–decía también Kierkegaard– no es ninguna categoría del espíritu, y por eso allá dentro, muy dentro, en lo más hondo y oculto del corazón de la dicha, habita también la angustia que es la desesperación”. Mientras que la melancolía que antecede al suicidio sería una especie de explosión o desenfreno hacia dentro, “la puerta de la dicha se abre hacia fuera”, añade Kierkegaard, que culmina esta reflexión afirmando en otro lugar que “el suicidio es la consecuencia existencial del pensamiento puro”, es decir, el pensamiento sin contenidos mundanos, sin cauces para ser expresado aprovechando las formas, los recursos que oferta la realidad exterior.
Emil Michel Cioran explica en su libro “En las cimas de la desesperación” cómo estuvo a punto de suicidarse, y que fue precisamente el hecho de abrirse al mundo (“confesar”, dice él) escribiendo el libro lo que evitó que llegara a hacerlo: “Es evidente que, de no haberme puesto a escribir este libro a los veintiún años, me hubiese suicidado”. Y más adelante da la explicación: “¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? (...) Siempre es peligroso refrenar una energía explosiva, pues puede llegar el momento en que deje de poseerse la fuerza necesaria para dominarla (...) Existen estados y obsesiones con los que no se puede vivir. La salvación ¿no podría consistir en confesarlos?”.
“Vivir significa tener que ser fuera de mí”, confirma, en este sentido, Ortega y Gasset. “Lázaro, ¡sal fuera!”, dijo precisamente Jesús a aquel amigo muerto (quizás sólo psicológicamente muerto) al que con tal exhortación hizo volver a la vida. La misma fuerza que, imposibilitada de salir hacia el mundo, bulle en nuestro interior, bien como angustia o bien, ya mortecina, como melancolía o depresión profunda, si encuentra una vía de salida, una finalidad o tarea en el mundo por la que discurrir, se convierte en el combustible que hace funcionar la vida. Por eso decía María Zambrano que “el hombre es así el ser que se constituye en vista de una finalidad”. Podemos discurrir en el mundo si tenemos un “para qué”; sin él, nos quedaremos enclaustrados en nuestro interior. Cioran, como de costumbre, lo dice de una manera más hermosa: “La melancolía es el estado onírico del egoísmo”. Al melancólico, dice asimismo Kant, “le interesan poco los juicios de los otros, lo que éstos toman por bueno o por verdadero, y se apoya sólo en su propio criterio”. Y Ortega delimitaba así el marco vital que significó el Romanticismo: “El romanticismo significa la moderna confusión de las lenguas. Es un ‘¡sálvese quien pueda!’. Cada individuo tiene que buscarse sus principios de vida –no puede apoyarse en nada preestablecido. ¡Adiós dulzura, suavidad, quietud!”. Se saldrá, pues, de la melancolía en la medida en que por encima del interés particular e inmediato, el que movía (o más bien paralizaba) a los románticos, aparezcan otros que obliguen a trascender de sí mismo, a universalizar los motivos que nos llevan a las personas a actuar.
El Romanticismo fue el movimiento cultural más específicamente vinculado a la melancolía. Como figura destacada suya, Novalis, por ejemplo, llegó a dar esta melancólica definición de la vida: “La vida es el comienzo de la muerte. La vida es por mor de la muerte”. Los artistas románticos parecieron condenados a recorrer rápidamente ese camino que lleva hasta la muerte: bien porque se suicidaban o porque la enfermedad (de manera arquetípica, la tuberculosis) daba expresión a su escasa vinculación con la vida, tendieron en gran número a morir muy jóvenes. Cuando surgió el Romanticismo, Kant, precisamente, acababa de dar cabal expresión filosófica al descubrimiento en el que la Modernidad había estado empeñada: el del yo como responsable de la propia vida. El mundo estaba ahí afuera dispuesto a tomar la forma que nosotros le diésemos. El mundo, venía a decir Kant, no era nada sin nosotros, sin cada uno de nosotros. O si era algo, si era un “mundo en sí”, nunca llegaríamos a saber lo que era (siempre habrá en las cosas zonas veladas a nuestro conocimiento). Vivimos, seguía diciendo, sobre un mundo que construimos nosotros a partir de algo incognoscible, aunque sustancialmente maleable, que se nos aparece como “un caos de sensaciones”. Esa nueva responsabilidad que adquiríamos los individuos de ser protagonistas directos de nuestra vida, de lo que habíamos de hacer en un mundo que aceptaba en gran medida ser la respuesta a nuestras propias pretensiones, los románticos la interpretaron de una manera radical: el hombre no había nacido para aceptar el mundo, sino para crear un mundo propio. El mundo no era nada; el yo lo era todo. El yo, sus deseos, sus aspiraciones (utópicas cuando no se tiene suficientemente en cuenta a la realidad exterior), pasaron al primer plano, ignorando que Kant también consideraba al individuo súbdito del reino de lo general, y como hacia fuera no había para ellos nada que crear, porque todo el poder creador estaba en el interior, los románticos buscaron cómo dirigirse directamente hacia ese mundo interior que los hombres habíamos dejado relegado u olvidado.
De esa manera, el romántico inauguró el afán por desviarse hacia lo irreal: la noche (a la que Novalis dedicó un Himno), el sueño, los estados alterados de conciencia, la naturaleza desprovista de todo aditamento civilizador… Mientras tanto, la parte de sí que en el romántico daba a la realidad, una realidad despreciada y vituperada, caía en el “spleen”: así se llamó al estado de ánimo caracterizado por la melancolía sin motivo y la angustia vital; en suma, la desesperación o, cuando menos, esa forma de desesperación con sordina que es el aburrimiento. Cuenta Lord Byron (1788-1824) que se aburría tanto que ni siquiera tenía fuerza para pegarse un tiro. Novalis escribía: “buscamos por doquier lo absoluto y siempre sólo encontramos cosas”. Descendiendo a lo interior, los románticos renunciaban al mundo, incapaz de darles las respuestas extremadamente personales que buscaban.
El Romanticismo impregnó todo el arte posterior hasta nuestros días. Pedro Casariego Córdoba, poeta español de ahora mismo (1955-1993) también dejó dicho: “Sólo existe el artista interior, sólo se puede ser artista secreto, la comunión todo lo mancha (...) ¡El artista debe crear dentro de sí mismo!”. Consecuente con estos principios románticos, el 8 de enero de 1993 se arrojó al paso del tren en Aravaca, barrio de Madrid. Hegel había afirmado que este descenso hacia lo interior era característico de aquél “que no quiere dignarse a actuar y a producir en la realidad porque teme ensuciarse mediante el contacto con la finitud”. Pero vivir exige ese contacto con lo finito, aterrizar en ello nuestro ansia de infinitud.
Como tantas veces, Cioran puso las mejores palabras para describir y diagnosticar tanto la vertiente de este tiempo que da a ese arte ensimismado al que se refería Pedro Casariego como la que deriva hacia el estado de ánimo que impregna una época que ha optado por desdeñar la realidad: “Agotados los modos de expresión, el arte se orienta hacia el sin sentido, hacia un universo privado e incomunicable. Todo estremecimiento inteligible tanto en pintura como en música o en poesía, nos parece, con razón, anticuado o vulgar. El público desaparecerá pronto: el arte lo seguirá de cerca. Una civilización que comenzó con las catedrales tenía que acabar en el hermetismo de la esquizofrenia”.
¿Queda algo por hacer?
Lord Byron, romántico conspicuo, que empezó su carrera como portavoz en el Parlamento, escribió lo siguiente: “Yo mismo, gracias a la bondad de la indiferencia, he reducido mis opiniones políticas al desprecio de todos los gobiernos existentes (…) no creo que la política merezca tener una opinión (…) Mi convicción política es lo único en lo que me he mantenido consecuente, y esto se debe probablemente a mi total indiferencia respecto al tema” (16 de enero de 1814). Por contraste, Byron dejó así apuntada una posible salida a esta sobredosis de ensimismamiento que caracteriza nuestra cultura: se trataría de regresar a la realidad, descubrir que es en ella, no en el solipsismo, donde encontraremos respuestas, las únicas que están a nuestro alcance. La vida es una tarea, algo que parte de nuestra intimidad pero que ha de realizarse en la circunstancia. “Yo soy yo y mi circunstancia –todos sabemos ya quién lo dijo–, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.
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mayas)”
Creo que todo lo que expone es una profunda tontería y que esta persona debe acudir a un profesional.
ResponderEliminar"Esta persona" no existe; es una abstracción, un truco literario para hablar de un asunto que ha interesado, además de a los tontos, a mucha gente sabia, como, para empezar, toda la que cito en el artículo... Por cierto, yo mismo soy licenciado en Psicología.
ResponderEliminarDon Javier, no le de usted mayor importancia al primer comentario. Seguramente lo ha dicho porque no ha entendido nada del artículo. Enhorabuena por su entrada y su blog.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, amig@. Aprecio todas las visitas y todos los comentarios, porque internet es una enorme (y todavía, para mí, sorprendente) ventana al mundo, y me tomo mi blog como una oportunidad para encontrarme con gente que no estaría a mi alcance en la vida... ¿real? Pero es cierto que su mensaje me produce más estímulo y sentimiento de gratitud que el anterior.
ResponderEliminarNo sé si ésta es la mejor manera, pero no se me ocurre otra, para agradecer a las personas que últimamente se han apuntado como seguidoras de mi blog el que lo hayan hecho:
ResponderEliminarA Alfonso Campuzano, además, le deseo que ojalá que cualquier día de éstos tenga al Real Murcia no ya en Segunda, sino en Primera (y no sólo a Camacho como signo distintivo en esa parcela de asuntos).
A Virtuasapiens, con quien comparto el interés por la psicología, le envío un abrazo trasatlántico, desde aquí hasta Iquique (Chile).
Otro abrazo para Alfonso (a secas). Y también para José Antonio y Nicontigo. A los demás, podré hacerlo cualquier día en persona.
Hola Javier, gracias por tu saludos. Veo que a parte de la psicología te interesa el fútbol... haha, una pasión en que uno se permite dejar la razón: mi equipo Deportes Iquique ha vuelto a primera, salió campeón de la Copa Chile Bicentenario después de 30 años, Campeón de Primera B y clasificó para la próxima Copa Sudamericana... bueno, volviendo a lo nuestro, muy bueno e interesante tu blog (he leído tus artículos de posmodernismo y otros más), felicitaciones por tu trabajo y un abrazo desde Chile.
ResponderEliminarEncantado de saber de ti, Gabriel. ¡Resulta que internet tiene alma y es verdad que hay alguien al otro lado del teclado...! Enhorabuena por la campaña del Deportes Iquique (además de por la gran altura de tu blog), ese habitante de tu parte irracional. Efectivamente, me gusta el fútbol, una fábrica de emociones que no necesitan sujetarse a los topes de la discreción: ¿hay alguna otra vertiente en tu vida en la que te atrevas a saltar y gritar de alegría (las penas, en fin, son todas más serias que las que produce el fútbol)? Como en esto se puede escoger el grado de frustración posible al que uno acepta enfrentarse, yo opté por escoger uno bajo: me hice del Real Madrid. Así, además, tengo perfectamente conocida, ya que no controlada, la fuente de mis frustraciones: el Barcelona. Como tú y yo sabemos, Gabriel, siempre es mejor una fobia a algo concreto y delimitado que una angustia, una sensación de peligro difusa, que puede venir por cualquier lado... y mandarte a una división inferior. Además, si un día decidimos que estas anomalías tenemos que ir a que nos las miren, lo tenemos bien fácil: recurrimos a la autoterapia, que nos va a salir más barata... Todo ventajas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Como escéptico que me considero, siempre he dudado entre la valided de la opción o su despropósito. La vida orgánica, esa amalgama de reacciones bioquímicas otorgadas, que no controlamos y, sin embargo nos gobiernan (ello dicho por el gran ignorante que también me considero) a veces nos arrastra por reiterados terrenos llagadores. Es ahí en donde puedo comprender el desentendimiento de los que no soportan el no poder arrastarse.
ResponderEliminarSin embargo, tal y como ocurre con la valided de la Pena Capital, ¿y si en uno solo de los casos el estado se equivoca? En lo referido al suicio,del mismo modo, la inexistencia, o sea: la Nada, no daría otra oportunidad. El no estar no parece solución, pero si lo que se busca es dignidad ante lo insoportable, que como bien se dice en el artículo, lo generaríamos nosotros (¿o esa bioquímica incompleta, traicionera, dura...?), es una opción, dejando a la vez de serlo (valga la paradoja), pues es el acto tajante por excelencia, o sea, la opción de ya no más opciones.
En mi caso, a parte del arriba mencionado escepticismo, me salvaría el hecho de intentar sustraer a la vida todo aquello que a ella misma se le escape como no soportable, con la finalidad de explotarlo para sentir, o sea, vivir soportando.
Estimado Javier. La verdad es que el artículo me ha gustado mucho. Conocía poco de Kierkegaard (apenas "Ética y estética") y menos todavía de Cioran, pero su forma de mostrarlos me ha tentado a buscar y leer algo más de ellos. Me ha resultado muy agradable leerle, articulando a pensadores tan separados en el tiempo, como Kant y Ortega, para ofrecer una perspectiva sumamente exhaustiva de un problema desgraciadamente muy real.
ResponderEliminarComo pequeña curiosidad filológica, sí me gustaría comentarle que la idea del suicidio para los poetas románticos era más un suicidio alegórico que propiamente real. Por ejemplo, en España, el más conocido fue el suicidio de Mariano José de Larra, pero salvo él, y algún otro escritor menor, todos los demás evitaron ese trágico final. Afortunadamente, muchos otros artistas vivieron largo y tendido para legarnos un testamento literario precioso, me atrevería a decir que fueron muchos más los que que los que se suicidaron. Como bien supondrá, el suicidio es una idea muy atractiva en el campo estético, en el ético sin embargo, es desgarradora. Y quizá debido a esa atracción estética, se perpetuó como idea (eso y el ejemplo de "Werther", cuyo autor, por cierto, murió bastante viejo).
Siempre me río cuando pienso en la famosa cita de Heine, otro poeta romántico:
"Incluso después del llanto más sublime, termina uno sonándose los mocos".
Le agradezco que haya colgado este post tan ilustrativo e interesante.
Un cordial saludo!
Muchas gracias, José María, por su comentario y su estímulo. Le comentaré que, aunque destaco, y no sin razón, al Romanticismo en cuanto que movimiento cultural que promovió de una manera muy especial lo que podríamos llamar la “retirada a lo interior”, esa retirada venía fraguándose desde los orígenes de nuestra cultura occidental (no de todas sus vertientes, sin embargo), y no culminó siquiera en el Romanticismo, sino que se ha seguido profundizando en ella desde entonces aún más. Esa retirada a lo interior tuvo y sigue teniendo consecuencias dramáticas que podríamos sintetizar en el hecho de que con ella se ensalzó de una manera desmedida la inadaptación como manera de estar (o no estar) en el mundo. Y si bien toda persona creativa es, en algún sentido, inadaptada, y de ahí brotaron los mejores frutos del Romanticismo (“el desacuerdo con las cosas es un signo evidente de vitalidad espiritual”, decía precisamente Cioran), también en esa inadaptación beben las patologías mentales y los utopismos, que, más allá de esas funciones alegóricas o esteticistas tan sugerentes a las que se refiere usted, tantos desgarros y desgracias han generado en las vidas de esas personas inadaptadas, y también, por ejemplo, cuando se han trasladado al campo de la política.
EliminarLa historia de esta idea de la retirada a lo interior, que ha discurrido en paralelo con su contraria, el empirismo –el cual deja desasistida la realidad de nuestra necesidad de sentido–, en suma, la incapacidad de conjuntar ambas dimensiones, el yo y la circunstancia, dentro del mismo campo unificador que es la vida, creo que es la médula de la historia de Occidente, y se ha convertido en el núcleo de mis intereses intelectuales probablemente ya de por vida. Este blog rezuma por todas sus entradas argumentos que se han ido cociendo en la retorta de esa idea principal.
Y una última cosa: no lo dude, ahora que ha asomado en el horizonte de sus posibles lecturas, y métase con Cioran. Es un autor sublime y no se arrepentirá.
Un saludo muy cordial, José María.
Es gratificante leer algo que se sale de la dinámica actual de las "medias verdades", de las relatividades repartidas por casi todos los medios de comunicación. Y se lo digo desde la humildad e ilusión de mi juventud, 29 años.
ResponderEliminarContinuando con el tema que ha planteado, creo colegir algunas ideas, no sé si mejor o peor sacadas a cuento. Está claro que esa "retirada a lo interior" cobra cuerpo con Teócrito, Horacio y Virgilio, y se mantiene después ya como forma mística y ascética (pienso en Santa Teresa o San Juan), ya como forma de rechazo social (renacentismo decadente, primer barroco), incluso como consecuencia de una inadaptación. Ahora bien, ¿podrían darse una inadaptación ética, devenida como imposibilidad de comprender el mundo, y una inadaptación estética, entendida como frustación para integrarse, por ejemplo, en un grupo social? Se lo planteo porque, personalmente, desde que El corte inglés vende camisetas del Ché (que están en todo su derecho de hacerlo, por supuesto), parece existir un trasunto de sociedad estética, desnuda ya de toda ética. Se desprestigia la forma como continente de sentido, de ahí esta "sociedad del espectáculo", que ya dijera Vargas Llosa. Y quizá, en ese vacío de sentido, de estética sin arraigo, cobren vida las pesadillas morales y políticas a las que asistimos día sí, día también. Nacionalismos de izquierdas (??), ¿desde cuándo el nacionalismo es de izquierda, si nace como reacción de la clase burguesa? Entre otras cosas, a esto me refería con esa estética que nos venden, que parece vehicular cierto "aborto de la razón" (discúlpeme la expresión).
No quisiera terminar sin antes dejarle un soneto, muy venido a cuento por cierto, de Francisco de Aldana, una joya del último renacimiento:
"En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto variar vida y destino,
tras tanto, de uno en otro desatino,
pensar todo apretar, nada cogiendo,
tras tanto acá y allá yendo y viniendo,
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios! tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la vitoria
de sí, puesto el querer tan solo donde
es premio el mismo Dios de lo servido."
Es un placer leerle y conversar con usted. Disculpe la parrafada.
Un saludo cordial
Es curioso: esos 29 años que tienes, José María (si no te parece mal, pasamos al tuteo), son para mí una edad significativa: mi vida es un antes y un después de esa edad, puesto que a partir de ella podría decir que senté cabeza y di por finalizadas mis veleidades juveniles, que durante una década me habían llevado a encauzar ese estado de trastorno mental transitorio que llamamos juventud por los vericuetos –no precisamente los más sensatos– de la política. Bueno, no te veo a ti, precisamente, veleidoso ni que cumplas con ese perfil que me ha llevado a hacer esa generalización, evidentemente injusta, sobre la juventud. Aunque tampoco te veo muy homologable con los de tu edad (o cualquier otra edad, vaya).
EliminarAlgunos de los hitos, además de los que tú refieres, que considero relevantes en esa retirada hacia lo interior que ha sido recurrente en la historia de Occidente, aunque alternada, y a veces solapada o coincidente, con otras fases digamos que más empiristas, serían, en mi opinión, tan antiguos como el que marca la filosofía de Parménides, que decía: “lo que ‘es’ es entendimiento”, una manera algo diferente de poner palabras a una idea sobre la que siglos más tarde insistiría San Agustín: “la verdad habita en lo interior”. En medio de ambos, Sócrates (“conócete a ti mismo”) y Platón, para quien las cosas del mundo son mera apariencia, mientras que el ser auténtico de las mismas, la Idea, reside también en la mente. Y Jesucristo: “mi reino no es de este mundo”, y en fin: “el espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada”.
Ese inconformismo temerario que caracteriza hoy a tantas personas y que es el peor fruto de este imperio de lo subjetivo (que también dio muy buenos frutos), las más de las veces apenas tiene sustento. Es propio de gente que se cree con derecho a tener opinión (subjetiva) antes de tener suficiente experiencia (objetiva) de aquello de lo que habla. Incluso a pensar que no existe ninguna verdad objetiva por encima de lo que cada sujeto pueda decidir que es verdad. Hablamos del hombre masa, del que Ortega decía: “(El hombre-masa) se habitúa a no apelar de sí mismo a ninguna instancia fuera de él. Está satisfecho tal y como es. Ingenuamente, sin necesidad de ser vano, como lo más natural del mundo tenderá a firmar y dar por bueno cuanto en sí halla: opiniones, apetitos, preferencias o gustos (…) En cambio, el hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone”. Un ejemplo que a mí me resulta ilustrativo de esto que digo lo constituye la posibilidad, que hoy está legalmente admitida, de inscribirse el Registro Civil como hombre o como mujer independientemente de la realidad objetiva que se deriva de tener unos genitales u otros. La “realidad” hoy la decide cada cual, es una derivada de nuestros sentimientos, es (se pretende que sea) una prolongación de nuestra subjetividad. El nacionalismo también es un sentimiento, no tiene por qué supeditarse a los hechos objetivos ni a lo que diga la historia. De esta manera, es muy fácil acabar chocando con el mundo, convertirse en partidario de la utopía. Y el mercado, efectivamente, ha acabado adaptándose a ese reinado de lo subjetivo: si uno dice que un psicópata como el Ché Guevara es su ídolo, pues se le venden camisetas con su efigie y a otra cosa, mariposa. ¿La ética…? ¿Dónde dices que venden de eso?
No hay nada que disculpar, al contrario: la buena conversación es un placer. Y una delicatesen el soneto ese de Francisco de Aldana. Desde luego, como él viene a decir, desde que se descubrió el infinito se ha puesto crudo eso de saber cuál es tu lugar.
Saludos cordiales