domingo, 6 de marzo de 2022

POR QUÉ HEMOS DE ESTAR AGRADECIDOS A NUESTROS DEFECTOS

 


Resumamos el último vídeo de mi canal y mi anterior publicación: gracias a nuestras insuficiencias, debilidades, vulnerabilidad, insignificancia… despertamos en nosotros el resorte que nos lleva a contrarrestarlas; gracias a que todo eso nos duele, nos apremia la necesidad de superarlo. ¿Cuál es, en última instancia, ese resorte que nos pone en marcha? Ortega lo dice así: “La vida es en (el hombre) –a diferencia de lo que es en el animal– un instinto frenético hacia lo óptimo”[1]. No, por tanto, primariamente al menos, hacia competir con el prójimo, sino contra uno mismo para ser mejor. Y viene a confirmar Ortega que esa propensión hacia lo mejor de nosotros mismos enraíza en nuestras deficiencias cuando dice: “En vez de derramar llanto sobre nuestras limitaciones, debemos utilizarlas como saltos de agua para nuestro beneficio. La cultura ha sido siempre aprovechamiento de inconvenientes[2]. O como dice Nietzsche: “El hombre necesita para sus mejores cosas de lo peor que hay en él”[3]. En suma, se trata de aprovechar incluso nuestros sufrimientos… aunque no por sí mismos, como parecería que recomiendan algunos santos, sino como plataformas (o “saltos de agua”) para elevarse por encima de ellos. Eso nos permitiría entender esto otro que también dice Carl Gustav Jung: “Cuando se ayuda a un hombre a librarse de sus complejos se le está privando de su fuente de ayuda más valiosa. Sólo puede ayudársele a percibirlos suficientemente y a hacer que surja en él un conflicto consciente. De ese modo el complejo se convierte en foco de la vida”[4].


[1] Ortega y Gasset: “La ‘Filosofía de la Historia’ de Hegel y la historiología”, O. C. Tº IV, Madrid, Alianza, 1983, p. 522

[2] Ortega y Gasset: “El hombre y la gente”, O. C. Tº 7, p. 231.

[3] Friedrich Nietzsche: “Así habló Zaratustra”, Madrid, Alianza, 1981, p. 301

[4] Carl G. Jung: “La lucha con la sombra”, en “Civilización en transición”, Obra Completa, vol. 10, Madrid, Trotta, 2001, p. 216


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