sábado, 25 de mayo de 2013

Obstáculos a la modernización de España a lo largo de la historia

Enunciado del problema a abordar: intentar desentrañar, en lo posible, el hilo conductor de nuestra historia desde la Edad Moderna hasta el día de hoy. Paso previo que considero imprescindible: entender qué cambió al pasar desde la Edad Media a la Moderna, saber cuál era la manera de estar en el mundo que tenía el hombre medieval y cuál la del hombre que empezó a irrumpir con el Renacimiento y la Reforma. No me atrevo a garantizar que el periplo intelectual que propongo no resulte un tanto vertiginoso, ni tampoco que quien por él me acompañe no acabe teniendo la incómoda sensación de estar sobrevolando los cerros de Úbeda. ¡Ni siquiera garantizo que no acabemos extraviados por aquellas serranías!

El prototipo de hombre medieval era el hombre cristiano. El cristianismo, al menos en principio, surgió como rechazo del mundo: “Mi reino no es de este mundo”, había dicho Jesús. “No os acomodéis a los criterios de este mundo –abundó San Pablo–; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Y San Agustín, en un imaginario diálogo con Dios, concluía que “la amistad de este mundo es adulterio contra ti”. ¿Y por qué este rechazo del mundo? Porque en última instancia es absurdo, absurdo el mundo y absurda la vida que en él llevamos adelante: lo que aquí acontece es una mezcla caótica de bien y mal, de fortuna y desgracia, de vida y muerte. Nada tiene sentido finalmente; todo acaba y acaba mal (en la muerte). Un absurdo que el mismo San Pablo venía a palpar cuando afirmaba: “Dios mismo dijo a Moisés: Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca (…) Así pues –consiente en ello el santo acto seguido–, Dios muestra su misericordia a quien quiere y deja endurecerse a quien le place”. Nada hay en la marcha del mundo que responda obligatoriamente a nuestra necesidad de sentido. Tertuliano, primer Padre de la Iglesia, afirmaba: “Creo porque es absurdo”. Y San Agustín, desesperado, rezaba: “¡Dios mío, ayúdame, no entiendo nada!”. Pero no había nada que entender: todo tiende al absurdo, todo lo que tenemos acabaremos perdiéndolo, no podemos estar seguros de nada. En resumen: hagamos lo que hagamos, nuestras obras no nos garantizan la salvación (ni en el cielo ni tampoco en la tierra). El cristiano antiguo y medieval optó por retirarse de este mundo, a veces literalmente (al desierto o al eremitorio) y otras convirtiendo la vida en una espera más o menos paciente de la otra, la que, si el azar le bendice y está entre los elegidos que Dios previó salvar ya en el momento de la Creación, tendrá por fin sentido y le traerá la felicidad en el cielo.
 
Santo Tomás (siglo XIII) significó un intento de aproximación a este mundo, de creer que sí que tenía sentido la vida en la tierra. El cielo y Dios no estaban, según él, en contra del mundo sino al final, en la prolongación de este. Las buenas obras, afirmó oponiéndose a lo que hasta entonces se había sostenido, sí influyen en nuestra salvación; la marcha del mundo, por lo tanto, tiene sentido, hay una relación entre lo que hacemos y lo que conseguimos. Recuperando la confianza de la que habían hecho gala los estoicos, Tomás vino a decir que el mundo se comporta razonablemente. Y Dios, en fin, no era un ser arbitrario, que castiga o premia según le place, tal y como lo había imaginado San Pablo, sino obligado por las leyes de la razón y del sentido. Dios era bueno y razonable, se ajustaba a los criterios de bondad y justicia que manejamos los humanos fundamentándolos en la razón. Confiados, los católicos aceptaron ubicarse en un mundo que empezaban a pensar que era razonable y tenía sentido, pero a costa de amputar el trato con todo ese otro trozo de mundo y de vida que desembocaba en el absurdo (la zona de sombra de lo inconsciente que hubiera dicho Jung).

 
Pero al final seguía valiendo lo que ya habían descubierto los cínicos, los escépticos y los cristianos primitivos: el mundo es absurdo (la razón, lo ideal, pertenece al otro mundo, había dicho ya Platón). Así que tuvieron que venir los protestantes a recuperar la idea de un Dios arbitrario, que distribuía premios y castigos no según lo que dictase la razón ni un más o menos comprensible criterio sobre lo que es justo o injusto, sino “según le place”. En consecuencia, uno no podía vincularse a Dios (no podía hallar sentido, fuerza para seguir adelante) a través de la razón, sino a través de la fe. Eso es lo que vinieron diciendo los protestantes. Lo cual les daba una gran ventaja, porque el católico, cuando se adapta al mundo, a un mundo razonable (acercándose en esa medida a las propuestas de Santo Tomás, pero alejándose de las de San Pablo), lo hace a costa de amputar todo ese segmento de la vida que resulta absurdo, y cuando llega la desgracia, o lo meramente incomprensible, ese católico se queda sin recursos, no tiene en su bagaje psicológico con qué acoger eso que es absurdo (Santo Tomás decía que las verdades de la fe no van contra la razón… pero hay muchas cosas que la razón no puede incorporar). Mientras tanto, en situaciones así el protestante puede seguir adelante, no porque entienda lo que le pasa, no porque encuentre que tiene sentido eso que le pasa, sino porque tiene fe. De partida, ya sabe el protestante que aunque se comporte razonablemente, como Job, puede caerle encima la desgracia; y sin embargo, cuando esta llega no se hunde: sigue adelante. Tiene fe en que, aunque él no entienda las cosas, Dios, en quien tiene fe, sí sabe el por qué. “En nuestra triste condición –decía Lutero–, el único consuelo que tenemos es la esperanza de otra vida. Aquí abajo todo es incomprensible”.

Los valores que en esta actitud de los protestantes estaban implícitos, Carlota, son aquellos a los que alude Habermas según sostiene Ruiz Soroa en el artículo que traes a colación, y que podrían sintetizarse en el de trabajar y, en general, tirar para adelante, sin tener en cuenta los resultados, gratificantes o no. Es decir, que el protestante se sentía realizado no con el resultado de su trabajo, ni amasando la fortuna que le llegaba como fruto de su laboriosidad, sino con el hecho mismo de trabajar. “El hombre se relaciona con la ganancia como con el fin de su vida –dice Max Weber un poco confusamente refiriéndose a esta actitud del protestante–, y no ya la ganancia con el hombre como medio para la satisfacción de sus necesidades vitales materiales”. Y también: “ ‘Nada’ de su riqueza lo tiene para su persona; sólo posee el sentimiento irracional del ‘buen ejercicio de su profesión’ ”. Efectivamente, Zinzendorf, uno de los representantes del pietismo (una evolución del movimiento reformador que pretendía reaccionar contra la doctrina luterana de la santificación por la sola fe, tratando de convertir esta en algo que tuviera consecuencias prácticas), decía a este respecto: “No se trabaja sólo para vivir, sino que se vive por el trabajo, de suerte que, cuando se deja de trabajar, o se enferma o se muere”. En suma, el protestante actuaba sin esperar a la recompensa, sólo por sentido del deber. Cuando uno actúa esperando que ello dé frutos, está sujetándose a planteamientos racionales, esperando que, como decía Santo Tomás, las buenas obras influyan en la salvación. El protestante actúa, trabaja, tira hacia adelante sin más, sin esperar que el mundo se comporte razonablemente y le recompense (las buenas obras, dicen sus mentores, no garantizan la salvación). Desde luego, estos valores que Ruiz Soroa considera premodernos (y que, por el contrario, son la base de la modernidad) han entrado en barrena con la cultura del consumismo.

El Renacimiento y la Reforma vinieron a significar que, al contrario que los cristianos primitivos y medievales, los hombres empezaban a aceptar vivir en este mundo… a pesar de que era absurdo, negándose, incluso, a ser tutelados en ese aterrizaje por la razón (porque los resultados fueran congruentes con las causas). Lutero llamaba a la razón “la ramera del diablo”. También decía que “merecería que se la relegase al lugar más sucio de la casa, a las letrinas”. Los católicos o bien rechazaban el mundo o, a partir de Santo Tomás, aceptaban vivir en la parte de él que resultaba razonable, quedándose inermes ante todo lo que demostraba ser absurdo. Mientras tanto, los protestantes conseguían, armados con la fe, seguir adelante cuando la razón ya no daba motivos para ello. El protestante, en suma, aceptaba como cristiano ortodoxo que era, que el mundo era absurdo, que las buenas obras no garantizaban la salvación, pero también aceptaba que aquí, en la tierra, tenía una tarea que cumplir aunque cayesen chuzos de punta. Y en vez de retirarse al desierto o al convento (en vez de huir del absurdo), se comprometió con el mundo, con este mundo irracional, asumió que la vida era una tarea, el ámbito en el que desarrollar su vocación, la llamada de Dios. O sea: trabajar. En esto consistió fundamentalmente el cambio que significó la entrada en la Edad Moderna.

El católico, el hombre que no había conseguido salir de la Edad Media, siguió considerando la vida contemplativa, la que significaba una retirada del mundo, como el mejor modelo de vida. España, por ejemplo, vanguardia del catolicismo y abanderada de la Contrarreforma, fue ejemplar morada para los místicos, que aquí encontraron su hábitat natural. Y congruentemente, como denuncia el destacado historiador marxista Pierre Vilar, fue un paraíso para los ociosos. Cita Vilar las causas de la decadencia española tradicionalmente asumidas por la historiografía: “alza de precios, alza de salarios, desprecio del trabajo manual, exceso de vocaciones religiosas, expulsión de disidentes religiosos, emigración, abandono de la agricultura, vida picaresca, etc.”. Poco más adelante, resume o matiza: “emigración, alza de precios, ‘hidalguismo’ en la sociedad, ruina por la burocracia y el impuesto”.  Y asimismo añade: “Todas son, al mismo tiempo, causas y efectos en la ‘crisis general’ de una sociedad, donde se entrelazan de manera inextricable los elementos económicos, políticos, sociales y psicológicos”. Resulta categórico Vilar cuando comenta que en la España de 1600 “un solo labrador –nos dice un contemporáneo– debía alimentar a treinta no productores”. Los enormes gastos, por otro lado, que suponían las empresas imperiales y las guerras contra los protestantes acabaron de agotar la economía española, especialmente la castellana, a pesar del oro y la plata que en grandes cantidades llegaban de América. “¿Podía este imperialismo lanzar una economía moderna?”, se pregunta retóricamente Pierre Vilar. Sucesivas bancarrotas estatales a lo largo de la Edad Moderna aunadas a todos esos factores citados, avalan la conclusión de que no, de que en realidad nos alejábamos de la marcha hacia la modernidad.

Hubo, efectivamente, como bien afirmas, John Carlos, núcleos protestantes y, sobre todo, erasmistas en España en el siglo XVI. Y el regente Cardenal Cisneros, antes de que le sustituyera Carlos I, podríamos decir que era un protorreformista. Pero las hogueras de la Inquisición, azuzadas por los Austrias, cumplieron su tarea reduciendo literalmente a cenizas aquellos brotes de modernidad.

El siglo XVIII, el de la Ilustración, fue, efectivamente, un muy buen siglo para España. Entre 1700 y 1800, la población española pasó de seis a once millones de habitantes, y los factores de la decadencia se fueron borrando. Prácticamente no hubo entonces persecuciones religiosas, que es tanto como decir ideológicas, y las clases productoras ganaron terreno a las improductivas. Se llevaron a cabo importantes obras públicas, y los decretos de Nueva Planta de Felipe V supusieron un avance en la modernización del Estado, en la medida en que se logró cierta unificación legislativa, administrativa y judicial. Asimismo,  se abolieron fronteras y trabas al mercado interior, y se delimitaron poderes en la relación de la Iglesia y el Estado. El libre comercio con América, suprimiendo monopolios, también se generalizó. Por un instante, pareció posible que España abordara en buena posición la Revolución Industrial que estaba iniciándose.

Sin embargo, había “una mayoría social (hidalgos, bajo clero, campesinos) –seguimos, ya que estamos, con Pierre Vilar– impermeable a las nuevas ideas, una atmósfera que no las sustenta y una minoría que se abre al espíritu del siglo, pero con moderación y timidez. Estas clases ilustradas no minan de ninguna forma el poder real (…) La masa española sigue siendo más sensible a los llamamientos del fanatismo misoneísta (hostil a las novedades) que a las lecciones, algo pedantes, es verdad, de los escritores ‘ilustrados’ ”. Con Carlos IV, que reinó entre 1788 y 1808, empieza a agotarse el impulso modernizador que se estaba llevando adelante a contrapelo de unas mayorías nada proclives a ponerse en sintonía con los nuevos tiempos. Cuando llegó la Guerra de la Independencia, las corrientes que apuntaban hacia el liberalismo y el constitucionalismo no tuvieron fuerza suficiente para contrarrestar con claridad las que latían en aquel otro magma que haría erupción en el “¡vivan las caenas!”, a la vuelta de Fernando VII del exilio, en 1814, que persiguió sañudamente a los liberales a lo largo de casi todo su mandato. Las prolongadas y devastadoras guerras carlistas del siglo XIX delatan la fuerza de esa corriente antiliberal tan enraizada en las masas populares.

Y ahí estamos todavía, aunque parezca increíble: las zonas en las que más fortaleza tuvieron los carlistas son hoy aquellas en las que más fuerza tienen los nacionalismos disgregadores; es decir, aquellos que se siguen resistiendo a la modernización. Por tanto, creo que sí, que hay una línea de continuidad que va de Carlos I y los Austrias hasta nuestros nacionalismos en la cual se expresa toda la resistencia que en España hemos opuesto a la modernización. Lo cual no quiere decir que no hayan existido fuerzas favorables a esa modernización, por supuesto, aunque no las suficientes como para homologarnos con los países que desde el Renacimiento y la Reforma se pusieron en marcha más decididamente hacia tal objetivo.

 


P. S.: Bienvenida, Ana, y muchas gracias por asomar por aquí. Tus blogs (http://arelarte.blogspot.com.es/ ; http://unlugarparalamemoria.blogspot.com.es/ ; http://ana-geo.blogspot.com.es/ ) son abrumadoramente buenos  y meritorios.

17 comentarios:

  1. Buenos días. Como usted, yo también creo que los nacionalismos separatistas que padecemos son los herederos de esas tendencias antimodernas. Aún así, esas zonas, con el apoyo de los sucesivos gobiernos nacionales, se convirtieron en las más dinámicas de España. En mi opinión porque no todos los vascos y catalanes eran carlistas tradicionalistas, Bilbao resistió tres asedios carlistas, y Prim parece un representante bastante liberal, por ejemplo.
    Donde sigo sin estar de acuerdo, es que haya sido la religión católica lo que nos ha impedido la modernización. ¿Cómo se explica sino el éxito de otras naciones de la misma religión?, en Francia podrían alegar que su Ilustración fue anticatólica, pero Bélgica se fundó con la religión como referencia y después de Gran Bretaña se convirtió en el territorio continental que más rápido se industrializó. Francia además relanzó su carrera imperialista bajo la Restauración monárquica y después con el II Imperio.
    Si busco un momento de inflexión, tal vez sea el desastre de la Guerra de la Independencia, no ya por las pérdidas humanas, sobre todo, por la destrucción de la clase media, la casi destrucción del estado, la pérdida de la flota y de la América española, y la aparición del ejército como única cantera prestigiosa de líderes políticos. Casi medio siglo llevó recuperarse medianamente.
    Todo el período de 1789 a 1848 es de una gran inestabilidad política, aún así no en toda Europa se impone la tendencia más liberal, en Alemania, con su éxito industrial y económico, es la conservadora y autoritaria la que vence, y es una potencia protestante, Prusia, la que dirige el proceso.
    Como Doña Carlota, creo que nuestra tendencia estatalista tiene más que ver con el sistema corporativo diseñado por Franco y la falta de prestigio del liberalismo - en España -en los últimos setenta años. Tanto nuestra derecha como nuestra izquierda lo asimilaron, pero hasta países con una fortísima tradición liberal cayeron en el paternalismo estatal, ni siquiera su tradición protestante lo impidió, estoy pensando en Gran Bretaña o Suecia. Pero los primeros intentos de crear un Estado del Bienestar, corresponden a Bismarck, un ferviente calvinista que quería evitar el ascenso del socialismo.
    Acabo de recordar algo, lo voy a meter con calzador si me lo permite, así como el pietismo parece una tendencia "católica" dentro del luteranismo, en el siglo XVIII al catolicismo le creció la disidencia jansenista que tiraba al calvinismo y como tal fue atacada por los jesuitas.

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  2. Tengo que tirarme a esta piscina, ... pero déjenme un tiempito para arroparme siquiera con un tosco bi-kini.
    A ver si esta noche. Tengo que repasar unas notas mentales.
    Pero ya no puedo seguir eludiendo mi obligación. Lo prometo.

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  3. Buenos días John Carlos.

    Mientras esperamos, con todos nuestros receptores activados, a que Carlota asome y nos haga explícito su punto de vista (o que lo amplíe, porque en alguna medida ya lo ha ido exponiendo por aquí en otras ocasiones), adelanto una respuesta a su amable y jugoso comentario.

    Creo que lo que fundamentalmente nos diferencia es la plataforma que uno y otro preferimos escoger para desde ella tener una perspectiva y otear los datos que tratamos de explicar. Usted escoge una plataforma más ceñida a los resultados últimos, y desde allí se retrotrae buscando unas posibles causas que encajen con tales resultados, y sobre todo, que le lleva a concluir que es desechable o insuficiente la explicación causal que yo propongo. Ve usted el mapa de Europa y detecta diversos puntos en los que falla mi propuesta de trazar una raya de separación entre países en los que el humanismo, la Reforma y la Ilustración triunfaron más decididamente y los que no, e infiere que la mía no es una interpretación suficientemente válida. Mi perspectiva es inversa: escojo como punto de partida lo que ocurrió en el alma de las personas durante el paso de la Edad Media a la Moderna, y compruebo que allí hay una explicación posible que permite comprender la diferente evolución de unos países y otros, aquellos en los que realmente se produjo el cambio de era y aquellos otros que quedaron lastrados por unos valores que seguían siendo los propios de la Edad Media. En tal caso, esos desajustes que usted detecta, países en los que aparentemente siguió vigente la perspectiva y los valores propios de la Edad Media y que, sin embargo, evolucionaron positivamente en la dirección de la modernidad, o viceversa, se deberían a factores añadidos que, desde luego, yo no tengo capacidad para valorar suficientemente, pero que no me hacen desistir de mi explicación global.

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  4. Esa explicación mía se atiene en última instancia a la observación que es posible hacer a propósito de que, partiendo del descontento con la realidad que todos traemos en el bagaje con el que vinimos al mundo (eso que muchos pensadores han llamado angustia vital), a unos les lleva al rechazo o evasión de la realidad y a otros, sin embargo, a la inmersión, para adaptarse o para rebelarse y confrontarse con ella, en esa realidad. No sólo los individuos: las épocas también se han inclinado unas veces hacia aquel sesgo, y otras hacia este. El cristianismo primitivo consideró el mundo como un valle de lágrimas y su actitud hacia él fue evasiva: su modelo de vida más perfecto (así incluso me lo transmitieron a mí cuando era niño en un colegio religioso) era la vida monástica, apartada del mundo, una forma de ver las cosas de la que los emperadores romanos detectaron su peligrosidad. Santo Tomás propuso al cristiano incorporarse al mundo, pero, como trato de explicar en el artículo, la suya fue una propuesta insuficiente. Y los humanistas y reformistas trajeron otra manera de incorporarse a ese mundo finalmente más productiva, de modo que nació de ella la idea de vocación o tarea vital. Esa nueva perspectiva no hay que esforzarse mucho para comprender que debía de producir resultados, de modo que desde ella puede explicarse la gran transformación que sufrió Occidente a partir del Renacimiento. Y la vieja perspectiva, esa que en España hizo que, por un lado, siguiera considerándose la vida monástica, de retirada del mundo, como el modelo de vida más perfecto, y por otro, prohibiera el trabajo manual a los hidalgos por ser algo indigno de su condición, inevitablemente empujaba en una dirección contrapuesta a esa otra por la que discurrió la modernidad.

    Los efectos que no encajan del todo en las previsiones de mi explicación, creo que pueden tratarse como ramales secundarios y subordinados, es decir, que pueden entenderse porque aparecen otros factores que no se ajustan exactamente a aquella explicación general, que a mi modo de ver, tiene fuerza suficiente como para sobrevivir a ellos. En suma, que aquí en España hemos estado demasiado en las nubes, pendientes de la gloria celestial futura, y eso, por un lado, muchas veces nos ha distraído de nuestra tarea en el mundo, y por otro, cuando hemos mirado hacia la realidad, otras tantas lo hemos hecho con ojos utópicos, radicalmente inadaptados. España, no digo que siempre, por supuesto (la sensatez puede arraigar en cualquier lugar), pero a menudo ha sido paraíso para ociosos y para mentalidades utópicas.

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  5. Buenos días. Jajaja, tengo que decir que me ha calado :D . Mis conocimientos filosóficos son escasos y lo llevo casi todo - cuando puedo - al terreno histórico, que es mi afición.
    Carezco de conocimientos teológicos para poder discutir en términos de igualdad. Pero creo que, por ejemplo, el desprecio del trabajo manual en España tiene más que ver con la mentalidad guerrera forjada durante la Reconquista. Los caballeros villanos son el antecesor de muchos hidalgos, y conformaron buena parte de la clase militar castellana en la Edad Media, el prestigio adquirido después durante el Renacimiento y el que la clase noble se tomase como referencia social por el resto de estamentos marca mucho más la diferencia que el hecho de la religión. Y el abandono de industrias que dejaron de ser rentables ante la entrada de oro americano a espuertas - aunque sólo se usase para pagar ejércitos e intereses a los Fugger -,o la deuda contraída para pagar la campaña para entronizar a Carlos I, destruyendo actividades económicas que crearon muchos ociosos forzosos o vocacionales - en cincuenta años de 1500-50, se redujeron los telares de Castilla en más de la mitad, si recuerdo correctamente - .
    Sí estoy de acuerdo con usted en que aquí han arraigado muchas utopías, desde el anarquismo al socialismo, pasando por místicos varios. Su explicación me parece razonable, pero al detectar "lagunas" - por llamarlas de alguna manera -, reconozco que me resulta muy difícil aceptar que algo tan consustancial a la historia y mentalidad española como la religión católica - aunque yo no soy creyente -, se convierta aquí, de una manera tan negativa o tan absoluta, en una rémora para la modernización nacional.
    Pero reconozco que debatir aquí me está resultando tan estimulante, que va a conseguir que siga cavando trincheras por vicio y ganas de leer.

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  6. 1/3

    Querido Javier, respetado tocayo -Carlos-, ...
    Muchas veces he querido responder a este reto, pero otras tantas he desistido abrumada, por no saber por donde empezar, por no poder con los materiales acumulados, incapaz de la síntesis y orden precisas … etc.
    Pero, en fin, voy a tratar de ordenar mi caótico discurso, porque, ahora o nunca;
    y que sea lo que Dios quiera. Luego, a dormir para madrugar.

    Tu discurso, Javier, presupone unos valores, una identificación con ellos, presididos por el 'progresismo' como impulso unidireccional, en un tiempo histórico lineal, que conduce a la Humanidad, provisionalmente distribuida -en este momento- en sus históricas y contingentes agrupaciones nacionales, desde “lo antiguo” a “lo moderno”, en un constante proceso de 'desencantamiento' del mundo (aquí tu Max Weber), de manera que es “bueno” todo lo que nos aleja de lo antiguo y nos acerca a lo moderno, así concebido, y malo su contrario. El cristianismo católico sería, en este sentido, 'peor' que el cristianismo protestante o 'reformado', y ambos, supongo, menos malos que el islam, vista cualquier creencia desde una perspectiva utilitaria mundana, es decir, tanto mejor cuanto más secular, cuanto más compatible con eso que llamamos modernidad, que, en sus últimas consecuencias, sería la abolición de toda consideración extramundana o 'sobrenatural'

    presupone también una 'mecánica' o un orden de causalidad en el movimiento histórico, de tipo 'idealista', es decir, en el que las ideas mueven el mundo: “Ideas have consequences”, según un clásico antiprogresista Richard Weaver, que he citado alguna vez y que en eso coincide contigo (y también en su aprecio por Ortega. Y por Santayana). Señalo esto para marcar distancia con el marxismo.

    Como el contexto de estas nuestras discusiones es la calamitosa situación económica, política, institucional y moral en que se halla nuestro país, dices que ello se debe a que que no hemos sabido romper amarras con lo antiguo o premoderno, y, en concreto, la soga invisible -bueno, lo de invisible lo digo yo- que es el catolicismo, que, al contrario que nuestros vecinos del Norte, no sustituimos a su debido tiempo por otra más elástica, la reforma luterana, que aún conservando una parte considerable de irracionalismo constituye en la práctica un grado mayor de secularización por lo que es más compatible con los valores de la modernidad.

    Tal vez proyectas al plano colectivo la patología individual consistente en no haber superado alguna de las fases del desarrollo vital y quedarse estancado en ella, por ejemplo, el caso de un individuo de edad adulta que conserva rasgos propios de la adolescencia. La modernidad sería la madurez de las naciones occidentales, y España, o los españoles como conjunto, deberíamos nuestra propensión al socialismo -al nacional-socialismo en las regiones en que esta patología social es más grave- a no haber alcanzado el grado de modernidad de otras naciones, concretamente de aquellas de mayoría luterana, por habernos aferrado al catolicismo, y esto si no como consecuencia, al menos si con ocasión de haber optado por el partido católico la dinastía entronizada en España (cuius regio eius religio) justo en el momento en que estallaba en Centroeuropa la Reforma. -de lo que se desprende que sin esa importación dinástica, España habría seguido o habría podido seguir la orientación religiosa, y por tanto económica y política de los países protestantes, con su consiguiente desarrollo material, científico etc.-

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  7. 2/2
    Pues bien, … mantengo mi discrepancia.
    Me reafirmo, de momento, en mis queridos prejuicios, que tanto me ha costado adquirir. Como don John Carlos me siento más fuerte en Historia que en filosofía, en mi caso por la facilidad de acceso. Estamos aquí en el escabroso terreno de la filosofía de la Historia, y aún de la socio-teología, si es que tal cosa existe.
    Creo que el socialismo es la última herejía del cristianismo -¡a cuantos 'cristianos de base' ha seducido!- y, en tu línea de la genealogía de las ideas, creo por tanto que el socialismo procede en buena medida del cristianismo. Me atrevo a sugerir que Nietzche no desecharía completamente esta opinión. Pero creo también que es un producto típico de la modernidad, como lo son los nacionalismos progresistas éuscaro y catalán. Más precisamente, porque se han pasado de rosca, creo que forman parte de ese detritus genérico que se llama posmodernidad y en el que caben otros naufragios del pensamiento. El carlismo, respecto de éstos, es apenas poco más que una coincidencia territorial. El partido carlista subsiste. Puedes preguntarles lo que piensan del nacionalismo. Por otra parte, no parece que el catolicismo acendrado en aquellas regiones fuese un obstáculo al desarrollo del capitalismo, en el contexto español.
    En realidad, en historia de las ideas se pueden hacer muchos malabares, más o menos creíbles. Por ejemplo, tengo a la vista el ensayo de Donoso Cortés -¡ay, si leyera más que las solapas de los libros- “sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo” . Creo que lo leeré antes de continuar con esta polémica.


    Pero el que sí he leído y me gustaría recomendar para esta cuestión es ¿Qué es Occidente? de Philippe Nemo.
    Voy a transcribir el índice:
    1. El “milagro griego”: la polis y la ciencia
    2. La aportación romana: el derecho privado y el humanismo
    3. la ética y la escatología bíblicas
    4. la “revolución papal” de los siglos XI-XIII
    5. el advenimiento de las democracias liberales
    6. un aspecto universal de la cultura occidentales
    (hay un último capítulo, de carácter programático, que no viene al caso. O sí)
    Aunque es muy interesante todo el libro, el que se relaciona directamente con nuestra discusión es el capítulo 4, y ofrece una historia, o una filosofía de la historia alternativa a la maxweberiana, que es la tuya, poco más o menos, si no me equivoco.
    [Don John, sospecho que no está usted demasiado lejos, físicamente, de donde yo guardo este libro. Puedo prestárselo]

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  8. 3/3
    Podría añadir algunos ejemplos a los ya apuntados por don John Carlos -tengo que decirlo: el desarrollo capitalista en las ciudades estado italianas, mucho antes de la Reforma, en pleno catolicismo; de allí Fra Luca Paciolli, cuya contribución técnica al capitalismo es difícilmente ponderable; la Escuela de Salamanca, con Juan de Mariana, que da nombre al famoso instituto, y los demás teólogos antecesores del liberalismo, político, pero sobre todo económico ¡y de la escuela Austríaca!- pero comprendo que te pasa como a mí: que lo considerarás excepciones que confirman la línea principal de tu discurso.
    Voy a transcribir sólo un par de citas relativas a los dos primeros Austrias, alguna te divertirá porque son bastante 'antinoventayochistas' (Menéndez Pelayo):

    A propósito de Carlos I

    «Arrebatado Quintana por este fanatismo político tan intolerante, tan sañudo y tan adverso al recto criterio histórico; pero así y todo disculpable, si nos trasladamos a la época en que él escribía, y mucho más si nos dejamos vencer por la hermosura y elocuencia poética con que acertó a expresar su juicio; arrebatado, digo, Quintana por esta especie de fanatismo, ha condenado toda la misión histórica de su patria durante el siglo XVI, pintándola como el criadero de los hombres feroces colosos para el mal, y no encontrando durante todo aquel siglo más nombre digno de alabanza y de los favores de las musas que el nombre de Padilla, buen caballero, aunque no muy avisado, y medianísimo caudillo de una insurrección municipal (generosa, es cierto, y cargada de justicia en su origen), en servicio de la cual iba buscando el Maestrazgo de Santiago. Pero aun juzgada la guerra de las Comunidades con el criterio con que la juzgamos hoy, considerándola, no como el despertar de la libertad moderna, sino como la última protesta del espíritu de la Edad Media contra el principio de unidad central, del cual fueron brazo primero los monarcas absolutos y luego las revoluciones, es imposible dejar de admirar la oda de Quintana A Juan de Padilla, aun en sus mayores extravíos históricos: … »

    Querido Javier, … a mí me es imposible dejar de admirar la elegancia de tu razonamiento y de la forma de exponerlo, …



    «En España, donde Felipe II fué popularísimo, como identificado con todos los sentimientos y cualidades buenas y malas de la raza, estas invenciones no pudieron penetrar ni hacer fortuna hasta el siglo XVIII. Verdad es que no las acogió ningún historiador serio; pero el arte se apoderó de ellas, y las tornó doblemente perniciosas. Lo que Schiller había hecho en Alemania con su Don Carlos, y en Italia Alfieri con su Philippo: fantasear un tirano de tragedia clásica, hombre ceñudo, sombrío y monosilábico, ente de razón, tipo de perversidad moral sin qué ni para qué, y tan impasible y antihumano, que llega uno a compadecerse de él, al oír los improperios que continuamente le dicen sus víctimas; esto hicieron en España los poetas enciclopedistas del siglo pasado, y a su frente Quintana en El Panteón del Escorial, donde la falsedad histórica llega a ser repugnante, fea, antiestética, progresista, en suma, del peor género posible. En pos de Quintana vino una grey de poetas, novelistas y declamadores, indignos de particular memoria, y la tiranía de Felipe II llegó a ser el lugar común de toda arenga patriótica, el grande argumento de los partidos liberales, el coco con que se espantaba a los niños y a las muchedumbres.»

    Espero que sepas apreciar mi sentido del humor.

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  9. Muy buenos días. ¡Qué bien escriben ustedes!, yo lo hago a trompicones, empiezo, corrijo, vuelvo a empezar... - mi habilidad tecladora es limitada -. Y Carlota que se hacía de rogar.
    Tengo que decir que expresa lo que pienso con mucho mejor de lo que yo soy capaz y que estoy de acuerdo con ella - vaya sorpresa -. Espero la respuesta de Don Javier con ganas.

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  10. John Carlos, Carlota, al leeros (me permito el tuteo a los dos, porque hablo ahora en un plano más inmediato y personal) renuevo una placentera sensación que creo que sólo está al alcance de privilegiados: se produce cuando la conversación le sumerge a uno en un baño de exigencia intelectual que pone en actividad a las neuronas en un nivel que está a una profundidad mayor de lo que se precisa para desenvolverse en la grisura del día a día. Otros disfrutarán columpiándose; yo, es cuando desciendo a ese nivel cuando más disfruto. Y además, tengo la sensación de que, como los alpinistas que se someten al reto de ascender a riscos de esos que no son nada fáciles, no siempre las facultades de uno van a estar a la altura de esa exigencia; así que hay que aprovechar (de hecho, la montaña también me atrae, y sé que ya no estoy para muchos trotes).

    Bueno, eso, que gracias, por prestaros a estos debates a la postre tan placenteros. Dejadme bañarme un rato en esa piscina de ideas que exponéis, e intentaré dar alguna respuesta.
    En este nivel podríamos decir de metadebate en el que ahora escribo, como que me urge aclarar un posible mal (o regular) entendido: entre mis motivaciones intelectuales no está, en absoluto, ninguna clase de anticlericalismo o de cosa así. Vengo del meapilismo más acendrado, aunque es cierto que lo abandoné en mi primera juventud. Pero sobrevive en mí un impulso que, aun no sabiendo hacia dónde encaminarlo, conserva muchos de los ingredientes de la religiosidad.

    Y otra cosa: hoy mismo encargo ese libro de Richard Weaver, “Las ideas tienen consecuencias”. He visto que Weaver sitúa el epicentro de la revolución moderna en Guillermo de Ockham (Occam según lo escribe él), razón suficiente para, a mi modo de ver, saber que ha comprendido el asunto en profundidad. ¡Ockham es la madre del cordero, efectivamente! Terrible lo que dice, a la vez que necesario. Ockham nos puso delante del abismo… hacia el que es preciso avanzar. No sé cómo decirlo mejor ahora mismo.
    Bueno, que me pongo a la tarea y os contesto en cuanto salga del baño.

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  11. Don John, ... fíjese en la hora intempestiva. Empecé a escribir en word, y le di mil vueltas antes de cortar y pegar los trocitos en el editor de blogger. Intentando no desmerecer mucho de mi admirado Javier, que es un gigante del pensamiento.

    Curiosamente, a mí también me gusta mucho como escribe usted -y lo que escribe-. Es natural.

    El caso es que discutimos por algo accesorio, aunque no irrelevante, todo lo contrario.
    Accesorio, porque en lo sustancial, la actual, e incluso consuetudinaria inclinación -torcedura- de los españoles hacia la irresponsabilidad colectivista, su propensión al socialismo -esa intuición correcta y autocumplida del nefasto arriolismo-, es un hecho que aceptamos, incluso sin necesidad de que nos lo confirme, aunque no viene mal, el estudio de la Fundación del BBVA.

    Discrepamos en las causas profundas de esa calamidad, lo que no es irrelevante, ni mucho menos.

    Tal vez yo reacciono, con el exceso de frenada inherente a toda reacción -presumo de reaccionaria frente a mi amigo progresista- contra esa visión negra de la Historia de España, tan propia del Noventayocho, pero no sólo -ya han visto las alusiones a Quintana, del gran don Marcelino-.
    Ayer manejaba una colección de artículos de don Julio Camba, de principios del siglo pasado, poco antes de la Primera Guerra mundial, pero tanto este como otros documentos nos informan del comunitarismo, del socialismo de otros pueblos de Europa, en este caso, Alemania. Insisto: creo que los españoles estamos especialmente socialistas en estos momentos. Es penoso, y vergonzante, el discurso socialistoide de la derecha gobernante, mendigando prórrogas y ampliaciones de déficit, y haciéndose cruces cuando uno de ellos que parece no haberse vuelto completamente loco rompe su silencio para recordarles lo que son, o lo que debieran ser.
    Pero otros han estado más socialistas que nosotros en otras épocas -luteranos o no: la Sra. Merkel, hija de un pastor de esa confesión, pasó la mayor parte de su vida bajo un régimen de socialismo duro, y no siempre tuvo claro que debía ser abolido-; e incluso recientemente han estado tan socialistas como nosotros.
    v. Guy Sorman: Como el socialismo destruye Europa

    España no es una anomalía histórica, o no lo es en sentido negativo.
    Nosotros no le debemos nuestra democracia al desembarco de Normandía, como los franceses -cuya negra historia filonazi han ocultado a sus descendientes, pero es un hecho-, o los alemanes, o el resto de Europa, excepto los anglosajones.
    No: nuestra historia no es tan negra, y en nuestra tradición, como sabía el gran Jovellanos, y sigue siendo cierto después, tenemos los elementos para nuestra regeneración política, nada estorbada, en mi humilde opinión, por el catolicismo.
    Otra cosa es que sepamos salir de esta vergonzosa situación a la que nos ha traído la irresponsabilidad de la última década, no la derrota de los Comuneros.
    Estos conciudadanos han dado un paso.
    Y, por supuesto, UPYD me parece un respetabilísimo intento, que tiene mi apoyo, a pesar de sus adherencias socialistas.

    Don John, ¿sabe usted lo que nos gustaría a Javier y a mí?
    charlar de esto 'hasta el amanecer' sin teclado de por medio.

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  13. ¡córcholis!
    mientras yo corregía la ortografía de mi rollo te me has adelantado.
    Te leo esta noche. Esto es una adicción que puede comprometer mi estabilidad laboral.

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  14. Saludos. Yo también estaría hablando de esto - y de más cosas - largo y tendido. Aunque viendo el nivel, me siento el ejército belga en 1914 - pocas divisiones, vamos -. Últimamente he recuperado mi interés por la I Guerra Mundial, seguro que no se nota.
    Yo también creo que estamos cerca, Doña Carlota.

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  15. Don Javier, John Carlos, Carlota.

    En primer lugar, deseo felicitar a don Javier por tan espléndido blog. No lo conocía. Lo descubrí —gracias a Carlota— a través del no menos estupendo blog de Santiago González. Que sigo habitualmente, aunque no participe.

    Bueno... Ahora, vamos al grano (cómo diría un dermatólogo). Don Javier, sus artículos me han recordado la lectura de los libros "Por qué fracasan los países", de Acemoglu y Robinson; y "La lógica oculta de la vida", de Tim Harford: Estoy completamente de acuerdo con las ideas expuestas, me parecen enormemente razonables y acertadas; pero ,al mismo tiempo, me produjeron la sensación —puramente subjetiva— de que los autores de dichas obras transmitían —"entre líneas" y quizá inadvertidamente— un cierto "aire de superioridad anglosajona".

    La diferencia con su tesis, don Javier, es que (y ahora me voy a referir a Robinson y Acemoglu, que son los padres de la idea), los citados autores hacen mucho mayor hincapié en la influencia de las instituciones socio-políticas en el desarrollo de las naciones, que en la de la religión (aunque sin excluirla). No sólo distinguen entre las que denominan "instituciones inclusivas" (aquellas que respetan la propiedad privada y fomentan la seguridad jurídica), que fomentan el desarrollo; frente a las denominadas "instituciones extractivas", que —al retraer recursos de la población en favor de una élite— lo impiden. Igualmente consideran como freno al desarrollo el miedo a la "destrucción creativa" por parte de dichas élites gobernantes (aunque yo extendería dicho miedo también al resto de la población).

    A propósito de la prohibición española del trabajo manual para los hidalgos, un pequeño y anecdótico detalle: Supongo que ustedes recuerdan la película "El puente sobre el río Kwai". Pues bien, el primer enfrentamiento entre el coronel Nicholson y el comandante Saito, se produce, precisamente, por la exigencia del primero de que los oficiales prisioneros no realicen trabajos manuales.

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    1. Muchas gracias, Doña Sierra (espero aplicar bien el género gramatical) por su estimulante felicitación, que valoro más porque está claro que la suya es una opinión cualificada. Últimamente está subiendo de categoría este humilde y monacal rincón recibiendo las ilustres visitas que mi gran amiga Carlota se trae de ese trasatlántico a remos que es el blog de Don Santiago. Un poco sí que me tiemblan las piernas mientras pienso en si sabré hacer que su estancia por aquí resulte gratificante.

      Los libros que sugiere, Doña Sierra, tienen una pinta estupenda. Hoy he encargado ya unos cuantos, por sugerencia, entre otros, de doña Carlota (si por el hecho de comprarlos ya tuviéramos algún acceso a su contenido, aunque fuera mínimo, yo no sería sabio… ¡sería la repera! Pero tener una buena biblioteca, al final, sólo es una manera de sublimar la propia impotencia). Me asustan un poco las seiscientas y pico páginas de “Por qué fracasan los países”, porque encima leo despacio. Pero usted ha hecho que me haya picado la curiosidad. Ya le contaré.

      Es cierto que, como bien sabe Carlota, yo tiendo a menudo a explicar lo macro partiendo de lo micro, lo sociológico infiriendo desde lo psicológico. Me parece como si me pusiera en trance de validar una interpretación sobre los asuntos sociales o históricos siempre y cuando consiga traducirlos a claves psicológicas o encontrar al menos algún hilo conductor que comunique aquellos y estas. Y sí que es verdad que en la interpretación que, según dice, hacen Robinson y Acemoglu, sobre el progreso de las naciones, parece que se enfatizan los factores institucionales y como que los individuales asomaran poco, por ejemplo en esa idea de la “creatividad destructiva” (o viceversa) que menciona. Desde luego, la creatividad, tan importante para el progreso social, linda pared con pared con la inadaptabilidad, incluso, a veces, con la antisocialidad… Pero bueno, lo mío son ya ganas de meter las narices en lo que desconozco. Ya hablaremos del asunto, si hay ocasión, cuando tenga el libro a mano.

      Muy curiosa esa anécdota que refiere de aquella inolvidable película, “El puente sobre el río Kwai”. Merece una reflexión. Pero, aunque resultan evidentes las conexiones entre los valores que exhibía el coronel británico y aquellos de los que hacían gala nuestros hidalgos, tampoco me atrevo a profundizar mucho más allá. Quizás sean cosas de la institución militar o quizás lo peculiar sea la moral británica... No sé.

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  16. Carlota, John Carlos, Sierra: si les apetece, les remito, para continuar las reflexiones que aquí hacíamos, a la próxima entrada de mi blog que espero colgar en breve. Y si las muchas incitaciones que procura la red les alejan hacia otras más apremiantes, ha sido un placer verles por aquí, y espero que no sea la última vez, ¿eh?

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