Ortega partía del hecho
de que la filosofía idealista que ha impregnado toda la Edad Moderna ha
considerado que la realidad no tiene consistencia propia, que es una derivada
del pensamiento. Eso fue la base de todos los utopismos que han recorrido la
historia de Occidente, incluido el punto de partida principal de esos
utopismos: la Revolución Francesa (no la Ilustración, que es otra cosa). Así acabaron
surgiendo, sobre todo, las utopías racistas de los nazis y las igualitaristas
de los comunistas, que la historia ha demostrado cómo son capaces de discurrir
hacia el abismo. Hoy la filosofía idealista está transitando por el cauce de
otra utopía: la de que la naturaleza humana es también un subproducto de la
mente, y que cada cual puede decidir qué naturaleza tener. Otra manera de
discurrir hacia el abismo. Frente a eso, cuando Ortega decía "¡Salvémonos
en las cosas!" estaba haciendo referencia al respeto debido al principio
de realidad.
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“La suplantación de lo real por
lo abstractamente deseable es un síntoma de puerilidad. No basta que algo sea
deseable para que sea realizable, y, lo que es aún más importante, no basta que
una cosa se nos antoje deseable para que lo sea en verdad” (Ortega y Gasset[1]).
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“Europa (léase hoy
“Occidente”) necesita curarse de su ‘Idealismo’ –única manera de superar también
todo materialismo, positivismo, utopismo. Las ideas están siempre demasiado
cerca de nuestro capricho, son dóciles a él –son siempre revocables” (Ortega y
Gasset[2]).
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