Pero efectivamente, voy transitando hacia al lado de acá de
las dudas, e inclinándome a pensar que esa ciudadanía española es el correlato
de nuestra clase política, a pesar de su actual cabreo para con ella (en la
encuesta del BBVA, de los 10 países estudiados, somos el país que peor califica
la calidad de su respectiva democracia y asimismo a sus políticos, a distancia
incluso de Italia, la siguiente). Y para confirmarlo, si nadie lo remedia, lo
próximo que tendremos en el gobierno cuando los votantes acaben echando a estos
inútiles de ahora, amenaza con ser todavía más socialista. Ahí tenemos a las
Juventudes Comunistas, respaldadas por Cayo Lara, apoyando a Corea del Norte en
el actual conflicto con Corea del Sur, y a este último haciendo lo propio con
Hugo Chávez y su legado, así como con la Cuba de los Castro, para saber hacia
dónde apunta el partido que más está creciendo en el actual río revuelto de
nuestra política nacional, por encima incluso de mi partido, UPyD (ver
aquí). Y así seguiremos, me temo, hasta llegar al colapso, como tú bien
dices, que es lo único que parece ser capaz de obligar a pensar que ese era un
camino equivocado y que hay que ensayar el camino contrario, el de la
responsabilidad personal. Ojalá que cuando lleguemos a eso haga efecto la
vacuna que ya se inocularon los países nórdicos, Alemania y la Inglaterra
posterior a Thatcher. Lo que no sé es si para entonces quedará organismo en el
que pueda actuar la vacuna.
Pero entrando en la cuestión principal de tu exposición, la
de las raíces de esa falta de madurez personal de los españoles que les
predispone a buscar en instancias pseudopaternas la solución a su falta de
vigor y de iniciativa ante la vida, yo me ratifico en pensar que el punto de
inflexión principal que definió las cosas en este sentido se produjo en los inicios
de la Edad Moderna, precisamente cuando irrumpió en Occidente esa gran potencia
cultural que fue el humanismo, así como también el protestantismo (aunque las
vías por las que discurrió este último hacia la responsabilidad personal me
parecen sorprendentemente retorcidas; llego a entenderlas a través de los
razonamientos de Max Weber, que a mí, en fin, sí que me seducen). Aquí,
mientras tanto, los Austrias nos llevaron por un camino contrario al de esa modernidad (creo que fue
una desgracia cambiar de línea dinástica, que el azar impidiera seguir la de
los Trastámara). En la encuesta de la Fundación BBVA, hay una clara diferencia
entre países en cuanto a la percepción de su respectivo funcionamiento
institucional, en el nivel de incidencia de la crisis, asunción de
responsabilidades a nivel personal, asociacionismo, nivel de información… a
favor de Dinamarca, Suecia, Países Bajos y Alemania, y en contra de Italia,
Francia y España (ver conclusiones). Justo de la raya
para allá y para acá que quedó marcada en los tiempos del humanismo y de la
Reforma (aunque la misma encuesta delata también la fatiga de Europa como
conjunto).
Desde esta perspectiva que propongo, el hecho de que la anti-moderna
Inquisición española, como tú señalas, no necesitara de tantas víctimas como
las que estas persecuciones ideológicas provocaron en otros países del entorno,
lo que vendría a resaltar precisamente es la falta de vigor de nuestro
humanismo, de nuestros reformistas y de nuestro pensamiento moderno en general.
Como suele ocurrir en las dictaduras asentadas, la represión cumple un papel
secundario, porque la población asume sin mucho trauma las directrices que
imponen los dictadores. Aquí, después del aplastamiento de los Comuneros, la
dirección alternativa a la que impuso el césar Carlos no dio mucho más de sí (lo
cual no obsta para que, en mi opinión, tengas razón a la hora de considerar el
abandono al que sometieron al Emperador en su lucha contra el turco).
Desde esta línea argumental que sigo, se explicaría también mejor
aquel grito de “¡Vivan las caenas!” que los absolutistas españoles acuñaron
cuando en 1814, en la vuelta del destierro del rey felón, Fernando VII,
personas del pueblo que fueron a recibirle desengancharon los caballos de su
carroza y se pusieron ellas a tirar de la misma. Por entonces se estaba
produciendo en Occidente el otro gran punto de inflexión hacia la
autorresponsabilidad individual, el que antes, en el siglo XVIII, había
promovido la Ilustración, y ahora, a lo largo del XIX, protagonizaban los
liberales. Ese impulso quedó aquí frustrado en buena medida (la Inquisición,
precisamente, no se abolió en nuestro país hasta 1834, evidentemente que porque
estaba en sintonía con lo que aquí ocurría, no porque tuviera una gran tarea
represiva que realizar).
Y, según mi perspectiva, es, en fin, en ese mismo impulso
absolutista y antiliberal tan boyante en la España del XIX en donde enraíza
nuestra propensión colectivista, a la cual, yendo hacia atrás, se llega por la
vía que nos desvió del humanismo y de la Reforma protestante en los orígenes de
la modernidad, la misma, pues, que finalmente desemboca en este socialismo de
derechas y de izquierdas que hoy sufrimos. Recordemos asimismo que nuestros
nacionalismos tienen su precedente, explícito en el caso del nacionalismo vasco,
en el carlismo, es decir, en la añoranza del estado premoderno, aquel que sobre
todo rigió en tiempo de los Austrias, explícitamente reivindicado esta vez por
los nacionalistas catalanes, donde las fronteras interiores (aduanas que
lastraban el tráfico comercial entre unas regiones y otras, legislaciones
diferentes en cada una de ellas, administraciones también diferentes…) eran la
norma. Ese es, precisamente, el estado de cosas que nuestros nacionalistas
centrífugos intentan elevar al nivel de categoría definitiva, esto es: intentan
acabar de desbaratar nuestra larga marcha hacia el estado moderno. Es curioso:
todos nuestros “progresismos” actuales (socialismos y nacionalismos) tienen la
en realidad reaccionaria pretensión de desembocar en la frustración del impulso
que, desde el Renacimiento hasta aquí, ha dado contenido a la modernidad.
Una modernidad que tú, que sigues tan amablemente lo que yo
voy poniendo en este blog, sabrás que a mi modo de ver está llena de lagunas, y
que, víctima de sus propias exageraciones (el olvido del zoon politikon, de la vertiente que da a la trascendencia hacia lo
social, a lo cual tú mismo aludes), ha ido caminando también hacia su propio
colapso. Colapso al que, en esta ocasión, se llega caminando hacia delante, no
como este otro caso del que hablamos aquí, que se cierne sobre nosotros por el
empeño en caminar hacia atrás.
A modo de coda, aludiré finalmente a esa misteriosa disputa
entre César Vidal y Pío Moa que comentas. Yo, como resulta evidente, me inclino
ideológicamente más hacia Vidal que hacia Moa, pero siempre he leído u oído a
este último con suma atención, porque todo lo que escribe o dice me parece
perspicaz e interesante. Nunca he llegado a entender aquella agresividad tan recalcitrante
que Vidal manifestó hacia Moa y que acabó con este fuera de Libertad Digital.
Buenas tardes, he leído con mucho interés su artículo y la réplica de Doña Carlota - impresionante para mí -.
ResponderEliminarDebo decir que no estoy de acuerdo con usted, no creo que la modernidad humanista no arraigase en España. La cantidad de erasmistas que hubo a principios del XVI era relativamente grande, incluso en la Inquisición, yo diría que su marginación posterior obedece a la expansión protestante por Europa y el temor de que eso alentase la sedición y el desorden. En una España que en esos momentos era la frontera de occidente contra el Islam y el imperio turco, se les percibió como próximos al enemigo que debilitaba al reino. No era bonito, pero eso acabó pasando en toda Europa, tanto protestante como luterana - una Fe, una Ley, un Rey -, el luteranismo se impuso por la fuerza ya en 1542 - en Brunswick creo - , Enrique VIII ejecutó a Tomás Moro y Calvino quemó a Servet.
La Inquisición acabó siendo tan eficaz como "policía del pensamiento" que sí acabó causando un cierto retraso de nuestros pensadores, pero aún así apareció la escuela de Salamanca, con sus teorías de la legitimidad del tiranicidio, las aportaciones sobre de Derecho internacional, todo eso mientras se combatía por toda Europa.
En el siglo XVIII, cuando la Ilustración recorre Europa, también se acomete en España un programa de reformas, con los primeros Borbones, desde las Sociedades de Amigos del País, por ejemplo, las expediciones científicas - Malaspina -, la impresionante modernización de la Armada - ministros como Patiño, espionaje industrial de Lángara -. España no es hegemónica pero sigue siendo una potencia importante.
En el XIX, desastroso en sus inicios, mientras se desarrolla una feroz guerra, representantes de los españoles debaten y aprueban una Constitución mientras les asedia el ejército más poderoso de Europa, sería demasiado idealista tal vez, pero fue un ejemplo y un modelo a seguir en todo el continente durante años.
Pone como ejemplo de antimodernidad a los que gritaban "Vivan las caenas", pero creo que en un país que acababa de perder cerca de un millón de personas en una guerra sin cuartel contra los que se presentaban como adalides de la libertad y modernidad, era difícil para mucha gente aceptar que pudiese haber algo bueno en las ideas revolucionarias. Lo único que habían podido experimentar, era saqueo, guerra y desolación que se habían revestido de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Y cuando Napoleón fue derrotado, la restauración del Antiguo Régimen se dio en toda Europa - aunque con reyes mucho mejores que Fernando VII - .
Estoy de acuerdo con usted en que nuestros nacionalistas son los herederos de las tendencias más reaccionarias y antiliberales, pero no creo que reflejen a toda España, ni que nuestra historia sea la del fracaso de la modernidad.
Al fin y al cabo, la propia palabra "liberal" es española.
Muchas gracias, John, por su ilustrado y estimulante comentario, que creo que merece algo más que una respuesta rápida e improvisada. Así que le pido un margen para, mientras hago un hueco en mis obligaciones rutinarias, ir preparando mis complementos, más que rechazos, a las ideas que usted expone.
EliminarGracias a usted por la respuesta. Iré preparando una buena trinchera, ya me advirtió Doña Carlota que esto iba a ser el Somme argumental. A ver si aguanto la contraofensiva.
ResponderEliminarAl final, John, la respuesta que le debo a usted y a Carlota se ha convertido en una sábana (no tengo remedio), y será el contenido de la próxima entrada en este blog. Ya le dije que no creo que sea tanto para contradecirle como para añadir complementos. De todas formas, no haga mucho caso de mi amiga Carlota: lo que hago es enrollarme (y responder a mi matraca se hace complicado por eso), no hacer gala de nada extraordinario con mis argumentos. Eso sí: me encanta la charla inteligente, como la que usted me propuso aquí. Quizás por eso, para exprimir bien esa propuesta, acabo enrollándome a lo bruto... y responder a mis rollos macabeos es lo que hace desistir (mejor sería decir "echar a correr") a mis interlocutores.
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