El pensamiento es una facultad humana que, frente a las
variaciones permanentes del entorno, nos permite conducir nuestra mente sin distracción
hacia un objetivo. Es, dice Ortega, “el proceso mental ordenado y conforme a
plan en que perseguimos deliberadamente un problema y evitamos las meras
asociaciones”(1).
Lleva a cabo su función ordenando una línea de procesos mentales que consisten
en analizar, comparar, atribuir, inferir, deducir, abstraer, clasificar… todos
ellos conducidos hacia la comprensión de algo o la resolución de un problema.
Por el contrario, las meras asociaciones a que Ortega se refiere romperían la
cadena que hace que todas esas operaciones se integren en un proceso
acumulativo y orientado hacia un fin. “En la asociación va el alma a la deriva,
inerte y deslizante, como abandonada al alisio casual de la psique”(2).
En el extremo, esa distracción en que consiste tal asociación acaba en la fuga
de ideas, que puede ser uno de los síntomas de la enfermedad mental grave,
cuando ya no hay objetivos estables para el pensamiento, sino que este se
desarticula yendo detrás de cada nuevo estímulo.
Nuestro sistema sensorial, al contrario que el intelectivo y
en sintonía con la asociación de ideas, nos centrifuga y dispersa, en la medida
en que en que está preparado para responder a las múltiples y sucesivas
impresiones que recibimos del entorno. Si le encargáramos a nuestro sistema sensorial
componer un poema sin la ayuda del intelecto, lo haría rompiendo la secuencia
entre las palabras que colaboran para construir un pensamiento. Si fuera una
pintura, los objetos en ella representados se diluirían para dejar que
prevalecieran las impresiones sensoriales. Y si fuera una composición musical,
la ruptura que supondría afectaría a la melodía, que dejaría de ser algo
continuado, armonioso y coherente.
Stéphane Mallarmé (1842-1898), el más destacado componente
del movimiento simbolista, fue un poeta empeñado en componer sus creaciones con
su sistema sensorial, alejándose todo lo posible de lo que pudiera permitir la
comprensión intelectiva de las mismas. Decía: “No escribimos los poemas con
ideas, sino con palabras”. Es decir, que trataba de que el registro
encerrado en las palabras se alejara de su valor conceptual, el que permite
entender lo que se dice, y se concentrara en su valor emocional. Para realizar
un poema a partir de esas premisas, hay que romper todo orden, toda secuencia
intelectiva, todo plan oratorio. Las palabras dejan de estar conectadas entre
sí, en el sentido de que no tratan de transmitir ideas, sino sensaciones. Estos
que siguen son los primeros versos de su poema más famoso, "L'après-midi d'un faune" o "La siesta de un fauno", y nos servirán de ejemplo:
“Estas ninfas quisiera perpetuar.
Que palpite
su granate ligero, y en el aire dormite
en sopor apretado.
¿Quizás un sueño
amaba?
Mi duda, en oprimida noche remota, acaba
en más de una sutil rama que bien sería
los bosques mismos, al probar que me ofrecía
como
triunfo la falta ideal de las rosas”
Podríamos decir que el simbolismo nace de una antipatía
hacia los significados, que disuelve en meras palabras, de forma semejante a
como Ortega decía que “el impresionismo nacido de una antipatía
hacia las cosas atomiza las formas en puros reflejos: de una jarra, de una faz,
de un edificio, pintará sólo la masa cromática amorfa. Y es que no por
casualidad ambos movimientos, el impresionista y el simbolista, son coetáneos y
está amparados por el mismo espíritu de los tiempos. El impresionismo disuelve
los objetos en puras sensaciones, y viene a confluir así con las pretensiones
del simbolismo.
Joan Miró, Paisaje catalán (El cazador) 1923-24 |
El músico Claude Debussy (1862-1918) compuso su obra más
famosa, “Preludio a la siesta de un
fauno”, influido por el poema de Mallarmé. Su música ha sido considerada
también como “impresionista”, a pesar de que él se rebelaba contra esa
adscripción. De una manera asimilable a lo que sostenían simbolistas e
impresionistas, decía Debussy: “No hay teoría. Sólo tienes que escuchar.
¡El placer es la ley!”[3].
La melodía pierde consistencia en las composiciones de Debussy de la misma
forma que el significado lo hace en los poemas de Mallarmé o los objetos en las
representaciones del impresionismo. El espíritu de la época estaba
divorciándose del sentido para poner en su lugar el sentimiento. Deja de ser
preciso entender y lo que vale es lo que sientes. No hay nada que justificar o
someter a valoración, simplemente hay que dejarse llevar por las impresiones.
Se trata de esconder las cosas y sus significados, lo que equivale a evitar la
realidad reduciéndola a asociación de sensaciones.
Concluye Ortega su artículo sobre Mallarmé con esta
reflexión: “Mallarmé fue un fracasado, un pájaro sin alas, un poeta genial sin
dotes ningunas de poeta, escaso, torpe, balbuciente... ¿La poesía?... Hace
tiempo estoy convencido de que la poesía se ha agotado... Cuanto hoy se hace es
mero hipo de arte agónico... De pronto se abre en mí un vacío mental: no hallo
nada dentro de mí; ninguna idea, ninguna imagen..., salvo esta percepción de
vacío espiritual... Pasan entonces a primer término las sensaciones
intracorporales y externas: el latido de la sangre en las venas, el zapato de
Moreno Villa(4) que
está sentado a mi vera y el tronco arrugado de una sófora(5)
japonesa que se alza enfrente de mí...”(6).
Estaba hablando de sus propias percepciones durante el acto público en memoria
de Mallarmé que sirvió de detonante para su artículo. Pero, como de costumbre,
hay en Ortega, a mayor profundidad, una segunda intención, esta vez, la de
convertir sus sensaciones en metáfora de lo que estaba queriendo decir.
[1] O y G:
“Mallarmé”, O. C. Tº 4, p. 481.
[2] O y G:
“Mallarmé”, O. C. Tº 4, p. 481.
[3] Cita
recogida del artículo que la Wikipedia dedica a este autor
[4] Uno de
los asistentes a la conmemoración del XXV aniversario de la muerte de Stephan
Mallarmé, a propósito de la cual escribe Ortega su artículo.
[5] Una
especie de árbol.
[6] O y G:
“Mallarmé”, O. C. Tº 4, p. 484.
No hay comentarios:
Publicar un comentario