Yo sí tengo a mano una cita de Manuel García Morente que considero pertinente incluir en esta reflexión que llevamos a medias. La entresaco de un libro que tiene escrito sobre la filosofía de Kant, y se refiere a la inclinación hacia el utopismo que caracterizó a muchos de los contemporáneos de éste (y por tanto, de la Ilustración), y dice así: “Los hombres del siglo XVIII querían vivir en seguida conforme a la idea. Nosotros hemos aprendido a considerar que la idea está en un lejano futuro; que el presente y el pasado van poco a poco realizando la idea, y queremos que nuestra vida se encamine hacia ella, según las leyes y principios de todo encaminarse, de toda evolución. Aquellos vivían mirando al presente. Nosotros vivimos mirando al futuro. Su racionalismo era revolucionario. El nuestro es evolucionista (…) Este sentido de la vida como una realización de la idea, es propiamente el sentido kantiano (…) Kant es el pórtico que por un lado termina y cierra la labor del Renacimiento y por otro abre la entrada en la nueva época que aún vivimos. Su crítica definitiva de la metafísica, expulsa del dominio de la ciencia física los entes absolutos y los transforma en ideales para orientación de la vida”. Kant fue, efectivamente, progresista: abogaba por convertir la vida en una esforzada tarea en pos de algo mejor, en pos del ideal. Así lo reconoce Ortega, cuya filosofía se gestó, precisamente, en los regazos kantianos: “(Con la filosofía de Kant) –dice– entra en la historia un principio nuevo, al cual se debe la existencia de Europa: la voluntad personal, el sentido de la independencia autónoma frente al Estado y al Cosmos. Bajo su influjo, la vida, que era clásicamente una acomodación del sujeto al universo, se convierte en reforma del universo. La posición pasiva queda abolida y existir significa esforzarse”. La vida del hombre pasa a entenderse como tarea de reforma del universo para adecuarlo cada vez más al ideal que el hombre trae consigo. Hegel dirá que para acercarse progresivamente hacia la Idea o el Espíritu.
La utopía moderna,
aquella a la que se refiere Morente, tuvo su adalid más destacado en Rousseau,
contemporáneo, efectivamente, de Kant. Según lo que decía Morente, parecería
que los utópicos también querían el progreso, sólo que de manera impulsiva: lo
querían ya, como si sólo dispusieran del presente para realizar sus deseos.
Pero esa actitud (ya sabes que me gusta hacer incursiones en paralelo hacia la
psicología), además de impulsividad, significa intolerancia a la frustración y atentar
contra el principio de realidad, justo las características de la personalidad
inmadura (infantil, primitiva…). Por eso sostengo que el pensamiento utópico es
un pensamiento reaccionario o regresivo. Efectivamente Rousseau era ése que
decía que el hombre es bueno por naturaleza y lo que le pervierte es la
sociedad, y abogaba por la regresión
al estado natural, o a lo que consideraba como tal: más precisamente, situaba
en el paleolítico el momento más feliz de la humanidad (más o menos donde los
nacionalistas vascos sitúan su perdida Arcadia feliz). Rousseau consideraba
incluso que la socialización, la entrada del hombre en sociedad, fue un hecho
desgraciado, y que el auténtico estado natural es aquel que le lleva hacia la
vida solitaria; incluso la familia era para él una creación artificial (y lo
demostró prácticamente: abandonó en un orfanato, a medida que los fue teniendo,
a sus cinco hijos). Y aún más (o menos) llegó a decir: “El estado de reflexión es un estado contra la naturaleza, y (…) el
hombre que medita es un animal estragado”. La misma capacidad de
razonar era para Rousseau un infeliz artificio. O sea que, puesto a regresar,
está claro que no hubiera parado hasta volver al útero materno, la misma fantasía
que alimentan los psicóticos más graves.
Sería necesario
hilvanar más y mejores argumentos para sostener mi tesis general con suficiente
solvencia, pero renuncio a ello de momento, y dejaré sólo apuntada otra correlación:
la que el pensamiento utópico (esto es, el propio de quienes aspiran a reencontrar
la Arcadia feliz –o Euskalerría o Catalunya felices– a la que se sienten
pertenecer regresando a un pasado que consideran que se les ha arrebatado)
tiene con el totalitarismo. Así lo demuestra, en mi opinión, el mismo Rousseau
cuando llega a afirmar que “el que se
niegue a obedecer a la voluntad general será obligado a ello por todo el
cuerpo; lo cual no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre”.
También Hitler consideró que el Tercer Reich era el súmmum de la civilización y
del progreso. Y Lenin creyó que había sentado las bases del regreso a la
Arcadia del comunismo primitivo. Y los ácratas aún aspiran a regresar al estado
de naturaleza... Todos ellos, efectivamente, se consideraron o se consideran
muy progresistas. Si así fuera, yo también preferiría ser reaccionario, desde
luego.
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de inferioridad de los españoles”
“Separatistas y otros seres primitivos”
“Cómo nace, crece y… ¿muere? un estado moderno”
“España, una nación que se muere”
“Las desventajas del federalismo”
Me parece urgente acusar recibo, y anunciar cuarenta y ocho horas de reflexión antes de responder. En realidad, he hecho como el Sr. Mas, que no reflexionó antes de hacer lo que hizo, y anuncia que se va a poner a reflexionar ahora. Yo también, he lanzado un desafío imprudente, y voy a tener que reflexionar después, y no antes de haberlo hecho.
ResponderEliminarY ahora que han salido D. Manuel Kant y otros genios de la lámpara maravillosa de la Filosofía, y los has alineado sobre el campo del lado del progreso, ... a ver qué hago yo. Cuarenta y ocho horas me parece una petición moderada al tiempo que temeraria, por insuficiente. Pero vivimos bajo la tiranía de la inmediatez. Lo decía D. José: la prisa es inmoral. Pero -esto lo digo yo- manda. Cuarenta y ocho horas.
Esta polémica, que había de ser fertilísima si hubieras sembrado en mejor terreno que mi yermo intelecto, presupone –voy a empezar así- un marco trazado por “palabras que nos piensan”, más que palabras que expresan lo que pensamos.
ResponderEliminarHay, antes de empezar, una estricta correlación:
Progresista = bueno
Reaccionario = malo
Quiero advertir que el establecimiento de ese marco, es un gran triunfo del progresismo, pero tiene el inconveniente de que dificulta mucho cualquier debate posterior.
El sorprendido lector –no tú, querido Javier- se preguntará ¿cómo es posible cuestionar a estas alturas esa evidencia? El progreso es bueno, por supuestos, y oponerse al progreso es malo, además de estúpido.
Intentaré explicarme, aún inmovilizada bajo esa manta de plomo, que parece imposible sacudirse.
El progreso, entendido como la mejora de las condiciones de vida materiales, gracias al desarrollo de la ciencia y de la técnica, es, indudablemente, bueno; y, en cualquier caso, sea bueno o no, es el sino de la especie, desde que se bajó de los árboles, empezó a caminar erguida y a oponer el pulgar a los otros cuatro dedos.
Ahora bien: ¿qué tiene que ver ese progreso con el progresismo en materia moral y política?
Sin duda, la invención del contrato, de la letra de cambio, de la sociedad mercantil por acciones, constituyen grandes progresos en el campo simbólico, esencial para una especie que no puede subsistir sin comunicarse en sociedad.
Pero ¿es progreso toda innovación en ese mismo campo?
Hasta hace relativamente poco tiempo, era progreso la protección creciente de la vida humana, en especial en los momentos de mayor amenaza: la infancia, la vejez, la enfermedad, ...
Entre los romanos –y no eran, precisamente, un pueblo que destacase por su retraso moral y jurídico- el pater familias disponía del ius vitae necisque, el derecho de vida y muerte ante el recién nacido que se le ofrecía como suyo. Si no le placía, por cualquier motivo –desde una malformación a cualquier otra ‘causa’ incluso ajena a la criatura- era abandonado en el bosque circundante, pasto para alimañas.
Por una serie de consideraciones que sería largo historiar, además de fuera de mi alcance, se llegó a la creencia de que tal proceder era monstruoso, indigno de la humanidad, y, correlativamente, se protegió, incluso en los códigos penales, esa vida indefensa, relegando el infanticidio eventual a los cuentos como Pulgarcito, con justificación en el estado de necesidad, y, precisamente para infundir espanto ante tal conducta.
De un tiempo a esta parte, tal vez, desde el programa de los socialistas fabianos, se considera el aborto un derecho, un logro donde se puede practicar, y una conquista pendiente donde aún hay restricciones. Una causa progresista donde las haya. Recientemente, con absoluta congruencia con esa postura, en una revista científica se ha postulado extender ese “derecho” –que, como vemos, es un contra-derecho- contra los niños ya nacidos en los que concurran los mismos ‘motivos’ que antes de nacer. Creo recordar que los postulantes de la idea son dos científicos italianos. No hay en ello originalidad ni audacia alguna. Hay perfecta congruencia con el enunciado aborto=derecho de la madre contra el feto.
He empezado por un ejemplo muy sensible, que suscita inmediatamente la controversia; un ejemplo que –de momento referido al aborto stricto sensu: niños no nacidos- es una irrenunciable causa progresista, que, además, ha progresado tanto que nos ha pasado por encima a los pobres reaccionarios, como lo decía Julián Marías, aunque este verdadero maestro tenía esperanza –cito de memoria-:
“la aceptación social del aborto es lo más grave que ha acontecido en el siglo XX”
O sea: cabe que en otro siglo sea socialmente repudiado. No sé si lo veremos. Lo que vemos ya es que los progresistas, conforme a su naturaleza, reaccionarán contra cualquier intento de restablecimiento de una ética material y no meramente voluntarista, y sus consecuencias.
Pero, inmediatamente se nos ofrece otro ejemplo, que permite una nítida separación entre progresistas y reaccionarios: la reforma civil del matrimonio para incluir en el concepto legal las uniones estables entre individuos del mismo sexo.
ResponderEliminarSe trata de un logro progresista. Otra inequívoca, indiscutible causa progresista, que, conforme a su naturaleza “avanza” en todo el mundo, aplastando las resistencias “reaccionarias”, la última, la pretensión del progresista Hollande, de respetar el derecho a la objeción de conciencia de los funcionarios franceses.
Hace años, cuando el sin duda más progresista de los jefes de Gobierno en España –más que Negrín, aunque, afortunadamente, en otras circunstancias- puso en marcha el proceso de masaje social y político para llevar a efecto esta modificación del código civil que comento, una partidaria de la idea arengó a los compañeros de trabajo, entre los que me encontraba, para mi vergüenza, diciendo que si los griegos, que si los romanos, ... la informé de que los modelos morales que proponía para justificar la bondad o la inocuidad de la idea, habían practicado la sodomía, tal vez más que otros en otras épocas –esto no sé cómo podría saberse- ... pero que Adriano se casó con Vibia Sabina, no con Antinoo, y que eran planos que no podían confundirse por ser esencialmente distintos, el de los hechos y el del derecho, tanto más porque no todo hecho se corresponde con un derecho, y hay hechos que son jurídicamente irrelevantes. Aquella reina progre era licenciada en derecho, pero el progresista tiene de su parte la gracia, no necesita de la razón, antes al contrario, el razonamiento puede ser un inconveniente para su pretensión de superioridad.
Es evidente que los reaccionarios, en general, y sea cual fuere nuestra condición sexual –eso que, asumiendo ya la imposición del marco de género, se llama “preferencia” u “orientación” sexual- nada tenemos que decir, normativamente hablando, del hecho de la sodomía o de la práctica de la homosexualidad, excepto preconizar que no se exhiba en público, como también consideramos indecoroso que se exhiba la práctica heterosexual. La reacción que yo he visto y con la que me identifico, tiene por objeto la reforma arbitraria de las leyes, no la corrección de las costumbres, aunque, ciertamente, creemos que esa reforma arbitraria de las leyes tiene por objeto la alteración subsiguiente de las costumbres, así como la equiparación social de hábitos que no tienen el mismo valor, digan lo que digan sus promotores.
Es evidente también, aunque no será ocioso precisarlo, que para muchos reaccionarios como yo, es admisible que el estado bendiga con una forma jurídica las uniones estables entre homosexuales, siempre y cuando, entre otras cosas, no mezcle lo que es distinto, bajo el mismo concepto e idéntica regulación -operación que le ha obligado a cambiar la regulación del matrimonio preexistente, y a introducir conceptos contra-natura, como “progenitor A”, “progenitor B”- del mismo modo que no se llaman y regulan del mismo modo la compraventa y la donación, sin entrar ya en otras consideraciones.
En fin, ¿constituye un progreso confundir en una sola y la misma institución el matrimonio acuñado por la civilización occidental durante milenios, en cuyo seno normalmente se reproduce esa misma civilización y se incuban los individuos llamados a perpetuarla y mejorarla en lo que puedan, con la unión jurídica de homosexuales –dos y sólo dos, no sé por qué esa restricción- pretendidamente estable o duradera?
Hasta aquí sólo quiero diferenciar claramente el progreso que emancipa al ser humano de las servidumbres de la naturaleza, empezando por el hambre y el frío, y siguiendo por la enfermedad,-el progreso acumulativo que tiende a asegurar su futuro y a ampliar sus posibilidades, su libertad material y de realización; del progreso de las instituciones, de la moral y de la política, porque son planos completamente distintos: así como el primero depende de los límites físicos de la naturaleza que constituye su medio y su resistencia, el progreso de la moral, las instituciones que conforman una civilización, depende de la naturaleza humana, y ésta, aunque tanto como “ser” discurre, no es tan amorfa que sea indiferente que el cumplimiento de los contratos esté asegurado por la ley o que quede al libre albedrío de las partes; que las deudas contraídas libremente haya que pagarlas, afrontando las consecuencias de no hacerlo o, como quieren los más progresistas, puedan denunciarse, diciendo a los adquirentes de bonos y obligaciones del estado español que se los metan por donde les quepan, o a los tenedores de casas hipotecadas que permanezcan en ellas aunque no las paguen, etc., etc., ...
ResponderEliminar[Sirva lo anterior de introducción, porque ya veo que no me he metido en el tema. Amenazo con volver]
¡Qué estimulante profusión de argumentos y qué pertinentes! Si el tuyo es un “intelecto yermo”, ¿qué nombre debería reservar yo a esta pereza intelectual que impera a lo largo y a lo ancho de este mundo que nos ha caído en suerte, y que a mí me empuja recurrentemente a retirarme a la covacha de este desahogo en forma de blog, que si no fuera porque más allá del teclado sé que hay unos pocos que, como tú, reciben pacientemente mis desahogos, estaría fatalmente destinado a ser una larga suma de monólogos extemporáneos y desubicados? En fin, hoy mi autoestima será mayor: ahí afuera no sólo está el éter informe, hay alguien con quien, de vez en cuando, hablar de cosas importantes.
ResponderEliminarAhora toca ir a currar, pero iré pensando en algo que sirva para dar continuidad a nuestro debate.
Sí: primum vivere,... pero antes de que desmorones los cimientos de agua del laborioso castillito de arena que he proyectado, y aprovechando que estás ocupado, déjame apuntar por donde he de seguir mi desvarío:
EliminarEn política, en moral, ¿cuáles son el propósito,el fin y por tanto el límite del progreso? ¿Cuándo se podrá decir -aún sin unánime consenso- que se ha alcanzado la cúspide más allá de la cual sólo sería posible re-greso? O el fin de la Historia.
¿O acaso no hay límite alguno, y siempre es posible un plus ultra, un lavado más blanco?
No me refiero, claro está, a la total cobertura de todas las necesidades materiales de todos los individuos de la Humanidad, -incluidos, al gusto de algunos progresistas, los grandes simios, y, entre ellos, esos mismos progresistas-
No. Me refiero a la Idea: ¿cuándo sería completa la felicidad del perfecto progresista? ¿qué habríamos de creer TODOS, a despecho de la realidad, para que el progresismo considerase alcanzados sus objetivos idelógicos?
Viene esto a cuento de que hemos disfrutado en España y en sus trozos o destrozos de varios "gobiernos de progreso", caracterizados por la colaboración de socialistas y nacionalistas -todos progresistas-. Advierto ya que el "progresismo" que yo des-califico como la pueril creencia en el programa "más derechos y menos derecha", formulado expresamente por el campeón mundial del progresismo, imbatido y espero que imbatible, el presidente Zapatero.
¿Es inagotable la lista de los "derechos"? ¿depende de la imaginación?
¿"toda necesidad es un derecho", como acuñó Evita Perón y adoptó el peronismo español?
Bueno, que yo también tengo que justificar mi peonada, pero creo que, cuando pueda volver al blog, he de ir por ahí.
Se me olvidó decir que el "progresismo" como yo lo entiendo, o lo caricaturizo, no es, ni mucho menos, privativo del partido socialista y de los partidos nacionalistas españoles, infecciona hasta el tuétano al Partido popular, y en mayor o menor medida a todos los partidos españoles conocidos. Si el progresismo no es un ingrediente imprescindible de la política, entre nosotros lo parece.
[tu generosidad en el juicio sobre mis ocurrencias me abruma]
“Progresar” es un concepto multidimensional. Se refiere, podríamos decir que para empezar, a una impresión que parece necesario tener como sustrato de la vida: sentir que vamos de menos a más en algún sentido es la dosis de estimulantes necesaria para contrarrestar la angustia del estancamiento personal o, aún más, la que acucia cuando sentimos que declinamos, que ya no tenemos donde depositar nuestra esperanza de mejorar. Es decir: o crecemos (progresamos) de alguna manera o nos angustiamos (a lo peor, “angustiarnos” es tomar conciencia de que finalmente todo acaba yéndose al guano).
ResponderEliminarEn el sentido histórico ocurre algo semejante (ya sabes que tiendo a considerar que el microcosmos es una metáfora del macrocosmos, y viceversa): si nuestros antepasados bajaron de los árboles es porque algo les empujaba a ser inconformistas, a ir más allá de donde estaban, y si la historia se mueve es por la misma razón. Que esa inquietud que mueve el mundo lleve a los hombres necesariamente a dejar atrás lo peor y a alcanzar lo mejor, es evidentemente algo cuestionable o directamente algo a negar, pero, de partida, aunque luego no sea verdad, los hombres y las sociedades nos movemos normalmente cuando pensamos que más allá nos está esperando algo mejor, cuando sentimos que progresamos (o que evitamos la regresión).
Pero somos seres paradójicos, y parece que estamos condenados a atender demandas contrapuestas, de modo que cuando la manta del destino con la que nos cubrimos nos tapa la cabeza, dejamos al descubierto los pies, y viceversa. Y creo que, por ello, la historia tiende a desarrollarse en zigzag. El actual momento, en el que resulta evidente el avance de las ciencias y de la técnica, ha dejado al descubierto profundas deficiencias morales. Y resulta curioso que, al parecer, ambas cosas estén relacionadas: el giro que dieron los tiempos en el Renacimiento a favor de la promoción del individuo (que había estado anulado durante la Edad Media), destapó el tarro de sus esencias en muchos sentidos positivos. Por otro lado, en el mismo pack se incluía el deseo de aterrizar en la realidad, la realidad mundana, la que está al alcance de los sentidos, y ahí nació el impulso que llevaría al gran desarrollo de la ciencia empírica. Hegel habla precisamente de esos momentos históricos paradójicos, que nunca se han dado tan nítidamente como con la modernidad (aunque también se dieron en los tiempos de los cínicos y los escépticos, cuando la crisis de la polis griega estaba en su apogeo). Entonces, dice, “los individuos se retraen en sí mismos y aspiran a sus propios fines (…) Esto es la ruina del pueblo; cada cual se propone sus propios fines según sus pasiones. Pero con ese retraimiento del espíritu, destácase el pensamiento como una realidad especial y surgen las ciencias. Así las ciencias y la ruina, la decadencia de un pueblo, van siempre emparejadas”.
Así que, para progresar del todo, la clave estaría en conseguir aterrizar en la realidad, que en sí misma, confundida con la materia, resulta ser absurda (y esto lo ha conseguido de manera brillante nuestra civilización), y a la vez no renunciar al sentido, que es una aportación moral que los hombres hacemos a la realidad (y en esto, hoy andamos naufragando). Progresamos, pero sólo por un lado de nuestra paradoja, la que nos ha llevado a comprender la realidad; nos falta aún aprender a enriquecer la realidad con la verdad. Mientras estamos en esta situación de balbuceo moral, lo que hemos producido es el hombre-masa que decía Ortega: un ser que no tiene nada por encima de sí, que no vislumbra ninguna tarea más allá de su interés personal, que, como dice Hegel, sólo aspira a sus propios fines. Dicho de otra manera: que sólo es capaz de percibir derechos. Un enano moral dentro de un gigante científico.
ResponderEliminarYendo al terreno de lo concreto, planteas dos asuntos cruciales desde el punto de vista moral, que, desde luego, el hombre actual prototípico tiende a tratar con la misma delicadeza con la que un elefante entraría en una cacharrería. Respecto del aborto, y un tanto encogido por el impacto de esa abrumadora opinión que mantenía mi admirado Julián Marías, tengo opiniones no del todo definitivas. Pongamos un caso extremo: alguien viola a mi hija y la deja embarazada. Ni ella ni yo querríamos cargar con el fruto de esa violación, y no creo que humanamente se nos pudiera exigir algo así. Pero si abrimos la espita, ¿dónde está la clara y rotunda delimitación de lo que es moralmente legítimo en este ámbito? Porque, desde luego, en el caso citado, estaría defendiendo acabar con una vida humana (por supuesto, acepto que están todos los ingredientes para que haya vida humana desde la fecundación). Tengo claro que sí está el límite en algún lado, y ese otro extremo del que hablas, en el que se sitúan esos científicos que abogan incluso por el infanticidio, me parece terrible y abominable. Pero, aunque no me siento nada cómodo en este asunto (creo que nunca me he atrevido a verbalizarlo tan claramente; siempre he tratado de evitar pronunciarme), me parece que no hay una respuesta clara y rotunda que me satisfaga. Se dan a la vez dos componentes contradictorios, o no necesariamente coincidentes, en la misma situación: el que se deriva de la procreación y el que lo hace de la sexualidad. No siempre esa contradicción creo que haya de resolverse anulando uno de los dos componentes (todas las veces el mismo, quiero decir). No sé, sinceramente, dónde está el límite, y me angustiaría tener que enfrentarme directamente a un problema como el del aborto; trataría por todos los medios de no llegar a él, pero, honradamente, no puedo decir que esté absolutamente en contra en todos los casos.
Respecto del matrimonio homosexual, suscribo de la A a la Z todo lo que dices, y, para contextualizar el asunto, te remito al próximo artículo que estoy preparando para este blog.
Abordas muchísimos más asuntos, pero no me atrevo, de momento, a alargar esto más.
Sí: abordo muchos asunto, pero no bordo ninguno.
EliminarTambién tengo una hija, así que no me resulta difícil ponerme en la hipótesis liminar que formulas. Sin embargo, la alusión a esas dos cuestiones era "ob iter dicta", es decir, para llegar a alguna parte.
Sólo unas líneas ahora para tratar de retomar el rumbo, que he perdido en esta tormenta que sólo yo he provocado.
Porque, a donde yo quería y aún querría llegar, es a poner en cuestión que nuestros presentes nacionalismos deban ubicarse, en la convencional geografía reaccionario-progresista, en el primer hemisferio, en lugar de en el segundo.
Y aún, o apenas, he dicho por qué.
Tal vez haya que apresurarse como tú ya has hecho a deslindar significados para aclarar posibles equívocos, aunque a mí se me da mejor lo contrario:
Me parece que podemos dudar de que reaccionario -que reacciona ante, frente o contra una acción de otro- tenga, en el campo de la semántica política, una correspondencia con regresión o movimiento inverso al crecimiento o desarrollo psíquico -vuelta a estadios anteriores que no se corresponden con la edad del sujeto-, provocado por un trauma externo. Cierto que ambos movimientos son defensivos, pero, al menos el primero, dudo mucho que pueda o deba calificarse como patológico. Y aún me atrevo a decir que lo patológico, aunque también lo normal, es no reaccionar.
Me apena no poder continuar ahora con este desarrollo -ni regresar al tema- sobre todo debido a causas menudas y prosaicas que me interesan mucho menos.
Pero creo que volveré a ello el lunes, porque he dejado demasiados cabos sueltos, y al menos alguno querría rematarlo, mal que bien.
Había quedado yo en aquella afirmación de fe, esperanza y voluntad progresista: más derechos y menos derecha -la derecha, la reacción, caracterizada así como freno o cercén de los derechos-
Quede apuntada de momento, una lista de urgencia -sin la pretensión de abrir nuevos vericuetos-:
"- derecho a decidir, ...
- derecho a ser consultado, ...
- ¡¡¡derecho a no nacer!!!
- derechos de los pueblos ...
- dereito a vivir en galego y todas sus variantes, ni más ni menos estúpidas
Ciertos -derechos "sociales" que suelen ser prestaciones que los políticos otorgan a su clientela a cargo de los demás, sin que éstos puedan eludir costearlas;
[to be continued]
¡Ojalá pudiera disfrutar más veces de esas tormentas que dices que provocas! Me siento muy honrado de que, con las infinitas ofertas que hay en internet, tengas la paciencia y la consideración de venir por aquí a hacerme un poco de compañía perdiendo parte de tu sé que muy valioso tiempo en darme palique.
ResponderEliminarSuele ocurrir que detrás de lo que parecen discrepancias en la opinión estén muchas veces simples diferencias en el significado que damos a las palabras. Desde luego, en el sentido que tú le das, estoy contigo en que no reaccionar ante lo que nos ocurre, por ejemplo, ante los “avances” que los progres estilo Zapatero han evacuado sobre nuestra sociedad dejándola como nos la han dejado, es indolencia y es una tragedia para este país; y efectivamente, no reaccionar es lo auténticamente patológico… ¡Qué te voy a contar!
Estamos en el mismo bando (en el mismísimo bando), y si hacemos que discrepamos es, todo lo más, para encontrar nuevos matices a nuestras ideas.
Por descontado, querido Javier, que estamos del mismo lado.
ResponderEliminar-0-
Querría cerrar, es un decir, esta cuestión, que me temo que hasta ahora no he hecho más que emborronar. Cerrarla de una menera que parezca ordenada.
Bueno, antes de nada recordaré cuál era la cuestión: tanto me he alejado en divagaciones:
Yo sostengo que los nacionalismos españoles son variantes progres, y de ninguna manera, más que vagamente en el pasado, se pueden entroncar con el pensamiento liberal-conservador, que es el otro polo del “progresismo”.
Antes de antes, un concepto de progre que va a misa –el concepto, no el progre-. Lo tomo de Juaristi, que a su vez lo toma de su amigo el Psiquiatra Iñaqui Viar, y cito de memoria, con probable inexactitud:
Progre es el que siempre está dispuesto a improvisar una coartada ética para justificar cualquier chapuza moral
Sí, ya sé que parece una definición encumbrada del sinvergüenza común o del caradura de toda la vida, pero, o tal vez por eso, a mí me es imposible no pensar inmediatamente en los nacionalistas, en los socialistas y en los nacionalsocialistas o socialnacionalista, que tanto monta.
¿por qué sostengo que los nacionalistas españoles son ‘progresistas’ y no reaccionarios?
Aún tengo que aclarar que por “nacionalistas españoles” entiendo esa especie hegemónica en la cabaña catalana y vasca, minoritaria en Galicia y con alguna representación importante en Canarias y algunos otros núcleos cuyo credo político se funda en el odio a su nación. Tal vez sería más propio decir nacionalistas antiespañoles, pues la nación española es el objeto de su odio –el nacionalista siempre necesita uno- al tiempo que constituye su adscripción legal, tanto en el derecho interno como en el internacional –sólo pueden viajar con pasaporte español, los pobres, y es ese odio, en parte a sí mismo, o a una parte de sí mismos, lo que explica algo de su desarreglo psíquico-
Sí, sostengo que son progresistas y no reaccionarios como yo –que reacciono contra lo que me daña, es decir, no tengo la iniciativa- por los siguientes motivos:
Tienen proyecto. Y subrayo: PRO-yecto.
ResponderEliminarSe dirá que eso es esencial a la vida política, pero no estoy de acuerdo. Los conservadores sabemos que por más vueltas que se le dé a la noria social, por regla general los acelerones son catastróficos. Todo lo que no sea dejar que la sociedad avance a su ritmo suele empeorar las cosas. No tenemos un proyecto de construir un hombre nuevo, como los nacionalistas o los socialistas, que han hegemonizado la educación para crear buenos socialistas y/o buenos socialistas. A lo sumo aspiramos a descontaminar la enseñanza de esas basuras parásitas, desgraciadamente con muy poco éxito. Algunos admitimos una cierta renovación del hombre: la que se produce al ritmo de los siglos, la que ha producido el cristianismo en Occidente, y, coincidiendo con el estoicismo ha unificado a la humanidad –en la mentalidad occidental- borrando las diferencias antes esenciales entre libres y esclavos –con la consecuencia de la abolición de la esclavitud, ... proceso que ha durado muchos siglos- y que ha conducido a principios como la igualdad ante la ley -... Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque ... 28 Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ... ... -. Admito que el mismo socialismo puede considerarse una secta extrema, y, por tanto, indeseable, del cristianismo, pero, en tanto ha erigido el odio de clase y sustituido la lucha contra uno mismo –por la perfección moral- por la lucha contra los demás –los capitalistas, los burgueses, los judíos, ... por el poder- una secta herética y terriblemente perniciosa.
En eso consiste también el progresismo: en una aceleración de la historia, en un forzar la máquina, incluso aliado con el maquinismo: la guillotina, el genocidio, las cámaras de gas para la eliminación masiva, la organización industrial, taylorista, del exterminio de aquellos a quienes se considera un estorbo para el progreso, ... esa aceleración de la historia que empieza en la mitificada Revolución francesa, cuyos agiógrafos reputan madre -putativa- de todos los derechos sin ver en ella el origen de tantas iniquidades, ... esa aceleración que cobra ritmo vertiginoso en el siglo de los mayores espantos de la humanidad, cuyas secuelas se prolongan en el presente, esa aceleración empujada por los progresismos de toda laya, y entre ellos, muy destacadamente, los nacionalismos.
Uno de los rasgos más distintivos de todo progresismo es el estatismo, es decir, el culto y la mayor gloria del estado como instrumento para realizar la propia utopía a despecho, de los infieles, lo que justifica su ocupación, pacífica o violenta –las citas de los máximos representantes del socialismo histórico español darían a esta digresión una extensión francamente intolerable. ¿Que actualmente no exhiben esa ambivalencia?: si ganan las elecciones, no; si las pierden, 15M, ‘rodeemos el Congreso’, huelgas generales revolucionarias, petición de referenda sobre la política económica, ... en suma, deslegitimación, por no hablar de las negociaciones con terroristas ¡hombre, otra coincidencia progresista-nacionalista! Y otros enjuagues extraparlamentarios-
En definitiva, ocupado el aparato del estado, a derecho o a tuerto, su empleo descarado para demoler las bases de la sociedad constituida y edificar otra de nueva planta; en el cado de los progre-socialistas ignorando la nación realmente existente; en el caso de los progre-nacionalistas construyendo la de sus ensueños. Pero, en esencia es lo mismo: estatolatría y empleo de todos los mecanismos del estado, sin excluir el medular de la coacción, al servicio del totalitarismo, de la homogeneización ‘étnica’ o ideológica o ambas.
Aún tenemos fresca la memoria de la apelación de Arturo Mas a “dotarse de instrumentos de estado para ... ” la construcción nacional.
No, estos nacionalismos nada tienen que ver con el carlismo, que desconfía del estado y proclama el principio de subsidiariedad. Son radicalmente distintos.
Pero, sean galgos o podencos, claro que estamos en el mismo lado, querido amigo.
Creo que no resultaría difícil encontrar un ámbito que nuestras respectivas reflexiones pudieran compartir: donde pones progresista, aceptaría yo poner “progre”, y entonces creo que nos entenderíamos perfectamente. El prototipo de “progre” sería para mí el correspondiente a una persona impulsiva, sin tolerancia a la frustración, que se cree injustamente tratado por el mundo y acumula un profundo rencor contra los que siente que le han arrebatado ese mundo (esa utopía) que él tiene diseñado en su mente. Se siente víctima de este sistema, y considera que todos los recursos que la sociedad emplea en organizarse y afirmarse son instrumentos al servicio de ese castigo que siente sufrir: la moral, la educación, la ley, las instituciones, la nación, incluso el estado, salvo cuando está en sus manos, que se convierte en esencialmente intervencionista al servicio de su idea; tú dices: para demoler las bases de la sociedad constituida. Como es evidente, no tiene en el fondo ningún respeto por esas formas de organización, y sólo se vinculará instrumentalmente a ellas. Pero en realidad aspira a verlas destruidas, o lo que es lo mismo: reconvertidas al servicio de su utopía. Todo progre auténtico guarda en su desván una guillotina (y esto, muchas veces, no es sólo una metáfora) para cuando llegue la revolución que espera. Y cuando desaparecen los controles sociales (por ejemplo, en la Segunda República, especialmente desde febrero del 36; o simplemente, como tú dices: cuando pierden las elecciones), irrumpe el ser rencoroso que antes estaba más o menos camuflado.
EliminarEl progre, en este sentido, es un más o menos declarado antisistema, y esto es lo decisivo; y ser nacionalista puede ser una de las maneras en las que se puede ser antisistema (es decir, proclamar el rencor contra el mundo que a uno le ha tocado vivir). Pero progresista, Sabino Arana la verdad es que no lo era.
En honor a la verdad, traigo aquí la noticia de un poderoso partidario de tu tesis. Poderoso intelectualmente, que es de lo que se trata: Félix Ovejero.- Izquierda y nacionalismo (entrevista en El viejo topo).
EliminarSe rebela, como viene haciendo desde hace años, por ejemplo en su libro 'contra Cromagnon' contra los hechos: que los nacionalistas y "la izquierda" realmente existente, llevan décadas de la mano, y su unión es estratégica y de largo alcance.
Su lectura es muy provechosa, aunque viva perfectamente orientado en un mundo de dos hemisferios, izquierda=bueno, derecha=malo (yo estoy en éste).
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Cierto: ni Sabino Arana ni Prat de la Riba eran progresistas, pero si hoy le preguntas a cualquiera del pnv, o aunque no se lo preguntes, qué queda del "pensamiento" de Sabín, te dirá "euscadi es la patria de los vascos" Nada más. A ese único dogma pretenden reducir su herencia. El odio es instrumental.
Habría más dudas sobre el patriarca ridículo del nacionalismo gallego, que fue breve ministro del gobierno de España, o de su desgobierno, la República, aliado del partido de Azaña. (Castelao no era una mala persona, un forúnculo de odio como Arana, o un pretencioso como de la Riba. Pero era nacionalista, lo que es tara moral suficiente.)
En cualquier caso, sus actuales herederos -bng y fragmentos- se proclaman inequívocamente progresistas. Durante el pasmoso imperio Zapatético, ese socavón de nuestra Historia, constituyeron "gobiernos de progreso" coaligados con los socialistas. El Pasmo de León quiso reeditar en las Vascongadas, con una Batasuna por él blanqueada, el tripartito catalán -con la Esquerra e ICV- o el bipartito gallego, con el bng. Y hoy en día, tanto la Esquerra como Batasuna -o sus marcas blanqueadas por nuestro increíble TC- son la vanguardia del nacionalismo, al mismo tiempo que segundas fuerzas en los territorios asolados por esa plaga moral y política, y condicionantes de los respectivos gobiernos. Y se proclaman la vanguardia del progresismo.
En la entrevista a Ovejero, y, en general, entre los intelectuales españoles de izquierda -acepto que es una redundancia: (Félix de Azúa, Savater, ...)-, hay un menosprecio por la derecha social, por la derecha política y por la derecha intelectual que se atreve a significarse.
Por ejemplo, el último artículo de Savater ...
Una superioridad moral que me aburre.
La idea subyacente parece que podría formularse de un modo tan burdo como el siguiente:
"Es imposible que los nacionalistas, tan malos ellos, sean de izquierda. Por fuerza tienen que ser de derecha. Eso es lo que cuadra a su maldad. Y los nacionalistas terroristas, de extrema derecha"
Según esto, la proclamación izquierdista de esos grupos sería otra de sus maldades: el engaño.
Por el contrario, yo creo que son lo que dicen que son.
Soy consciente del deslizamiento en que he incurrido; progresismo>izquierda, reacción>derecha.
Suele criticarse este maniqueísmo como algo superado, cosa del pasado, pero yo no conozco una taxonomía que clasifique mejor las formas en que los individuos se sitúan ante los hechos sociales.
Acepto que progresista≠progre.
Claro, pero ya sabes que yo no participo de ese prejuicio según el cual izquierda=progresismo. Todo lo contrario, creo que en esa equivalencia descansa un malentendido que ha tenido demasiada e inmerecida buena fortuna. Rousseau, Engels o Bakunin no eran progresistas: aspiraban a que la sociedad regresase al momento anterior a la instauración de la propiedad privada, al comunismo primitivo, es decir, a las estructuras sociales propias del paleolítico. Y desde nuestra extrema izquierda más conspicua, ETA, en tiempos de Felipe González llegó la declaración de que se acabaría su lucha armada "cuando las ovejas vuelvan a pastar en el Paseo de la Concha, de San Sebastián", y no era mera ironía: son un movimiento de restauración de estructuras rurales, herederos al fin del carlismo.
EliminarTampoco coincido con lo que dice mi conmilitón Fernando Savater de que la inmersión lingüística de los nacionalistas actuales tiene su precedente, aunque en sentido contrario, en Franco: las ikastolas no las instauró el PNV, sino Franco. Y como demuestra nuestro amigo Jesús Laínz en su último libro, "Desde Santurce a Bizancio" (Ed. Encuentro), las lenguas regionales tuvieron amplio desarrollo e incluso promoción en tiempos de Franco (pone de ello ejemplos pasmosos, como el de aquel director de La Vanguardia represaliado en los años sesenta por publicar una carta crítica con la preferencia del catalán en determinados contextos, creo recordar que en alguna misa). Jesús viene a considerar loable esa promoción de las lenguas regionales. Yo creo, por el contrario, que en aquello está la raíz de buena parte de nuestros males, en la misma proporción, por ejemplo, en que, desde entonces, las ikastolas han sido germen de separatismo, cuando no de separatismo directamente violento.