miércoles, 25 de marzo de 2015

La necesidad que la vida tiene de la filosofía

     Pobre Filosofía… La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, la conocida como Ley Wert, le ha propinado su último empellón, y después de suprimir su obligatoriedad en el Bachillerato y dejar a la Ética también como asignatura optativa en la ESO, parece condenada a vagar por el sistema educativo como simple maría. En España, cualquiera puede alcanzar hoy su titulación universitaria sin haber tenido el más mínimo contacto con esta disciplina, que, a los ojos de quienes gestionan nuestra sociedad, parece ubicarse en la categoría de aprendizajes superfluos o lujosos, inútiles a la hora de enfrentarse a las exigencias del mercado laboral y de la vida en general. Y sin embargo, todos los sabios que, hasta esta última hora, ha aportado al mundo la filosofía, estuvieron empeñados en considerar que esta disciplina era la matriz de la que salían los demás saberes, los cuales se debían de remitir a ella en primer lugar para descubrir su razón de ser, y antes de poder echar a volar con cierta autonomía. ¡Qué ingenuos esos filósofos, vistos desde estas alturas de la posmodernidad!

  
Ilustración: Samuel Martínez Ortiz

     Pero en ese camino que nos ha traído hasta aquí hemos ido perdiendo algo más que un saber meramente dirigido a diletantes y desocupados; y lo podemos comprobar si, tal y como suelen hacer los filósofos (y también los historiadores), indagamos en el sentido de ese recorrido, intentamos responder a la pregunta de por qué la filosofía ha pasado a ser tan prescindible. Para llevar a cabo esta pesquisa, no hace falta, pues, salirse de los caminos previstos por la propia filosofía, acostumbrada a preguntarse por qué las cosas son como son (o dicho según la fórmula habitual, preguntarse por el ser de las cosas), que no es sino el paso previo para, con ayuda de ese auxiliar de la filosofía que es la ética, descubrir después lo que las cosas deberían ser. No tendremos, pues, que recurrir a otros métodos que los de la propia filosofía para intentar averiguar las razones de su decadencia.

     Nos referiremos solamente a la última etapa de la historia de Occidente (la civilización que, por lo demás, vio nacer a la filosofía), en la cual se han alcanzado los logros más espectaculares y los avances más decisivos de la historia de la humanidad. Esta parte de nuestra historia tuvo su origen en el Renacimiento, aunque de modo más o menos soterrado la revolución que entonces hizo eclosión había echado sus raíces en el siglo XIV, a la altura del tiempo en que Guillermo de Ockham puso patas arriba la escolástica al afirmar que en el mundo no existían las realidades globales, los conceptos o ideas, solo existían los individuos; no existía, pues, el bosque, que era un mero invento de la mente, un “flatus vocis”, un soplo de voz, solo existían los árboles individuales. La fe debía de ir por otros derroteros, pero la razón tenía que atenerse a aquella verdad y aplicar los correspondientes recortes, los de su célebre navaja, a cualquier intento de explicación de las cosas que no se atuviese a ese punto de partida, el que exigía desprenderse de todos los aditamentos, inferencias, prejuicios o abstracciones que impidan reconocer la desnuda realidad de los hechos concretos e individuales.

     Aquello fue la bomba; una bomba de efectos retardados que, efectivamente, hizo explosión un par de siglos más tarde, en el Renacimiento, la edad en la que precisamente, dejándose impulsar por las emanaciones de tales pensamientos, irrumpieron los individuos rompiendo los moldes sociales que durante toda la Edad Media les habían tenido encasillados e incluso anulados dentro de alguna de las formas de lo general. Surgió también la atracción por el estudio de los hechos concretos, por el experimentalismo y su derivación todavía filosófica: el empirismo. Galileo, mientras tanto, formalizaba por vez primera el método científico. Los descubrimientos que llegaron de la mano de aquel emergente deseo de descubrir el mundo y sus cosas fueron innumerables y abarcaron todos los ámbitos del conocimiento. La revolución científica y los consiguientes avances tecnológicos se pusieron a andar… mejor será decir que echaron a correr.

     La historia de Occidente, especialmente desde el Renacimiento, está marcada, pues, por el objetivo de acceder al conocimiento del mundo, de la realidad objetiva. Y resulta evidente que ha triunfado en ese objetivo. Pero a estas alturas es cuando toca preguntarse: ¿para qué sirve conocer? ¿Tiene algún sentido esa realidad que ha conseguido ser tan bien desentrañada por la ciencia? De dar respuesta a esas preguntas es de lo que, precisamente, está encargada la filosofía. ¿Y cuál es la última respuesta sobre ello a la que ha accedido Occidente? La última respuesta es… ninguna. La realidad ha quedado maravillosamente explicada por la ciencia. Pero, en paralelo, la filosofía ha desembocado en el nihilismo, es decir, en la conclusión de que ella, la filosofía misma, ya no es necesaria; lo que se necesita, según esta perspectiva, es conocer las cosas y conformarse con ese conocimiento, porque el sentido que puedan tener es, de nuevo, un “flatus vocis”, un añadido que nosotros hacemos a las cosas, pero que estas no tienen ni precisan para ser lo que son, y a las que procede aplicar, por tanto, los remedios de la navaja de Ockham. No hay nada más. O dicho a la inversa: lo que hay, además de ese ser material y concreto de las cosas que ha logrado en gran parte desvelar la ciencia, es… nada. La filosofía, esa indagadora del sentido de las cosas, por tanto, no es necesaria. Suprimir la asignatura de filosofía de los planes de enseñanza es la lógica consecuencia de haber accedido a una sociedad bañada en el nihilismo. Solo interesa el conocimiento de lo real, no si esa realidad tiene algún sentido (se da por hecho que no). El Gran Hermano que rige los destinos de esta sociedad posmoderna ha comprendido que la función del sistema de enseñanza es formar científicos, sistemáticos observadores de objetos, de los datos de la realidad, y, consiguientemente, nihilistas.

     Ahora bien, decía Ortega que “el ser fundamental por su esencia misma no es un dato, no es nunca un presente para el conocimiento, es justo lo que le falta a todo lo presente (...). Su modo de estar presente es faltar, por tanto, estar ausente”. Por eso, el simple conocimiento de lo dado no evita la sensación de que algo nos falta, así como la de extravío con que, para empezar, nos situamos en el mundo. “La vida es por lo pronto un caos donde uno está perdido”, decía precisamente Ortega. El mero conocimiento objetivo de las cosas, aquel que, sin embargo, nos ha procurado los enormes avances científicos a los que ha accedido nuestra civilización, no es suficiente para contrarrestar esa sensación de extravío que nos es inherente a la vez que insoportable. Necesitamos encontrar un sentido a la realidad para así hacerla soportable. En suma, nos ayuda a concluir Ortega, “el hecho humano es precisamente el fenómeno cósmico del tener sentido”. Y para encontrar ese sentido necesitamos, seguimos necesitando, a la filosofía. “La filosofía –es la forma de decirlo que tiene Hegel– (…) es algo que purifica lo real, algo que remedia la injusticia aparente y lo reconcilia con lo racional”. Sin filosofía, nos quedamos inermes y vulnerables ante el absurdo, que es la manera primordial que tiene el mundo de presentarse ante nosotros, eso que nos hace sentirnos perdidos. A falta de filosofía, hemos aceptado como premisa cultural la visión instrumental de la vida, que no aspira a que esta tenga un sentido, sino solo a que nos diluyamos entre las cosas, entre la multiplicidad de los entes, a dejar desasistidos los hechos objetivos del sentido que nuestra razón está obligada a descubrir en ellos. Todo eso no nos hace, precisamente, más felices. Aunque nuestra cultura pretende hacernos coexistir pacíficamente con el absurdo, nuestras tripas no nos dejan aceptarlo. Así que o damos respuesta a nuestra necesidad de sentido o la industria de los psicofármacos seguirá haciendo el agosto (total, para nada: no son las alteraciones neurológicas la causa última de nuestra infelicidad, ni la bioquímica lo que la resolverá). O rehabilitamos a la filosofía y la restituimos en sus funciones de exploración de la posibilidad de que la vida tenga sentido y de lucha contra el absurdo, o será éste el que rija nuestros destinos.

     El cogollo de la filosofía lo constituye la metafísica, que, a costa incluso del revolucionario Guillermo de Ockham, o más bien complementando sus vertiginosos presupuestos y todo lo que de fructífero aportaron a la historia del Occidente, es la rama de la filosofía encargada de buscar acomodo al ente individual, particular, cambiante, fragmentario y finito en el marco del ser sustancial, estable, imperecedero. Necesitamos de algo que nos permita trascender nuestra voluble individualidad, que, sin embargo, era para Ockham, y es para la cultura occidental que siguió sus pasos, lo único constatable; necesitamos encontrar para nuestra vida particular, efímera, insustancial y extraviada un sentido que nos redima de tales insuficiencias, algo que nos permita ponernos en la estela de un destino que, cuando nuestro insignificante ser individual haya desaparecido, siga sirviendo de soporte esencial y dando sentido a lo que fuimos. Porque aunque sus formas de decirlo hayan quedado superadas, aquellos escolásticos anteriores a Ockham también (solo “también”) tenían razón cuando decían que lo que tiene existencia auténtica no son los individuos, sino lo que ellos llamaban “universales”, es decir, lo que sirve de referencia ideal y modélica a nuestro ser individual. Como Hegel dijo: “La conciencia de la libertad implica que el individuo se comprende como persona, esto es, como individuo y, al mismo tiempo, como universal y capaz de abstracción y de superación de todo particularismo”.

     ¿Pero cómo llegaremos a encontrar eso que ha de dar sentido a nuestra vida si nos quitan la filosofía?

martes, 10 de marzo de 2015

La triste historia de UPyD

     Este es un artículo de transición. Pretendo explicar en él, a grandes rasgos, mi visión de lo que ha pasado y pasa en UPyD, indagar en ese peculiar fenómeno que ha hecho que un partido tan necesario y tan importante en el panorama político español, justo ahora, cuando más imprescindible resultaría, esté corriendo el peligro de, desdeñado por los votantes y abandonado por muchos de sus militantes, acabar cayendo en la irrelevancia política. Yo mismo, después de siete años de militancia (de los ocho que tiene de existencia UPyD), acabo de pedir la baja como afiliado. Y me siento obligado a justificar o dar razón de mi decisión.

     Como digo, UPyD ha sido y es un partido importante, en el sentido de que ha hecho cosas de mucha trascendencia y que ningún otro partido ha llevado a cabo o ha propuesto hacer: ha sido el único partido que realmente ha luchado contra la corrupción, no solo de boquilla, sino con hechos tangibles y denuncias concretas. El único partido, asimismo, que defiende que el idioma español sea suficiente para moverse por España, por ejemplo, a la busca de trabajo, y que (en esto coincidiendo con Ciudadanos) se ha manifestado a favor de los derechos lingüísticos de los hispanohablantes en las zonas nacionalistas. Junto con Ciudadanos también, es el único partido que defiende la igualdad fiscal entre los españoles, y aboga, por tanto, por la supresión del cupo vasco y el amejoramiento navarro. Es el partido que más decididamente se ha manifestado a favor de las víctimas del terrorismo y por la ilegalización de los grupos pro-terroristas. El único partido del Parlamento, asimismo, que no entró en el juego de reparto político de jueces y que de forma más decidida está a favor de la despolitización de la Justicia. También, el que más rotundamente apuesta por la racionalización de las estructuras del estado y la supresión de duplicidades, de modo que, entre otras cosas, se llegue a la fusión de ayuntamientos y la supresión de las Diputaciones, en la medida en que las competencias de estas últimas están ya asumidas por los entes autonómicos... Una hoja de servicios al estado y a la nación, en fin, esta de UPyD, que ha de calificarse de sobresaliente.

     Por lo demás, cuando yo entré en UPyD, había en Burgos unas cuantas personas de primerísimo nivel intelectual, moral y cívico. Estaba Tino Barriuso, que era nuestro rostro más reconocible (¿quién no conoce a Tino en Burgos?), que en las elecciones generales de 2008 se presentó como cabeza de lista por Burgos para el Senado, y fue el candidato de UPyD que mayor porcentaje de voto tuvo de toda España; llegó a estar también en el Consejo de Dirección nacional de UPyD (aguantó allí muy poco). Estaba también Rodolfo Angelina, que había sido uno de los fundadores del partido y que fue Coordinador Territorial de UPyD en Castilla y León, una persona entusiasta y de encomiable capacidad de trabajo. Algo parecido a lo que se puede decir de Juanjo Ruiz Salcedo, que fue Coordinador Local de la formación en Burgos, y con el cual pasamos de reunirnos en las trastiendas de las cafeterías a tener sede propia, que el mismo Juanjo amuebló con dinero de su bolsillo, montando incluso personalmente diversos muebles. Tan elegante es Juanjo que, cuando se marchó por la puerta de atrás, incluso ahora que milita en Ciudadanos, nunca se le ocurrió reclamar aquellos muebles ni pedir indemnización alguna al partido por ellos. Estaba también por allí Carlos Moliner, que fue candidato al Congreso por UPyD en las elecciones generales de 2013 y había sido portavoz de la formación a nivel provincial; Carlos, una de las personas con más reconocimiento y respaldos personales en el contexto de Burgos y provincia. Y estaba también Paco Román, profesor, sindicalista, que llegó a tener un cargo institucional por el PSOE en tiempos pasados; la persona con más sabiduría política de todos nosotros. Y Hermenegildo Lomas, arquitecto técnico del Ayuntamiento y sobresaliente pintor; y su hermano José Javier, abogado de la Junta y otro de los miembros destacados del partido. Estos tres últimos, Paco, Hermenegildo y José Javier, estuvieron en el primer plano de la lucha contra la corrupción en Burgos en los tiempos del Juicio de la Construcción de principios de los 90. Hablamos, pues, de personajes muy relevantes que militaron en UPyD, y de cuya amistad hoy me enorgullezco. Bien, pues todos ellos fueron saliendo de UPyD por la puerta de atrás, decepcionados y con la sensación de haber sido estafados. ¿Cómo demonios pudo ocurrir todo esto? ¿Cómo es posible que el partido que venía a cubrir el hueco más importante y necesario de la actual política española esté hoy en grave peligro de desaparición o, al menos, de instalarse en la irrelevancia política?

 
Ilustración: Samuel Martínez Ortiz


     Decía Marshall McLuhan, filósofo y teórico de la comunicación, que el medio es el mensaje. Yo creo que no es exactamente así, que normalmente el mensaje tiene contenidos que no caben en el medio, el canal a través del cual llega el mensaje a la opinión pública, pero sí me resulta evidente que ese aserto es real en un nivel superficial, que es el único que resulta operativo en lo que se refiere a la formación de la opinión pública. Y UPyD ha tenido o ha constituido un medio, un canal de comunicación (propio, no el que a su vez ha pasado el filtro de los medios de comunicación externos) que ha transmitido muy mal el mensaje, su mensaje. Todo eso, en un momento como el actual en que las propuestas de este partido resultan no solo objetivamente necesarias, sino imprescindibles y apremiantes. Pese a ello, pues, el mensaje de UPyD no ha conseguido cuajar en la opinión pública, o lo ha hecho de una manera muy incompleta. ¿Por qué? Sin duda, porque el medio a través del cual se emitía ese mensaje era inadecuado. Atendiendo a ese nivel superficial dentro del cual es válido el aserto de que el medio es el mensaje, es posible observar cómo la gente percibe a Rosa Díez o Carlos Martínez Gorriarán (menos a Juan Luis Fabo, el otro miembro, menos conocido, del politburó todopoderoso) y a UPyD en general, como gente antipática, mandona, autoritaria, poco dialogante... El medio ha apagado el contenido del mensaje, el potencial votante ha dejado de prestar atención a ese contenido o, al recibirlo, ha mostrado tener preparado un "sí, ya, pero..." distanciador. Esto es y ha sido un hecho. Ocurre así.

     Y de puertas adentro, efectivamente, UPyD ha sido dirigido de una manera autoritaria, desconsiderada con los militantes y poco dialogante, hasta el punto de que la media de estancia de un afiliado antes de desencantarse y volver a irse ha sido de menos de dos años. Se calcula que en estos ocho años se han ido unos 18.000 afiliados, y quedan unos seis mil. De los 127 fundadores de UPyD (integrantes del Consejo Político fundacional), 105 se han ido del partido de Rosa Díez, denunciando autoritarismo y fraude. El partido ha sido dirigido desde el principio con mano de hierro, y desde siempre se ha castigado, incluso humillado, al discrepante. Lo ocurrido este verano pasado con Sosa Wagner, que acabó abandonando el partido abochornado, fue seguramente un punto de no retorno para UPyD, porque dejó en evidencia lo que significa discrepar dentro del partido, incluso hacerlo de la elegante manera en que lo hizo el hasta entonces eurodiputado. El afán de querer tenerlo todo controlado, las maniobras dedicadas a que la militancia no se vertebrara ni conociera entre sí, el interés explícito de Gorriarán en que en las sedes del partido no se hablara de política, la filosofía que este mismo ha defendido según la cual en UPyD hacen falta votantes, no militantes, demostrando así que el triunvirato dirigente ha entendido que el militante, todo lo más, está para hacer simple seguidismo y no incordiar… todo esto ha ido configurando a UPyD como un cauce inadecuado para expresar un mensaje que, sin embargo, es políticamente imprescindible.

     En esto, va y aparece en el panorama político un tío guaperas, simpático, con don de gentes... Albert Rivera. Su mensaje real está trufado de lagunas, pero quien lo emite, el medio a través del cual ese mensaje llega a la opinión pública, es mucho más atractivo y creíble que Rosa y que Gorriarán. Suficiente con eso para que la gente, toda esa gente que constituye el mismo mercado de votantes que disputa también UPyD, se apunte a él. Finalmente, C's se ha impuesto de forma cada vez más arrolladora como la alternativa para ese conjunto de votantes, lo que, correlativamente, hace que UPyD vaya hacia abajo. Esas tendencias ya han tomado posesión de la vida social y política, y yo no creo que vayan a cambiar, porque las variables no van a hacerlo. Rosa Díez seguirá machacando con sus inapelables argumentos, que cada vez, sin embargo, la gente oirá con más sordina y como si la voz se fuera alejando, y Albert Rivera conseguirá que parezca bien todo lo que diga, aunque a un oído atento le resaltarán sus deficiencias. Como patético recurso final, los dirigentes de UPyD aún tratarán de defenderse diciendo que están siendo víctimas de una conspiración de Ciudadanos, aliados con la prensa, el PP y vete a saber qué más enviados del Averno. Es el último argumento que hace que un servidor sea pesimista a la hora de pensar que UPyD se pueda regenerar: si la culpa la tienen otros, no hay nada que modificar ni corregir. El medio, al final, se habrá cargado el mensaje.