Hitos fundamentales de ese proceso que, a base sobre todo de dar la espalda al mundo, ha ido dando forma a la soledad son el “conócete a ti mismo” de Sócrates, la afirmación de San Agustín de que “en el interior del hombre habita la verdad”, que San Pablo había preparado cuando dijo: “Si alguno de vosotros piensa que es sabio según el mundo, hágase necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría del mundo es necedad a los ojos de Dios”; la afirmación de Guillermo de Ockham (siglo XIV) de que no existen los géneros, sólo los individuos; la de Descartes con su “pienso, luego existo” o la de Soren Kierkegaard: “La subjetividad es la verdad; la subjetividad es la realidad”; y, quizás sobre todo, dentro de la modernidad, la revolucionaria ubicación de Kant de todo principio moral, de toda decisión sobre lo que está bien y lo que está mal, en el interior de cada individuo. A través de todo este proceso, lo que ha ido saliendo a la luz es el ser humano como individuo.
Efectivamente, “lo que entendemos bajo el concepto de ‘individuo’ –dice el fundador de la psicología analítica, Carl Gustav Jung– es una conquista, nueva relativamente, del espíritu humano y de la historia de la cultura”. Ya había afirmado Nietzsche por boca de Zaratustra que “en verdad, el individuo mismo es la creación más reciente”. No decía exactamente lo mismo María Zambrano (estaba un paso más allá), pero sí podemos incluirlo en esta serie de citas: “la revelación a que sentimos estar asistiendo en los tiempos que corren, es la del hombre en su vida”. Ortega sitúa más precisamente en el tiempo la irrupción de este fenómeno: “El Renacimiento descubre en toda su vasta amplitud el mundo interno, el me ipsum, la conciencia, lo subjetivo”. Y Erich Fromm complementa: “El proceso por el cual el individuo se desprende de sus lazos originales, que podemos llamar proceso de individuación, parece haber alcanzado su mayor intensidad durante los siglos comprendidos entre la Reforma y nuestros tiempos”. La gran eclosión de creatividad, de productividad y de avances científicos y tecnológicos que, sobre todo desde el Renacimiento y la Reforma, ha tenido lugar en Occidente, se debe al impulso que la vida tomó desde que el individuo fue reconociéndose en su soledad, o dicho en positivo, desde que descubrió que era libre.
Pero, como decía Ludwig Wittgenstein (1889-1951): “Estar solo con uno mismo, o con Dios, ¿no es como estar solo con una fiera? En cualquier momento puede atacarte”. Cioran también se barruntaba algo semejante: “¿La soledad no es, sin embargo, un terreno propicio para la locura?”. Y Carl Gustav Jung apuntaba hacia los eventuales traumas que se pueden producir con la desaparición del cordón umbilical que nos une a lo que nos trasciende, porque, según él, “conciencia individual significa ruptura y hostilidad”. Ortega y Gasset avisa del profundo malentendido que encierra esta nueva perspectiva sobre el mundo (o debiéramos decir más bien: a pesar del mundo o incluso contra él), porque, según ella, “concluye el hombre creyendo que posee una facultad casi divina, capaz de revelarle de una vez para siempre la esencia última de las cosas. Esta facultad tendrá que ser independiente de la experiencia, la cual, en sus constantes variaciones, podría modificar aquella revelación. Descartes llamó raison o pure intellection a esa facultad, y Kant, más precisamente, “razón pura” (…) En vez de buscar contacto con las cosas, se desentiende de ellas y procura la más exclusiva fidelidad a sus propias leyes internas”. En suma, que esa prometedora trayectoria que abría al hombre grandes horizontes de libertad y responsabilidad podía derivar en la hipérbole de la subjetividad, en la utópica creencia por parte del individuo de que no hay o no debe de haber fuera de él ningún límite a su voluntad, y si lo hubiere, debía de ser derribado, porque él, el individuo, es la genuina fuente de lo real. El peligro que asomaba en los márgenes de esa trayectoria hacia la libertad era que el individuo acabara considerando al mundo (mero aglomerado de limitaciones) como su enemigo.
Así fue ocurriendo en buena medida. La señal de salida en este sentido la dio Jean Jacques Rousseau cuando dijo: “La naturaleza ha hecho al hombre bueno y feliz; pero la sociedad lo ha convertido en depravado y miserable”. Y fue en el terreno del arte, como suele ocurrir, donde mejor encarnó ese nuevo espíritu cuyas raíces se hundían en las profundas perturbaciones que la Revolución Francesa había producido en el alma de los hombres. Así, cuando le preguntaron a Baudelaire que dónde prefería vivir, contestó: “¡En cualquier parte, con tal que sea fuera del mundo!”. Maurice de Vlaminck, pintor representativo del fauvismo, había participado, aunque desde la retaguardia, en las revueltas anarquistas que sacudieron París al final de la década de 1890, con lanzamientos de bombas y numerosos desórdenes. Unos años más tarde escribió: “Mi entusiasmo me permitía tomar todo tipo de libertades. Yo no quería seguir un modo convencional de pintar; yo quería revolucionar las costumbres y la vida contemporánea –liberar a la naturaleza, librarla de la autoridad de las viejas teorías y del clasicismo, a los que odiaba tanto como había odiado al general o al coronel de mi regimiento–. No estaba lleno ni de envidia ni de odio, pero me sentía tremendamente impulsado a recrear un mundo nuevo que había visto a través de mis propios ojos, un mundo que era enteramente mío”.
André Breton, en su “Segundo Manifiesto del Surrealismo” se preguntaba con sediciosa actitud: “¿Qué pueden esperar de la experiencia surrealista aquellos que aún se preocupan del lugar que ocuparán en el mundo?”. Una pregunta que era toda una proclama en pro de la inadaptación más radical. Y Vassily Kandinsky, el iniciador del arte abstracto, llegaba a esta reflexión: “Cuando la religión, la ciencia y la moral (esta última gracias a la mano fuerte de Nietzsche) se ven zarandeadas y los puntales externos amenazan derrumbarse, el hombre aparta su vista de lo exterior y la centra en sí mismo”. Reflexión que queda complementada con esta otra que transcribió en 1912: “El artista debe ser ciego a las formas “reconocidas” o “no reconocidas”, sordo a las enseñanzas y los deseos de su tiempo. Sus ojos abiertos deben mirar hacia su vida interior y su oído prestar siempre atención a la necesidad interior”. Ortega certificó: “El artista se ha cegado para el mundo exterior y ha vuelto la pupila hacia los paisajes interiores y subjetivos”.
Precisamente Nietzsche, al que vimos que aludía Kandinsky, ya había vislumbrado lo que se venía encima: “Lo que cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describe lo que sucederá, lo que no podrá suceder de otra manera: la llegada del nihilismo”. Incluso le dio tiempo a advertir a los artistas del profundo error en el que se iban a hundir cuando dijo: “El creador quiso apartar la vista de sí mismo, entonces creó el mundo”. Ortega y Gasset, por su parte, tuvo la perspicacia de analizar y poner nombre al tipo de individuo que este profundo malentendido estaba generando: el hombre-masa, del que dejó dicho: “El hombre que analizamos se habitúa a no apelar de sí mismo a ninguna instancia fuera de él”. Con lo que ese hombre-masa acaba arrollando a la realidad circunstante por el mero hecho de estar ahí, oponiéndose o resistiendo a sus deseos y, tal vez, caprichos. Los recientes sucesos de insurrección masiva ocurridos en Inglaterra, a los que me referí en el artículo anterior, son paradigmáticos del modo en que el hombre-masa se sitúa ante lo que le rodea.
Ya Cioran ha venido advirtiendo: “Toda sugerencia de final implica un exceso de subjetividad. La vida como tal no ocurre en el corazón. Sólo la muerte”. Y Milan Kundera apunta hacia la superación de este perverso malentendido cuyas consecuencias estamos sufriendo: “Todo el valor del ser humano se basa en la capacidad de sobresalirse, de emerger fuera de sí mismo, de ser en otro y para otro”. En el mismo sentido, y frente al hombre-masa, Ortega contraponía al hombre excelente: “El hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone”. Y redondeaba sus conclusiones aún más: “Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es incivil y bárbaro en la medida en que no se cuente con los demás. La barbarie es tendencia a la disociación. Y así todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramamiento humano, pululación de mínimos grupos separados y hostiles”. A esa barbarie hemos dedicado los artículos precedentes.
Así pues, nuestra libertad (y nuestra soledad) tiene límites: los que imponen las circunstancias y nos señala la experiencia. “Yo” no soy algo absoluto e incondicionado: yo soy yo y mi circunstancia. Cuando esto se comprenda, el mayor descubrimiento de la historia quedará completado.
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el pensamiento y la realidad externa”
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Buenos días Vicente. Te contesto aquí a tu último comentario del artículo anterior, primero porque hay trabazón suficiente en estos últimos artículos entre unos y otros, y segundo, porque tengo la impresión de que con cada nuevo artículo los anteriores, incluidos los comentarios, van quedando como materia cada vez más espectral y difuminada.
ResponderEliminarDaré una vuelta de tuerca a la “navaja de Ockham” a la que te refieres, tan aparentemente sensata (tan sensata casi siempre): Ockham era un amante de la simplicidad; para él sólo existía los simple, lo individual; los árboles concretos, no el bosque. Cuando proponía eliminar lo superfluo en cualquier definición de algo, proponía en realidad prescindir de cualquier generalización. Yo considero a Ockham la principal madre del cordero de lo que nos ha pasado desde el siglo XIV, Renacimiento incluido, por supuesto (y también Reforma: Lutero era seguidor suyo). Desde luego, es necesario regresar de vez en cuando a las cosas concretas, y la historia genera de vez en cuando tornados culturales que ponen patas arriba las generalizaciones construidas hasta entonces (en esas generalizaciones consiste una civilización) para que no perdamos de vista lo inmediato, lo concreto y tangible. Ahora mismo sufrimos una etapa deconstructiva feroz (“deconstrucción” es la palabra clave del posmodernismo: vuelta a lo fragmentario… y sin sentido).
Pero el bosque, aunque de un modo más sutil que el árbol, existe, como sugerí hace unos artículos (bueno, lo sugería Ortega; yo, como buen pensador, no hice más que plagiarle). Es un concepto, una creación humana, como, según tú mismo dices, lo son el “bien”, el “mal”, la “voluntad”. Son realidades que para existir necesitan de nuestra colaboración, pero tienen existencia objetiva. ¿Qué sería de nuestra sociedad democrática sin ese invento de nuestra mente que denominamos “ciudadanía”? ¿O el de “patria”? Aunque también hay quien sostiene que sólo existen ciudadanos concretos. Y mi compañero de partido, Fernando Savater, ockhamista esencial, dice, como los antiguos latinos, “ubi bene ibi patria”: donde yo, individuo, estoy bien, allí está mi patria. Yo, sin embargo, creo que las generalizaciones son ideales que el hombre propone como marco y exigencia a los individuos. Como digo en este artículo de hoy, la soledad es un gran invento, pero insuficiente. Si sólo existiéramos los individuos, al final, efectivamente, acecharía la muerte térmica, la nada: ningún individuo es, a fin de cuentas, depositario del sentido del cosmos, todos la cascamos.
Disfruta del domingo (y ss.)
“Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es incivil y bárbaro en la medida en que no se cuente con los demás. La barbarie es tendencia a la disociación. Y así todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramamiento humano, pululación de mínimos grupos separados y hostiles”.
ResponderEliminarEra en esos grupos precisamente donde mejor se muestra la voluntad de convivir. La barbarie es la perdida de la ley, según mi criterio o mejor dicho el imperio de la ley personalizado en el más fuerte. Un saludo.
P.D. Menudas entradas te salen...
LA SOLEDAD DEL HOMBRE
ResponderEliminarHola, Javier, gracias por el esfuerzo extra en las respuestas a mis comentarios. Creo que tu compañero Fernando Savater también dijo que las únicas patrias que merecían la pena eran las inventadas por los niños. No obstante, Aristóteles ya definió al hombre como ser político. Los propios griegos idearon sus polis con la finalidad de morar en compañía ateniéndose a leyes por todos (salvo esclavos) otorgadas. Ello cuando no formaba el poder la oligarquía, la tiranía, la aristocracia, etc. Es el Renacimiento el que pone al hombre en el centro del universo. El hombre pasaba a desempeñar los designios hasta entonces asignados a Dios o a la naturaleza.
El gran descubrimiento que tú propones nos lleva a la esencia, no obstante, contradictoria que todo hombre posee. El ser social que somos nos empuja, a su vez, a la búsqueda de uno mismo. (...) y lo que paso en silencio, a mis soledades voy, de mis soledades vengo (...), nos decía Lope de Vega. Se podrían unir a ellos los de la descansada vida de Fray Luis de León, etc. La otra opción es volver a la monodia que aplicaba el canto gregoriano o el milanés, anteriores a la polifonía, que, precisamente, rompió la uniformidad.
Creo que la tentación (que parece que no vive arriba, sino dentro de uno mismo) por aislarnos sucede por intentar superar la obligación adaptativa a lo social. Pero la soledad nos consume. Ahora vivimos en un mundo arrebatadoramente individualista. Es el tiempo en que ha dominado la tendencia en Occidente E.E.U.U. Llevan décadas, siglos, ofreciendo el alimento espiritual individualista. Por otra parte son muy gregarios en los asuntos de asambleas religiosas. De nuevo la contradicción humana les hace abandonar el individualismo, también para volcarse en unos espectáculos de masas descomunales, o para amar y rezar por su país en cada enfrentamiento que han tenido con otros pueblos o países.
Creo que la gran tendencia individualista la promueve Lutero en su Reforma al prescindir de un intermediario entre Dios y el individuo. La posibilidad de dirigirse a la divinidad directamente obvia la dependencia y contribuye a la intromisión. La teoría de la Predestinación afincará la idea de que cada uno posee –individualmente- la salvación, y por medio de sus obras dará gracias por el don conseguido. El Catolicismo sigue siendo ecuménico, universal, y más dependiente de la doctrina de la propia iglesia.
Si tomamos lo profano, como tú muy bien has citado, serán, sobre todo, las vanguardias las que romperán con toda tutela convencional o tradicional para, sobremanera, destacar su individualidad (lo mismo que hago yo cuando expongo una poesía nueva en mi blog: es mi mente particular la que idea cada palabra y persigue el adecuado ritmo).
A pesar de que falte un sentido vital superior como más o menos tú dejas caer, creo que la tendencia moderna hacia la exaltación de lo individual es positiva. Me gusta la monodia de, p. ej. El canto gregoriano, pero adoro la ruptura del Ars Antiqua que supuso el Ars Nova, o Ars Subtilium. Sin embargo, sigo sin “saborear” la ruptura de la música Contemporánea (La nueva Escuela de Viena, la atonalidad, el dodecafonismo...). La gran tendencia que observo en nuestra modernidad hacia lo comunitario es en los ejércitos. Ahí la sumisión no es optativa. Se sigue dependiendo de unas órdenes emanadas jerárquicamente y no se cuestionan. Creo que es función del hombre el cuestionarse continuamente las situaciones, propuestas, soluciones, etc. Los regímenes llamados –eufemísticamente- revolucionarios siguen esta tendencia. Parece que tomaran inspiración en el régimen de la antigua Esparta. Vivir para la lucha, el combate. Todos en una uniformización severa, comida comunitaria, las etapas de aprendizaje estrictamente delimitadas, apartamiento de las familias, eliminación de los no aptos... La modernidad nos ha llevado a esa duda existencialista o, quizás, al nihilismo, pero el ascetismo o este comentado régimen non plus ultra, no enriquece a la especie en su humanitarismo.
"En medio de la noche, los puercoespines sienten frío y se acercan para tener el calor del grupo. Pero entonces sienten las púas de los otros, y se alejan para no pincharse. Pero entonces vuelven a sentir frío, y se acercan, ... pero ... "
ResponderEliminar[Fábula que recuerdo atribuida a Schopenhauer]
Felicidades por el blog.
EL BELLO DE LOS PUERCOESPINES
ResponderEliminarBuena reseña, Carlota. Otra manera de exponerlo la tuvo I. Kant al proponerlo como “la insociable sociabilidad del hombre”. La innata necesidad de depender de aquello que, aunque sea por momentos, nos repele, para volvernos a demostrar que necesitamos de esa dependencia y unión. El insociable pensamiento de creernos in-dependientes que nos lleva a la desunión de nuestra existencia como seres sociales, irremediablemente dependientes. Pienso que si nos creemos separados de la necesidad del otro estamos manteniendo una utopía, un no lugar; un no estar como humanos.
Un saludo
Estoy de acuerdo contigo, Temujin: del caos nos resguarda el respeto al principio de legalidad. Cuando cada persona o grupo se sienten capacitados para decidir su propio comportamiento sin atender a las limitaciones que impone la convivencia con los demás, se pone en marcha el mecanismo de una bomba de efectos no todos retardados.
ResponderEliminarTambién es verdad que estoy montando un blog al que sólo los que tienen bastante paciencia se pueden acercar para embaularse todo lo que meto (metemos). Pero a determinadas edades empieza a ser mejor aceptarse uno como es que pretender explorar nuevas vías, así que me doy por caso casi perdido (… no del todo ni aquello ni esto).
Ya me tienes calado, Vicente, y sabes que, efectivamente, me parece que el universo está estructurado en clave paradójica. Aristóteles decía que en el medio está la virtud, pero me da la impresión de que ese “medio” tiende a menudo a ser una abstracción o algo que pasa en la superficie o un intento de sobreponerse a ese permanente impulso que nos lleva alternativamente a uno de los polos de la ubicua paradoja. Pero de una vez a la siguiente las cosas van mejorando en dirección a la complejidad: el paso del canto monódico (uniformador, medieval) a la polifonía (voces múltiples, moderno) es, como dices, expresivo del tránsito desde el dominio de lo general, de lo comunal a lo individualizador. Sin embargo, la polifonía sigue siendo armoniosa, sintetiza lo diverso y “regresa” a una forma de unidad más compleja. Tú entiendes de esto más que yo, pero, según mi impresión, la actual música dodecafónica es el extremo musical del individualismo, es decir, el caos, la ruptura de la armonía. Yo no creo que se pueda “saborear”, como tú dices, esa música: está destinada a aburrir a las ovejas. En general, en esas estamos, en buena medida, culturalmente: se reniega de todo propósito generalizador, cada átomo (cada nota musical en el caso del que hablamos) va a su puñetera bola. Con lo cual, ya podemos prever hacía dónde ha de ir el péndulo la próxima vez, recogiendo todos esos átomos dispersos en nuevas complejidades.
Como tú detectas, creo que, asimismo, hay ámbitos de la vida social en los que es más posible la individualidad centrífuga (la descansada vida de Fray Luis) y otros en los que es imprescindible unificar voluntades, como en el ejército: otra vía de reflexión abierta para saber cómo se conjugan esas fuerzas vectoriales contradictorias. Pero como a ti y a mí nos gusta comernos el tarro, nos viene de perlas esta especie de juego que significa pensar, ¿verdad?
Un placer, Carlota, verte asomar por esta invitación al juego de paradojas que es este blog. Me apunto esa fábula de los puercoespines, que es como un resumen de todo lo que por aquí se va tratando. Gracias por tus felicitaciones, aunque se va a notar que es que somos amigos.
EL PÉNDULO INCESANTE
ResponderEliminarGracias, Javier, por seguir incitándonos a pensar. Estamos asidos, querámoslo o no, a ese péndulo que ha movido las tendencias de la historia y de la experiencia humana, y que tantas vueltas ha dado a los conceptos y las ideas. Y me aferro también yo a tus queridas paradojas. El ejemplo musical que he expuesto en mi anterior escrito lo he resaltado como ilustrativo, no como intento de destacar en el campo musical, que, como en todo, soy un lego. Pero como iba por lo de las paradojas, prosigo (aunque continúe en la música).
¿Cómo es posible que la música, y en general la expresión artística, contemporánea, sea, no ya no seguida, sino denostada por los coetáneos? Las comillas que usé en el escrito anterior no fueron gratuitas, efectivamente, el dodecafonismo, la atonalidad, la experimentación electroacústica, etc. Resultan ininteligibles, inaguantables (como en todo habrá excepciones). No quiero enfrascarme en un debate limitado a la música, pero sí me interesa dejar caer la cuestión de esa paradoja que nos lleva a sufrir (y ahora no pongo las comillas) un arte que por primera vez en la historia no es seguido por sus contemporáneos. ¿Por qué?
Esa atomización que tú mencionas es real. Cada nota, trazo, etc. (música, pintura), actuales parecen estar conformados para, quizás, llenar el ego de los esnobs, pues no otra cosa me parece sino esnobismo alardear de un supuesto conocimiento (que por supuesto entre los profesionales de la composición actual sí existe, pero de una manera peyorativamente selectiva) de lo que, como seres racionales, parece, repito, ininteligible. Reconozco que puede ser mi ignorancia la que me ha llevado a escribir lo anterior, pero intentar escucharlo y aguantar, a fe que lo he hecho; conseguir el “agrado”...
Epicuro nos hablaba de que una buena aspiración humana era la búsqueda de la belleza, hasta cierto umbral, después se retornaría nuevamente a esa (y aquí es donde me calarás tú a mí) ataraxia, o ausencia de perturbaciones y serenidad de ánimo. Aunque definir la belleza es algo subjetivo, la música y el arte contemporáneo, después de las Vanguardias...
Será que soy más bien arcaico. Está bien, lo soy: disfruto con la música llamada Antigua, lo mismo que de la literatura clásica. Ese tipo de música consigue que yo llegue a emocionarme. También el último tercio del S XIX y principios del XX me vuelve a agradar con los músicos de la corriente llamada Nacionalismo Español (Granados, Turina, Falla, Albéniz... Posteriormente Rodrigo...). También me gustan músicas modernas (Jazz, Flamenco-Jazz, Paco de Lucía, Joaquín sabina...). Lo de Nacionalismo es porque cada país tuvo unos representantes que recuperaron piezas del folclore popular para elaborar sus composiciones, no por abrir un debate sobre la pureza nacionalista.
Como tú has indicado, Javier, esa disgregación, debido a la siempre presente ley del péndulo, tiene que, necesariamente, converger hacia una solidez supuesta. La tendencia absolutista, entendiendo aquí el término como obligación marcada de que no te parezcas a nada de lo anterior - tu mencionada deconstrucción-, tendrá que derivar en una transformación antes de que volvamos a revivir una nueva Torre de Babel que impida la comunicación en códigos perceptibles como propios y no como quimeras elitistas.
P.S. A pesar de escribir lo anterior, no estoy conforme con ello al haber tratado tan sobremanera el aspecto musical, que ha quedado casi como un monográfico, aunque no del todo, pues ha seguido siendo, mi escrito, un "ladrillo", elemento constructivo ajeno a la música, escepto a la contemporánea, que está poblada de ellos, como los míos.
Pues sí, somos amigos, ¿y qué?
ResponderEliminarLo digo así, retadoramente, porque he recordado una página de un pensador americano -te gustaría en parte porque cita a Ortega (también a Santayana)-, Richard M. Weaver, en su libro "Las ideas tienen consecuencias" (¡y tantas!)
Dice:
"Las mentes afines, la simpatía que surge entre personalidades análogas, que todas las comunidades cultivadas han considerado una parte integrante de la vida buena, exigen un exceso de sentimiento a un mundo de máquinas y falso igualitarismo, en el que hasta es posible detectar un vago recelo hacia la amistad, en la medida en que ésta supone discriminación y selección y, por tanto, es antidemocrática"
(Bueno, advierto a que a Weaver no le gusta el jazz, y a mí, sí)
No es que comparta la cita en su compleja totalidad, pero sí lo suficiente como para reivindicar orgullosamente mis amistades con las que se podría constituir una aristocracia sabia, buena, excelente, a cuyo gobierno y enseñanzas me confiaría feliz, como en una academia platónica.
Tengo un librito de un discípulo de Ortega cuyo nombre no recuerdo, pero sí que está hecho con cariño al maestro. Se titula "Ortega y las artes visuales"
Diré que yo no sé nada de las artes visuales o plásticas. Carezco de una formación elemental en ese terreno, y, de hecho, esas obras sólo me interesan como documentos históricos y sociológicos. Mi sensibilidad estética es, en esos campos, una tabla dura, no una impresionable película.
Pero, ... me interesa la crítica del arte en los aspectos meta-estéticos, en su relación con la Historia de las ideas, o con lo que a lo mejor un Hegeliano llamaría, el progreso del espíritu.
Por ese interés he leído un librito de ensayos de Federico Suárez Verdeguer. Contiene uno sobre "Picasso, el Guernica, y los críticos" y otro sobre "Las vanguardias". Para mí fue suficiente. Por desgracia no tengo el don de la síntesis.
Pero, por suerte, también tengo a la vista "El periodismo canalla y otros artículos" de Tom Wolf, una colección de artículos publicada con ese título.
Entre ellos, agurpado en la significativa rúbrica "VITA ROBUSTA, ARS ANOREXICA" hay una alhaja sobre este tema: "el artista invisible"
Busco en internet y lo encuentro publicado en español en el periódico argentino "La Nación" bajo un título ya no camuflado para el público español: "El artista enamorado de Dios":
Este es el enlace:
http://www.lanacion.com.ar/214395-el-artista-enamorado-de-dios
Le precede una presentación del editor que extracto:
"Un ensayo revelador para entender el cisma entre el público y los conocedores y el futuro del gusto en los albores del siglo XXI. El autor de La hoguera de las vanidades exalta al escultor norteamericano Frederick Hart (1943-1999), ignorado sistemáticamente por los medios, los críticos y el mercado de arte neoyorquinos. A pesar de ello, Hart, ex delincuente juvenil, se convirtió en el creador de esculturas más popular de los Estados Unidos. ..."
¡Cuánto me gustaría tener mucho tiempo, dado mi poco talento, o mucho talento, dado mi poco tiempo, para intervenir en este blog sin desentonar.
Pero, como dice el anfitrión, "a determinadas edades empieza a ser mejor aceptarse uno como es que " ... que cualquier otra alternativa, que conduciría, con toda probabilidad, a un sufrimiento inútil.
[pido perdón por la ortografía, pero soy incapaz de que este ordenador entienda que escribo en español, no en inglés. Consecuencias de la hegemonía de otros]
Mi bienvenida a Nadu, que añade a su interés por la psicología la sensibilidad que refleja en su poesía. ¿Es posible aquélla sin ésta? Bueno, hay quien cree que sí (hoy la psicología pretende pasar como aséptica ciencia natural), pero Nadu y yo pensamos que esa sensibilidad es imprescindible para entrar en la intimidad de las personas.
ResponderEliminarCreo, querido Vicente, que no se ha entendido bien el propósito de los artistas de vanguardia. Hemos pretendido entender su arte, descifrar las claves que nos ayudaran a convertirlo en objeto de disfrute, y sus oficiantes, los genuinos, nunca han buscado, sin embargo, la comprensión del público ni aportarle placer estético. Decía André Breton en uno de sus “Manifiestos del surrealismo”: “Creo en el valor de todo aquello que se hace, espontáneamente o no, encaminado hacia el fin de la inaceptación”. Es decir, que el hecho de ser rechazable era para él, por sí sólo, un mérito artístico. Cuando encontramos a algún representante del arte de vanguardia decir algo así, tendemos a creer que ironiza, que lo suyo son ganas de provocar, pero que, en el fondo, busca lo que toda persona normal: agradar, que le quieran, expresar belleza… Es algo parecido a lo que nos pasa con los nacionalistas (¡uno se debe a sus obsesiones, y tiene asociaciones mentales de este cariz!): creemos que en el fondo son normalitos, que buscan el bien de la sociedad en su conjunto, que no quieren separarse, sino sólo barrer para casa… y van y le dan a Durán y Lleida la mayor puntuación en las encuestas de valoración de líderes. Unos y otros no pueden hacer ostentación más clara de sus intenciones, pero cometemos la ingenuidad de valorarlos presuponiéndolos sensatos.
ResponderEliminarMe apunto a todas tus preferencias musicales. Aunque yo tengo una predilección especial por los Rolling Stones. ¡Y tú que pensabas que yo era una persona seria! Pues ya ves… Tengo incluso una camiseta con la lengua fuera y los morrazos de Mike Jagger dibujados, que me compré en un arrebato una de las dos veces que los he visto en directo (sin duda, los dos espectáculos más importantes a los que he asistido en mi vida). Es cierto que me da vergüenza ponérmela, pero sé en qué cajón la tengo. El rock es una música que algunos creen que está a punto de estar en el otro bando (Fernando Sánchez Dragó dice incluso que es diabólica, y efectivamente, los Rolling tienen una canción que se titula “Simpatía por el diablo”), pero no, yo creo que es música de este lado nuestro, y tengo que confesar que es la que más oigo. En mi coche, por ejemplo, siempre hay algún CD de los Rolling, y también de los Beatles, la Creedence, Eric Burdon, Mark Knofler… Todos así de viejos ya, o incluso de excursión por el otro barrio, por desgracia. No sólo, pero alguno de éstos no falta.
¡Qué pensaría Weaver de mis gustos musicales! Yo, sin embargo, amiga Calota, le seguiría saludando. Además, Ortega y los suyos (y yo agarrado a sus pantalones) piensan también que son las ideas las que mueven el mundo, al contrario de lo que se ha supuesto en esta era tan positivista (a la vez que, paradójicamente, tan subjetivista), que ha creído que las ideas son sólo un reflejo de las condiciones objetivas.
ResponderEliminarYo creo que al arte nos acercamos las personas desde múltiples perspectivas. Yo no tengo muy desarrollada la sensibilidad estética, desde luego (necesito consejo incluso para saber si conjuntan el pantalón y la camisa que pretendo ponerme). Me acerco a la pintura, por ejemplo, desde mi interés por la psicología (sobretodo la psicopatología), la historia, la filosofía, el sentido común… plataformas, como tú dices, meta-estéticas, pero al fin acabo considerando que tengo alguna capacidad para valorar eso que veo, a pesar de mis deficiencias de partida en otros sentidos.
Impresionante el artículo que recomiendas de Tom Wolfe sobre Frederick Hart, el artista invisible, y cuya página vuelvo a recordar yo: http://www.lanacion.com.ar/214395-el-artista-enamorado-de-dios . Como la próxima entrada que pretendo colgar, y que aún estoy puliendo, parece un apartado dentro de ese mismo artículo, sólo resaltaré ese extravío que hoy, también en mi opinión, sufrimos, y que nos hace, por ejemplo, ir al Guggenheim (yo mismo lo hago, aunque lo mío es morbo) a ver expuestas, por ejemplo, cajas de embalaje amontonadas al azar, que en principio parece que se trata de un descuido de la señora de la limpieza, que no le dio tiempo a poner orden en esa sala de tropecientos metros cuadrados… pero no, como se te ocurra mover una de esas cajas se te echarán encima todos los vigilantes, como si hubieras tirado un bote de pintura roja sobre la Mona Lisa. Y nada, seguimos sin atrevernos a decir que el rey está desnudo…
Como sé de tus ocupaciones, te disculparé cuando pase lista a los de los comentarios. Pero me animará saber que, al menos, te acercas por aquí a echar un vistazo.
LA CONSAGRACIÓN DEL ARTE
ResponderEliminarHola, Javier, gracias por seguir siendo cumplidor y respondernos. Aunque ya nos has anticipado que te hayas puliendo tu próximo artículo, aún entraré en esta propuesta sobre lo individual, el arte y/o la comprensión.
Dices que el propósito de los artistas de vanguardia no ha sido el de agradar. Obviamente; el desagrado ha sido su santo y seña. Siempre el arte ha sido vanguardia de su época, así que el hecho de usar tal calificativo no ha de responder a un acto descalificativo. De hecho, yo acierto a “comprender” exactamente hasta el movimiento denominado vanguardismo (con sus muchos ismos: impresionismo, cubismo, puntillismo, surrealismo...). Ahora bien, todo el post vanguardismo, ha tomado una deriva despectiva hacia el raciocinio humano (según mi, probablemente, resentido, criterio. Y otra vez me aparece el fantasma particular de Nietzsche: Algo así como que siempre andará cien pasos por delante el decidido y valiente sobre el resentido). Una vez reconocido mi “enano” criterio sobre el arte actual, algo habrían de responder al respecto los artistas hipersubjetivos, que, por supuesto, tendrán su argumentación para responder a la falta de seguimiento, pues ya hemos descartado la comprensión.
Casos hay en la trayectoria artística del hombre que siempre han resultado rompedores, p. ej. El Greco y sus formas alargadas y fantasmagóricas respecto al canon de su época. La puesta en escena en París de La Consagración de la Primavera (Le Sacre du Printemps), de Igor Stravinski en 1913 fue, quizás, el mayor escándalo musical de la historia. Una forma rompedora en los ritmos, casi frenéticos y obsesivos. Hoy en día es una de las obras más programadas en las salas de conciertos. Así que el hecho de que el público no responda a las exigencias de los creadores coetáneos, no presupone razón para el primero, pues han existido artistas que en vida pasaron tristemente desapercibidos (Joyce, Van Gogh...).
Pero tampoco exime a los artistas el hecho de entrar en una subjetividad que puede incluso perder las formas. Aunque partamos de que hay gente reacia a los experimentos artístico-sensoriales (al percibir la pérdida de los contenidos y formalidades hasta entonces al uso), la provocación ha rebasado límites no muy comprensivos (y la función de un artista ha de ser el inconformismo y la agitación o experimentación: una huída hacia delante en vanguardia de la especie).
Cuando Marcel Duchamp presentó su urinario (“El Silencio”) fue devastador. El límite en la provocación había tocado incluso lo escatológico. El arte conocido había sido fulminado. Posteriormente lo “embelleció” y “aromatizó” el artista italiano Piero Manzoni exponiendo una pila de latas de heces. El excremento elevado a... Pues a alta cotización ya que en una subasta en Sotheby’s alcanzó la cifra de ciento veinticuatro mil euros.
Yo también, Javier, me quedo con tu “Simpaty For The Davil” (Simpatía por el Diablo). Yo estuve con ellos durante muchísimo tiempo (hasta “Under Cover of the Nigh”), incluso llegué a tatuarme la lengua de los Rolling en el antebrazo (pecado de juventud que eliminé conforme lo pretendía hacer. Me han quedado trazos inconexos). Pero ya avandoné el rock. También estuve muy unido al “Boss”, Bruce Springsteen, pero hasta llegué a vender el “Born to Run”. De esta hornada de grupos o solistas de rock ya sólo mantengo el uso de los perennes Pink Floyd. Y me alejo de ti debido a mi polarización: yo nunca fui de los Beatles. Nunca los comprendí (sí que hay excepciones, pero, en general, ¡pssssa!).
En fin, espero tus nuevos tonos, ya sean culturales, políticos, sociales...