domingo, 7 de abril de 2013

El escaso apego a la libertad de los españoles

Al contrario de lo que pensaba Rousseau, el hombre no nace libre, sino de muchas maneras determinado: sus limitaciones orgánicas, el entorno que le ha caído en suerte, las concretas experiencias que va teniendo, su finitud… Precisamente por ello, y al contrario que otros seres menos evolucionados, dedica su vida a sobreponerse a esas limitaciones, tratando así de hacerla significativa, más allá de lo que por él tengan decidido aquellos determinantes. Si acatáramos lo que por naturaleza nos viene dado, nos reconoceríamos en la pasividad, en la aceptación de nuestro sino, en la indiferencia ante los acontecimientos que, desde fuera de nosotros, tendrían el encargo de conducir nuestra vida con independencia de lo que nosotros pudiéramos desear. Una sumisión a la naturaleza que es la propia del salvaje, y que el mismo Rousseau proponía como preferible modo de ser: “El hábito más dulce del alma –decía en “El Emilio”– consiste en una moderación de goce que deja poco lugar al deseo y al disgusto. La inquietud de los deseos produce la curiosidad, la inconstancia; el  vacío de los turbulentos placeres produce el hastío (…) De todos los hombres del mundo, los salvajes son los menos curiosos y los menos hastiados; todo les es indiferente: no gozan de las cosas sino de ellos mismos; pasan su vida sin hacer nada y no se aburren jamás”.

Pero por suerte, y a pesar de Rousseau, el hombre es un ser activo que se cuestiona lo que le viene dado. Kurt Goldstein, sobre la base de estudios neurobiológicos, aludía a esta capacidad del ser humano de trascender de lo inmediato, identificándola con su poder de abstracción, de pensar en términos de “lo posible”, no sólo de lo inevitable. El teólogo Reinhold Nieburh contraponía a la naturaleza, que nos viene dada sin esperar nuestra anuencia, el espíritu, que es la parte de nosotros que dedicamos a sobreponernos a aquella. Y el biólogo Adolph Portmann hablaba de la “apertura al mundo” como recurso particular con el que la evolución ha dotado al hombre, y que, frente a la sujeción al medio inmediato a que están sometidos, de una u otra forma, el resto de los reinos de la naturaleza, permite que el hombre tenga a su alcance la posibilidad de librar su comportamiento de las exigencias que le impone el medio objetivo. Sostenernos sobre esa paradoja que nos hace estar sometidos a las leyes naturales y a la vez ser libres y responsables de nuestros actos es la peculiaridad que más nos caracteriza a los hombres frente al resto de los animales.

 
Pero esa capacidad de ser libres es una conquista evolutiva que aún está lejos de haberse consolidado. Recibió un impulso decisivo en el Renacimiento, cuando Pico della Mirandola pudo interpretar que Dios emitía al hombre esta clase de mensaje: “No te he dado un puesto fijo, ni una imagen peculiar, ni un empleo determinado. Tendrás y poseerás por tu decisión y elección propia aquel puesto, aquella imagen y aquellas tareas que tú quieras”. Fue tal el cambio que se produjo, que Cioran llegó a afirmar: “Con el Renacimiento comienza el eclipse de la resignación. De ahí la aureola trágica del hombre moderno. Los antiguos aceptaban su destino. Ningún moderno se ha rebajado a esa condición”.

Pero los intentos de volver atrás, de renunciar a las nuevas responsabilidades que supone el hecho de dirigir la propia vida, de rendirse a lo que Fromm llamaba “miedo a la libertad”, han seguido siendo hasta ahora mismo una tentación presente en el individuo de una manera intensa. Miedo que ha empujado al hombre a seguir buscando instancias a las que delegar su capacidad de decidir, a ceder, si no ya a Dios, sí, por ejemplo, al Estado, la facultad de configurar su propio destino. El hombre de hoy todavía desea en gran medida poder dar por supuesto lo que toca hacer, contar con una instancia paternal que le indique lo que procede pensar, y que juzgue y valore qué es lo que le conviene. Lo peculiar es que a ese miedo a la libertad el voluble espíritu de esta época ha dado en considerarlo progresista, cuando en realidad nos retrotrae a tramos evolutivos cuando menos pre-modernos.

Este pasado jueves, la Fundación BBVA hizo públicas las conclusiones de un estudio que ha realizado y que titula “Valores y Visiones del Mundo” (http://www.libremercado.com/2013-04-05/los-espanoles-quieren-mas-estado-y-menos-mercado-1276486660/). La encuesta que sirve de base al estudio examina un amplio conjunto de percepciones, actitudes y valores de los ciudadanos de 10 países europeos, y el resultado es que la población española se declara abiertamente intervencionista, es decir, prefiere mucho más Estado y menos mercado, muy por encima del resto de europeos. España, junto a Italia, por ejemplo, son los países en donde una muy amplia mayoría cree que es el Estado el que debe tener la responsabilidad de asegurar un “nivel de vida digno a los ciudadanos”. Por el contrario, en Reino Unido y Países Bajos la mayoría cree que cada persona tiene la responsabilidad principal en asegurar ese nivel de vida. Y mientras que en casi todos los países la mayoría cree que las diferencias en los niveles de ingresos son necesarias para que quienes se esfuerzan más tengan ingresos más altos que quienes se esfuerzan menos, percepción que se acentúa en Dinamarca y Países Bajos, en España, sin embargo, nos alejamos de la posición europea, con una mayoría (55%) que aboga por ingresos más equilibrados con independencia del esfuerzo personal.

Quizás lo más significativo, y que sirve de colofón a esta muestra de maneras de entender el mundo es que, mientras que los europeos están divididos casi a la par entre los partidarios de hacer ajustes con el fin de cuadrar las desequilibradas cuentas públicas que resultan del actual momento de crisis, y los que creen que es mejor mantener o aumentar el gasto para estimular el crecimiento, de nuevo los españoles somos los que más destacamos por nuestra preferencia por mantener o aumentar el gasto público para estimular el crecimiento.  De esa opinión participa un 59% de los encuestados frente al 2,1% que defiende los recortes de gasto público (políticas de austeridad) para reducir el déficit y la deuda. Lo cual, nos lleva, consecuentemente, a aceptar que se aumenten los impuestos… “a los que más ganen”.

Hemos de concluir que, efectivamente, tenemos lo que nos merecemos… e incluso, según el estudio de la Fundación BBVA, deseamos: somos el país europeo en el que más han aumentado los impuestos, lo que, correlativamente, está empujando a un declive dramático en los niveles de consumo que, por ejemplo, hace que cada día cierren en España cien tiendas. Es decir, más paro en conjunción con un mayor gasto público para atender las prestaciones al desempleo sobrevenidas.

Al menos así nos diferenciaremos de los bárbaros del Norte, esos aburridos que en su momento cedieron a, entre otras, las perversas doctrinas de los protestantes, y que desde el Renacimiento para acá, reaccionarios ellos, fueron entendiendo que había llegado el momento de aprender a ser libres. ¿No somos herederos los españoles, al fin y al cabo, de esa tradición que nos llevó a montar la Inquisición y a abanderar la Contrarreforma para perseguir el pensamiento libre, y uno de cuyos presupuestos culturales era sospechar que todo enriquecimiento individual, sobre todo de los judíos, era indicio de latrocinio? ¿No nos dedicamos a sospechar asimismo que los países ricos, y que eventualmente nos prestan ahora dinero, como Alemania, lo que hacen es enriquecerse aprovechándose de los países pobres? En fin, puestas así las cosas, y como diría el clásico, ¡que prosperen ellos! Nosotros, pobres pero honrados.

11 comentarios:

  1. Magnífico artículo.

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  2. Yo dudo de la buena fe de Rousseau como pensador. Aclaro que no me refiero a lo acertado o desacertado de sus recetas. No me parece difícil atribuirle la paternidad intelectual de los sangrientos colectivismos de la modernidad, pero no me refiero a eso, sino a si decía en serio lo que decía, o más bien cultivaba una pose, la primera versión del “intelectual indignado”, revestido, por ello, de una dignidad impostada, que tanto crédito y rendimientos le granjeó con sus mecenas. Puede que esta opinión parezca algo extremosa, pero pediría que antes de desecharla sin más se contraste con uno de los primeros, si no el primer capítulo de Intelectuales, de Paul Johnson. (advierto que empezar a leer este libro es condenarse a acabarlo)

    Comparto, desde luego, tu juicio sobre la errónea -y peligrosa- antropología del demagogo Juan Jacobo, aunque entre nosotros, más socialistas que la madre que nos parió, tiene hoy más influencia que en el resto de Europa. Tal vez eso se debe a que no ganaron los comunistas nuestra guerra civil, por lo que no hemos tenido suficiente dosis de vacuna.

    Lo que el estudio de la Fundación del BBVA muestra es el infantilismo, la falta de madurez personal -no es cuestión de madurez política colectiva: quienes apelan a una instancia suprapersonal ajena a su propia iniciativa y responsabilidad para que le resuelva la vida es un inmaduro, y una sociedad inmadura es la suma de sus individuos, que, con el signo correspondiente a cada uno, arroja un saldo positivo de inmaduros-
    Mira por donde, en esta ocasión estoy en el análisis psicológico, y en su resultante sociológica.

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  3. Comparto enteramente tu análisis de la situación actual -la que refleja el estudio comentado-, y solo te haría un matiz respecto de las causas. Me refiero a la excursión por la Historia, del último párrafo, que someto a tu consideración.

    Creo que los españoles somos mayoritariamente así como consecuencia de causas mucho más recientes que la Inquisición y la Reforma, y me atrevo a sugerir que estos tópicos no son más que eso hoy.

    Los españoles somos socialistas porque, aunque en la pugna entre el conservadurismo corporativista, católico y tradicionalista por una parte, y el socialismo por otra, éste fue militarmente aplastado en la Guerra civil española, la facción triunfante, y que, aunque con grandes diferencias entre sus distintas épocas, gobernó España desde 1939 a 1975, incorporaba muchos elementos socialistas, aunque tamizados por el paternalismo autoritario del régimen personal.
    Quienes eran propietarios de pisos alquilados en esa época no me desmentirán: fueron prácticamente expropiados, en favor de una concepción socializante de la propiedad urbana -a cuyo reverdecimiento asistimos, ahora en las arengas comunistoides y fascistoides de los Colau-Verstringe, unidos en el escrach- . Pero hubo otros rasgos socialistas, como la sindicación forzosa bajo un sindicato único, o la transformación de los seguros privados en el actual sistema de seguridad social, que incluyó la transformación del sistema de capitalización por el de reparto, una estafa piramidal cuya quiebra es ineluctable en la actual situación, en que la ascendente curva de pensionistas amenaza con cortar a la descendente curva de cotizantes. Además de las intervenciones en la industria, en el comercio exterior, la creación de monopolios estatales, y otras regulaciones e intervenciones estatales a costa de la iniciativa privada, o la regulación paternalista de las relaciones de trabajo y la creación de una jurisdicción especial, de carácter tuitivo, rémora que, aún después de la reforma aprobada por el actual gobierno, sigue gravitando sobre nuestro semicautivo mercado de trabajo.

    Así, cuando nos disponemos a redactar la Constitución de 1978 tenemos como herencia un régimen socializante, aunque sin las monstruosas proporciones que la burocracia estatal alcanzaría debido a la avidez de una clase política que tenía que consensuar parcelas de poder y empleos para la continuidad de los que estaban, y para la colocación de los advenedizos: de ahí el desdoblamiento territorial, una operación que podríamos comparar con el crecimiento morboso de las células tumorales.
    A partir de esa premisa el 'sistema' se ha desarrollado solo, hasta su probable colapso.

    Aunque formalmente la Constitución proclama la libertad de empresa, lo hace con el mismo nivel con el que permite la planificación económica y le subordina toda la “riqueza nacional”. Por planificar, incluso atribuye a los poderes públicos la potestad de organizarnos “adecuadamente” el ocio -no vayamos a malgastar el tiempo libre-. Tenemos una Constitución socialista, no porque su texto impusiese el socialismo, sino porque lo permitía, y hubiera sido precisa una clase política de otra categoría para que no degenerase en el socialismo que necesitaba para ocupar y perpetuarse en la ocupación de un aparato administrativo multiplicado con arreglo a las necesidades de los viejos y nuevos administradores, y por encima de las posibilidades de los administrados.

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  4. La nueva estructura segregó sus propios jugos. Los nuevos órganos crearon la función; de un sistema educativo nacional se pasó a diecisiete, algunos de ellos, nacionalizadores (previamente desnacionalizadores); todos ellos legitimadores de la nueva situación.
    En un artículo de ayer dice H. Tertsch, refiriéndose a la reacción juvenil en España por la muerte de M. Thatcher:

    los insultos que balbuceaban ayer jóvenes contra Thatcher en las redes revelan una vez más en qué manos está la educación en este país.

    Sí, nuestros jóvenes son en su inmensa mayoría socialistas, antiliberales y anticonservadores, en mucha mayor proporción que la natural -quien a los veinte años no es socialista no tiene corazón; quien lo es a los cuarenta no tiene cabeza- y ello se debe a que la educación es socialista, desde antes del libro rojo del cole. La educación ha sido tomada en masa por los socialistas, antes incluso del cambio de régimen, puesto que ya eran socialistas -por la vía falangista o por la marxista- muchos de los docentes en el momento de la Transición. Y al mismo tiempo por los nacioalsocialistas en las regiones infectadas.
    Regreso de los cerros de Úbeda para someter a tu consideración si el socialismo basal, generalizado, de los españoles, esa remisión de la responsabilidad personal en la resolución de los problemas vitales a la comunidad en forma de estado, no obedece a causas mucho más recientes y operativas en la actualidad que las tópicas de otros tiempos en los que no existía el estado munificente.

    En concreto, creo que nuestro socialismo, ese que constituye un régimen en cuyo marco juegan todos los partidos, de modo que no solo no hay ninguno que no sea socialista -incluidos los nacional-socialistas fraccionarios-, sino que todos ellos compiten en socialismo, no debe nada a fenómenos anteriores al siglo XIX -salvo las filosofías perversas, como la de Rousseau, que se han proyectado en la praxis política del siglo XX, a través del marxismo o de la socialdemocracia-.

    Para introducir esa duda voy a mencionar que los países nórdicos pasaron el sarampión socialista, y regresaron a los principios de responsabilidad individual cuando las cuentas del desproporcionado “estado de bienestar” les mostraron su inviabilidad. Esto ha sucedido en Suecia y en Dinamarca, país que pude visitar en misión administrativa en plena desintoxicación de socialismo. Sobre Holanda son muy significativos los datos que arroja esa encuesta que da pie a tu comentario.
    Alemania quedó vacunada contra el socialismo en sus dos versiones, nazi y soviética, pues recibió vacuna de caballo -y casi se muere en el tratamiento-
    En cuanto a la Gran Bretaña, hay que decir que los anglosajones siempre han sido más sanos que los continentales en esta materia -antes de Burke que de Rousseau-, pero el reciente fallecimiento de la Sra. Thatcher nos permite repasar fácilmente su historia en el siglo XX, y en concreto, como, después del paréntesis laborista entre Churchill y ella misma, tiene que hacerse cargo de un país arruinado por el laborismo, el sindicalismo, el socialismo, y devolverle la salud con la libertad (me remito al artículo de H. Tertsch). Con tanto éxito que Blair proclamaría “no he venido a deshacer, sino a continuar la obra de Mrs. Thatcher” -vamos, como nuestro ZP con el pacto por las libertades y contra el terrorismo, o la Ley de educación, … cualquier comparación nos conduce a la melancolía; del mismo modo que cualquier comparación entre Rajoy y Thatcher, porque Rajoy no nos está curando del socialismo, sino prorrogando y prolongando, hasta la náusea, la obra de ZP, en la política fiscal y aún en otras más sensibles que no son ahora del caso-

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  5. Finalmente, yo querría llamar la atención sobre el hecho, repito, el HECHO, de que la inquisición española, a despecho de la leyenda negra -cuyo éxito estriba más que nada en que nosotros nos empeñamos en creerla- fue mucho menos letal que las persecuciones religiosas desatadas en los países europeos donde triunfó o contendió con aspiraciones de triunfo -por ejemplo Francia- la Reforma, en sus múltiples versiones y sectas.
    El empeño imperial español en preservar la unidad espiritual de Europa, tan necesaria para la defensa de Occidente contra el turco -o, de un modo más intemporal, contra el islam-, empeño traicionado en su época e incomprendido en general, tenía una lógica histórica más profunda de lo que se admite, y probablemente evitó más daños de los que produjo, aunque se juzgue hoy con ligereza o, por el influjo de esa venenosa leyenda, con hostilidad y desprecio.

    Para este tema, y por no abusar de la extensión, me remitiría a la discusión que a través de diversos artículos se inició en Libertad Digital hasta que el 'tolerante' protestante César Vidal logró la expulsión de Pío Moa de dicho diario. Pero, aunque el protestante ejerció la potestas, la auctoritas es indiscutiblemente de Moa, que demuestra hasta qué punto el prejuicio inducido por la prestigiosa obra de Max Weber, 'la ética protestante y el espíritu del capitalismo', es erróneo -y, tal vez, en alguna medida, un eco de la misma Leyenda, me atrevo a sugerir-

    En fin, perdón por abusar de tu hospitalidad, ocupando mucho más espacio del que la buena educación telera a un huésped

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    1. Hasta tal punto he disfrutado leyendo tu escrito, que inevitablemente me he quedado con ganas de más, ya siento contradecir este último juicio tuyo sobre la hospitalidad y el espacio.

      Toca ahora releer y digerir todo esto con calma antes de contestarte. Pero te diré a botepronto que me haces recordar algo que hace años que tengo soterrado debajo de las cicatrices que va dejando la vida: una de mis dos o tres aficiones preferidas es la buena conversación.

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  6. Quod erat demonstrandum -y eso sí que ya lo sabía yo- tienes la generosidad magnánima de los espíritus superiores. virtud que suele ser correspondida con nuevos abusos. Que volverás a perdonar elegantemente. No le dediques mucho tiempo. Si pudiésemos charlar, yo dedicaría mucho más tiempo a escucharte que a replicar.

    No querría que mi perorata por los derroteros de la Historia -o algo así- oscureciese mi acuerdo básico con tus conclusiones sobre el estudio de la Fundación del BBVA -que puede consultarse aquí en pdf-
    Quiero dejar claro este acuerdo: en este momento histórico, los españoles somos los más socialistas de Occidente, es decir, del mundo, porque no tiene sentido hacer ese planteamiento donde no se puede elegir ser socialista o no serlo -China, por ejemplo-. Aunque también es cierto que el socialismo, como la enfermedad, dificulta elegir. Hay un ejemplo clásico de Mises, sobre la intervención gubernamental para abaratar el precio de la leche, las consecuencias en cadena que provoca, las sucesivas necesidades de intervención para paliarlas, y, a la postre, y pese al desastre, las dificultades y trastornos de dejar de intervenir, peores que los de la pura omisión inicial. El socialismo, al contrario que su ausencia, tiende a la perpetuación, a la expansión y a la irreversibilidad. Pero, aunque sea difícil y traumático, es necesario salir de él, por la libertad, que es la dignidad del ser humano, pero también por la prosperidad; también por pura racionalidad económica.

    Es cierto como bien dices que tenemos lo que nos merecemos, al menos colectivamente. Los que no lo merecemos como minoría, seguimos la suerte que a la minoría depara el fundamentalismo democrático -es decir: una de las graves perversiones de la democracia-. Y es que se puede hablar de las dos Españas para referirnos a lo que esperamos del estado unos u otros, pero sólo hay un Boletín oficial del estado -sus hijuelas territoriales, legítimas, bastardas y parricidas siguen una orientación general socialista o nacional-socialista- Sin ir más lejos y en el último mes, sólo en el sector de la propiedad inmobiliaria:
    • el gobierno central entrega a las autonomías el poder –que no debería tener- sobre los alquileres de temporada, para que cada una los exprima como pueda; y para la fragmentación del mercado y la proliferación de regulaciones, contra lo que proclama en términos generales (aunque haga o deje hacer lo contrario)
    • el mismo impone un “certificado de eficiencia energética” que encarecerá estúpida e inútilmente en unos 200 € las transacciones en un mercado deprimido por la crisis (Reagan decía: “si una industria va bien, ponle un impuesto; si a pesar del impuesto sigue funcionando, regúlala. Cuando hayas conseguido arruinarla, dale una subvención” Impuesto→regulación→subvención, la trinidad socialista)
    la taifa andaluza simula ahora el “exprópiese” chavista para ocultar (más) ayudas a los bancos con el dinero de los contribuyentes, al tiempo que, y esto es lo gordo de la medida, tratará de sablearlos con multas coercitivas que no sancionan ninguna conducta ilegal. El caso es enredar.

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  7. Pero, en fin, lo que quería subrayar es que la “anomalía española” no lo es tanto. Simplemente estamos en nuestro momento álgido socialista, populista, demagógico, irresponsable, ... pero ello no hunde sus raíces en el Siglo de Oro, sino más bien en tiempos bastante menos nobles y mucho más recientes.
    Al mismo tiempo, quería decir que el socialismo, el comunitarismo, el colectivismo, el gregarismo, el tribalismo, la nostalgia de la irresponsabilidad infantil, del claustro materno, del “me lo arreglen”, la delegación preadolescente de las propias responsabilidades e una instancia supraindividual, no es un instinto ni exclusiva ni primordialmente español, vistas las cosas con la suficiente perspectiva, temporal y espacial, aunque ahora, dada la erupción volcánica de colectivismo a que asistimos, pueda parecérnoslo.
    Esto queda muy claro en la obra de Mises “El socialismo”, concebida en los años veinte, y de plena actualidad, en mi opinión. Recuerdo una nota que cita unas palabras de un ministro británico de fines del XIX o principios del XX: “ahora todos somos socialistas”. Porque, aunque pueda sorprendernos hoy, el socialismo estuvo muy de moda, y no es en absoluto una ideología novedosa, sino bastante anticuada, y empíricamente desacreditada. Sin embargo, su componente pseudo-religiosa, milenarista, salvífica lo pone al abrigo de la razón crítica. Basta con leer las buenas crónicas publicadas con ocasión y a propósito del fallecimiento de Marg. Thatcher para ver, por ejemplo, en qué sima de socialismo Fabiano, y consensuado, es decir, un poco como lo que sucede ahora en España, estaba hundido el Reino Unido cuando ella acometió la tarea histórica de liquidar el poder sindical que ahogaba a aquella nación. Ya dije que el colectivismo germano, en sus dos versiones, alcanzó la perfección que caracteriza a ese pueblo en todo lo que acomete –también en El Mal-.
    Así que, sí, los españoles estamos muy socialistas. Tal vez aún no hemos sufrido bastante las consecuencias. Pero ¿ha muerto el proverbial individualismo hispano?
    Cuando apuremos hasta las heces este cáliz, los supervivientes tendrán que recuperar las coordenadas de la vida humana digna, que no consiste en vivir a costa de los demás, pues eso no puede durar mucho: los demás acaban cansándose, o, simplemente, se extinguen por extenuación, y entonces la realidad se impone.
    Y en todo cuanto acabo de decir nada hay contra la esencia social del ser humano –zoon politicon- ni contra la verdadera solidaridad, que no puede ser coactiva, y mucho menos contra la virtud cristiana del amor entre los hombres, o laica de la filantropía. Todo lo contrario: no hay virtud sin libertad.

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