domingo, 14 de agosto de 2011

OSLO, INGLATERRA: ¿CASOS AISLADOS O SÍNTOMAS?

“Cumpla lo que la justicia exige. Sé que no es creyente, pero le juro que la vida le sacará a flote. Después estará contento de sí mismo. Lo que usted necesita es aire, ¡aire, aire!”. Esto es lo que, en la más famosa novela de Dostoievski, “Crimen y Castigo”, le espetó el comisario Porfiri Petrovich, en privada conversación, a Rodia Raskólnikov, cuando le hizo a éste evidente que sabía que era el asesino de Aliona Ivánovna, una vieja usurera, y de su hermana Lizaveta, tratando amistosamente de aconsejarle para que su alma encontrara por fin el sosiego que había perdido desde que empezó a planear aquel asesinato. El gran escrutador de almas que fue Fiodor Dostoievski hizo en la novela un detallado retrato psicológico de Raskólnikov y de la recargada atmósfera vital en la que sus intenciones asesinas fueron fermentando. “Se había replegado hasta tal punto sobre sí mismo –dice de él en cierto momento de la narración– y se había aislado tanto de los demás, que le producía aprensión la idea de cruzarse, no ya con la dueña de su casa, sino con cualquiera otra persona (…) Se había desentendido por completo de las cuestiones del diario vivir y no quería ocuparse de ellas”. Por eso el comisario le recomendaba ¡aire!, salir de sí mismo, de su centrípeta manera de situarse ante las cosas.

Sonia Semiónovna, una bondadosa prostituta, fue el instrumento que la vida, por fin, puso en el camino de Raskólnikov para que éste llegara a ser capaz de empatía, de salir de sí mismo y encararse hacia los demás y hacia el mundo. Llegado un punto, esta salida de su alma al “aire libre” le hizo capaz de verbalizar ante Sonia el estado de ánimo del que estaba impregnado mientras estuvo maquinando asesinar y robar a Aliona Ivánovna: “Quería matar, Sonia, sin que fuera un caso de conciencia, ¡quería matar para mí, para mí solo! (…) No maté por ayudar a mi madre, ¡eso es absurdo! No maté por convertirme en un filántropo, una vez tuviera en mis manos dinero y poder. ¡Eso es absurdo! Sencillamente, maté. Maté por mí, por mí mismo”.


En el estado de solipsismo intelectual, introversión mental y aislamiento existencial en el que se había desenvuelto Raskólnikov durante mucho tiempo, fueron gestándose sus fabulosas teorías sobre el papel de los grandes (y no tan grandes, como sería su propio caso) hombres en la historia, y sobre sus respectivas obligaciones con la misión vital que cada uno debía llevar a cabo, pasando por encima de cualquier impedimento moral que le saliera al paso. “A mi parecer –explicaba un día Raskólnikov, antes de cometer su crimen, comentando su teoría a sus eventuales contertulios–, si los descubrimientos de Kepler o de Newton, a consecuencia de determinadas circunstancias, cualesquiera que fuesen, no hubieran podido convertirse en patrimonio de la humanidad sin el sacrificio de un hombre, de diez, de cien o más hombres, que hubiesen sido obstáculo para la comunicación del descubrimiento a los demás, Newton habría tenido derecho a eliminar a esas diez o cien personas; habría estado incluso obligado a hacerlo (…) Los legisladores y ordenadores de la humanidad, empezando por los más antiguos y continuando por los Licurgo, los Solón, los Mahoma, los Napoleón y así sucesivamente, todos sin excepción fueron criminales por el simple hecho de que al promulgar una nueva ley, infringían, con ello, la ley antigua, venerada como sacrosanta por la sociedad y recibida de los antepasados; claro es que no vacilaron en derramar sangre, si la sangre (a veces completamente inocente y vertida con sublime heroísmo por defender la ley antigua) podía ayudarles en su empresa (…) En una palabra, llego a la conclusión de que todos los hombres no ya grandes, sino que se destaquen un poco de lo corriente, o sea los que estén en condiciones de decir algo nuevo, por poco que sea, necesariamente han de ser criminales por propia naturaleza, en mayor o menor grado, claro es. De no ser así, les resulta muy difícil salir del camino hollado, como ya he dicho, y a mi modo de ver incluso están obligados a no conformarse”.

De esta forma, Raskólnikov, desde su falta de empatía e incapacidad para sentirse afectado por el sufrimiento ajeno, y partiendo de unas teorías en las que la realidad exterior sólo era tenida en cuenta como campo de pruebas para sus íntimas, solipsistas teorías, estaba generando el contexto intelectual y emocional desde el que quedaría justificado su futuro crimen contra una usurera que no merecía tener el dinero que había acumulado, y que, sin embargo, en sus manos, las de su asesino, iban a encontrar una más elevada utilidad. Aliona Ivánovna, su futura víctima, mientras tanto, enmarcada por los presupuestos de su teoría, venía a ser algo equivalente a un parásito, a un “piojo” para la sociedad, un ser que se aprovechaba de los demás con sus préstamos usureros, y que, por si fuera poco, cuando muriera pensaba dar en herencia sus bienes a un convento cualquiera, porque no tenía a nadie a quien sentirse vinculada, ni siquiera su hermana, Lizaveta, a la que esclavizaba. Rodia “estaba obligado”, siempre según los términos de su teoría, a pasar por encima de los obstáculos que le impedían dejar su huella entre los hombres, y todos ellos habían venido a concentrarse en la figura de Aliona Ivánovna.


Dostoievski describe también el estado de ánimo de Raskólnikov inmediatamente anterior a la comisión de su crimen: “Una sensación nueva, casi invencible, se iba apoderando de él cada vez más, de minuto en minuto. Era una especie de repugnancia infinita, casi física hacia cuanto encontraba y le rodeaba, una repugnancia tenaz, rencorosa, empapada de odio. Todas las personas con quienes se encontraba le parecían repugnantes, su rostro, su manera de andar, sus movimientos. Si alguien le hubiera dirigido la palabra, con toda probabilidad, le habría escupido a la cara sin más ni más, le habría mordido”. (…) “¡Dejadme, dejadme todos –gritó furioso Raskólnikov–. ¿Me dejaréis en paz? ¡Verdugos! ¡No os tengo miedo! ¡Ahora no temo a nadie, a nadie! ¡Fuera de mi lado! ¡Quiero estar solo, solo, solo!”.


Pasemos a la vida real: la prensa ha descrito en líneas generales el perfil psicológico de Anders Behring Breivik, el asesino de 77 personas en Noruega, que precisamente viene a coincidir con el que Dostoievski previó para Rodia Raskólnikov. Dice de él que era un solitario que se hartó de la sociedad en que vivía, su diario revela a un hombre que vacilaba entre la depresión paralizante y planes grandiosos e inalcanzables (el sujeto sano, por el contrario, saca adelante con tenacidad y día a día los planes realistas que constituyen su proyecto vital); le gustaba pasar horas ante el ordenador jugando a juegos de video violentos, escuchaba música y poseía una inteligencia superior a la media. Breivik, dicen de él también, cultivó una actitud de desapego hacia la gente que le rodeaba. En la elección de los posibles objetivos contra los que atentar influía un gran elemento de agravio personal o de resentimiento. Breivik, al igual que muchos hombres occidentales modernos, era un joven solitario, un cínico descontento que buscaba algo en que creer; los problemas de inadaptación generados por la inmigración islámica así como su repudio de la ideología marxista sirvieron de coartada para vestir con ellos su profundo odio contra el mundo, que estalló, por fin, en los horribles atentados contra los edificios gubernamentales de Oslo y en el campamento juvenil laborista de la isla de Utoya el 22 de julio, que tenía planeados desde hacía años. Pero, si hubiera sido capaz de leer su intimidad, sin duda podría finalmente haber dicho lo que Raskólnikov a Sonia Semiónovna: “Sencillamente, maté. Maté por mí, por mí mismo”. No había realmente una causa exterior que justificase su acto.


Por otro lado, Inglaterra se ha visto sacudida estos últimos días por una ola de violencia generalizada que en seguida ha dejado ver que la causa aludida por los insurrectos para justificar su explosividad, la muerte de una persona en un enfrentamiento con la policía, era sólo el equivalente a las alas de la mariposa que acaban originando un huracán; es decir, tampoco había una causa exterior que justificase su comportamiento. ¿Quiénes son los detenidos por la policía en estas revueltas? Al parecer, la mayoría son veinteañeros, aunque también los hay de menor edad. ¿Pobres y desempleados sin perspectivas de futuro? “Entre los acusados –cuenta el corresponsal de asuntos legales de la BBC Clive Coleman– había un diseñador gráfico, estudiantes universitarios, un maestro de escuela ayudante, un graduado universitario, un hombre recientemente reclutado por el ejército…”. Asimismo, han detenido como autora de robos en una tienda de electrodomésticos a la hija de un millonario inglés (brillante universitaria, que vive en una mansión con pista de tenis y parque privado), a una atleta británica, embajadora olímpica en los Juegos de Londres 2011, detenida por robo, desorden público y atacar un vehículo policial, a una bailarina de ballet, un músico, un chef de comida orgánica… Según el corresponsal Coleman, muchos de los que serán llevados a juicio aseguran que son personas que llevaban una vida tranquila y hasta tienen buen carácter. Simplemente cayeron en la tentación de cometer crímenes. Libres, a primera vista, de la sanción social y policial, muchas personas dejaron en evidencia el hecho de que no cuentan con un freno moral propio para sus impulsos, en los que ha desaparecido cualquier componente altruista y lo que han dejado que en ellos prevalezca, por el contrario, les lleva directamente al comportamiento antisocial. Lo que comenzó, en fin, como una protesta por la muerte de un hombre en un incidente con la policía terminó en una ola de saqueos y violencia extrema por diferentes barrios de la capital y por otras ciudades.


¿Son estos comportamientos, los del noruego Breivick por un lado y los de los insurrectos ingleses por otro, meras explosiones, casos aislados preparados por el azar y que hay que esperar que finalmente acaben disolviéndose en ese mismo compuesto azaroso o podemos explorar en ellos algún sustrato cultural (contracultural) que permita acotarlos como salidas a la luz de predisposiciones del comportamiento individual y colectivo que se han ido gestando en el espíritu de la época? Dostoievski no hubiera creído en el mero azar. Friedrich Nietzsche, entusiasta lector suyo, confirmaría eso mismo a su manera: “Ningún vencedor cree en la casualidad”, decía. Por mi parte añadiré: un pringado como yo, tampoco. En otros artículos (el anterior sobre las raíces del nacionalismo, sin ir más lejos) he apuntado a ese sustrato cultural al que debemos lo mejor y lo peor de lo que hoy somos. En el próximo seguiré argumentando en esa misma dirección. Dejaré ahora sólo apuntado, con la ayuda de unos versos de León Felipe, el descubrimiento que, alumbrado ya en el Renacimiento, conmovió, para bien y para mal, y para mucho tiempo, los fundamentos de la personalidad psicológica, intelectual y moral de de los individuos de Occidente. Aún no hemos metabolizado aquella profunda perturbación. Éstos son los versos:

“Detrás de ti no hay nadie. Nadie,
ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.
Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia
con que Dios comenzó la Creación”


Entradas de este blog relacionadas:

Transfondos psicológico y cultural de la matanza de Newtown


El malestar de la civilización (y España como ejemplo destacado)



Cómo llegar a ser un insignificante asesino en serie (reflexiones a raíz del atentado de Boston)

9 comentarios:

  1. Hola, Javier: explosiva entrada en sí. Estupendo análisis el de Fedor Dostoievski y el semblante de Raskólnikov en su "Crimen y Castigo". Ahora bien, ¿la asociación causa efecto? La intromisión, la interiorización en la soledad, la insociabilidad... ¿conllevan, indefectiblemente, el delito?

    Últimamente, hemos comprobado que la realidad ha superado con creces a la ficción. Vimos la ira y la barbarie en los crímenes de Puerto Urraco, hace unos años; nuestras retinas restallaron con las tremendas imágenes de los impactos contra las Torres Gemelas en Nueva York; la barbarie contra grupos de estudiantes y/o profesores en los institutos de Estados Unidos son, por desgracia, recurrentes, etc. Para desentrañar la oscuridad del alma humana habría que diseccionar toda la literatura occidental de los últimos siglos. Has hecho bien en tomar por ejemplo a Dostoievski, pero ahí están también los autores británicos y sus enormes novelas sobre su queridísima Serie Negra, o el sofocante ambiente de Foulkaner y la sangre corrida en su profundo Sur, etc. No sabemos hasta qué punto se puede llegar en la tortura da nuestra mente para amar u odiar al prójimo.

    El noruego Breivik ha actuado con una frialdad escalofriante. Habría que ser périto en criminología, en patologías mentales para aproximarse a encontrar una explicación. Tú te preguntas si estará unida al sustrato cultural (o contracultural) de la época. "Homo homini lupus". Creo que una vez ya expuse esta máxima hobbesiana, que después también la matizo. No creo que solamente el actual estadio cultural tenga que ver. Según el periodo clásico de Roma, los barbari (bárbaros) eran cualquier pueblo que no formara parte de la civilización romana. Y yo mismo creo que en aquel momento la civilización (a tiempo pasado) era Roma. Sin embargo, los antiguos bárbaros, hoy en día son los pueblos más civilizados (con las excepciones que el hecho de pertenecer a la especie humana les otorga y padecen como en cualquier otra latitud). Pocos pueblos habrá en la tierra (haciendo abstracción de las culturas orientales, por deconocimiento o falta de profundidad en ellas) que los países nórdicos, junto con Holanda, Bégica , Dinamarca, Alemania...

    Los ingleses,¡Ay, los Ingleses! Me faltarían unas cuantas lecciones de, por ejemplo, Javier Marías o cualquiera de los profundos anglófilos que existen para que yo les entendiera un poco más. He leído a Blanco White por el mismo motivo. Es admirable el respeto que merece su parlamentarismo (ello claro está, si me abstraigo de los privilegios de los lores), el hecho de que sean tan civilizados sin necesidad de otorgarse constitución escrita, la no presencia obligatoria de un documenteo Nacional de Identidad como tal... Pero ese aura de "distinción" debida a sus sempiternas peculiaridades, que les llevan, en muchos aspectos, a funcionar al revés del mundo... Ellos hicieron la Primera revolución Industrial y el mundo occidental cambió. La mano del hombre dejó de estar tan terriblemente esclavizada (aquí podría perfectamente entrar como ejemplo la literatura de Charles Dickens), pero la máquina comenzó a sustituir al hombre. Así que si bien nos facilitó la vida, ahora estamos, gracias a aquellos inicios, en un mundo incesantemente innovador, que despide de su proceso de creación al trabajador cada vez en mayor medida. Nos llegó la alienación marxista.

    Lo que ha sucedido en Londres ya lo observamos en las banlievs francesas hace poco. Las nuevas generaciones descendientes de emigrantes africanos, caribeños, asiáticos, etc. han ido degradando su condición (económica, social, educativa)y el sistema no da para todo. es muy recurrente utilizar a algo o a alguien para echarle la culpa, pero el sistema liberal capitalista puede mantener un número finito de miembros en condiciones aceptables sin superar los límites de la sostenibilidad (entendida ésta como el úmbral en donde la generación de recursos no supere la destrucción de los propios elementos naturales que nos permiten vivir).

    ResponderEliminar
  2. Sobre lo cultural (y su sustrato). Etnográficamente hablando, existe el ser biológico y el cultural. En términos evolutivos ha de pasar muchísimo tiempo para que la humanidad note biológicamente los cambios. Nuestro organismo está conformado como hace miles de años y, sin embargo, los cambios socioculturales han sido enormes. Quiere decir que nuestra mente no ha asimilado todavía los muchos estímulos novísimos que le llegan.

    El hombre, en parte, sigue viviendo en la época del neolítico. Hoy mismo, por ejemplo, y sin afán de abrir aquí un frente de polémica, el hombre, en este caso el género masculino, se comporta como una cazador-recolector (recordemos que el 15 de agosto de cualquier año se abre la media veda de caza). En vez de flechas, puntas de lanzas, etc se utilizan modernas armas con varios disparos. Existen cazadores (enfermos mentales) que se dedican a eliminar -cazar- a su prójimo. Ahí están, también, los francotiradores, los sicarios a sueldo de las mafias y/o ejércitos paramilitares... Todo ello forma parte de ese sustrato cultural que mencionas, de ese caldo de cultivo para quienes buscan fama o reconocimiento, dinero fácil, o satisfación de un ego enfermo.

    Los incidentes violentos deben su origen a no se sabe bien qué. Arriba mencioné el límite admisible para el sustento de una sociedad liberal-capitalista sin que los excluidos se revelen. Quizás sea ésta otra de las formas de la teoría del "Eterno Retorno" de Nietzsche. En su día fueron los esclavos capitaneados por Espartaco; los propios bárbaros saqueando Roma (Alarico); después serían las turbas violentas de la Revolución Francesa; de la inglesa con Cronwell; hoy en día las revueltas el las márgenes del sur mediterráneo, los incidentes de la periferia de Londres... Ese sustrato de animalidad y de violencia lo lleva el hombre dentro, lo mismo que otros instintos que, cada día, intentamos controlar. Recuerdo que somos mamíferos, homínidos (como nuestros parientes los chimpancés, bonobos, etc) y, sólo en última instancia, Homo Sapiens, Sapiens.

    Y aquí enlazo con tus mencionados últimos versos, en donde Fray Luis deja al hombre frente al tiempo y esa gubia con la que Dios hizo al hombre. Yo no creo, sirva la redundancia, en la Creación. sabemos que existen teorías que intentan aunar creacionismo y evolución, pero no me satisfacen. también he reconocido alguna vez que el hombre, probablemente, nunca podrá demostrar la inexistencia de algo que sea creador increado.

    Respecto a Fray Luis, tengo especial estima por esos versos, que forman parte de mi experiencia vital, que dicen:

    "Qué descansada vida
    la que huye el mundanal ruido
    y va por la escondida senda
    por donde han ido los pocos sabios
    que en el mundo han sido (...)"

    (Perdón por si los versos no están dispuestos en el original de esta manera, pero cito de memoria).


    Y en este punto yo no sé si el apartarse "del mundanal ruido" conllevaba esa distorsión de perder la empatía con el resto de lo humano como tú dices en tu artículo. Hace bien poco he leído una pequeña entrevista con Fernando Sánchez Dragó en donde reconocía, amén de hacer referencia a que vive en una aldea de solamente doce habitantes, tener en la entrada de su casa colgada una cita que dice: "yo sólo soy si estoy solo". No recuerdo el autor original.
    El hecho del recogimiento, insisto como he hecho arriba, no creo que sea condición de perturbación frente al hecho social. Yo mismo busco algo parecido a la "ataraxia" que me proporcione una ausencia de perturbaciones, y tiendo al recogimiento (¿ensimismamiento, quizás?), pero no me considero un ser asocial; sí selectivo. Como en todo en la vida, hay que seleccionar, mucho.

    ResponderEliminar
  3. Hola Vicente. Empezaré por el final: por supuesto, hay que ser selectivo. La compañía humana demasiadas veces suele ser una rémora y, otras tantas resultar aburrida. Séneca, en sus “Cartas morales a Lucilio” decía: “Me pides qué cosa hemos de evitar más: y te diré, la turba (…) Retírate en ti mismo cuanto sea posible; trátate con quienes puedan hacerte mejor, admite a aquellos a quienes puedas mejorar”. ¿Cómo no ser también estoico a determinadas horas? Y Nietzsche distinguía entre los tipos de soledad a los que se puede tender: “La soledad de uno es la huida propia del enfermo; la soledad de otro, la huida ante los enfermos”. Pero hasta ahí sólo estaremos hablando de actitudes defensivas o preparatorias; y la vida propiamente dicha no está hecha de presupuestos ni es defensa del mundo sino que es proyección sobre él, acción productiva, algo que va desde dentro de nosotros hacia fuera. En este sentido, Ortega acota aquello en lo que consiste ser uno mismo: “El que quiera conquistar poderosa individualidad apodérese de la mayor cantidad posible de mundo, respire con pulmones bien abiertos, asimílese el universo (…) hacer las cosas mías”. Empezamos a ser nosotros mismos en la medida en que, de alguna manera, conseguimos proyectarnos activamente sobre el mundo. Lo demás de nosotros es fisiología y mecánica. Ortega apuntala esta idea: “En la individualidad no hemos de ver un resultado sino una forma de energía, de la operosidad. Lejos de manifestarse en la insistente reclusión dentro de lo que ya somos, exige una constante aventura y ensayo de ampliar nuestros límites”.

    Y a propósito, no comparto tu visión a mi modo de ver biologicista de lo que somos. Yo creo que nuestra consistencia no nos la da nuestro organismo, no somos él, sino que, por el contrario, el organismo es algo nuestro. No es, a mi modo de ver, el órgano el que crea la función, sino más bien ésta a aquél. Dicho de otra manera: lo que decide quiénes somos es nuestra manera de situarnos ante el mundo, somos una manera de estar en el mundo. En general, lo que cada cosa del universo es, viene a ser eso mismo: la piedra es también una manera de estar en el mundo; y para esa manera suya de “posicionarse”, la consistencia pétrea es la adecuada y suficiente. Ortega se quejaba de la cultura materialista que sobre todo había dominado en el siglo XIX: “Las ciencias naturales basadas en el determinismo –decía– habían conquistado durante los primeros lustros el campo de la biología. Darwin cree haber conseguido aprisionar lo vital –nuestra última esperanza– dentro de la necesidad física. La vida desciende a no más que materia. La fisiología a mecánica (…) Ya no es (el organismo) quien se mueve, sino el medio en él. Nuestras acciones no pasan de reacciones. No hay libertad, originalidad. Vivir es adaptarse; adaptarse es dejar que el contorno material penetre en nosotros, nos desaloje de nosotros mismos. Adaptación es sumisión y renuncia”. No habría que esperar, pues, a que cambie nuestra biología para ser de otra manera, sino mirar, situarnos frente al mundo de una forma distinta. La violencia, por ejemplo, no es un carácter en sí, independiente de nosotros, una cualidad que se acopla a nuestra personalidad como si viniera de fuera o de nuestro remoto pasado (en términos evolutivos), y que podríamos eventualmente erradicarla o intensificarla al margen de nuestra manera de estar en el mundo. Si estamos en terreno hostil (o si así lo creemos), seremos agresivos, y si el territorio es amigo (o nos lo parece), también nosotros seremos amistosos; y no seremos una cosa u otra porque nos determine a ello algún tipo de secreción hormonal que vaya por libre.

    ResponderEliminar
  4. También seremos agresivos si nos situamos ante los demás en actitud depredadora, si los demás no nos importan salvo como instrumentos de los que sacar beneficio. La capacidad para la empatía sería en este sentido lo que inclinaría diferencialmente nuestra manera de estar en el mundo en un sentido u otro. Raskólnikov, hasta que Sonia Semiónovna, la buena prostituta, no le hizo cambiar su manera de ver a los demás, era un ser abismado en su egoísmo, en su posición centrípeta frente a las cosas y a los demás (para cambiar no tuvo que esperar a que lo hiciera su sustrato orgánico). Hobbes concluyó que el hombre es un lobo para el hombre en un momento cultural como el del nacimiento de la modernidad en el que el descubrimiento de la individualidad aún no había dado quizás de sí como para situarse ante los demás de otra manera que a la defensiva. Yo a un miembro de “Médicos sin Fronteras”, por decir algo, no le veo como un lobo para sus semejantes… aunque sí al noruego Anders Breivik y a los insurrectos ingleses de esta última temporada. Entre éstos y aquél, la diferencia no es biológica, sino de formas de estar en el mundo, formas de percibir a los demás y de, correlativamente, entender cuál es la misión o la función de cada uno en la vida. Y desde luego, no deberíamos juzgar al género humano según los parámetros que marcan los últimos, los peores, los auténticos lobos.

    Y un último asunto: he notado que en cuanto ves escrita la palabra “Dios” tiendes a la literalidad (te pones demasiado “realista”). León Felipe, el zamorano (le confundes con Fray Luis, que sí que era de León), tenía la palabra “Dios” cosida a la boca… pero era ateo. De alguna forma hay que nombrar a esa inmensidad de asuntos que encierra el concepto. En los versos que cito, alude a ese descubrimiento que significa la modernidad: nadie está para decirnos lo que hemos de hacer. Y precisamente en eso estriba el origen de la creatividad (la gubia o herramienta que “Dios puso en nuestras manos”) que se desencadenó a partir del Renacimiento.

    Gracias, Vicente, de nuevo, por enriquecer este rincón con tus comentarios.

    ResponderEliminar
  5. Hola, Javier: gracias por tu cumplido, y perdón por el lapsus entre León Felipe y Fray Luis de León. Mi precipitación me llevó a confundirlos. También habrás de perdonarme algún fallo de ortografía y/o puntuación que, una vez enviado el escrito, suelo observar, p. ej. "ballonetas" por bayonetas, separaciones no marcadas, etc.

    Doy por bueno el análisis que haces de los versos expuestos para finalizar tu entrada, pero, haciendo abstracción del concepto Dios, que, prosigo con ello. Dices, sí, que en cuanto leo la palabra Dios lo tomo en su literalidad. En uno de los dos anteriores escritos defino a ese Dios "literal" como "creador increado", para, precisamente, no designarlo como Dios literal, pues es complejísimo tratar sobre esa inmensidad que nos envuelve y, ahora sí, literalmente, aturde, al menos a mí, pues la realidad natural -el universo que vemos, investigamos o creemos conocer- es abrumador. Entonces, tienes tú razón en que "de algún modo hay que nombrar a esa inmensidad de asuntos que encierra el concepto". Aunque me deje llevar por los conceptos materialistas, sé que me reconozco como un ser insignificante frente a la abrumadora inmensidad que nos rodea, y esto no es falsa modestia: soy diminitud frágil y caduca.

    Respecto a esta tendencia biologicista que detectas en mí, lo reconozco, en parte, al observar la visión materialista, frente a la espiritual marcada por la fe en deidades o entidades capaces de dominarnos o de dirigir nuestros destinos. Ahora bien, distingo una tendencia por supuesto espiritual en nosotros, que es la que nos empuja a sentir la existencia como algo enriquecedor, más allá de la materia que nos constituye (y desgasta).

    El hombre se hace a sí mismo, y, como tú indicas, nos formamos en tanto que nos proyectamos en la interacción con el mundo que nos rodea. Pero tengo dudas respecto a ese organicismo que tú comentas: más bien crees que la función crea al órgano, y no a la inversa. Te mencionaría, por ejemplo, a Antonio Damasio (que es sólo una visión, pero, a mi modo de ver, tremendamente competente, y aquí nuevamente, frente a lo diminuto de de mi comprensión). A modo de ejemplo, un título suyo: "El cerebro creó al hombre". También podría servir Nolasc Acarín: "El cerebro del rey". Este maravilloso órgano nos permite interactuar con el mundo tomando estímulos y datos para elaborar y programar una conducta. Si entro en tu -en una de tus- especialidad, la psicología, me voy a perder, pero, creo que hay funciones que nosotros no controlamos, y es el cerebro, o sea, el órgano, el que determina de una manera independiente a nuestra voluntad gran cantidad de actos ya aprehendidos, o reflejos. Y esta es la gran ventaja que poseemos, aunque no seamos muchas veces conscientes de nuestro actuar, respecto a las plantas, piedras y minerales. Tú mencionas a las segundas que, sí es cierto que poseen esa manera de estar en el universo, pero carecen de sistema nervioso central. Nosotros, que sí lo poseemos, hemos de, como tú bien dices, posicionarnos ante el mundo, pues el yo existe en contraposición al otro; sin el prójimo, no existiría un yo diferenciado. Así salen también nuestros textos: distintos y diferenciados.
    Recibe un cordial saludo (materialista y escéptico).

    ResponderEliminar
  6. Hola de nuevo, Javier: esto se trataba de otro intento por conseguir entrar en tu blog con el método que me mostraste transpasando mi texto. Así que se trataba de una prueba. Como ha vuelto a resultar fallida, no desisto y, de nuevo, cuelgo, copiándolo, mi "ladrillo" particular en esta nueva serie por ti abierta.

    El sentimiento hobbesiano del hombre como lobo para el hombre, anterior al influjo, sobre todo romántico -y antes renacentista- de tomar al individuo en su acción propia y con sentido, tristemente no se acabó con la modernidad. Está bien resaltar y comprender que el altruismo es una cualidad humana suprema, lo mismo que sería idiota quedarse con la idea de que sólo se es un lobo para con los semejantes. Colijo con ello que la especie humana sigue siendo capaz de lo mejor y de lo peor. Es la propia especie la que empezó guerreando en cuanto hubo de repartir la dura escasez, o las posesiones una vez sucedido el asentamiento sedentario en las sociedades neolíticas.

    Sigue siendo la misma especie la que ha organizado imperios para suplantar matando imponiéndose, lo mismo que la que ha montado las peores guerras que se han conocido. Las atrocidades de las dos Guerras Mundiales del pasado siglo no hacen sino mostrar la desmesurada capacidad que tenemos como especie tecnificada para eliminarnos; la génesis maliciosa ya viene de lejos. Recuerdo, p. ej. que los asirios jugaban a la pelota con las cabezas de sus "enemigos" asesinados. Pero también es cierto que el hombre lleva la bondad en su interior desde aquellos remotos tiempos, por seguir con el ejemplo, y podemos tomar como muestra a sus vecinos los acadios, que hubieron de soportar las belicosas acometidas de los anteriores, y fueron retratados siempre en actitud sedente y dadivosa.

    A partir de lo mencionado, el contexto hará -moldeará- al hombre; bien en unas actitudes o en sus opuestas. Hay una reciente película de cine española en donde se narra la historia verídica de un hombre criado entre lobos en tierras norteñas, al igual que nos cuenta la historia de Disney en "El Libro de la Selva". Así pues, el contexto, el medio, la enseñanza... nos abrirán el camino. El tomado por los saqueadores de los alrededores de Londres y otras ciudades inglesas, nos muestra, principalmente, una interpretación de la educación encauzada para destruír, o -quizás- una ausencia de educación y una preparación para subsistir dañando.

    El fenómeno acaecido en Noruega lo encauzo, no tanto en el contexto socio-cultural que lo debería de imbuír, sino en una acción patológica de un ser que ha labrado sus potencialidades para deshumanizarse matando enfermizamente consciente. Claro está que esta patología la ha adquirido el individuo en un estadio avanzado de educación y cultura, en donde el dejar hacer al prójimo prima sobre las anteriores subordinaciones tribales. Breivick debería de haber subordinado su recta concepción de las supremacías a la supervivencia de la humanidad en construcción, y no haber pervertido esa concepción, precisamente humanista, de la supremacía del hombre como centro de la existencia, superadas las subyugaciones a entes y poderes espirituales y asumido el poder de lo temporal por la criatura individual, y creativa.

    Ahora dejo yo que sea mi prójimo quien siga desentrañando la problemática humana para continuar intentando, como individuos, hacer mejor a la especie, pues tal es mi aspiración vital: ser mejor persona.

    ResponderEliminar
  7. Se me ocurre empezar este comentario remitiéndome a Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química de 1977 por las aportaciones que hizo a la ciencia en general y a la química e particular con su concepto de “estructuras disipativas”. En síntesis (que no me es fácil hacer: yo suspendía Química sistemáticamente en el bachillerato) se refiere con ellas a la tendencia de algunas estructuras materiales a buscar fórmulas de orden y reorganización elevándose por encima de la otra posibilidad que parecía más lógica según dicta la segunda ley de la termodinámica: la de disolverse en la desestructuración y el caos. Hablamos, pues, de la teoría del caos, según la cual podemos inferir que existe un principio, una tendencia universal hacia el orden; el universo busca la regularidad, el ascenso a formas de complejidad creciente; Hegel hubiera dicho que todo tiende a la unidad (literalmente lo dijo también San Agustín).

    Bien, la vida es una estructura disipativa; el hombre mismo lo es. A las alturas de éste, creo que esa búsqueda de orden se puede denominar de la manera en que lo hizo Viktor Frankl, fundador de la logoterapia: voluntad de sentido. El hombre no queda satisfecho si su vida no se convierte en una manera de poner orden allí donde hay absurdo. Esa voluntad de sentido se impone (o lucha por imponerse) frente a la inercia contraria, que trataría de devolverle a la nada y al absurdo.

    El organismo humano es el avanzado punto de complejidad a que ha llegado la materia (las estructuras disipativas) en esa escalada en busca del orden y del sentido. No es el azar, como decía Darwin, el que rige la evolución, sino la voluntad de sentido, dicho en términos antropomorfos. La educación es una facilidad (¡a veces una dificultad!) de la que disponemos los hombres para que pueda ir aflorando la voluntad de sentido, la tendencia hacia la unidad, es decir, la máxima complejidad; complejidad es unir en una sola estructura lo que antes pertenecía a varias. Kant creó conceptos con los que traducir esta tendencia universal a los términos de la ética: habló del imperativo categórico, que podríamos decir que es una innata propensión hacia el bien. Pero, en suma, esta “voluntad de sentido” no es un resultado de nuestro organismo (de nuestro cerebro) ni de la educación, sino que es anterior a ambas circunstancias. Es el “élan vital” de Bergson, al que una vez te referiste, la búsqueda del Punto Omega de Theilard de Chardin… casi iba a decir, si no nos metiéramos de nuevo en un conocido (por ti y por mí) charco: la búsqueda de Dios. El cerebro humano mismo es resultado de ese ascenso hacia la complejidad, de la búsqueda de sentido que la materia, incluso antes de ser vida, tiene incorporada. Desde luego, una vez conseguida esa estructura, el cerebro, se convierte en cauce y limitación de nuestras renovadas búsquedas de sentido, ahora ya por el camino del espíritu.

    ResponderEliminar
  8. Y en este contexto, ¿dónde ubicamos el mal (Anders Breivick, insurrectos ingleses…)? San Agustín decía que el mal es la nada. En términos químicos podríamos decir que el equivalente de la nada es la muerte térmica, la desestructuración, el desorden total, el desistimiento de la complejidad y del sentido. Antes de una mala educación o de un déficit orgánico estaría esa otra tendencia regresiva hacia lo simple, la multiplicidad de Hegel, el caos en suma: cada cual a su puñetera bola, sin tener en cuenta esa unidad superior (el bien) hacia la que también tendemos. La mala educación o el déficit orgánico serían una concreción de esa tendencia hacia la muerte térmica.

    Incluso las épocas históricas resultan ser una componenda entre esas dos tendencias; el espíritu de la época bascula entre decidirse por atomizar o por globalizar. También es necesario volver de vez en cuando a lo simple, a lo palpable, para rehacer nuevas síntesis: en ello estamos desde el Renacimiento. El mal es necesario para el bien, dice Nietzsche, que es otra forma de decirlo.

    No me lío más, porque este comentario puede hacer desistir por sí solo a más de uno de volver a aparecer por este blog. ¡Demasiada tralla!

    Un saludo cordial, Vicente

    ResponderEliminar
  9. Gracias, Javier por tus continuaciones y saludos. Agradezco también la tralla, pues sino, yo mismo no tendería hacia la complejidad. (Aunque con ella llegue a la incomprensión). Pero haces bien en tender, aunque sólo sea al final, hacia la simplicidad. Recordemos la "Navaja de Ockan", que desvastaba todo lo superfluo hasta llegar al mínimo necesario para la comprensión y/o exposición. Y él no era del Renacimiento, sino todavía medieval.

    La vida comenzó, parece, desde esa misma simplicidad, en cuanto una célula descubrió la manera de multiplicarse dividiéndose. (He aquí una de tus queridas paradojas). Hasta llegar a los cigotos, nacidos de la unión de dos gametos, etc. (y perdón por la osadía). El continuar evolucionando supone un inacabado esfuerzo por alcanzar ese sentido y orden por ti mencionado. Y Darwin adjudica el éxito no a los mejores, sino a los más adaptados. (Si tomáramos a Darwin y a Nietzsche juntos, un servidor, valga la redundancia, no serviría para esta vida, salvo que la tendencia sea, como tú indicas, hacia la unidad superior, o sea, el bien).

    La vida ha ido llenándose ella misma de sentido, dentro del caos reinante. Formamos parte de una lucha contra el sinsentido, aunque el universo, efectivamente tenga tendencia hacia el orden. Pero todas nuestras visiones se pueden refutar, cual teorías. Esta misma semana ha visto unas imágenes de nuestro planeta Tierra en donde la apariencia deja mucho que desear respecto a la geometría supuesta. Más bien vivimos en un planeta, amen de achatado, deforme, parecido a una enorme patata. Los pitagóricos no soportarían esa deformidad contraria a su orden en las esferas geométrico-matemático.

    Ahora volveré a ese biologicismo que me intuyes. El organismo humano, sobre todo el cerebro, ese avanzado punto de complejidad alcanzado, dista mucho de ser perfecto, a pesar de su grandiosidad, que hasta nos hace endiosarnos. Las percepciones que nos ofrece son, a veces, distorsionadas o irreales, y él mismo nos conforma la realidad reconstruida. Él crea los colores que percibimos sin que en realidad existan sino como diferentes logitudes de ondas tomadas... Y nosotros no lo ordenamos. Si nos retrotraemos hasta la fase de ese magma de bacterias predecesor de toda forma de vida capaz de reproducirse, entonces sí, esa "voluntad de sentido" ha configurado cada proceso -inacabado. Los conceptos de bien, mal, voluntad... son creaciones humanas, nombres para conceptos morales o éticos, que no están en la naturaleza, uno de los dioses premodernos, junto a las deidades varias.

    La nada, la muerte térmica la asimilo a nuestra propia nada: la desintegración de los átomos. He ahí nuestro final, pero vivimos para proyectarnos, para perdurar, antes de disolvernos en el caos que el cosmos intenta organizar. Pura paradoja.

    El propio hombre refleja esas dudas en nuestra concepción del orden o la voluntad de sentido. Tan pronto ha figurado la realidad con formas reconocidas (realismo, figuración...) como ha roto el orden y el concierto (Barroco, surrealismo, cubismo, vanguardismos; armonías, escalas, dodecafonismos, atonalidades...).

    Bueno, Javier, he de finalizar este "bloque de construcción", o sea, ladrillo, pues con los treinta y pico grados que aún hay fuera, yo mismo abrasaré mi intelecto, que tanto capta y entiende, como ignora y revuelve.
    Un saludo.

    ResponderEliminar