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jueves, 21 de septiembre de 2023

EXISTE SOCIEDAD SI EXISTEN LÍDERES

 

“En toda clase, en todo grupo que no padezca graves anomalías, existe siempre una masa vulgar y una minoría sobresaliente (…) Precisamente lo que acarrea la decadencia social es que las clases próceres han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa vulgar (…) La acción recíproca entre masa y minoría selecta es, a mi juicio, el hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución hacia el bien como hacia el mal (…) Al hallar otro hombre que es mejor, o que hace algo mejor que nosotros, si gozamos de una sensibilidad normal (…) percibimos como tal la ejemplaridad de aquel hombre y sentimos docilidad ante su ejemplo. He aquí el mecanismo elemental creador de toda sociedad: la ejemplaridad de unos pocos se articula en la docilidad de otros muchos. El resultado es que el ejemplo cunde y que los inferiores se perfeccionan en el sentido de los mejores. Esta capacidad de entusiasmarse con lo óptimo, de dejarse arrebatar por una perfección transeúnte de ser dócil a un arquetipo o forma ejemplar, es la función psíquica que el hombre añade al animal y que dota de progresividad a nuestra especie frente a la estabilidad relativa de los demás seres vivos (…) No fue, pues, la fuerza, ni la utilidad lo que juntó a los hombres en agrupaciones permanentes, sino el poder atractivo de que automáticamente goza sobre los individuos de nuestra especie el que en cada caso es más perfecto (…) De esta manera vendremos a definir la sociedad, en última instancia, como la unidad dinámica espiritual que forman un ejemplar y sus dóciles” (Ortega y Gasset(1)).



[1] Ortega y Gasset: “España invertebrada”, O. C. Tº 3, pp. 103-104.

sábado, 16 de septiembre de 2023

CÓMO SE ORIGINA EL DESORDEN


“En toda agrupación humana se produce espontáneamente una articulación de sus miembros según la diferente densidad vital que poseen. Esto se advierte ya en la forma más simple de sociedad: en la conversación. Cuando seis hombres se reúnen para conversar, la masa indiferenciada de interlocutores que al principio son queda poco después articulada en dos partes, una de las cuales dirige en la conversación a la otra, influye en ella, regala más que recibe. Cuando esto no acontece es que la parte inferior del grupo se resiste anómalamente a ser dirigida, influida por la porción superior, y entonces la conversación se hace imposible. Así, cuando en una nación la masa se niega a ser masa —esto es, a seguir a la minoría directora—, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica. Un caso extremo de esta invertebración histórica estamos ahora viviendo en España” (Ortega y Gasset[1]).



[1] Ortega y Gasset: “España invertebrada”, O. C. Tº 3, Madrid, Alianza, 1983, p. 93.


miércoles, 3 de noviembre de 2021

POR QUÉ LOS HOMBRES NO SOMOS IGUALES

 


   “(Hay un valor) que diferencia a los hombres en las dos clases más radicalmente distintas que pueden imaginarse. Me refiero a ese imperativo que algunos hombres sienten de ser mejor, se entiende, de ser siempre mejor de lo que ya son, de no vivir jamás en abandono y a la deriva de los usos en torno y de los propios hábitos, sino, por el contrario, exigirse a sí mismos y de sí mismos siempre más. Es, por excelencia, el imperativo de la nobleza del alma —noblesse oblige— y esto significa que poseer auténtica calidad de nobleza es sentirse a sí mismo no tanto como sujeto de derechos cuanto como una infinita obligación y exigencia de sí mismo ante sí mismo. Porque es indudable que no hay cosa —ni la más sencilla y cotidiana— que no se pueda hacer de dos maneras, una mejor y otra peor, y los que tienen esa vocación de propio mejoramiento, ante todo acto se hacen cuestión de cuál es su manera mejor. Seres de enérgica y lujosa vitalidad, no les basta con ser, sino que necesitan ser más, es decir, ser mejor, y entienden por vivir exigirse; imperativo de verdad caballeresco, porque quien a él va sometido es, a la vez, corcel y espuela. Y no importa la condición social en que el individuo se halla ni cuál sea su oficio u operación, porque en todas cabe el buen estilo frente al malo” (Ortega y Gasset[1]).


[1] Ortega y Gasset: “Introducción a Velázquez”, O. C. Tº 8, pp. 566-567.


viernes, 15 de octubre de 2021

EL HOMBRE-MASA: LA MAYOR AMENAZA A LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

 



   Al contrario de lo que ocurrió con Cronos, la civilización occidental ha criado un hijo que se demuestra capaz de devorarla: el hombre-masa, que se corresponde con el perfil del “niño mimado”, un tipo de hombre ingrato que cree que las ventajas inmensas que, en comparación con cualquier otra etapa que haya atravesado la humanidad, hoy goza esta en su conjunto, son un bien natural que no solo puede reclamar, a menudo abrupta o irresponsablemente, sino que puede añadir sin reparos cualquier capricho utópico a eso que ya hoy tiene. Dice Ortega que este tipo humano es el que hoy predomina, y que sus actuaciones pueden llegar a acabar con nuestra civilización.

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domingo, 26 de abril de 2020

El hombre-masa o la ostentación de la vulgaridad

     A la hora de caracterizar a los seres humanos, la principal línea divisoria es la que ayuda a clasificarlos en dos grandes clases de criaturas: “Las que se exigen mucho y acumulan sobre si mismas dificultades y deberes y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas”(1). O dicho de otra forma: la sociedad se divide en minorías excelentes y masas. En cierto sentido, parecería que todos somos masa en alguna faceta de la vida: la mayoría no sabemos, por ejemplo, cómo hacer que el agua de los ríos sea purificada, canalizada y conducida eficientemente hasta nuestros hogares, y, en ese aspecto, no aspiramos a mejorar, sino que nos aceptamos como somos. Los ingenieros del ramo serían los que habrían de asumir el papel de minoría excelente. Sin embargo, hay una característica que diferencia al hombre-masa del simple ignorante que asume sus insuficiencias, y es que aquel no acepta su inferioridad, sino que se cree capacitado para opinar sobre cualquier asunto y para que se acepte que esas opiniones suyas tengan la misma validez que la del experto o la del sabio. Y aún más: “Delante de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo —en bien o en mal— por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás. Imagínese un hombre humilde que al intentar valorarse por razones especiales —al preguntarse si tiene talento para esto o lo otro, si sobresale en algún orden—advierte que no posee ninguna calidad excelente. Este hombre se sentirá mediocre y vulgar, mal dotado; pero no se sentirá ‘masa’”(2).
     Lo peculiar de este fenómeno sociológico y psicológico es que, mientras que antes las mayorías aceptaban su papel subordinado, el hecho nuevo consiste en que hoy “la masa (…), sin dejar de serlo, suplanta a las minorías”(3). Así, por ejemplo, en política, las mayorías aceptaban antes el hecho de que, con todos sus defectos y lacras, había una minoría que entendía los problemas políticos un poco mejor que ellas. “Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café”(4). E incluso una gran parte de los políticos actuales han pasado a serlo partiendo de su originaria pertenencia a la masa, es decir, siendo gentes sin ninguna cualificación, pero sintiendo que eso no los inhabilita, porque entienden que todo el mundo tiene derecho a todo, sin más requisitos. Lo propio acontece –un ejemplo más– en el ámbito intelectual: no es ya que cualquiera pontifique sin pudor desde su ignorancia sobre lo que un escritor haya investigado y pensado concienzudamente antes de publicar un libro, sino que cualquiera se siente escritor capaz de publicar sus opiniones, considerando que su vulgaridad está a la misma altura que los trabajados pensamientos de un escritor egregio. O fijémonos también en el caso de quien siente que, por el hecho de existir, tiene derecho a una vivienda, “como todo el mundo”, y, si no dispone de ella, lo único que debe hacer es "okupar" alguna de las que estén a su alcance.
René Magritte: "Golconda"
     Esto que pasa podríamos definirlo como hiperdemocracia: según el dicho, nadie es más que nadie, que trasladado a este caso quiere decir que todas las opiniones, todos los derechos, están equiparados, pero por su rasero más bajo y sin las correlativas obligaciones. O también: “La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo corre riesgo de ser eliminado”(5). Ya no hay mejores y peores: hemos conseguido la igualdad… eliminando de la ecuación a los que osaban destacar.


[1] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 146.
[2] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 146.
[3] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 147.
[4] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 148.
[5] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 148.

jueves, 30 de enero de 2020

El hombre-masa y su pretendido derecho a mantener opiniones infundadas-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

     A lo largo de la historia, tanto en política como en literatura, en arte o en los demás órdenes de la vida pública, el vulgo no se ha preocupado de tener ideas sobre lo que son o deben ser las cosas. Aceptaba que pensar sobre ello, tener ideas creadoras al respecto, no era propiamente su cometido, y se limitaba a aportar o a retirar su adhesión a lo que el político, el pensador o el artista hacía o decía. Lo que a cambio de no tener ideas sí tenía era creencias, tradiciones, experiencias, proverbios, hábitos mentales. Hoy el hombre vulgar sigue sin tener ideas propiamente dichas, puesto que para acceder a ellas es preciso someterse a las reglas del pensamiento, las que a través de razonamientos permiten el acceso a la verdad, y no lo hace, pero, sin embargo, aun ausente de ideas, hoy se atreve a pontificar sobre los asuntos más diversas.
     Así se explica que hayan prosperado movimientos sociales y políticos que no aspiran a tener razón, pero sí a imponer sus opiniones: “Bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón sino, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón” (1). Añádase a aquellos movimientos que Ortega cita, cuando menos, también al nacionalismo, aunque es claro que hablamos de ejemplos concretos de una forma de ser global que trasciende tales singularidades. En todos estos casos, no se manejan, pues, propiamente ideas, sino apetitos o emociones revestidos de palabras. “Tener una idea es creer que se poseen las razones de ella, y es por tanto creer que existe una razón, un orbe de verdades inteligibles. Idear, opinar, es una misma cosa con apelar a tal instancia, supeditarse a ella, aceptar su código y su sentencia, creer, por tanto, que la forma superior de la convivencia es el diálogo en que se discuten las razones de nuestras ideas. Pero el hombre-masa se sentiría perdido si aceptase la discusión (…) Por eso, lo “nuevo” es en Europa “acabar con las discusiones”, y se detesta toda forma de convivencia que por sí misma implique acatamiento de normas objetivas desde la conversación hasta el Parlamento, pasando por la ciencia (…) Se suprimen todos los trámites normales y se va directamente a la imposición de lo que se desea” (2). Incluso la conversación se hace imposible, puesto que el hombre-masa no somete a discusión lo que opina; quien le contradice será tachado de hereje (de “facha”, sobre todo, en los nuevos tiempos) y se le impedirá poder razonar, puesto que ese es un factor ajeno a sus reglas de funcionamiento. Se inventará este hombre vulgar como interlocutor no al que realmente tiene ante sí, sino otro fantaseado a la medida de sus prejuicios y tópicos y, sin escucharle, hará uso de estos para combatirle en la discusión, desentendiéndose de los razonamientos.
     El hombre-masa actúa con la seguridad de quien no necesita nuevos esfuerzos que añadir para mejorar lo que opina. “El hombre-masa se siente perfecto” (3). No echa de menos nada fuera de sí y se instala definitivamente en el repertorio de sus pseudoideas. Por tanto, cuando parece dialogar, muestra que en realidad no escucha, no hay nada nuevo que pueda echar de menos y que eventualmente pudieran transmitirle las ideas del prójimo. “Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Este se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza” (4). Pero no necesariamente el hombre-masa es tonto. Al contrario, el hombre medio actual tiene más capacidad intelectual que el de ninguna otra época, ha adquirido muchos conocimientos parciales sobre cosas, pero ello no impide que esté anulada su capacidad para el razonamiento, que, incluso cuando está intelectualmente dotado, sustituye por prejuicios, tópicos, consignas y palabras huecas.
     He aquí, pues, lo característico del hombre-masa: prescindir de los razonamientos y, sin embargo, estar seguro de la validez de lo que, en sustitución de ellos, habita en su mente. Pero si en la comunicación y en la convivencia que supone se suprime el valor del razonamiento, si no hay diálogo posible, se pasa directamente desde la opinión a la acción. Y en tal caso, lo que procede, pues, es la imposición. Dicho escuetamente: a la razón le sustituye la violencia. “La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a ultima ratio. Ahora empezamos a ver esto con sobrada claridad, porque la “acción directa” consiste en invertir el orden y proclamar la violencia como prima ratio; en rigor, como única razón. Es ella la norma que propone la anulación de toda norma, que suprime todo intermedio entre nuestro propósito y su imposición. Es la Charta Magna de la barbarie” (5).
     Con esa acción directa no solo se prescinde del razonamiento, sino de todo trámite intermedio entre el apetito o la emoción y la acción. “En el trato social se suprime la “buena educación”. La literatura, como “acción directa”, se constituye en el insulto. Las relaciones sexuales reducen sus trámites. ¡Trámites, normas, cortesía, usos intermediarios, justicia, razón! ¿De qué vino inventar todo esto, crear tanta complicación? Todo ello se resume en la palabra “civilización” (…) Se trata con todo ello de hacer posible la ciudad, la comunidad, la convivencia” (6). En suma, que el hombre-masa no cuenta con los demás. Barbarie es tendencia a la disociación. “Todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramamiento humano, pululación de mínimos grupos separados y hostiles” (7). La masa, aun escindida en grupúsculos, no desea convivir con lo que no es ella. “Odia a muerte lo que no es ella” (8). Por eso resulta tan difícil hacer de una masa una comunidad, por ejemplo, una comunidad nacional.




[1] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 189.
[2] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 190.
[3] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 186.
[4] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 187.
[5] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 191.
[6] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 191.
[7] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 191.
[8] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 192.

viernes, 10 de enero de 2020

España, hoy por hoy, no tiene arreglo

     No hay nada que hacer. Las bases de votantes de eso que se conoce como “la izquierda progresista” es inamovible. ¿Que el presidente haya alcanzado el poder contradiciendo, al día siguiente de las elecciones, sus propias manifestaciones sobre con quién iba a pactar o sobre su pretendida voluntad de volver a llevar al Código Penal los referéndums ilegales? DA IGUAL. ¿Que su socio principal, Podemos, sea un partido comunista, cuya referencia más inmediata ha sido desde su origen la Venezuela hoy de Maduro, cuyo líder Pablo Iglesias dejó dicho que “la caída del muro de Berlín fue una mala noticia” (ver vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=2kZ_Mtgtznc ) y cuyo codirigente y ministro del nuevo gobierno, Alberto Garzón, se fotografíe con camisetas en las que se exhibe el logo de la República Democrática Alemana (ver foto)? DA IGUAL, aunque no exista ni un solo ejemplo de que las políticas de los partidos comunistas no hayan conducido a los pueblos por los que han pasado a la catástrofe social, política y económica ¿Que para gobernar Sánchez tenga que contar con el beneplácito del grupo heredero de ETA, a cuyo frente está una persona condenada por explosión en una gasolinera, robos a mano armada, asaltos, secuestros, apología del terrorismo, inducción a la violencia, pertenencia a ETA en grado de dirigente… más lo que no se sabe, y de nada de lo cual se ha arrepentido, sino todo lo contrario? DA IGUAL. ¿Qué se haya cedido en todas las exigencias de un partido golpista como ERC, cuyo dirigente máximo está en la cárcel por protagonizar un golpe de Estado y cuyos presupuestos incluyen, efectivamente, el deseo de destruir este Estado, el de los españoles, al cual odian? DA IGUAL.


     Lo que pase con España, el país en el que estos llamados “progresistas” viven, trabajan, desarrollan sus proyectos de vida… LES DA IGUAL (no hay ningún otro país del mundo en el que sus habitantes, excepto quizás los más primarios y bárbaros, no se sientan vinculados con la colectividad a la que pertenecen). Que en un tercio de España no se pueda estudiar en español, el idioma en el que hablan 572 millones de personas, y se esté obligado a hacerlo en idiomas regionales que inevitablemente están condenados a desaparecer a medio plazo… LES DA IGUAL. Que el país se deshilache en las mil maneras posibles de clamar imperativamente que “Mi pueblo existe” o “¿Qué hay de lo mío?”, LES DA IGUAL.
     Todo lo cual correlaciona y queda reforzado por un discurso elemental, aunque a la vista está que también efectivo, consistente en que al otro lado lo que hay es una derechona fascista, que por si fuera poco es fascista y apesta, además de que es fascista y franquista y, por si fuera poco, mataron a García Lorca. Y son fachas. No hace falta mantener ningún rigor, ningún conocimiento mínimamente sustentado, no hace falta escuchar lo que diga el “enemigo”, al que se repudia con histerismo en cuanto empieza a hablar (si es que se le deja empezar). Solo hace falta tener suficientemente lleno el depósito del rencor para que el discurso “progresista” venda todo lo que quiera vender. Desde luego, y por ejemplo: que son preferibles los comunistas, terroristas o golpistas a esa odiosa derechona constitucionalista. Y, por tanto, facha.

domingo, 15 de diciembre de 2019

La sociedad contra sí misma-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET


   Se nos ha hecho tan familiar la idea de que la sociedad esté políticamente organizada en partidos que luchan entre sí para alcanzar el poder que hemos llegado a pensar que esta es la forma natural de administrarse toda sociedad. Pero no siempre fue así. Sí que han existido, evidentemente, grupos combatientes en las sociedades que han tratado de conducirlas hacia uno u otro objetivo. La lucha decantaba cuál de los grupos se alzaba con la preeminencia y era el victorioso el que decidía el plan que iba a llevarse adelante. Pero tanto la victoria como la derrota conducían al mismo efecto: “Disuelven el grupo combatiente, y con él, el grupo contrincante. Suprimidos ambos, la lucha se desvanece también y la sociedad retorna a la convivencia pacífica y unitaria. A nadie se le ocurre perpetuar los grupos hostiles ni el temple mismo de hostilidad después de la victoria o la derrota”. La contienda permanente solo llegaba a acontecer entre sociedades diferentes.

Francisco de Goya: Duelo a garrotazos

     El siglo XIX fue matriz de muchas cosas encomiables, pero también de otras muchas decididamente desastrosas. Entre estas últimas, el triunfo de una interpretación de la vida social según la cual le es esencial el combate entre las partes de las que la sociedad se compone. Y así, aquellas agrupaciones coyunturales que en otro tiempo se disputaban la preeminencia de una política u otra, pasaron a constituirse en “partidos”, en el sentido moderno del término, agrupaciones permanentes de combate dentro de la misma sociedad. Hasta tal punto se acabó considerando el combate dentro de la sociedad como algo esencial a ella que los motivos de ese combate dejaron incluso de ser lo prioritario y esencial. Lo que importaba era la lucha partidista, y se entendía que los motivos, si parecían en algún momento no existir, ya llegarían. “Se quiere que la sociedad esté normalmente escindida en grupos, haya o no pretexto para ello. Cuando no lo hay, se inventa. Es preciso nutrir al partido refrescando su programa bélico. Se considera que la lucha es la forma esencial de la convivencia entre hombres”. Mientras que las luchas intestinas, sin duda frecuentes, se habían considerado hasta entonces una desdicha y, por tanto, un hecho anómalo y accidental, puesto que prevalecía el sentido unitario de la sociedad, pasan ahora, a partir del siglo XIX, a ser entendidas como algo consustancial a esta. “La sociedad será en su propia esencia lucha y nada más que lucha. Convivir es pelear—franca o artificiosamente”.

     Viniendo a confluir con este movimiento partidista que desbarataba la idea de comunidad como algo unitario, y quizá respondiendo a una misma raíz desmoralizadora, apareció, por las mismas fechas, otra idea complementaria, la de que no existe una verdad trascendente a cada individuo que merezca ser defendida, sino solo particulares intereses que se revisten de una epidermis argumentativa para ser así dignificados, pero de la que está ausente cualquier sustento objetivo. “Napoleón creó el vocablo para denominar ese pensar falso cuando llamó a sus enemigos, despectivamente, ideólogos. Desde entonces una ideología significó el conjunto de ideas inventadas por un grupo de hombres para ocultar bajo ellas sus intereses, disfrazando éstos con imágenes nobles y perfectos razonamientos”. Más tarde apareció Carlos Marx para dar una mayor sistematización a esta idea, conjuntándola con la de que a una sociedad le es esencial la división entre grupos combatientes. La sociedad está dividida en clases que luchan entre sí para defender cada una sus propios intereses, económicos en última instancia, frente a los de la contraria. Cada clase social tiene una forma de pensar que no se ha construido en aras a la búsqueda de la verdad –la cual hay que desechar por inexistente–, sino como superestructura ideológica con la que quedan camuflados aquellos intereses. El individuo, al pensar, al razonar, no está realizando un acto libre y motivado por la aspiración de comprender su mundo, solamente está reflejando sus intereses de clase. En suma, se concluye que “toda idea es partidista”. No existe, se dice, ninguna verdad objetiva, trascendente, que unos y otros podamos compartir, ni una idea de justicia que se eleve por encima del interés particular, todo el mundo va a lo suyo, individual o colectivamente, y lo demás es camuflaje (superestructura ideológica, según la terminología marxista).

      (Anticipémonos a posibles malentendidos y aclaremos que no se ha de deducir de todo esto un alegato en contra de la democracia representativa. Solo, más bien, en contra de la partitocracia).

     De forma paralela, la realidad, en cuanto que escenario en el que desarrollar la vida sentido como algo objetivo y asimismo compartido por el conjunto de los individuos, fue desapareciendo. De manera que “los psicólogos de entonces intentaban convencernos de que la percepción del mundo exterior consistía en una alucinación consuetudinaria”. Siguiendo esta estela, cada cual pasa a construirse su propio mundo y a alojar en él sus particulares gustos y valoraciones, dejando poco a poco de sentirse comprometido con lo que las instituciones colectivas representen.

     Aparece, pues, a la vista el destino final de este movimiento desmoralizador, en donde el individuo es plenamente soberano y la realidad una simple emanación de su subjetividad, hasta el punto en que hoy ya cada cual puede decidir, más allá de las (consideradas como inexistentes) verdades objetivas, incluidas las biológicas o las históricas, si, por ejemplo, es hombre o mujer, o si pertenece a una nación o puede inventarse otra alternativa más a su gusto o congruente con su emotividad, o si una Guerra de Sucesión puede caprichosamente pasar a ser Guerra de Secesión. Los que han llegado hasta el extremo –esos que Ortega llamará hombres-masa–, viven en Matrix, dentro de una ensoñación en la que nada de ellos está puesto al servicio de algo que les trascienda, de algo a lo que incluso supeditar su personal interés o su particular apetencia. Nuestra circunstancia se diluye y, a falta de la resistencia que ella intrínsecamente supone, nuestro yo –es decir, la contrapartida de esa circunstancia, el esfuerzo que supone la realización de nuestro proyecto de vida frente a esa resistencia– pierde autenticidad, trata de sobrevolar por encima de su destino y, concluye Ortega, se convierte en receptáculo de toda perversión.

     Juntemos esta dinámica desmoralizadora con los aciagos sesgos que proceden del carácter español, que, en resumen, para Ortega se derivan de nuestra acusada propensión a dejarnos llevar por los estímulos inmediatos. Esa capacidad para ser hoy de una manera, principios incluidos, y mañana de otra sería, según Ortega, una destacada peculiaridad del carácter español. Vale decir también, una acusada expresión de aquella propensión generada por la posmodernidad según la cual, como la verdad no existe y la realidad es lo que cada individuo interprete que es, en suma, como no existen instancias creíbles por encima de los individuos, lo que procede es retirarse cada cual hacia la defensa de sus más particulares e inmediatos intereses. Y el resultado  final es, inevitablemente, el deterioro de las instituciones y de la ley, que representan los modos estables de ser, aquellos que debieran suscitar el compromiso en su defensa por parte de los individuos, si estos tuvieran clara conciencia de la colectividad a la que pertenecen.