“Los ideales son las cosas según estimamos que debieran ser. Los
arquetipos son las cosas según su ineluctable realidad (…) La madurez comienza
cuando descubrimos que el mundo es sólido, que el margen de holgura concedido a
la intervención de nuestro deseo es muy escaso y que más allá de él se levanta
una materia resistente, de constitución rígida e inexorable. Entonces
empieza uno a desdeñar los ideales del puro deseo y a estimar los arquetipos,
es decir, a considerar como ideal la realidad misma en lo que tiene de profunda
y esencial” (Ortega y Gasset[1]).
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(En el “Quijote”, en la
narración de “La novela del curioso impertinente”, al hablar de las
disparatadas demandas que Anselmo hace a su amigo Lotario, se citan estos
versos de un poeta:)
“Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha establecido
que, pues lo imposible pido,
lo aun posible no me den” [2]
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