En el principio, como es sabido, Dios creó los Cielos y la Tierra. Pero mientras
lo hacía debió sentir nostalgia de la
Nada, según se deduce de la constatación de que “en
la promesa de ser, se esconde la atracción del no-ser” (María Zambrano). En consonancia con ello, León
Felipe describe así ese momento paradójico en que, al parecer, las cosas
echaron a andar: “En el principio creó Dios la luz... y la sombra”. Y Lao Tsé: “El ser y el no ser surgen
juntos”.
Y también Cioran: “Al principio fue el Crepúsculo”.
Hablamos, pues, de ese momento de “total pureza en que el ser y el no-ser no
se han diferenciado todavía” (María
Zambrano).
De manera que al abrirse las puertas del Big Bang, salieron
a la vez la expansión y la contracción, el movimiento y la inercia, el caos y
el orden, Sodoma y el Diluvio, el olvido y la eternidad. Desde entonces, la
paradoja pasó a ser algo intrínseco a todas las cosas... y ahora que lo pienso,
también extrínseco.
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