Nunca llegó a haber
más que dos clases de paraísos: los que lamentablemente se perdieron para
siempre y los que, por desgracia, nunca se llegarán a alcanzar. De ellos solo guardamos
el registro de sendos sucedáneos: un pasado que añorar y un futuro al que
aspirar, atrevidas incursiones del día a día en los campos etéreos de lo que no
existe.
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Toda quietud no es
más que movimiento provisionalmente interrumpido, un coyuntural desistimiento
del deseo de ir más allá, un fugaz ensayo de apariencia y forma. Complementariamente, todo lo que se mueve va
asimismo en busca de la inmovilidad, busca regresar a la inercia de partida, es
un descanso que está por llegar. El punto en el que confluyen ambas
inconsistencias es el que intentamos habitar.
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