“La vida es pena, continuado penar (…) (Pero) es evidente que, si la
vida fuese solo eso, al llegar a ella la abandonaríamos (…) Si sigue el hombre
en la vida, es que acepta ese defecto, desventura, infelicidad y absoluto
riesgo que es. Y si lo acepta… ¡Ah!... Entonces convierte el defecto y la
desventura en tarea entusiasta; es decir: en aventura y empresa. De tal suerte,
que en mi doctrina de la vida transparece la unión indisoluble –nada
contradictoria, sino al revés– la mutua necesidad de venir a síntesis las dos
grandes verdades sobre la vida humana: la cristiana, para quien “vivir” es
estar en un valle de lágrimas; y la pagana, que convierte ese valle de lágrimas
en un stádion para el ejercicio deportivo.
“¿La vida como angustia, señor Heidegger? ¡Muy bien! Pero… además: la
vida como empresa”(Ortega y Gasset[ 1]).
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