Volvamos a la carga ahora que, con el último vídeo, estamos
en situación. Pongámonos esta vez gramáticos para decir que la conciencia (o el
pensamiento, el cogito de Descartes) es un sujeto sin predicado, anterior a
todo predicado; mientras que el "yo" (mejor "yo" a secas, sin
"el") es, soy, un sujeto siempre vinculado a un predicado, a una
circunstancia, nunca estoy al margen de alguna circunstancia, siempre “yo”
estoy referido a algo que no soy yo. Es decir, que yo siempre soy yo y mi
circunstancia, y desligarme de esta es abstraerme, salirme de lo real, igual
que las matemáticas hacen inventando los números, que ni tú ni yo hemos conseguido
ver nunca en el mundo real. “Yo” no existo como ser autónomo del mundo,
solitario, prefijado, sustancial.
Y (por si fuera poco) mi circunstancia no está hecha de
"cosas" propiamente dichas. "Cosa", tal y como nuestra
cultura entiende ese concepto, sería asimismo un predicado independiente de
cualquier sujeto... y no, esas "cosas", invento y herencia de
nuestros padres griegos (y desde ahí, así las seguimos entendiendo), son
también abstracciones que hacemos para tratar de entender lo que primariamente
(antes de que las cosas se vuelvan artificialmente independientes de nosotros)
tenemos a nuestro alrededor. La circunstancia, el predicado, necesita de mí, del
sujeto, para ser. Las cosas, antes de ser solo predicados, entes autónomos y
completos en sí mismos, es decir, abstracciones, como los números, estaban
referidas a mí, eran predicados de mi “yo” (de cada “yo”), que soy el sujeto al
que, antes de todo eso, están referidas.
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