“Sólo tras de haberse
señalado un fin lejano aparecen las finalidades inmediatas. Esa lejana luz es
claridad que recae sobre las circunstancias inmediatas y las ordena, las hace
cobrar sentido” (María
Zambrano[1])
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“Para dar sentido y dirección a la vida, debemos tener algún último
designio, algo distante por lo que podamos trabajar. Por eso un último designio
debe tener dos grandes características: debe ser algo por lo que se pueda
trabajar (…) y sus frutos deben ser permanentes para acumularse en el curso de
la vida (…) Agradar a Dios, vivir para la Patria, o la familia, o alguna otra
institución honorable y permanente han servido al hombre larga y efectivamente
en su búsqueda por designios de largo alcance. Aun el objetivo más
ardientemente deseado, si es de corta vida, podría solo suministrar un motivo
momentáneo pero nunca una directiva para el futuro” (Hans Selye, médico que primero investigó y puso nombre al estrés[2]).
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“Quien quiera ver un ladrillo necesita ver sus poros y, por tanto, acercarlo a los ojos, pero quien quiera ver una catedral no la puede ver a la distancia de un ladrillo” (Ortega y Gasset[3]).
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