“Cuando no hay alegría, el alma se
retira a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil (…) Y todas las
cosas nos parece que hacen camino rendidas bajo el fardo de su destino (…) Ni
el árbol trémulo, ni la sierra que incorpora vacilante su pesadumbre, ni el
viejo monumento que perpetúa en vano su exigencia de ser admirado, ni el
hombre, que, ande por donde ande, lleva siempre el semblante de estar subiendo
una cuesta —nada, nadie manifiesta mayor vitalidad que la estrictamente
necesaria para alimentar su dolor y sostener en pie su desesperación. Y,
además, cuando no hay alegría, (…) percibimos con extraña evidencia la línea
negra que limita cada ser y lo encierra dentro de sí, sin ventanas hacia fuera”
(Ortega y Gasset[1]).
●●●●●●●●
“La naturaleza ha dotado a cada
animal de un programa de actos que, sin más, se pueden ejecutar
satisfactoriamente. Por eso (…) normalmente los animales
son felices. Nuestro sino es opuesto. Los hombres andan siempre melancólicos,
maniáticos y frenéticos, maltraídos por todos estos morbos que Hipócrates llamó
divinos. Y la razón de ello está en que los quehaceres humanos son
irrealizables. El destino —el privilegio y el honor— del hombre es no lograr
nunca lo que se propone y ser pura pretensión, viviente utopía. Parte siempre
hacia el fracaso, y antes de entrar en la pelea lleva ya herida la sien.” (Ortega y Gasset(2)).
No hay comentarios:
Publicar un comentario