“En el siglo XIX, que era de suyo y en todo propenso al utilitarismo, se
fraguó una interpretación utilitaria del fenómeno vital que ha llegado hasta
nosotros y puede aún considerarse como el tópico vigente. Según ella, la
actividad primaria de la vida consistiría en responder a exigencias
ineludibles, en satisfacer necesidades imperiosas. Todas las manifestaciones
vitales serían ejemplos de esa actividad —lo mismo las formas del animal que
sus movimientos, lo mismo el espíritu del hombre que sus obras y acciones
históricas. Una ceguera congénita hizo que los hombres de esa época tuvieran
sólo ojos para los hechos que parecían, en efecto, presentar la vida como un
fenómeno de utilidad y adaptación. Pero tanto la nueva biología como las
recientes investigaciones históricas invalidan el usado mito y proponen una
idea distinta de la vida, en que ésta nos aparece con más grácil gesto. Según
ella, todos los actos utilitarios y adaptativos, todo lo que es reacción a
premiosas necesidades, son vida secundaria (…) Así, pues, podemos distribuir
los fenómenos orgánicos —animales y humanos— en dos grandes formas de
actividad: una actividad originaria, creadora, vital por excelencia —que es
espontánea y desinteresada; otra actividad en que se aprovecha y mecaniza aquella
y que es de carácter utilitario. La utilidad no crea, no inventa, simplemente
aprovecha y estabiliza lo que sin ella fue creado” (Ortega y Gasset[1]).
[1]
Ortega y Gasset: “El origen deportivo del Estado”, en “El Espectador”, Vol.
VII, Obras Completas, Tº 2, pp. 608-609.
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