domingo, 25 de abril de 2010

¿EN QUÉ MOMENTO SE JODIÓ LA REPÚBLICA?


Vivimos tiempos de crisis. Lo cual quiere decir, más allá de circunstancias económicas más o menos coyunturales, que estamos desorientados, sin conciencia clara de lo que es verdadero y lo que es falso. O quizás haya algo aún más profundo y más demostrativo de que efectivamente estamos en crisis: se mantienen vigentes como verdades lo que no son sino falsedades, obligándonos a vivir una vida social inauténtica. La crisis la provocaría entonces el hecho de estar en la transición entre esas falsedades imperantes y las verdades que pujan por asomar. Decía Ortega: “Es muy posible que una de las causas que producen la grave desorientación respecto a sí mismo en que hoy se halla el hombre sea el hecho de que (…) el hombre medio, que sabe tantas cosas, no sabe nada de historia”. Y sin embargo, no es posible la catarsis, porque ese hombre medio ha sustituido la historia por los mitos, que, a pesar de ser irreales, se mantienen con una fuerza mayor aún de lo que lo haría la historia, que, al contrario que aquellos, siempre admite matices y gradaciones. En suma, que no hay manera de desmontar los mitos (a veces camuflados como "memoria histórica"), porque la historia, que es la que debiera de hacerlo, es desdeñada.

Otro grave problema se añade a éste, y lo señalaba Julián Marías cuando decía que "el PSOE tiene una visión negativa de la historia de España". También se acerca uno al mito en detrimento de la historia cuando está atento a los datos más negativos que de ella puede extraer para construir sólo con ellos una interpretación del pasado. No hay muchos ejemplos como éste, en que un partido que ha tenido tanto poder gobierne sobre ese ente colectivo producto de la historia que es la nación estando tan poco identificado con ésta.

Algunos desistirán de seguir leyendo al saber que para sustentar lo que aquí trataré de argumentar me apoyaré fundamentalmente en Pío Moa, un personaje respecto del cual creo que la opinión pública está dividida entre quienes le leemos y quienes le denigran. No me apoyaré tanto en sus argumentos e inferencias como en las citas que hace de lo que llegaron a decir los personajes relevantes, especialmente socialistas, de los tiempos de la República.

Pregunta de la que, parodiando a Zabalita, el personaje de "Conversación en la Catedral", de Vargas Llosa, pretendo partir: ¿en qué momento se jodió la República? Respuesta mítica (por simple): se jodió el 18 de julio de 1936, a raíz del golpe de estado fascista de Franco y sus secuaces. Respuesta fundamentada históricamente, con unos u otros matices: cuando empezó a quebrarse en ella el principio de legalidad. Al dejar la ley de prevalecer y de regir los comportamientos de los grupos sociales, éstos tienden a la anarquía, hasta que, finalmente, si el desprecio de la ley persiste, se abre la Caja de Pandora, y entonces tienden a tomar la dirección de los acontecimientos los más bestias de cada bando enfrentado, y los que no lo eran, tienden a volverse tales: eso es, finalmente, la guerra civil. Así que ésta es la pregunta inmediatamente posterior: ¿Cuándo empezó a romperse el principio de legalidad en la República instaurada el 14 de abril de 1931? Se puede decir que fue menos de un mes después, cuando las hordas llevaron a cabo de manera sincronizada en toda España la quema de docenas de edificios y conventos religiosos (algunos incluían cuadros de Zurbarán, Van Dyck o Claudio Coello), especialmente entre el 10 y el 13 de mayo. Además, se produjeron numerosos saqueos y robos. Las fuerzas de seguridad no intervinieron en prácticamente ningún caso. En algunos lugares fueron los propios vecinos los que organizaron unas "guardias cívicas" para tratar de impedirlo. Cuando Azaña, a la sazón Ministro de la Guerra, tuvo noticias de que esto iba a suceder, dijo: "Si fuera verdad, sería una prueba de la Justicia Inmanente". Y después de sucedido, cínicamente, afirmó: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano".

En agosto de 1932, el general Sanjurjo, que, dirigiendo a la Guardia Civil, había colaborado activa y decisivamente en el advenimiento de la República, protagonizó un golpe de estado fallido (prácticamente nadie le respaldó… todavía).

Un punto de inflexión decisivo en el futuro desarrollo de los acontecimientos tuvo lugar en el XIII Congreso del PSOE, de octubre de 1932. La ponencia de táctica aprobada cuestionaba los pactos que hasta entonces habían mantenido socialistas y republicanos y que habían sustentado el gobierno del primer bienio republicano. Decía esa ponencia: "El ciclo revolucionario que ha significado plenamente la colaboración socialista (…) va rápidamente a su terminación. Se aproxima y se desea, sin plazo fijo pero sin otros aplazamientos que los que exija la vida del régimen, el momento de terminar la colaboración ministerial (…) Estabilizada la República, el partido socialista se consagrará a una acción netamente anticapitalista (…) y encaminará sus esfuerzos a la conquista plena del poder para realizar el socialismo" (Pío Moa: "Los orígenes de la guerra civil española", Madrid, Encuentro, 1999, pág. 163). Aun siendo ministro y en la mejor sintonía aparente con los republicanos, dijo Largo en ese mismo Congreso: "El Partido Socialista no es un partido reformista (…) cuando ha habido necesidad de romper con la legalidad, se ha roto, sin ningún reparo y sin escrúpulo" (Ídem, pág. 237).

En los cursillos de la Escuela de Verano de Torrelodones, destinados a formar cuadros del partido entre los jóvenes, Julián Besteiro,
el dirigente más moderado de los tres que encabezaban al PSOE, arguyó contra quienes llevaban en los diversos países de Europa a las masas hacia el modelo soviético. Decía: "¿Es que no habrá posibilidad de salir de esta locura dictatorial que invade el mundo?". "¿Es que nos vamos a contagiar de la peste del momento?". Al día siguiente, Indalecio Prieto, otro de los dirigentes, ante el mismo auditorio, argumentaba en la dirección contraria, diciendo que quizá la República debiera haber nacido acompañada "del cortejo sangriento de la venganza y la represalia", a fin de asentar "el cimiento de su edificio sobre terreno verdaderamente firme", párrafo muy aplaudido, al revés de lo que ocurrió con las advertencias de Besteiro. Cuando llegó la intervención del tercero de los socialistas más destacados del momento, Largo Caballero, que empezaba a ser llamado "El Lenin español", dijo que la democracia burguesa no podía satisfacer las aspiraciones socialistas.
Reivindicó la dictadura del proletariado, y describió su apoyo a la república como una política transitoria. Llamó a emplear tanto la vía legal como la ilegal en la lucha por el poder, y defendió la política interior soviética, asegurando que "las circunstancias nos van conduciendo a una situación muy parecida a la que se encontraron los bolcheviques" (Pío Moa, ídem, pp. 173-175, citando respectivamente la biografía de "Julián Besterio", de A. Saborit, los "Discursos" de Prieto y "El Socialista" de 15-8-1933).

El 1 de octubre de 1933 Largo explicó en un mitin de los tranviarios en el Cinema Europa de Madrid: "Nuestro partido es, ideológicamente, técnicamente, un partido revolucionario (…) (y) cree que debe desaparecer este régimen". Reivindicó la dictadura del proletariado, que consideró inevitable, y dijo asimismo: "En España se va creando una situación, por el progreso del sentimiento político de la clase obrera y por la incomprensión de la clase capitalita, que no tendrá más remedio que estallar algún día" (Pío Moa, ídem, pág. 179, citando a Largo Caballero en sus "Discursos a los trabajadores").

En la campaña preparatoria de las elecciones de noviembre de 1933, Largo difundía la semilla revolucionaria: "La lucha ha quedado planteada entre marxistas y antimarxistas (…) y eso nos llevará inexorablemente a una situación violenta (…) Esto, dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil. Pongámonos en la realidad (…) Estamos en plena guerra civil (…) Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar". "En las elecciones de abril (de 1931), los socialistas renunciaron a vengarse de sus enemigos y respetaron vidas y haciendas; que no esperen esa generosidad en nuestro próximo triunfo. La generosidad no es arma buena. La consolidación de un régimen exige hechos que repugnan, pero luego justifica la historia" (Pío Moa, id., pp. 184-185, extrayendo las frases de los "Discursos a los trabajadores", de Largo Caballero).

En las elecciones del 19 de noviembre de 1933, entre todas las izquierdas consiguieron unos tres millones de votos, frente a 5 millones de la derecha y el centro juntos. La extrema derecha, monárquicos y fascistas, recogía 770.000 y los grupos comunistas 190.000. Sólo la CEDA obtenía 115 diputados, más que los socialistas y las izquierdas republicanas juntos (98). El republicano Partido Radical de Lerroux (en el que algunos quieren ver a la UPyD de la época; para otros sería la facción del PSOE que dirigía Besteiro) conseguía 104 escaños.


La derrota en las urnas reforzó la línea bolchevique en el PSOE. A juicio de Prieto,
"la situación es gravísima (…) Si se intenta entregar el Poder a la reacción, el pueblo se verá obligado a levantarse revolucionariamente" (Pío Moa, ídem, pág. 198, citando "El socialista" del 29-IX-1933). Se estaba preparando ya la revolución de 1934. Pero había un impedimento: la UGT, verdadera fuerza de masas socialista, estaba dirigida todavía por el grupo antibolchevique de Julián Besteiro. Éste era un dirigente socialista al que repugnaban la violencia y el desorden. También defendió la democracia frente a quienes abogaban por la dictadura del proletariado. En enero de 1934, Largo Caballero y los suyos consiguieron desplazar a los dirigentes de la UGT seguidores de Besteiro. Largo encabezaba ya también al PSOE. Con ello se acabó la posibilidad de que los acontecimientos evolucionaran en una dirección pacífica. El mismo 3 de enero de 1934, el órgano mediático del PSOE, "El Socialista", tronaba: "¿Concordia? No. ¡Guerra de clases! ¡Odio a muerte a la burguesía criminal! ¿Concordia? Sí, pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y salvar a España del ludibrio. Pase lo que pase, ¡atención al disco rojo!". Tiempo después, el mismo Besteiro comentó a su discípulo Julián Marías que en octubre de 1934, cuando socialistas y nacionalistas se alzaron contra la República, "los primeros tiros en Madrid habían sido disparados contra su casa".

Por "entregar el Poder a la reacción", que decía Prieto, entendían los bolchevizantes que Lerroux, eventualmente Jefe de Gobierno apoyado en su Partido Radical y en la CEDA (centro y derecha), nombrara algún ministro de esta formación (la CEDA), que para aquéllos era un partido fascista, aunque Gil-Robles, líder del mismo, hacía frecuentemente declaraciones en las que mostraba su acatamiento a la legalidad republicana. Valorando la situación, dice Moa: "Si sobre la sinceridad parlamentaria de Gil-Robles había alguna duda razonable, no ofrecía ninguna la sinceridad revolucionaria y antiparlamentaria de los socialistas". Besteiro, desde luego, negaba que hubiera amenaza fascista. Pero respecto de la sinceridad de los socialistas bolcheviques sobre su supuesta creencia en esa amenaza, es ilustrativo lo que Largo Caballero señaló a representantes hispanoamericanos ante la Organización Internacional del Trabajo, en junio de 1933, a los que habló de la improbabilidad del fascismo, porque "en España, afortunadamente, no hay peligro de que se produzca ese nacionalismo exasperado (…) No hay un ejército desmovilizado (…) No hay millones de parados que oscilen entre la revolución socialista y el ultranacionalismo (…) No hay nacionalismo expansivo ni militarismo (…) No hay líderes" (Pío Moa, íd., pág. 218, citando a A. de Blas: "El socialismo radical en la II República"). Luis Araquistáin, el inspirador intelectual de la revolución de octubre del 34, negó, casi en los mismos términos, el peligro fascista en un artículo de la revista norteamericana "Foreing Affairs" publicado en abril de ese año. Pero hay una prueba más definitiva de que los que se alzaron en octubre del 34 contra la República no creían en el fascismo de la CEDA, y es que, cuando el 4 de octubre se reunieron las ejecutivas del PSOE y de la UGT para dar la orden del alzamiento armado, acordaron no responsabilizarse del golpe si éste fracasaba, y presentarlo como un alzamiento popular espontáneo. Es decir, que confiaban en que seguiría vigente la legalidad republicana tras ese eventual fracaso, no en que realmente se hubiera instaurado el fascismo, y ya que no ante éste, ante aquélla sí podrían defenderse.

Por tanto, se trataba, en realidad, de un ardid político para aplastar no sólo a la CEDA, sino a la República misma. Amaro del Rosal, otro dirigente socialista, había dicho en diciembre de 1933, en una reunión del Comité Nacional de UGT, que había una situación objetivamente revolucionaria, y que, gobernando ya Lerroux, "tenemos un Gobierno que (…) es el de menor capacidad, el de menor fuerza moral, el de menor resistencia (…) Ahora todo está propicio". Ante ese mismo Comité, Besteiro, un tanto desesperado, dijo que "la República social en España y el Estado totalitario socialista" eran algo "absurdo, imposible", y respecto del camino hacia el comunismo que se estaba emprendiendo por los socialistas dijo: "Por ese camino de locuras decimos a la clase trabajadora que se la lleva al desastre, a la ruina y en último caso se la lleva al deshonor". Pero la tónica general de los socialistas era de euforia revolucionaria. Prieto afirmaba ya en 1934: "Estamos con una conciencia exacta de nuestra fuerza (…) Si seriamente nos proponemos la conquista del Poder (…) el triunfo es indudable" (Moa, pág. 242, citando los "Discursos" de Prieto).

Dice Santos Juliá, historiador socialista, que el año 1934 "se caracterizó desde su comienzo por un crecimiento singular de las luchas obreras y de las huelgas generales". A principios de febrero, la dirección de las Juventudes Socialistas envió a sus secciones una circular entusiasta: "Estamos en pleno periodo revolucionario (…) Ya se han roto las hostilidades (…) Nuestras secciones tienen que colocarse en pie de guerra". Informaba asimismo la circular de que su Comité Nacional había acordado "trabajar incesantemente por el armamento de los trabajadores y preparar la insurrección armada", así como designar una comisión que "de acuerdo con el partido socialista, se encargue de articular un movimiento revolucionario" por la "implantación del poder totalitario del proletariado" (Moa, pp. 243-244).


El 3 de febrero de 1934 nacía el comité organizador de la insurrección. Lo presidía Largo Caballero, con Prieto a su lado sin puesto específico. Ese Comité Nacional Revolucionario, como se le llamó, puso de inmediato manos a la obra, formando comités correspondientes por toda España y un sistema clandestino de interrelación. El plan revolucionario no dependía, pues, sino como cuestión de oportunidad, de que fuesen nombrados ministros de la CEDA.

Las izquierdas republicanas tendieron a unirse a esos planes en marcha. Azaña, el 11 de enero, en un discurso de vasta repercusión en el cine Pardiñas, afirmó que la república "la tienen que gobernar los republicanos". Basándose en tal premisa declaró: "Los elementos de la CEDA y los agrarios no tienen títulos políticos para ocupar el Poder, aunque tengan número en el Parlamento para sostenerse". En línea con esa parte irreductible, aunque mayoritaria, de la izquierda española dijo también: "No tenemos nada que ver con la historia, absolutamente nada, como no sea para apartarnos de ella" (ya hemos aludido al principio a esta manera de situarse ante la historia de España y sus repercusiones). Sin embargo, fuera de Cataluña, donde los socialistas admitieron la primacía de los republicanos de la Esquerra Republicana de Catalunya de cara a la sublevación, los tratos con los otros republicanos, los de la (desde marzo) Izquierda Republicana de Azaña se estancaron, aunque no quedaron rotos. De todas formas, Azaña, convencido de que no tenía otra opción que apoyarse en el PSOE, se cegaba a la evolución bolchevique de este partido, lo que acercaba su papel al mismo que Kerenski había protagonizado en Rusia como puerta de entrada a los bolcheviques. "El Socialista" del 25 de septiembre comentaba dentro de este contexto: "Unas palabras a los republicanos (…) Renuncie todo el mundo a la revolución pacífica, que es una utopía. Bendita la guerra contra los causante de la ruina de España (…) Si los republicanos (…) no se encuentran en condiciones de abatir al coloso feudal, quédense en casa" (Moa, pág 300). Pero en realidad el PSOE sí se esforzó en atraer a los partidos republicanos de izquierda, y a la hora de la verdad, el hecho es que éstos no se disociaron del golpe ni lo condenaron.

El PCE también se adhirió a las alianzas, y aunque se trataba de un partido pequeño, era muy activo y disciplinado. Las relaciones con los anarquistas de la CNT-FAI estaban, sin embargo, muy deterioradas, y ellos parecían ir por libre a la hora de montar insurrecciones. Cuando se produjo el alzamiento de octubre, sólo en Asturias y Castilla hubo ambiente de colaboración entre ellos y los socialistas.
A finales de agosto, Besteiro, en un último esfuerzo por frenar la marcha de la rebelión, declaraba en Barcelona: "La clase obrera no ama la violencia ni tampoco cree en un triunfo socialista (…) sin dejar el rastro de una tragedia"; y negó que el PSOE dispusiera de cabezas lo bastante sólidas para dirigir una revolución. En el partido se alzaron voces llamándole traidor y pidiendo para él medidas disciplinarias. Su marginación se acentuó. El 17 de septiembre, Lluis Companys, protagonista él mismo de la insurrección de octubre en Cataluña, declaró en Gandesa: "Vienen días de intranquilidad que a a mí mismo me dan miedo". El 27, Azaña manifestaba a Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, que era conveniente formar un gabinete "limpiamente republicano", es decir, de izquierdas, en contra de lo decidido por las urnas (recordemos que, sin embargo, entonces gobernaba Samper, del Partido Radical, un republicano).

He aquí, pues, la filosofía política de los que en 1936 se presentarían como defensores de la República: para socialistas, comunistas y anarquistas, aquello era una "república burguesa", que había que entender como un punto de transición a la dictadura del proletariado o al comunismo libertario. Para los nacionalistas, era asimismo un régimen de transición hacia sus respectivos estados independientes. Y para los republicanos de izquierda, la legitimidad no la daban las urnas sino pretendidos "títulos políticos" que excluían a quienes no fueran de izquierdas (modelo PRI mejicano). Ninguno de ellos creía que había que respetar la ley y las instituciones republicanas. Menos, incluso, de lo que demostraron creer la CEDA y, por supuesto, los denostados republicanos de centro.

En octubre de 1934, Alejandro Lerroux reasume la jefatura del Gobierno
e incluye en su gabinete a tres ministros de la CEDA. El día 5, la UGT, con esa disculpa, puso en marcha la insurrección armada. En Cataluña, Lluis Companys declara el Estat Catalá. La revuelta tiene especial continuidad en Asturias, pero afectó a toda España. En 15 días de insurrección hubo entre 1.500 y 2.000 muertos. La Caja de Pandora se había destapado. Todas las variables que apuntaban hacia la guerra civil estaban ya en juego, y de octubre del 34 a julio del 36 no hicieron sino intensificarse.
Se cierra el telón.

Año 2010: miles de personas se lanzan a la calle en defensa de Garzón y al grito de "¡Esta vez no pasarán!", para exigir que el principio de legalidad sea sustituido por el de justicia según ésta es entendida por la izquierda. ¿Es que a alguien le apetece que se abra de nuevo el telón?