La creatividad artística nació en el contexto de los hombres
primigenios que buscaban alterar sus estados de conciencia, con el objeto de ir
a parar al mismo reino en el que brotan los sueños. La mitología, el teatro, el
arte en general (esas ramificaciones de los sueños) nacieron llevando la
impronta de lo sagrado, porque, a través del trance que en las ceremonias
primitivas se alcanzaba, uno se ponía en contacto con la “otra realidad”.
Mircea Eliade, el historiador de las religiones probablemente más prestigioso,
decía: “Los mitos de muchos pueblos hacen alusión a una época muy lejana en la que
los hombres no conocían ni la muerte, ni el trabajo ni el sufrimiento, y tenían
al alcance de la mano abundante alimento”[1]. Idea
en la que, ya en la modernidad, redunda Calderón de la Barca: “Yo
sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado /
más lisonjero me vi”[2]. Esa
era, pues, la vía pre-intelectual de acceso a la realidad deseable en la que
uno se liberaba de las insuficiencias de la realidad patente. La imaginación
que se ponía en juego de esa manera fue, pues, la fuente de la que nacieron la
mitología y el arte. “El pensamiento –dice asimismo Jung
matizando esta idea de que la imaginación primigenia irrumpía por vías
preintelectuales– tiene para el primitivo carácter visionario y auditivo y por ello
carácter de revelación (…) Nos sorprenden las supersticiones del primitivo
sencillamente porque en nosotros se ha logrado una amplia asensualización de la
imagen psíquica, es decir, hemos aprendido a pensar ‘abstractamente’ ”[3].
Ortega redondea esta reflexión: “El
mito (...) ciertamente que no nos proporciona una adaptación intelectual a la
realidad (...) Pero, en cambio, suscita en nosotros las corrientes inducidas de
los sentimientos que nutren el pulso vital, mantienen a flote nuestro afán de
vivir y aumentan la tensión de los más profundos resortes biológicos. El mito
es la hormona psíquica”[4].
Cuando en
Grecia apareció la vía intelectual de acceso a una realidad mejor, lo hizo generando
ideales a los que referir la realidad concreta.
[1] Mircea
Eliade: “El mito del eterno retorno”, Madrid, Alianza, 1979, pág. 87.
[2]
Calderón de la Barca: “La vida es sueño”.
[3] Carl
Gustav Jung: “Tipos psicológicos”-2 vols., Barcelona, Edhasa, 1971, vol. 1, pp.
47-48.
[4] Ortega
y Gasset: “El Quijote en la escuela”, en “El Espectador”, Vol. III, O. C., Tº
2, Madrid, Alianza, 1983, pág. 295.
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