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miércoles, 10 de abril de 2024

ADAPTACIÓN O DESASOSIEGO

Para alcanzar estabilidad y equilibrio es preciso acostumbrarse a lo que hay, adaptarse al medio. Pero con eso sólo satisfacemos a una parte de lo que somos. La otra aspira al descubrimiento de cosas nuevas y a indagar en lo que tienen de sorprendente las cosas que creíamos habituales. Quien opta por dar preferencia a esta última parte ha de pagar el tributo de un mayor o menor desasosiego, y a menudo, de soledad y marginación por parte del hombre medio, que prefiere aferrarse a lo conocido.

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El recurso del hombre medio es el mismo que ya utilizaba el hombre arcaico, del que dice Mircea Eliade: “Lo que (el hombre arcaico) hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestos inaugurados por otros”[1].

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“En la nueva biología (…) ya no aparece la vida como una lucha triste por no morir, como una mera reacción al medio, como una adaptación, sino al contrario: vivir es producción, creación de multiplicidad organizada, aumento, expansión, dominio. El equilibrio es la negación de la vida. El principio de conservación es secundario y adjetivo. El principio que late en el plasma es crecimiento y tendencia a imperio sobre el medio” (Ortega y Gasset[2])



[1] Mircea Eliade: “El mito del eterno retorno”, Madrid, Alianza, 1979, p. 15.

[2] Ortega y Gasset: “El genio de la guerra y la guerra alemana”, en “El Espectador”, Vol. II, O. C. Tº 2, p. 199.

viernes, 9 de febrero de 2024

EN QUÉ SE DIFERENCIAN UN HOMBRE Y UN ORANGUTÁN

“La única diferencia radical entre la historia humana y la «historia natural» es que aquélla no puede nunca comenzar de nuevo. Kohler y otros han mostrado cómo el chimpancé y el orangután no se diferencian del hombre por lo que hablando rigorosamente llamamos inteligencia, sino porque tienen mucha menos memoria que nosotros. Las pobres bestias se encuentran cada mañana con que han olvidado casi todo lo que han vivido el día anterior, y su intelecto tiene que trabajar sobre un mínimo material de experiencias (…) Por eso Nietzsche define al hombre superior como el ser «de la más larga memoria». Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar de nuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangután” (Ortega y Gasset[1]).



[1] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 136.

miércoles, 24 de enero de 2024

SOMOS LO QUE SEREMOS SIN OLVIDAR LO QUE FUIMOS

“Quiérase o no, la vida humana es constante ocupación con algo futuro. Desde el instante actual nos ocupamos del que sobreviene. Por eso vivir es siempre, siempre, sin pausa ni descanso, hacer. ¿Por qué no se ha reparado en que hacer, todo hacer, significa realizar un futuro? Inclusive cuando nos entregamos a recordar. Hacemos memoria en este segundo para lograr algo en el inmediato, aunque no sea más que el placer de revivir el pasado. Este modesto placer solitario se nos presentó hace un momento como un futuro deseable; por eso lo hacemos. Conste, pues: nada tiene sentido para el hombre sino en función del porvenir” (Ortega y Gasset[1]).

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Influidos por una psicología ya anticuada, queremos cegarnos ante el hecho palmario de que, en la realidad psíquica, el pasado no muere, sino que persiste, formando parte de nuestro hoy. Y no sólo perduran aquellos breves trozos de nuestro personal pretérito que recordamos, sino que todo él, íntegramente, colabora en nuestro ser actual, como en el fin de una melodía actúa su comienzo, inyectándolo de sentido peculiar” (Ortega y Gasset(2)).



[1]   Ortega y Gasset: "La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, pp. 265-266.

[2] Ortega y Gasset: “El Quijote en la escuela”, en “El Espectador”, Vol. 3, O. C. Tº 2, p. 300.

miércoles, 12 de abril de 2023

NO SOMOS COSAS, SINO REALIDADES EN TRÁNSITO

 

“La realidad radical que habíamos encontrado, para en ella hacer pie firme, es la vida humana, la de cada cual. Y dijimos primero de ella lo más abstracto, lo menos remoto de la terminología tradicional, a saber: que era la coexistencia del yo con las llamadas cosas, el mutuo existirse del hombre y del mundo. Luego, lo que hemos hecho ha sido precisar un poco la comprensión de esa realidad, diciendo que ese coexistir o mutuo existirse, ese recíproco serse del hombre y el mundo, no es una cosa, sino que es acontecimiento, en un sentido tan radical que no podemos aceptar, formando parte de esa realidad que es la vida, nada yacente, quieto, y que tenga un ser estadizo. Yo no soy una cosa (…) Yo no soy mi cuerpo, yo no soy mi alma(Ortega y Gasset(1)).

Y es así porque “cuerpo” y “alma” son realidades estables, configuradas, como lo sería el “río” que, sin embargo, ya advierte Heráclito que no es posible bañarse dos veces en el mismo. También el “cuerpo” y el “alma” fluyen.



[1] Ortega y Gasset: “Sobre la razón histórica”, O. C. Tº 12, Madrid, Alianza, 1983, pp. 205-206.

martes, 14 de febrero de 2023

VIVIR SIGNIFICA ACTUAR, NO MERAMENTE REACCIONAR

 


“Darwin cree haber conseguido aprisionar lo vital –nuestra última esperanza– dentro de la necesidad física. La vida desciende a no más que materia. La fisiología a mecánica (…) Ya no es (el organismo) quien se mueve sino el medio en él. Nuestras acciones no pasan de reacciones” (Ortega y Gasset[1]).

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“Andamos en peligro de que esa invasión de lo externo nos desaloje de nosotros mismos, vacíe nuestra intimidad, y exentos de ella quedemos transformados en postigos de camino real por donde va y viene el tropel de las cosas” (Ortega y Gasset[2]).

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“La reacción vital es un efecto constantemente desproporcionado a su causa; por tanto, no es un efecto” (Ortega y Gasset[3]).



[1] Ortega y Gasset: “Meditaciones del Quijote”, O. C., Tº 1º, pág. 400.

[2] Ortega y Gasset: “Meditaciones del Quijote”, O. C., Tº 1, pág. 349.

[3] Ortega y Gasset: “Una interpretación de la historia universal”, O. C., Tº 9, pág. 204.


sábado, 15 de octubre de 2022

SOMOS LO QUE SOMOS PORQUE HEMOS SIDO LO QUE HEMOS SIDO… a pesar de que el hombre moderno y posmoderno quieren olvidarlo

 

Salvador Dalí-"La persistencia de la memoria"

 Ni lo moderno es la continuidad del pasado en el presente ni el hoy es el hijo del ayer: son su ruptura, su negación (…) (A los modernos) no nos rige el principio de identidad (…) sino la alteridad y la contradicción” (Octavio Paz[1]).

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“La ‘edad del progreso’ ha destruido la cultura espiritual con su crítica nihilista (…) La esencia de la cultura es la continuidad y conservación del pasado; anhelar la novedad sólo produce anticultura y acaba en barbarismo” (Carl Gustav Jung[2]).

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“El hombre moderno vive asomado al mañana para ver llegar la novedad” (Ortega y Gasset[3]).

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 “El hombre actual no se hace eficazmente cargo de que casi todo lo que hoy poseemos para afrontar con alguna holgura la existencia lo debemos al pasado y que, por tanto, necesitamos andar con mucha atención, delicadeza y perspicacia en nuestro trato con él —sobre todo, que es preciso tenerlo muy en cuenta porque, en rigor, está presente en lo que nos legó. Olvidar el pasado, volverle la espalda, produce el efecto a que hoy asistimos: la rebarbarización del hombre” (Ortega y Gasset[4]).



[2] Carl Gustav Jung: “Civilización en transición”, Obra Completa, vol. 10, Madrid, Trotta, 2001, p. XXXV.

[3] Ortega y Gasset: “Descreimiento, asfixia y rebelión”, Obras Completas, Tomo 5, p. 505.

[4] Ortega y Gasset: “Ideas y creencias”-O. C. Tº 5, p. 398.


lunes, 13 de junio de 2022

LO ÚTIL ES UN SUBCONJUNTO DE LO INÚTIL Y LA ADAPTACIÓN ES UN FENÓMENO SOBREVENIDO, QUE VIENE A ACOTAR Y LIMITAR LA ACCIÓN VITAL ESPONTÁNEA Y CREADORA

 


      “En el siglo XIX, que era de suyo y en todo propenso al utilitarismo, se fraguó una interpretación utilitaria del fenómeno vital que ha llegado hasta nosotros y puede aún considerarse como el tópico vigente. Según ella, la actividad primaria de la vida consistiría en responder a exigencias ineludibles, en satisfacer necesidades imperiosas. Todas las manifestaciones vitales serían ejemplos de esa actividad —lo mismo las formas del animal que sus movimientos, lo mismo el espíritu del hombre que sus obras y acciones históricas. Una ceguera congénita hizo que los hombres de esa época tuvieran sólo ojos para los hechos que parecían, en efecto, presentar la vida como un fenómeno de utilidad y adaptación. Pero tanto la nueva biología como las recientes investigaciones históricas invalidan el usado mito y proponen una idea distinta de la vida, en que ésta nos aparece con más grácil gesto. Según ella, todos los actos utilitarios y adaptativos, todo lo que es reacción a premiosas necesidades, son vida secundaria (…) Así, pues, podemos distribuir los fenómenos orgánicos —animales y humanos— en dos grandes formas de actividad: una actividad originaria, creadora, vital por excelencia —que es espontánea y desinteresada; otra actividad en que se aprovecha y mecaniza aquella y que es de carácter utilitario. La utilidad no crea, no inventa, simplemente aprovecha y estabiliza lo que sin ella fue creado” (Ortega y Gasset[1]).



[1] Ortega y Gasset: “El origen deportivo del Estado”, en “El Espectador”, Vol. VII, Obras Completas, Tº 2, pp. 608-609.


viernes, 7 de enero de 2022

Cómo y para qué se inventó el porvenir

 


      El hombre es el único ser que sabe que existe el futuro. Tuvimos que inventarlo porque el presente nos resultaba insuficiente; un déficit de adaptación por tanto. Cioran explicaba metafóricamente el significado de esta deficiencia cuando decía que “La primavera, como cualquier comienzo, es una deficiencia de eternidad”[1] .

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     “La materia de que está hecho el porvenir es la inseguridad. Esa posibilidad necesaria y, a la vez, insegura es nuestro yo. Este, pues, lo primero que hace, antes de darse cuenta del presente en que está, es estirarse hacia el futuro, se futuriza, y desde allí se vuelve al presente, a las circunstancias en que ya nos hallamos, y entonces las advierte al oprimir contra ellas el peculiar perfil de exigencias innumerables que lo constituyen. Las circunstancias responden favorable o adversamente, es decir, facilitan o dificultan la realización —la conversión en un presente— de ese yo futurizante que por anticipado somos ya. Cuando nuestro yo consigue en buena parte encajarse en la circunstancia, cuando ésta coincide con él, sentimos un bienestar que está más allá de todos los placeres particulares, una delicia tan íntegra, tan amplia que no tiene figura y que es lo que denominamos felicidad. Viceversa, cuando nuestro contorno —cuerpo, alma, clima, sociedad— rechaza la pretensión de ser que es nuestro yo y le opone por muchos lados esquinas que impiden su encaje, sentimos una desazón no menos amplia, no menos íntegra, como que consiste en la advertencia de que no logramos ser el que inexorablemente somos. Este estado es lo que llamamos infelicidad” (Ortega y Gasset[2]).



[1] Emil M. Cioran: “El ocaso del pensamiento” Barcelona, Tusquets, 2000, pág. 81

[2] Ortega y Gasset: “Goya”, O. C. Tº 7, p. 552.

domingo, 26 de diciembre de 2021

LA VIDA CONSISTE EN LA LUCHA POR SUPERAR NUESTRA INSIGNIFICANCIA DE PARTIDA

 


  “¿Sois feos? ¡Bien, hermanos míos! ¡Envolveos en lo sublime, que es el manto de lo feo!” (Friedrich Nietzsche[1]).

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      «Mi camino de terrores me ha llevado al más feliz logro» (Goethe en el “Fausto”[2]).

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      “Todos estamos anhelando alcanzar un objetivo en el futuro mediante cuyos logros nos sentiremos fuertes, superiores y completos (…) Como quiera que se la llame, siempre encontraremos en los seres humanos esta gran línea de actividad: la lucha por ascender de una posición inferior a una posición superior, de la derrota a la victoria, del abajo al arriba. Comienza en nuestra primera niñez; continúa hasta el final de nuestra vida” (Alfred Adler[3]).

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     “Algunos grupos de escritores europeos (los existencialistas) (…) pretenden hoy retrotraer al hombre a la nada y dejarlo en ella instalado (…) No es la manera de combatir y superar ese nihilismo (…), apartar utópica e ingenuamente la mirada de las limitaciones y negatividades humanas. A mi juicio, hay que proceder inversamente: (…) en vez de ocultar las negatividades actuales y sobre todo las que son de todos los tiempos por ser constitutivas del hombre —lo cual sería aceptar el método del avestruz—, pienso que debemos ponerlas de manifiesto, acusarlas, definirlas enérgicamente, porque si hacemos esto veremos que al hacerlo las negatividades se nos convierten en positividades. Esto es lo que ha hecho siempre el hombre (…) Y aquí tienen ustedes la gran tarea goethiana en que, a mi juicio, comienza a entrar Europa: la construcción de una civilización que parta expresa y formalmente de las negatividades humanas, de sus inexorables limitaciones y en ellas se apoye para existir con plenitud” (Ortega y Gasset[4]).



[1] Friedrich Nietzsche: “Así habló Zaratustra”, Madrid, Alianza, 1981, pág. 80.

[2] Citado por Ortega y Gasset en “Sobre un Goethe bicentenario”, O. C. Tº 9, p. 566.

 

[3] Alfred Adler: “El sentido de la vida”, Madrid, Espasa Calpe, 1975, p.160.

[4] Ortega y Gasset en “Sobre un Goethe bicentenario”, O. C. Tº 9, pp. 566 a 568.


viernes, 22 de octubre de 2021

POR QUÉ, PASE LO QUE PASE, SIEMPRE CONCLUIMOS QUE HAY QUE SEGUIR ADELANTE

 

                                           “Horizontes”- Francisco Antonio Cano


    “Todas las experiencias sufridas, todos los desencantos, todas las angustias que ha padecido desde hace un millón de años, no han sido capaces de impedir que el hombre en primer movimiento sea optimista. El sencillo fenómeno tiene una trascendencia que no es fácil exagerar. Porque hay sobradas razones para que el hombre no sea optimista y no hay ninguna para que de suyo, inicialmente y en su más pura espontaneidad, resulte que lo es” (Ortega y Gasset[1]).

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   Ortega habla de “sensibilidad para el más allá”, la cual supone dos cosas: “una, fe en la vida al esperar que la porción ignorada de ella es mayor y mejor que la ya sabida; otra, fuerza creciente en la persona, porque el horizonte no se amplía nunca o casi nunca por sí mismo, sino que lo ensanchamos empujándolo con los codos de nuestra alma, que para ello necesita dilatarse, rebosar hoy su volumen de ayer”[2].

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    “Todas las creencias y también las ideas, que se refieren al orden del mundo, la figura de la realidad, están sostenidas por la esperanza” (María Zambrano[3]).

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“Creo, ¡dame, Señor, en qué creer!” (Miguel de Unamuno[4]).



[1] Ortega y Gasset: “Goya”, O. C. Tº 7, pp. 512-513..

[2] Ortega y Gasset: “El Espectador”, Vol. VIII, O. C. Tº 2,  pág. 741

[3] María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, Madrid, Alianza, 1987, p. 95.

[4] Miguel de Unamuno: “Del sentimiento trágico de la vida”, Madrid, Espasa Calpe, p. 152.


domingo, 1 de agosto de 2021

POR QUÉ CIENCIA + RELIGIÓN = OCCIDENTE ≠ ORIENTE

 


   El descubrimiento del cero vendría a ser, quizás, el punto de inflexión más importante a la hora de situar esa diferencia entre Oriente y Occidente. Para Oriente, la vida es una carga; Buda la identifica con el sufrimiento. El infinito, visto desde este punto de vista, es un horror, viene a anunciar el samsara, la rueda de las reencarnaciones (¡qué pesadez!, dicen por allí), de la que hay que liberarse, para llegar al moksha. Lo bueno, pues es regresar a la nada, al vacío original… al punto cero de la existencia. Y van los hindúes y los árabes e inventan, consecuentemente, el cero, posiblemente su mejor invento.

   Los grecorromanos, por el contrario, sufrían de “horror vacui”, así que definían el espacio por los objetos que lo pueblan. Los cristianos vinieron a completar la idea: todo fue creado por Dios de la Nada. La Nada no va a ser un punto de llegada, como para los orientales, sino un punto de partida hacia el Todo, hacia el infinito. El greco-romano-cristiano (es decir, Occidente) no va a querer liberarse de la vida, sino que va a aspirar a la vida eterna. El occidental entenderá el cero, el vacío, no como algo en lo que instalarse, sino como algo que hay que llenar. Así lo ratifica María Zambrano, que dice: El hombre podría definirse –una de tantas posibles definiciones– como el ser que alberga dentro de sí un vacío (…) un vacío que ha de llenarse”[1].

   Fue en el Renacimiento cuando estas dos maneras de mirar, Oriente y Occidente, se escindieron definitivamente. Giordano Bruno aún pagó en la hoguera su sesgo hacia el infinito, es decir, hacia la lejanía, que es lo que por entonces empezó a interesar. La lejanía en términos temporales es el futuro; y es lo que había que llenar. Sobre esa base apareció la idea de progreso, que junto al método científico de Galileo sentaron las bases de la Revolución científica, después la Revolución técnica, el evolucionismo… y llegamos hasta lo que hoy es Occidente.



[1] María Zambrano: “Persona y democracia”, Madrid, Siruela, 1996, p. 82.


domingo, 27 de junio de 2021

LO MEJOR DEL HOMBRE ES LO QUE ESTÁ SIEMPRE EN MAYOR PELIGRO

 

"El curso del Imperio. Destrucción"-Thomas Cole

   “Siempre el hambre y sed de comer y beber será psicológicamente más fuerte, tendrá más energía bruta psíquica que el hambre y sed de justicia. Cuanto más elevada es una actividad en un organismo es menos vigorosa, menos estable y eficiente. Las funciones vegetativas fallan menos que las sensitivas, y éstas, menos que las voluntarias y reflexivas. Como dicen los biólogos, las funciones últimamente adquiridas, que son las más complejas y superiores, son las que primero y más fácilmente son perdidas por una especie. En otros términos: lo que vale más es lo que está siempre en mayor peligro. En un caso de conflicto, de depresión, de apasionamiento siempre estamos prontos a dejar de ser inteligentes. Diríase que llevamos la inteligencia prendida con un alfiler. O dicho de otra forma: el más inteligente lo es... a ratos. Y lo mismo podríamos decir del sentido moral y del gusto estético. Siempre en el hombre, por su esencia misma, lo superior es menos eficaz que lo inferior, menos firme, menos impositivo” [Ortega y Gasset-1].

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   “No hay adquisición humana que sea firme. Aun lo que nos parezca más logrado y consolidado puede desaparecer en pocas generaciones. Eso que llamamos «civilización» —todas esas comodidades físicas y morales, todos esos descansos, todos esos cobijos, todas esas virtudes y disciplinas habitualizadas ya, con que solemos contar y que en efecto constituyen un repertorio o sistema de seguridades que el hombre se fabricó como una balsa, en el naufragio inicial que es siempre el vivir—, todas esas seguridades son seguridades inseguras que en un dos por tres, al menor descuido, escapan de entre las manos de los hombres y se desvanecen como fantasmas. La historia nos cuenta de innumerables retrocesos, de decadencias y degeneraciones. Pero no está dicho que no sean posibles retrocesos mucho más radicales que todos los conocidos, incluso el más radical de todos: la total volatilización del hombre como hombre y su taciturno reingreso en la escala animal, en la plena y definitiva alteración. La suerte de la cultura, el destino del hombre, depende de que en el fondo de nuestro ser mantengamos siempre vivaz esta dramática conciencia y, como un contrapunto murmurante en nuestras entrañas, sintamos bien que sólo nos es segura la inseguridad” [Ortega y Gasset-2].



[1] Ortega y Gasset: “¿Qué es filosofía?”, O. C. Tº 7, p. 346.

[2] Ortega y Gasset: “El hombre y la gente”, O. C. Tº 7, p. 90.

miércoles, 24 de marzo de 2021

LA RUINA, LO PROVISIONAL: PRELIMINARES DE UN TIEMPO QUE VA A NACER

     “No se sabe hacia qué centro de gravitación van a ponderar en un próximo porvenir las cosas humanas, y por ello la vida del mundo se entrega a una escandalosa provisoriedad. Todo, todo lo que hoy se hace en lo público y en lo privado —hasta en lo íntimo—, sin más excepción que algunas partes de algunas ciencias, es provisional. Acertará quien no se fíe de cuanto hoy se pregona, se ostenta, se ensaya y se encomia (…) Todo, desde la manía del deporte físico (la manía, no el deporte mismo) hasta la violencia en política; desde el «arte nuevo» hasta los baños de sol en las ridículas playas a la moda. Nada de eso tiene raíces, porque todo ello es pura invención, en el mal sentido de la palabra, que la hace equivaler a capricho liviano. No es creación desde el fondo sustancial de la vida; no es afán ni menester auténtico. En suma: todo eso es vitalmente falso (…) Sólo hay verdad en la existencia cuando sentimos sus actos como irrevocablemente necesarios. No hay hoy ningún político que sienta la inevitabilidad de su política, y la siente tanto menos cuanto más extremo es su gesto, más frívolo, menos exigido por el destino. No hay más vida con raíces propias, no hay más vida autóctona que la que se compone de escenas ineludibles. Lo demás, lo que está en nuestra mano tomar o dejar o sustituir, es precisamente falsificación de la vida. La actual es fruto de un interregno, de un vacío entre dos organizaciones del mando histórico: la que fue, la que va a ser. Por eso es esencialmente provisional” (Ortega y Gasset(1)).

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     “Tiene otro aspecto, mirado por su reverso, la ruina: el que unas cosas acaben es condición para que otras nazcan. Si los edificios no cayesen en ruinas, si se conservasen imperecederos no quedaría sobre el haz del planeta, a estas horas, espacio para vivir nosotros, para construir nosotros. No podemos, pues, contentarnos con llorar sobre las ruinas; éstas hacen falta. El hombre, que es el gran constructor, es el gran destructor y su destino sería imposible si no fuese también un famoso fabricante de ruinas” (Ortega y Gasset(2)).

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     “¡Y que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras verdades pueda caer hecho pedazos! ¡Hay muchas casas que construir todavía!” (Friedrich Nietzsche(3)).



0-PORTADA: Ortega y Gasset: “Idea del teatro”, O. C. Tº 7, p. 450.

[1] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 272.

[2] Ortega y Gasset: “Idea del teatro”, O. c. Tº 7, p. 449.

[3] Friedrich Nietzsche: “Así habló Zaratustra”, Madrid, Alianza, 1981, p. 173

jueves, 23 de enero de 2020

Inteligencia animal e inteligencia humana-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

     Los psicólogos de la gestalt dicen que buena parte del aprendizaje humano se produce por insight, es decir, por la comprensión repentina de algo. Esto significa que el paso de la ignorancia al conocimiento ocurre con rapidez, “de repente”, una vez que se descubre una estructura que une de una manera inédita y efectiva los elementos presentes. Wolfgang Köhler (1887-1967), el principal representante de la psicología Gestalt, demostró que esa forma de aprendizaje, ese insight, era algo que algunos animales, concretamente los monos con los que experimentó, también llegaban a realizar. Comprobó cómo esos monos eran capaces de organizar los elementos presentes en una concreta situación para conseguir un objetivo: se subían, por ejemplo, a un cajón, incluso a dos que amontonaban, que hasta entonces formaban parte del escenario como algo ajeno a la situación, para alcanzar plátanos que estaban demasiado altos; o utilizaban un palo, incluso enganchaban dos cañas, dentro de su jaula, para con su ayuda alcanzar otros plátanos a los que no llegaban con la mano. “El animal parece haber entendido el nexo ideal que se establece entre un objeto y una finalidad, merced al cual el objeto se convierte en medio para otra cosa” (1). No hay motivo para no considerar eso como conducta inteligente: “La inteligencia es, pues, la percatación de relaciones entre las cosas; es ver a éstas como miembros de una estructura, en la cual cada una tiene su papel, su “sentido”. Un ser que al cambiar la situación o estructura perciba el cambio de papel, de “sentido” de las cosas integrantes, a pesar de que visualmente siguen siendo las mismas, es un ser inteligente” (2). Fracasado el intento natural de alcanzar el plátano con la mano, y antes de dar con la solución, se quedaban los chimpancés de Köhler quietos, como si hubieran desistido, hasta que reestructuraban mentalmente los objetos presentes y, de repente, utilizaban el instrumento. Un animal “ha creado un instrumento. Ya no puede definirse al hombre como homo faber” (3).
Los chimpancés Grande y Sultán en la Casa Amarilla (Tenerife), donde se realizaron, a principios del siglo XX, las primeras investigaciones relacionadas con la conducta humana a partir de la observación y el estudio de primates
    
     Efectivamente, los hombres, cuando ejercitamos nuestra inteligencia, hacemos lo mismo que aquellos monos, estructurar los elementos presentes en cada situación, hasta entonces aislados e inconexos, pero con una diferencia: incluimos en esa recomposición de los elementos otros que no están presentes, elementos que nos aporta la memoria y, de su mano, la imaginación. La primera imagen de algo ausente fue, por tanto, un recuerdo. El primer recuerdo, hay que pensar que por la fuerza emocional que le acompañaba, fue la imagen de alguien querido pero ausente. Si fuera así, el momento en que empezamos a hacer ritos funerarios señaló también aquel en el que apareció la imaginación, es decir, el género humano. “El sepulcro es tal vez el primogénito de la cultura. “A la piedra —dice Bachofen— que indica el lugar del enterramiento está adherido el culto más antiguo; a la construcción sepulcral, el más antiguo edificio religioso; al adorno de la tumba, el origen del arte y la ornamentación”” (4). Podríamos diferenciar la fantasía de la imaginación, reservando solo para esta última la capacidad de ordenar los elementos presentes, recordados o vislumbrados en una estructura que permite una nueva adecuación a la realidad. El psicoanálisis de Freud también utiliza el concepto de insight para referirse al momento en el que un paciente acaba por descubrir una relación entre componentes de su personalidad que hasta ese momento permanecía ignorada y que le permite un paso adelante significativo en su proceso psicoterapéutico.
     Los productos de la imaginación se decantan finalmente, en su forma más acabada, como conceptos o ideas. La razón trabaja con esos conceptos. Un concepto es una generalización, analogía o relación entre partes a raíz de observaciones en las que se descubre un patrón común. Lo peculiar en el hombre, como decimos, es que realiza esas generalizaciones, analogías o relaciones no solo a partir de lo que ve en el momento, sino también de imágenes que extrae de su memoria. Jung añadiría que esa conceptualización puede provenir de una cierta propensión a incluir lo que observamos o experimentamos en un patrón que, efectivamente, guarda nuestra mente, pero esta vez en esa parte de ella que constituye el inconsciente colectivo, y que precede a cualquier observación. De todas formas, esa implicación del inconsciente colectivo en la conformación de patrones sería asimilable a la memoria, por el mismo motivo por el que Platón decía que guardamos en la mente la memoria de las ideas o arquetipos de los que tuvimos experiencia antes de nacer.
     En contraste con estos humanos modos de discurrir, “es probable que las ideas del animal no sean estables y posean un carácter de ideas-relámpagos, de “ocurrencias” que no se solidifican en su mente y por esto no llegan a ser “ideas generales”. Pero este defecto de su inteligencia se debe más bien a insuficiencia de otra facultad que no es el pensamiento: a falta de memoria” (5) (valdría decir también que a falta de nostalgia, de duelo por la pérdida... de religiosidad, según lo dicho antes). Ideas de los animales que podríamos considerar magníficas, como las que mostró Köhler en sus experimentos con monos, no las saben conservar, no les sirven para la vez siguiente, porque se dedican a vivir apegados al momento.
     Resulta curioso, por paradójico, el hecho de que el valor decisivo de la memoria en los hombres no se lo otorga tanto el pasado como el futuro. “La memoria no es sino un culatazo que da la esperanza” (6). Y es que “la vida, lo mismo en el animal que en el hombre, es una faena que se hace hacia adelante. Es afrontar la situación que en cada nuevo momento sobreviene” (7). Vivimos de cara a ese futuro más inmediato o más lejano que viene hacia nosotros planteándonos problemas. Y ante esos problemas reaccionamos interpretando lo que pasa, confrontando cada nueva circunstancia con las pasadas que conservamos en la memoria, en suma, contraponiendo ideas, conceptos, a los problemas que se nos presentan. “De este confrontamiento surge un esquema o figura ideal de la nueva situación en vista de la cual el ser viviente resuelve una actitud. Hay, pues, una construcción imaginativa del inmediato porvenir, de lo que va a pasar, de lo que va a ser el contorno en relación con el sujeto. Parecerá extraño, pero es la pura y simplicísima verdad: vivir es una obra de imaginación” (8). Esa imaginación se construye articulando el material que nos entrega la memoria con las percepciones o imágenes presentes, y con el objeto de afrontar los problemas que de cara al futuro se nos presentan. El animal tiene poca imaginación porque tampoco tiene mucha memoria, añade muy poco a los hechos estrictos que ocurren ante él, y solo se preocupa de lo que inmediatamente le pasa. El hombre, por el contrario, anticipa para cada paso que da todo lo que habrá de venir después, hasta llegar a preguntarse finalmente por el sentido de su vida. “El hombre es el único viviente que para vivir necesita darse razones de existir” (9). Necesita justificar su existencia, no simplemente existir. Y, en fin, el pasado viene a ser el instrumento que utilizamos para preparar el futuro, un futuro, un plan de vida con el que podamos justificarnos.



[1] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 577.
[2] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, pp. 578-79.
[3] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 578.
[4] O y G: “Oknos el soguero”, O. O. Tº 3, p. 596.
[5] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358.
[6] O y G: “Goethe desde dentro”, O. C. Tº 4, p. 386.
[7] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358.
[8] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358.
[9] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 359.

lunes, 23 de diciembre de 2019

El hombre: un animal inadaptado e inadaptable-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET


     Existe un consenso casi diríamos que abrumador en la aceptación de la teoría de la evolución en los términos aproximados en que la dejó enunciada Charles Darwin en el siglo XIX, al menos en el sentido de que los componentes básicos de la misma serían las mutaciones aleatorias que se producen en los organismos y la selección natural que obra sobre ellas para que finalmente sean los organismos mejor adaptados al entorno los que sobrevivan. Hasta tal punto ha llegado el consenso que podríamos decir que tales aseveraciones han adquirido la categoría de dogma científico, equivalente al que disfrutan la ley de la gravedad o la teoría heliocéntrica. A Ortega estas situaciones le incomodan: “Cultura –dice– es, frente a dogma, discusión permanente. Por esta razón conviene presentar frente a la idea canónica la revolucionaria. Conviene, conviene la herejía —como en la Iglesia— en la ciencia”. Así que, siendo consecuente, empieza por insertar en este ámbito que Darwin acotó su cuña anticanónica sin muchos miramientos: “El hombre representa, frente a todo darwinismo, el triunfo de un animal inadaptado e inadaptable”. Es decir, que el hombre no se conformó –digámoslo así– con lo que el entorno demandaba de él que fuera y puso en marcha la creación de un mundo alternativo con el que le resultara más fácil entrar en sintonía, el mundo –si lo formuláramos en términos morales– tal y como “debería ser”. Si tuviéramos que enunciar brevemente lo que Ortega propone en contraposición a Darwin, diríamos que mientras que casi todos los organismos buscaron la adaptación al medio, evolucionando en el sentido que esa adaptación exigía, el hombre se resistió, no siguió, en muchos aspectos, las líneas evolutivas que demandaba de forma especializada cada entorno, sino que se autoafirmó en lo que era y lo que hizo fue, por el contrario, convertirse en homo faber, transformar el medio para acomodarlo a sus necesidades. En vez de transformar su organismo para someterse al medio, desarrolló técnicas con las que someter él al medio. En las propias palabras de Ortega: “Conviene abandonar la idea de que el medio mecánicamente modela vida; por tanto, de que la vida sea un proceso de fuera a dentro. Las modificaciones externas actúan sólo como excitantes de modificaciones intraorgánicas; son, más bien, preguntas a que el ser vivo responde con un amplio margen de originalidad imprevisible (…) Vivir, en suma, es una operación que se hace de dentro a fuera, y por eso las causas o principios de sus variaciones hay que buscarlas en el interés del organismo”.

     Hasta tal punto cree Ortega que el hombre se ha mantenido firme frente a un entorno que le exigía evolucionar en un sentido adaptativo, que lo considera el más viejo de los mamíferos y bastante coincidente evolutivamente con los vertebrados. Su antigüedad filogenética hace que nuestro filósofo se atreva a decir incluso que, en cierto sentido, el hombre es más antiguo que el mono, del que a veces se dijo que descendíamos; en rigor, sabe Ortega que nadie pone en cuestión que tanto el hombre como el mono proceden de una especie anterior, y solo discute si ese mono estaría más cercano del antecesor o, como él cree, lo estaría el hombre. Haciendo frente a la idea de que la especie humana es una de las más recientes y avanzadas del proceso evolutivo, dice en concreto: “Sería el hombre un caso extremo de resistencia a la variación, una especie retardataria e inadaptada, extrañamente detenida y fija: en cierto modo, un estancamiento biológico y un callejón sin salida de la evolución orgánica”.

     Para argumentar a propósito de la gran antigüedad de la especie humana, Ortega se apoyará fundamentalmente en trabajos de Herman Klaatsch (1863-1916), médico y antropólogo evolucionista alemán, y, sobre todo, Max Westenhofer (1871-1957), patólogo, biólogo y académico también alemán. Con su ayuda, va rellenando con algunos datos su línea argumental. Ejemplo: “La dentadura humana nos lleva a situar nuestra especie en tiempo posterior a la aparición de los peces. La dentina, que, bajo el esmalte, constituye su materia, procede de las escamas de los peces. En rigor, todo el esqueleto está compuesto de materias —fosfatos, carbonatos, flúor, magnesia— que existen en disolución en el agua marina. Lo que en el pez era coraza exterior, se ha internado, y es hueso y boca”. El pez es, pues, un antecesor nuestro, como se deduce por la conformación de la boca. A partir de ahí, y respondiendo a las exigencias del medio, la boca de aquel mamífero primigenio fue evolucionando según las necesidades de respuesta a lo que los diferentes mamíferos que le sucedieron tuvieron ante sí como posible alimento. Surgieron de esta forma las armas dentales especializadas del roedor, del carnívoro, del rumiante… cada una de ellas especializada en un tipo de alimentación que el entorno prefijaba. “La dentadura humana –sigue diciendo Ortega– presenta en germen todas las diferenciaciones futuras, ninguna desarrollada, en confusa unidad. El síntoma es de importancia suma: acusa una extrema inadaptación en función tan decisiva como la alimenticia”. Aquel antiguo mamífero tan ligado filogenéticamente al hombre no dejó que su boca evolucionara, como la de los demás mamíferos, para adaptarse, especializándose, a los diversos entornos.

     Lo mismo sucede con las extremidades: “Las especies vivientes más antiguas, como el barramuda (sic) de los ríos australianos, tienen otro par de aletas traseras que con las delanteras anuncian la colocación de las cuatro extremidades en los sauromammalia del período primario”.

Barracuda

Ornitorrinco

     Aparecen los saurios en este período, y con ellos, la mano. La mano con sus cinco dedos, la que, en lo esencial, mantenemos los humanos, incluido el pulgar, más engrosado. “Todo el que haya visto, aunque sólo sea en reproducción fotográfica, la huella del cheirotherion —que pertenece a la época primitiva—habrá experimentado cierto pavor advirtiendo su enorme semejanza con la huella de la mano humana”.

Chiroterium, fósil de hace aproximadamente 243 millones de años. Probablemente era un animal carnívoro de marcha semi erecta




Huellas del chiroterium



     Queda descartado, pues, que la mano resulte ser una última adquisición del hombre, la que, precisamente, determinara su aparición como tal hombre: la tenían ya los más antiguos vertebrados. La mano del hombre no fue resultado de una evolución que buscara la mejor adaptación al medio, sino que, por el contrario, conservó tenazmente, en lo esencial, la que le legaron los antiguos vertebrados. Otros vertebrados y mamíferos respondieron a las condiciones especiales del medio e hicieron evolucionar su mano por apelmazamiento o compactación de los dedos hacia el casco, la pezuña o la garra. Pero la mano es anterior, un retraso biológico, una antigualla zoológica. A través de ella podemos situar al hombre, evolutivamente, junto a los primeros vertebrados. Estos eran cuadrumanos, la cuadrupedia es posterior. “El embrión humano de dos meses es cuadrumano. Poned al recién nacido, que no sabe tenerse, un bastón entre pies y manos; se agarrará con tal fuerza, que podéis, levantando el bastón, verle sosteniéndose en vilo. El embrión humano es un animal trepador y reptil”.

     Respecto de la otra extremidad, el pie, a medida que reptiles y anfibios van haciéndose más terrestres que acuáticos, los huesos del pie, sustitutos de las aletas posteriores, van anquilosándose. Pero hubo un reptil que en este sentido no evolucionó y mantuvo esos huesos blandos, los cuales, ayudándose de los tendones, le permitieron erguirse. Este reptil inicia el pie humano. Otros mamíferos lo hicieron evolucionar hacia la pezuña para poder correr, y otros más, como el mono, hacia el pie prensil. El hombre se mantuvo en la erección, y así liberó la mano, ese instrumento poco diferenciado que no servía para nada especializado, pero cuya torpeza derivó hacia usos finalmente más sofisticados. “El pie —no primariamente la mano— ha sido, pues, quien ha permitido al vertebrado terrestre más antiguo hacerse un animal de cerebro. El otro retraso orgánico, la dentadura inadaptada, vino a facilitar esto último, porque impidió la formación del morro, el desarrollo de los músculos maxilares, que restaban sangre al progreso cerebral. El morro y el cerebro están fisiognómicamente en razón inversa”.

     Como con la dentadura, el hombre primigenio se mantiene tenazmente afirmado en lo que venía siendo. “Tendríamos, pues, que hombres y monos formarían un grupo de animales más próximos que ningún otro al primer vertebrado terrestre y ocuparían el puesto de primeros mamíferos. Si ahora preguntamos en qué relación sitúa esta teoría al hombre y al mono, se nos responde lo siguiente: el mono es un animal que somáticamente ha progresado más que el hombre; por tanto, procede de él, y no al revés, como suele creerse”.

     Otro ejemplo que hay que citar: los ojos. En las especies anteriores, los ojos se hallan situados a uno y otro lado de la cabeza, lo que impide que las visiones de ambos se reúnan, de forma que no llegan a percibir ni el volumen ni la profundidad. Para lograr esto, los ojos se tenían que aproximar, colocándose en un mismo plano. En esa pretensión, los demás pitecántropos han ido evolutivamente más lejos que el hombre, hasta el punto de que sus cuencas oculares han restado espacio al cerebro (y a los órganos olfativos).

     También empezaron a perder el pulgar.

     Los demás antropoides, por consiguiente, evolucionaron tanto que se pasaron de la raya y acabaron deshumanizándose. El hombre fue más conservador y mantuvo su organismo sin evolucionar en muchos sentidos, a pesar de que ello le hubiera permitido, como a los demás animales, la adaptación al entorno. Se mantuvo inadaptado y, a pesar de ello, sobrevivió. Y lo hizo porque se dedicó a lo contrario que los demás animales: a cambiar el entorno para adaptarlo a sus necesidades. ¿Cómo saber hacia dónde transformar el medio para facilitarse la supervivencia? Ah, claro, tuvo que inventar la imaginación –la idea de un mundo alternativo– y, para eso, desarrollar la base orgánica necesaria: el cerebro. 

     Otra pauta posible de persistencia frente a la evolución la representa el liquen: gracias a la asociación en él de hongos y algas han conseguido conformar un organismo resistente a las variaciones del medio, permitiendo un mejor aprovechamiento del agua, la luz y la eliminación de sustancias perjudiciales. Como el hombre, también ha sabido este organismo pluricelular extenderse por toda la tierra. No necesitó para ello cerebro. Era otra alternativa, menos compleja, eso sí, de resistencia al entorno. Una resistencia pasiva, estoica, indolente. El hombre, por el contrario, y salvo circunstanciales concesiones a la ataraxia, se constituyó como activo, rebelde, innovador.