Mi amigo gallego me pasa el enlace a estas dos noticias:
y
¡Vaya dos noticias! Su lectura me dejó el estómago revuelto
y una desagradable sensación de náusea. Me he dado cuenta mientras las leía de
que uso la reflexión como ansiolítico, o al menos como protector digestivo,
porque parece que lo único que puede contrarrestar un poco este sentimiento de
horror ante cosas así de espeluznantes es intentar comprenderlas. Tragártelas a
pelo es angustioso. Y si lograras entender por qué ocurren, como que con ello tienes un
antídoto, una especie de calmante. Sin embargo, no doy con una de esas
explicaciones terapéuticas suficientes. Algo de luz me aporta esa idea de
Gabriela Bustelo, la autora del segundo artículo, de que los jóvenes actuales
tienen creciente dificultad para distinguir la realidad de la ficción. Sí creo
que cuando la realidad no tiene suficiente fuerza gravitatoria, cuando alguien
va haciendo discurrir su vida desde la infancia a través de una realidad
inconsistente, que no le vincula, que no genera interacciones de ida y vuelta a
través de las cuales se pueda ir tomando conciencia de, y empatizando con, lo
que pasa ahí afuera, los monstruos que nos habitan salen a bailar.
Ilustración: Samuel Martínez Ortiz |
Para atraer hacia afuera, para hacer creíble la realidad, me
parece que es imprescindible encariñarse con alguien; entonces la realidad toma
consistencia, supone que cuentas con ese alguien, que viene a ser como un tope para
tu tendencia a delirar, a hacer de lo real una mera prolongación de tu capricho.
“Objeto
–decía María Zambrano– es algo frente a nosotros, algo, por tanto,
que nos limita ante lo cual tenemos que quedar detenidos”. Y completaba
la idea cuando asimismo afirmaba: “Reconocer algo como objeto es detenerse
ante ello, quedar hechizado, prendido, darle crédito; quedar, en cierto modo,
enamorado”. Pero si nada te vincula con fuerza al mundo que te rodea,
el sentimiento sustitutivo es el odio. El odio es característico no sé si de
todos, pero sí de muchos ensimismados. Me estoy acordando del Raskólnikov de
Dostoievski, que cometió su crimen, y se abocó a su castigo, después de una
larga fase de pérdida de referencias de su mundo entorno. Es una asociación no
del todo libre: este es el arquetipo que tengo en mi mente cuando pienso en esa
manera que tienen nuestros demonios interiores de preparar su salida al
escenario.
En fin, me he puesto a practicar esa clase de medicina
frente al horror que es intentar entender. Lo cual presupone que hay que
atreverse a mirar a la realidad, que no es tan fácil. “La necesidad de descubrir lo
real y de enfrentarse con ello –dice también María
Zambrano–, ha tenido que luchar desde siempre con un pánico a la realidad”.
Pero es que lo contrario, huir de la realidad para refugiarse en la ficción, ya
hemos visto que tiene mucho más peligro todavía.
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