viernes, 22 de junio de 2012

Claves para conocer a SORTU, que próximamente gobernará en el País Vasco (y de paso al Tribunal Constitucional)

ME LLAMO ENCARNACIÓN CARRILLO

Buenas tardes, en primer lugar quisiera agradecerles, de todo corazón, que nos acompañen hoy en este acto.

Soy Encarni Carrillo Villen, viuda de Manuel Indiano, concejal del Partido Popular asesinado en Zumárraga el 29 de agosto del año 2000.

Aunque nací en Andalucía, desde que tenía 4 meses, y hasta poco después del asesinato de mi marido, he residido en Zumárraga, ya que mis padres, por cuestiones laborales, instalaron nuestra residencia en esa localidad. Manuel y yo nos conocíamos desde pequeñitos, pues teníamos familia en común, y así es como nació nuestro amor. Por eso un buen día Manuel decidió trasladarse a Zumárraga y empezamos nuestra relación.

Él era ingeniero de telecomunicaciones y, aunque era una eminencia en su profesión, no pudo encontrar trabajo en esta especialidad. Así que estuvo trabajando en una empresa de otro sector, la cual tuvo que dejar tras sufrir un accidente.

En el año 1.999 le ofrecieron ir en las listas del Partido Popular en las elecciones Municipales. Yo no quería que se metiera en política, pues en el País Vasco es muy peligroso, máxime si perteneces al Partido Popular. Pero Manuel me tranquilizaba diciéndome que sólo iba para ayudar, que era el número 6 de la lista y que jamás sería concejal en ese municipio en el que el PP tenía pocos votos, pero en el que su inclusión en la lista permitiría al partido presentarse a las elecciones. Y así lo hizo. En aquellas elecciones el PP obtuvo dos concejales en Zumárraga. Pasado un año, uno de ellos dimitió y la lista fue corriendo hasta llegar a Manuel y, como persona comprometida y de palabra, tomó posesión de su acta de concejal en el Ayuntamiento.

A partir de ese momento empezamos a vivir una pesadilla de la que aún no he podido despertar. Al ser los concejales del PP objetivos potenciales de ETA, Manuel se vio obligado a llevar escolta durante todo el día. Por aquel entonces trabajaba en una empresa de suministros electrónicos y cuando sus jefes se percataron de que lo escoltaban, lo despidieron. Eso le produjo mucho estrés y a ello se le unió que yo estaba embarazada. A Manuel le hubiera gustado tener otras circunstancias económicas para que yo pudiera descansar más y dedicarme al hijo que esperábamos. Yo le animaba diciendo que con mi trabajo nos podríamos arreglar hasta que encontrara otro empleo, pero no fue así.

Como os decía, me he criado en Zumárraga, y no daba crédito a lo que veía allí. Casi todos los días nos encontrábamos pintadas que insultaban a Manuel y el entorno terrorista comenzó una campaña de acoso, ya no sólo contra él, sino también contra mi hija mayor, que en aquellos años se encontraba estudiando en el instituto. Los meses pasaban y el acoso era cada vez más intenso, y a ello se le sumaba mi avanzado estado de gestación, que ya estaba de siete meses y me encontraba agotada físicamente y con la moral muy baja al ver a Manuel hundido por la situación. Era lo que más dolor me producía.

Aunque el acoso era bestial, Manuel acudía diariamente al Ayuntamiento y ayudaba a todos los que así se lo pedían, ya que llevaba el área de servicios sociales en la oposición y, aunque en el Ayuntamiento le aislaban, él se entregaba en cuerpo y alma a los demás sin importarle su condición, ni tampoco su color político.

El tiempo pasaba y Manuel seguía sin encontrar trabajo. Teníamos que hacer algo, pues mi sueldo en la empresa de limpieza no daba para más, por lo que decidimos coger el traspaso de una pequeña tienda de chucherías en esa misma localidad. Tuvimos que pedir un crédito para poder acondicionarla y, con mucho esfuerzo, conseguimos abrirla. Para no tirar por tierra todo el esfuerzo que habíamos puesto en abrir la tienda, Manuel decidió dejar su escolta, argumentando que era incompatible tener dos escoltas en la puerta de un local dirigido a niños, ya que los padres no iban a dejarles entrar a comprar. Yo me enfadé mucho por esa decisión, pero no hubo manera de hacerle recapacitar. El acoso de los terroristas era cada vez más intenso: tal es así que Manuel perdió mucho peso en pocos meses y anunció que pasado el verano dejaría de ser concejal.

El día anterior al atentado fue el primer día que cerramos la tienda una tarde en muchos meses. Tenía revisión del médico y Manuel quería acompañarme porque él veía que yo no estaba bien. Una vez que salimos, me dijo: "He tenido un sueño muy raro, he soñado con unos colores rarísimos. Nos va a pasar algo", afirmó. Ambos, en lo único que pensamos era en que nos podían quemar el negocio, para nosotros algo gravísimo, dada nuestra situación económica. De hecho, en alguna ocasión le había pedido a Manuel que quitaran las verjas de la ventana de la trastienda, para que pudiera salir del local si en algún momento tiraban un cóctel incendiario.

Aquel día, de regreso a casa, pasamos por la puerta de nuestra tienda en coche, ya de noche, y vimos a unos individuos muy raros junto a la puerta, pero pasó la policía y se marcharon. En aquel momento le dije a Manuel: "Cariño, tengo miedo". Él me tranquilizó, alegando que la policía estaba controlando el entorno y me dijo que nos marcháramos a casa.

La noche fue tremenda. Nuestro perro no paró de aullar, no paraba de dar vueltas alrededor de la cama y, cuando podía, besaba a Manuel. Yo le pregunté: "¿Crees que nos puede pasar algo? ¿Quemarán la tienda?". Él me volvió a tranquilizar, diciéndome que no iba a pasar nada. Aquel 29 de agosto, sobre las ocho y media de la mañana, mi marido sacó a pasear al perro y al regresar me dijo: "El perro está bien. ¡Menuda noche nos ha dado! Me voy a la tienda para devolver el pan que sobró ayer". Y cogió los últimos 10€ que nos quedaban para acabar el mes. Yo le dije que en cuanto me arreglara bajaría a la tienda. Algo me decía que no le podía dejar solo.

Cuando me disponía a salir, me percaté de que el perro se había hecho sus necesidades encima, cosa que jamás le había pasado, y me enfadé mucho con él. Algo me decía que tenía que bajar a la tienda lo antes posible. No me dio tiempo a limpiar lo que el perro había ensuciado, cuando llaman al timbre. Era temprano y no resultaba habitual que nadie llamara a casa, por eso me produjo un gran sobresalto.

Era José Ángel, un empleado del Ayuntamiento, acompañado de un policía municipal. En ese instante supe que algo grave había sucedido. José Ángel me dijo: "Acompáñanos. Manuel ha tenido un accidente, pero está con vida". "¿Un accidente? ¿Qué le han hecho? ¿Qué le han hecho?", preguntaba, consciente de que el accidente no era tal.

Me llevaron al hospital al que habían traslado a Manuel, y al llegar vi la ambulancia con las dos puertas traseras abiertas y me derrumbé. Allí el médico me contó que le habían disparado y que, aunque tenía heridas en zonas muy críticas, iban a intentar salvarlo. Yo gritaba y suplicaba que lo salvaran, que era todo lo que teníamos, que Manuel no podía morir.

Mi estado de estrés y ansiedad era tan grande que me tuvieron que ingresar y me suministraron calmantes, para que no le pasara nada a mi bebé, ya que, en ese momento, mi sufrimiento era tan enorme, que no era consciente de que estaba embarazada, no quería vivir ni un minuto de mi vida sin él. No sé cuánto tiempo estuve sedada, pero lo que recuerdo es que, al despertar en la sala en la que me encontraba, entre las cortinas, a las primeras personas que vi fue a María San Gil y a Carlos Iturgáiz. Al verles, fui consciente de que no había sido una pesadilla, y de que jamás volvería a ver a Manuel.

El cuerpo sin vida de mi marido lo trasladaron a Madrid y allí se celebró el funeral. El médico me prohibió que viajara por tener un alto riesgo de perder el bebé. Así que no sólo me mataron a mi marido sino que también me impidieron despedirme de él. A los pocos días me dieron el alta y fue cuando me enteré de lo que le habían hecho a mi marido los asesinos de ETA aquella mañana.

Entraron en la tienda dos terroristas, mientras otro vigilaba fuera, y sin mediar palabra, le descerrajaron 13 tiros. Él intentó protegerse en la trastienda, pero los asesinos lo siguieron y le dispararon hasta verlo muerto. Al tener las rejas de las ventajas, Manuel no pudo huir. Tenía disparos en el pecho, en el abdomen e incluso en las manos, al intentar taparse la cara. Una vez asesinado, los terroristas huyeron y una señora que fue a comprar se lo encontró en un charco de sangre.



El 22 de octubre nació nuestra hija y, mientras daba a luz, yo no podía parar de llorar. Tal era el dolor que sentía, que ni siquiera me consolaba ver la carita de mi pequeña María. No podía ser verdad que Manuel no cruzara aquella puerta para ver a su hija, no me creía que no pudiera abrazarla ni besarla. No concebía que mi hija nunca pudiera conocer a su padre.

Me aferré a mi pequeña, que era lo único que me quedaba de Manuel, y decidí que tenía que tirar hacia adelante, aunque sólo fuera por esta preciosa niña fruto del amor, hija de un buen hombre, un hombre valiente y honrado que no hizo mal a nadie en su vida, y al que por representar las siglas del PP lo habían asesinado.

Mi vida transcurría en Zumárraga, en la localidad donde me había criado, pero el acoso a mi hija mayor no desapareció. Cuando me repuse del parto, pensé que no podía seguir en aquel lugar; mis hijas no merecían seguir soportando las risas y el acoso del mundo terrorista. Y me marché lo más lejos que pude.

A consecuencia del estrés que sufrí por el atentado, mi hija María, que tiene ya casi 12 años, padece crisis en las que pierde el conocimiento desde que tenía dos meses: se queda casi sin respiración y en algunas ocasiones le ha llegado a durar la crisis hasta cinco minutos, advirtiéndome el neurólogo del peligro que esto puede suponer para ella.

Aquel 29 de agosto el destino hizo que yo no estuviera con Manuel en nuestra tienda. De haber estado allí, a lo mejor habría podido pedir ayuda. O también me hubieran matado a mí. ¡No sé lo que hubiera pasado! Lo que sí sé es que aquel día los terroristas me destrozaron el corazón y me partieron el alma, arrancando de mi lado a la mejor persona que he conocido jamás. Me arrebataron a lo que más quería en mi vida.

Desde entonces, mi único objetivo es que los asesinos de mi marido, y todos los terroristas, paguen por los crímenes cometidos. A día de hoy, aún quedan dos terroristas impunes por el asesinato de Manuel. Por eso hoy, desde aquí, quiero pedir Justicia por mi marido y por todas a las víctimas del terrorismo.

Muchas gracias.

(Discurso pronunciado por Encarnación Carrillo el 9 de junio en la concentración de Voces contra el Terrorismo y de la Plataforma de Mujeres por la Justicia celebrada en Madrid)

domingo, 17 de junio de 2012

La influencia de las virtudes teologales sobre la prima de riesgo

Vivimos los hombres volcados hacia algo que nadie ha conseguido nunca ver, que jamás llegamos a alcanzar: el futuro. “La vida –confirma Ortega– (…) es una operación que se hace hacia delante. Vivimos originariamente hacia el futuro, disparados hacia él”. Y lo reafirma su discípula, María Zambrano: “La vida viene del futuro (…) es futuro abriéndose paso”. Por tanto, para ser capaces de conducir nuestras vidas en esa dirección, necesitamos de la fe, la virtud que específicamente dedicamos a creer en lo que no vemos. Lo cual moviliza asimismo nuestra confiada expectativa en que lo que vendrá de alguna manera mejorará lo que hoy somos o tenemos. ¿De qué virtud se trata esta vez? De esa fuerza “irracional”, dice también Ortega, que “nos sirve como tope elástico en nuestro choque permanente con el azaroso destino. Esta fuerza es la esperanza”. De nuevo Zambrano lo reafirma: “La esperanza es la substancia de nuestra vida, su último fondo; por ella somos hijos de nuestros sueños, de lo que no vemos ni podemos comprobar”.

Acaba de salir al mercado un libro, “El destino no está escrito en los genes”, de Jörg Blech, un biólogo y bioquímico alemán que ha publicado varios libros de divulgación sobre temas médicos, alguno de ellos traducido a doce idiomas. Uno de los capítulos de este libro se titula “La esperanza nos cura”, y, apoyándose en numerosos ejemplos, alude en él a la singular influencia que sobre las enfermedades tienen las expectativas del enfermo, que son las que movilizan el llamado efecto placebo (o su contrario, el nocebo, en el caso de las expectativas negativas), buena parte de la actividad del sistema inmunológico o la producción por el cerebro de dopamina, un neurotransmisor encargado de la producción del sentimiento de placer y de contrarrestar el de dolor. Un solo ejemplo: un grupo de médicos recetó a sus pacientes embarazadas un medicamente destinado, en teoría, a reducir los mareos típicos del primer trimestre de gestación. La mayoría de ellas aseguró que, después de tomarlo, sus estómagos se habían calmado y se sentían mejor. Lo que las mujeres ignoraban es que, en realidad, se les había suministrado un vomitivo: “El efecto placebo generado por sus expectativas había trastocado el comportamiento de la sustancia desencadenando el efecto contrario”. En conclusión: el mundo viene a ser, en una importante medida, el campo en el que vienen a objetivarse nuestras expectativas; si la esperanza es la semilla, la realidad es muchas veces su fruto.


Cualquiera que tenga en España un mínimo de comunicación con sus semejantes comprobará cada día que estamos siendo en este aciago momento un pueblo desnortado, desanimado, desconfiado y desesperanzado: no tenemos fe en lo que el futuro nos pueda traer de positivo, no esperamos que, al menos en un plazo que, para nuestro desaliento, será largo, las cosas vayan a ir a mejor. De entre nuestras funciones vitales básicas como colectividad… como nación (no eludamos los exactos conceptos que se refieren a las cosas; aquí no podemos aplicar un eufemismo equivalente al de “La Roja” que aplicamos a la selección nacional de fútbol), las que dependen de la fe y de la esperanza, están en gran medida desactivadas. Queda la posibilidad de evadirse de los problemas colectivos (un recurso en alza) pero, si no, resulta muy fácil caer en el sentimiento de impotencia, porque dependemos en este asunto de la capacidad y el buen hacer de una clase política que es, debería ser, la encargada de sacarnos de este atolladero… y que, por el contrario, ha demostrado ser, en gran medida, parte del problema, no de la solución.

Un estudio interno recientemente elaborado por asesores de la Presidencia del Gobierno desvela que España es el país con más políticos por habitante de Europa. Tenemos 445.568 políticos trabajando en todos los niveles de la administración, así como en todo tipo de empresas públicas o participadas por fondos públicos, fundaciones, entes, observatorios, consejos, defensores, agencias, direcciones, etc. Es casi el doble número de políticos que Italia, que es el segundo país en este ranking; el tercero es Francia, país que siempre se ha caracterizado por su fuerte estructura pública, y tenemos 300.000 más que Alemania, país que cuenta casi con el doble de habitantes que España. Si mantuviéramos la proporción de políticos que tiene Alemania, deberíamos tener aquí unos 58.000.

El estudio desvela que la mayor cantidad de políticos colocados en la administración lo hace a través de organismos dependientes de las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Incluye asimismo como políticos a los liberados sindicales y patronales, porque realizan funciones de organización política del Estado, y sus organizaciones son sufragadas por fondos procedentes de la administración central, las comunidades autónomas y los ayuntamientos (en Alemania, por el contrario, los sindicatos viven de las cuotas de sus afiliados). Y por primera vez se les pone cifras: en el caso de las organizaciones sindicales, en España contamos con 65.130 liberados sindicales, y en el de las patronales, con 31.210 personas empleadas con responsabilidad en la dirección política de sus organizaciones.

El estudio refleja que el lugar donde más políticos hay colocados es en empresas públicas o con participación pública (en su mayoría son autonómicas y municipales), donde hay empleados la friolera de 131.250 políticos. Le siguen los ayuntamientos, que emplean directamente a 8.112 alcaldes y 65.896 concejales. A continuación les siguen los sindicatos y patronales. Entre los elementos especialmente curiosos están los cargos de designación directa en el sistema sanitario y el sistema educativo, donde hay empleados respectivamente 8.260 y 9.320 políticos, que realizan en su mayoría tareas de asesoramiento, planificación y control del resto de empleados públicos. También destacan los políticos empleados como cargos de confianza, que el informe detalla en 40.000, subrayando que la cifra se ha disparado por la práctica habitual de los grupos municipales y parlamentarios autonómicos de tener un determinado número de cargos de confianza respecto a su representación que realizan labores internas de los grupos, y que se solapan con las de los asesores personales que a su vez tienen los políticos electos.

Todos estos cargos remunerados los soportamos la población laboral proporcionalmente más escasa de Europa (el paro se distribuye de acuerdo a estos porcentajes: Reino Unido, 8,3 %; Alemania, 6,8 %; Francia, 10 %; Italia, 9,8 %... España, 24,1 %).

El problema no es sólo que cada uno de estos políticos cobre un sueldo que, en general, sería sensiblemente menor si su actividad se sometiese a las leyes de la oferta y la demanda; o que se apañe las mamandurrias correspondientes en forma de dietas, gastos anejos al cargo y, más a menudo de lo tolerable, corruptelas varias. Tampoco es el mayor problema que sobre la “carrera” de político no exista ningún control objetivo que pueda filtrar a los más válidos y desechar, por ejemplo, a los simples pelotas; por el contrario, son los propios partidos los que, reforzando la fidelidad a los administradores de la casta, seleccionan para los cargos a los políticos que consideran más afines o más sumisos. El problema principal es que un político integrado en el aparato administrativo está ahí… para gastar presupuesto; ¿para qué si no? Cada político debe justificar su puesto ingeniando alguna manera de emplearse, que no consistirá en una tarea productora de riqueza, sino de ejercicio de gasto público.

En resumen: puesto que la crisis actual deriva fundamentalmente de un gasto público que desborda el que la sociedad puede asumir, es, especialmente en España, una crisis política antes que económica. Y los políticos que debieran de sacarnos de ésta están demostrando ser, sin embargo, la principal rémora, porque son los más interesados en mantener el estado de cosas actual. Lo cual está en el origen de nuestra colectiva falta de fe, de esperanza… y del escaso sentimiento de caridad que nos suscita la casta política que representan el PP y el PSOE. Lo mismo que le ocurre al mercado, que está huyendo despavorido de nuestra desorbitada deuda pública. Aquéllas son las expectativas que, a nuestro pesar, hemos sembrado; ésta, junto a nuestra efectiva impotencia, la cosecha.

jueves, 7 de junio de 2012

¿Qué buscamos en la vida?

Me vale como primera aproximación a la respuesta aquello que decía San Agustín del tiempo: si no pienso en ello, sé lo que es, pero si lo pienso, no lo sé. Aunque reconozco mi atracción por las fórmulas socarronas que Cioran escogía para dar respuesta a las grandes cuestiones de la filosofía despojándolas de toda solemnidad: “La ‘vida’ –decía– es la carrera a un tiempo querida e inevitable hacia (…acaba de sonar el teléfono y he olvidado lo que quería decir)”. En realidad, sólo sabemos, a posteriori, lo que no buscamos en la vida: nada de lo que en ella hayamos encontrado, que siempre se muestra insuficiente, que a la larga nos aboca a la decepción, que deja sin cubrir grandes capas de nuestro deseo. Blas de Otero lo decía así:

“Pero mortal, el hombre nunca puede
nunca logra ascender a donde el cielo
la torre esbelta del anhelo excede”

Sabemos, pues, efectivamente, que nos falta algo… pero no sabemos el qué. A veces, dejamos reposar el deseo imaginariamente sobre algo que tuvimos, y hasta llegamos a pensar que eso que sentimos que nos falta es lo que el recuerdo nos señala; creemos que el deseo es, finalmente, nostalgia de algo que tuvimos… Pero no es así; los recuerdos, la nostalgia son sólo una racionalización de eso que no sabemos qué es y que nunca tuvimos, pero que perseguimos toda la vida infructuosamente. Bueno, no tan infructuosamente: todo lo que vamos consiguiendo en la vida es un sucedáneo de aquello que buscamos sin saber lo que es. Podríamos, en fin, decir que sentimos nostalgia de algo que nunca hemos tenido. Decía Cioran también en este sentido: “El devenir es un deseo inmanente del ser, una dimensión ontológica de la nostalgia”. Unamuno era aún más explícito (o más fácil de entender): “Se vive en el recuerdo y por el recuerdo –decía–, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir”. O dicho en verso (por el mismo Unamuno):

“Vuelve hacia atrás la vista, caminante,
verás lo que te queda de camino;
desde el oriente de tu cuna el sino
ilumina tu marcha hacia delante.

Es del pasado el porvenir semblante,
como se irá la vida así se vino;
cabe volver las riendas del destino
como se vuelve del revés un guante.”
Y redondeando la idea, de nuevo Cioran: “El hombre no está satisfecho de ser hombre. Pero no sabe hacia qué regresar ni cómo volver a un estado del que ha perdido todo recuerdo claro. La nostalgia que tiene de él constituye el fondo de su ser, y a través de ella comunica con lo más antiguo que subsiste en él”. Lo más antiguo que, de alguna forma, aún subsiste en nosotros es… la nada que nos precedió y acompañó hasta el umbral de la vida. Lo cual nos permite entender a María Zambrano cuando dice: “En la promesa de ser, se esconde la atracción del no-ser”. ¡O sea que se trataba de eso: lo que buscamos es la nada, la tranquilidad que perdimos al salir de ella! Pero ya no es posible volver; tenemos que conformarnos con un sucedáneo de esa nada que nunca acabamos de conseguir: el todo.


Y así es como nació Dios: para dar razón de ese sucedáneo de la nada. Por eso decía Unamuno: “En cuanto tratamos de definirlo (a Dios), nos surge la nada”. Y Cioran se preguntaba: “¿No será Dios mi propio estado de la nada?”. Dios es eso que buscamos y que nunca encontraremos; es, por definición, el Inencontrable, como sabía Job, que clamaba desesperado:

“Mas voy a oriente y no está allí,
a occidente, y no doy con Él.
Lo busco en el norte y no lo encuentro,
en el sur, y no alcanzo a verlo”
Pero ¿no resulta absurdo buscar algo que nunca vamos a encontrar, algo que… no existe, algo que es nada? El mismo Job se rebelaba contra una vida que se mostraba tan remisa a procurarle lo que buscaba, y por eso gemía de esta manera: “¿Por qué no quedé muerto desde el seno? ¿Por qué no expiré recién nacido? (...) Ahora dormiría tranquilo, y descansaría en paz”. También Cioran nos evoca a Job cuando escribe: “Sólo me seduce lo que me precede, lo que me aleja de aquí, los innúmeros instantes en que yo no fui: lo no-nato, en suma”. Personajes estos que están de vuelta, que han entendido que vivir es regresar, regresar a lo que les precede. Viven, pues… para nada. Absurdo.

¡Ah, el absurdo…! Él es la causa de nuestros desánimos más profundos… y el nutriente más fecundo de la vida humana, el que, mientras estamos en el viaje de ida, nos hace persistir en pos de eso que nunca hallaremos. Si llegáramos a encontrar lo que buscamos, ya no quedaría nada por hacer. La vida es una búsqueda. Y vivimos porque no llegamos a encontrar. Vivimos gracias a Dios. Vivimos gracias a la nada.