa’”(2).
     Lo peculiar de este fenómeno sociológico y psicológico es que, mientras que antes las mayorías aceptaban su papel subordinado, el hecho nuevo consiste en que hoy “la masa (…), sin dejar de serlo, suplanta a las minorías”(3). Así, por ejemplo, en política, las mayorías aceptaban antes el hecho de que, con todos sus defectos y lacras, había una minoría que entendía los problemas políticos un poco mejor que ellas. “Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café”(4). E incluso una gran parte de los políticos actuales han pasado a serlo partiendo de su originaria pertenencia a la masa, es decir, siendo gentes sin ninguna cualificación, pero sintiendo que eso no los inhabilita, porque entienden que todo el mundo tiene derecho a todo, sin más requisitos. Lo propio acontece –un ejemplo más– en el ámbito intelectual: no es ya que cualquiera pontifique sin pudor desde su ignorancia sobre lo que un escritor haya investigado y pensado concienzudamente antes de publicar un libro, sino que cualquiera se siente escritor capaz de publicar sus opiniones, considerando que su vulgaridad está a la misma altura que los trabajados pensamientos de un escritor egregio. O fijémonos también en el caso de quien siente que, por el hecho de existir, tiene derecho a una vivienda, “como todo el mundo”, y, si no dispone de ella, lo único que debe hacer es "okupar" alguna de las que estén a su alcance.
René Magritte: "Golconda"
     Esto que pasa podríamos definirlo como hiperdemocracia: según el dicho, nadie es más que nadie, que trasladado a este caso quiere decir que todas las opiniones, todos los derechos, están equiparados, pero por su rasero más bajo y sin las correlativas obligaciones. O también: “La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo corre riesgo de ser eliminado”(5). Ya no hay mejores y peores: hemos conseguido la igualdad… eliminando de la ecuación a los que osaban destacar.


[1] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 146.
[2] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 146.
[3] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 147.
[4] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 148.
[5] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 148.

jueves, 6 de febrero de 2020

La soberbia de los españoles-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

     La antisocialidad, la inveterada ineptitud de una gran parte de los españoles para pensar en términos de colectividad es, sin duda, el problema más grave de cuantos nos afectan como nación. Y, con lógica preocupación, Ortega aborda este asunto reiteradamente y desde diferentes ángulos. Uno de ellos, el psicológico, y situado en él, enuncia de esta manera cuál entiende que es nuestro pecado capital: 

“La soberbia es nuestra pasión nacional, nuestro pecado capital” (1)

Y considera que de ese vicio antisocial son los más cualificados portadores, entre nosotros, los vascos. Estima, en fin, que 

el que haya llegado a comprobar la existencia de esa soberbia vasca y peninsular, “puede abrir la poterna que cierra los sótanos de la historia de España” (2).

     Pero ¿qué es la soberbia? Digamos para empezar que se manifiesta cuando aquel que está poseído por ella siente que el nivel en el que su propia autoestima le coloca es cuestionado o no reconocido. Y ejecuta entonces, en compensación, una íntima afirmación de sí mismo y de su derecho al rango del que se le pretende excluir. Para empezar, con los gestos, que son siempre expresión de las emociones que proliferan en la intimidad de quien los realiza: “Como los gestos que expresan las emociones son siempre simbólicos y una especie de pantomima lírica, el individuo se yergue un poco mientras íntimamente reafirma su fe en que vale más que el otro. Al sentimiento de creerse superior a otro acompaña una erección del cuello y la cabeza —por lo menos, una iniciación muscular de ello— que tiende a hacernos físicamente más altos que el otro. La emoción que en este gesto se expresa es finamente nombrada “altanería” por nuestro idioma” (3).
    
     Entre los ingredientes de nuestra personalidad, este sentimiento que nos lleva a sentirnos situados a una u otra altura es uno de los más decisivos. Y ese sentimiento de nivel personal llega, efectivamente, a configurarse de dos posibles maneras: “Hay hombres que se atribuyen un determinado valor —más alto o más bajo— mirándose a sí mismos, juzgando por su propio sentir sobre sí mismos. Llamemos a esto valoración espontánea. Hay otros que se valoran a sí mismos mirando antes a los demás y viendo el juicio que a éstos merecen. Llamemos a esto valoración refleja” (5). El primer tipo de hombres, en el extremo, deriva en soberbia; el segundo, en vanidad. Cuando el centro de gravedad estimativo radica en uno mismo, no se recibe influencia que proceda de los demás, uno se abastece de criterios valorativos propios. Mientras tanto, el que cuando exagera propende a la vanidad, vive de cara a su periferia social, se deja influir por los demás, atiende y escucha lo que le dice el prójimo.
     No necesariamente esos balances estimativos devienen soberbia o vanidad. El hombre que se valora espontáneamente, sin esperar a lo que digan los demás, puede muy bien ser una persona humilde o también acertar y ser justo en su propia valoración. “Al llegar a esta altura del análisis divisamos con perfecta claridad lo que es la soberbia: un error por exceso en el sentimiento de nivel” (6). Es cuando ese error se hace persistente y general cuando estamos ante una persona cabalmente soberbia. Y no es tanto que yerre en su apreciación de sí mismo, que también, sino que está ofuscado a la hora de emitir valoraciones sobre el prójimo, en el que no es capaz de descubrir excelencias; solo está atento a las propias. La valoración espontánea, la que para realizarse no espera a tener referencias de los demás, puede también llevar a decidirse por una desestimación general de uno mismo. Entonces no se trata propiamente de humildad, como ocurriría en el caso contrapuesto a la vanidad, sino de abyección, autodesprecio.

     La soberbia “supone una psicología en que se da exagerada la tendencia a gravitar el alma hacia dentro de sí misma, a bastarse a sí misma. Con agudo diagnóstico, se llama vulgarmente a la soberbia “suficiencia”. El puro soberbio se basta a sí mismo, claro es que porque ignora lo ajeno. De aquí que las almas soberbias suelan ser herméticas, cerradas a lo exterior, sin curiosidad, que es una especie de activa porosidad mental” (7)Esa autosuficiencia hace al soberbio inapto para la vida en sociedad. Y llegados hasta aquí es como podemos ver ya que lo que hemos ido haciendo es analizar esa peculiar manera de ser que caracteriza a buena parte de los españoles, y que podríamos sintetizar diciendo: “El español fino no necesita de nada, y menos que de nada, de nadie” (8).

     Esa falta de atención, de curiosidad, de comprensión y emulación hacia lo que de valioso pueda haber en el entorno resulta ser una muralla que bloquea el paso hacia lo que aún queda por aprender y por perfeccionarse. Porque, por si fuera poco, podría fundarse la soberbia en la seguridad de creerse uno el más inteligente, el más valiente o el más sensible a la belleza y al arte, pero si además de la ceguera para las virtudes del prójimo uno se afirma en valores mínimos, la soberbia desciende también a sus escalones más bajos. Detengámonos aquí e imaginemos este caso en que se “estima exclusivamente las calidades elementales adscritas genéricamente a todo hombre. ¿Se advierte la curiosa inversión de la perspectiva moral y social que esto trae consigo? Pues ésta es la soberbia vasca. El vasco cree que por el mero hecho de haber nacido y ser individuo humano vale ya cuanto es posible valer en el mundo. Ser listo o tonto, sabio o ignorante, hermoso o feo, artista o torpe, son diferencias de escasísima importancia, apenas dignas de atención si se las compara con lo que significa ser individuo, ser hombre viviente” (9). Todas las excelencias y virtudes posibles resultan ser secundarias y prescindibles ante el mero hecho de ser vasco. En tal caso, “lo grande, lo valioso del hombre es lo ínfimo y aborigen, lo subterráneo, lo que le pone en pie sobre la tierra” (10). Y esto se extiende, quizás a veces de manera enmascarada, a una gran parte de los españoles, que tienden a aceptar que “lo mejor del hombre es lo ínfimo” (11), que los pobres de espíritu reinarán sobre la tierra, que el que ha logrado enriquecerse, como Amancio Ortega, no tiene más mérito que el okupa, ni el que se esfuerza por ser mejor merece estar más arriba en el escalafón laboral o educativo. De ahí que, a los efectos de la relación con los demás “se (acepte) rencorosamente como el mal menor un “¡todos iguales!”, ese terrible, negativo, destructor “¡todos iguales!” que se oye de punta a punta en la historia de España si se tiene fino oído sociológico” (12) (se puede constatar la actualidad de estas apreciaciones de Ortega comparándolas con los resultados  del Estudio Internacional Values and Worldviews, publicado por la Fundación BBVA hace unos años: https://www.libremercado.com/2013-04-07/gritar-mucho-y-mojarse-poco-una-foto-poco-agradable-del-espanol-medio-1276486814/ ).
     Cuando uno es sensible a las cualidades del prójimo, se cultiva esa posibilidad de mejorar que para llevarse a cabo precisa de una previa capacidad de admirar lo excelente. Es lo que ocurre con los pueblos vanidosos, como el francés, que en tanta consideración tiene a sus mejores. La soberbia, y más aún la soberbia igualitaria, es una grave potencia antisocial, y conduce irremediablemente a la degeneración del tipo humano. A lo más que se puede llegar por ahí es a engendrar pequeños hidalgos solitarios, desocupados y altaneros que reciben con desdén y suspicacia a todo visitante que viene a anunciarles alguna novedad.




[1] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 459.
[2] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 459.
[3] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 460.
[4] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 461.
[5] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 462.
[6] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 462.
[7] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 463.
[8] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 463.
[9] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 464.
[10] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 465.
[11] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 465.
[12] O y G: “Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, pp. 465-66.