Libertad y sentimiento de identidad son términos que tienden
a contraponerse. En la Baja Edad Media (siglos XII al XV) todo estaba
reglamentado; para cada comportamiento, para cada oficio, para cada cosa por
conocer había una fórmula preestablecida, una manera de abordarlo
predeterminada. Consiguientemente, esa normatividad que a todo afectaba
permitía tener un sólido sentimiento de identidad: todo era y volvía a ser lo
mismo que había sido siempre. A partir del Renacimiento, sin embargo, el
péndulo histórico se fue hacia el lado contrario: hizo eclosión la libertad,
nada estaba predeterminado, todo estaba por descubrir en mayor o menor medida.
Los efectos benéficos de esa irrupción de la libertad son evidentes: nunca la
historia de la humanidad ha alcanzado los logros históricos que Occidente ha
logrado desde el Renacimiento. Pero a cambio, las fuentes de identidad fueron
disolviéndose: los individuos han dejado de tener referencias a las que poder
asignar el contenido de la palabra “yo”. Y eso ha provocado un enorme
desasosiego que hoy ha llegado a su punto álgido.
La filosofía, la historia, la psicología, el arte, la antropología, la actualidad... de la mano, sobre todo, de Ortega y Gasset, el pensador más importante de todos los tiempos en lengua española
domingo, 7 de abril de 2024
EL MALESTAR EN LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL: a qué se debe
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario