sábado, 1 de junio de 2013

Por qué España no progresa adecuadamente

Descontemos el movimiento mecánico (y de paso descontemos, hoy al menos, a los mecanicistas, para los cuales todo movimiento es, en última instancia, mecánico): el resto del movimiento, aquel a través del cual se expresa y se encauza la vida, es causado por una intención. La semilla crece porque algo en ella aspira a convertirse en fruto. Los animales se mueven porque van en busca de comida, de apareamiento o para defenderse de los depredadores. Los hombres salimos de la inercia y nos levantamos por la mañana porque tenemos alguna tarea que cumplir. Tradicionalmente se ha entendido que esa intención o propósito, en última instancia, se sustenta en el deseo de regresar a los orígenes, de recuperar la quietud perdida, desandar lo andado hasta llegar al punto de partida, allí donde todo era paz, tranquilidad, ausencia de movimiento.

Así, en los tiempos de los mitos, siempre había uno matriz o capital que hablaba de una edad dorada que los hombres abandonamos en un momento de extravío. “El mito –dice Mircea Eliade– (…) relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los ‘comienzos’ ”. Desde entonces, todo habría ido a menos, la vida misma que llevamos sería resultado de esa decadencia. “En efecto –añade asimismo Eliade como elemento de contraste–, los mitos de muchos pueblos hacen alusión a una época muy lejana en la que los hombres no conocían ni la muerte, ni el trabajo ni el sufrimiento, y tenían al alcance de la mano abundante alimento”. La aspiración última de toda vida sería, precisamente, la de regresar a aquel estado original. En nuestra cultura, fue la expulsión del Paraíso de Adán y Eva,  nuestros primeros padres, lo que supuso la Caída original; desde entonces, todo lo que hacemos es tratar de regresar, intentar recuperar aquel Paraíso perdido. Los ritos y ceremonias correlativos a los mitos lo que hacen es rememorar el momento puro, inicial a partir del cual comenzó la decadencia, recordar, a manera de terapia reparadora, “lo que era en un principio”. Porque, dice también Eliade refiriéndose al hombre primitivo, aquel que vivía rodeado de mitos y ritos, “su vida es la repetición ininterrumpida de gestos inaugurados por otros”.

 
Cuando surgieron los filósofos, heredaron aquella perspectiva regresiva de los creadores de mitos, y entendieron que el movimiento era también resultado de un deseo de volver, de regresar al estado natural, respecto del cual, todo lo demás venía a configurar el mundo aparente, mero resultado de la decadencia. A la larga, todo acabará reincorporándose a su estado natural (podríamos decir también “nacional”, aquel del cual nació). Hasta su definitiva vuelta a los orígenes, todo lo que en el mundo se produce está incluido dentro de un proceso de eterno retorno, de intento de regresar una y otra vez al punto de partida, como si de lo que se tratara otras tantas veces fuera de romper la barrera que separa de la definitiva quietud (de romper la rueda de las reencarnaciones, diría un hindú). En su Diálogo “Político”, Platón hace decir al extranjero que interviene en él: “El universo se desplaza, unas veces en la dirección en que ahora gira y, otras veces, en cambio, en la dirección opuesta”. En ese momento en el que se produciría el cambio de ciclo, “la edad, cualquiera que fuese, que tenía cada ser vivo comenzó en todos ellos por detenerse, y todo cuanto era mortal dejó de presentar rasgos de paulatino envejecimiento, y al cambiar su dirección en sentido opuesto, comenzó a volverse más joven y tierno; los cabellos canos de los ancianos se iban oscureciendo; las mejillas de quienes ya tenían barba poco a poco se suavizaban, restituyendo a cada uno a su pasada edad florida…”. Y así seguía el proceso de reversión hasta el punto en que incluso los muertos volvían a nacer de la tierra. También los filósofos, pues (Nietzsche, el más reciente entre los importantes), entendían que todo quiere volver a ser lo que fue, que todo empuja hacia la búsqueda de la edad dorada perdida. E incluso los científicos, hasta esta última hora, son asimismo herederos de esa perspectiva, de lo cual la segunda ley de la termodinámica enunciada por Rudolf Clausius no es sino su expresión más acabada: todo trata de regresar en la dirección que marca la entropía, el estado de equilibrio térmico, la indiferencia original, allí donde todo movimiento encontrará, por fin, su destino y su  quietud.

Aristóteles fue el primero en dar cauce intelectual a la posibilidad de ver que el universo progresaba, que no es en el origen cuando las cosas están ya realizadas (y lo que venga después sea un venir a menos), sino que lo estarán en el futuro, cuando la potencialidad que encierran se actualice, cuando lo que son en su estado material adquiera su forma. La vida, desde Aristóteles, pudo entenderse, no como un movimiento nostálgico en busca de lo que se perdió, sino como un acercamiento progresivo a lo que nunca se ha sido, pero que se está llamado a ser. “Cada cosa trae consigo al nacer su intransferible ideal”, dijo en este mismo sentido Ortega y Gasset. Hegel fue, probablemente, el filósofo que dio una forma más acabada a la idea de progreso, a la visión de la historia universal como una trayectoria que discurre desde el estado natural hasta el Espíritu, la Idea, el Ser. El paleontólogo y jesuita (para que se vea que no soy racista) Theilard de Chardin decía asimismo que todo transcurre desde su estado de simplicidad inicial hacia el Punto Omega, allí donde todo se integra en un conjunto dotado de la máxima complejidad. Y desde el campo de la ciencia, Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química en el año 1977, venía a afirmar por un lado: “En la perspectiva clásica, una ley de la naturaleza estaba asociada a una descripción determinista y previsible en el tiempo. Futuro y pasado desempeñaban en ella el mismo papel”. Y anunciando, por otro, que la perspectiva progresista también cabía en la ciencia: “La aspiración de la física clásica era descubrir lo inmutable, lo permanente, más allá de las apariencias de cambio (...) Una de sus características esenciales es, precisamente, la eliminación del tiempo”. “Lo que hoy nos interesa no es necesariamente lo que podemos prever con certeza”. “¿Seremos capaces de vencer algún día el segundo principio de la termodinámica?”. En el siglo XXI, gracias entre otros a Prigogine, ya no se cree, como se pensaba en el siglo XX, que la evolución del Universo va en la dirección de la degradación, sino en la dirección expansiva y del aumento de la complejidad.

Así que todo se mueve. Pero sólo hay dos direcciones posibles en última instancia: hacia atrás (hacia la muerte térmica) o hacia delante (hacia mayores niveles de complejidad). Lo primero es lo que sugiere la milenaria perspectiva regresiva, para la cual el oficio de vivir es resultado de la decadencia, de la pérdida de los orígenes, que son los que guardan la pureza de lo que realmente somos. Lo segundo lo propone la nueva perspectiva progresista que ya anunció Aristóteles, pero que tomó cuerpo sobre todo a partir de Leibniz, Kant y la Ilustración, según la cual el punto de atracción hacia el que todas las cosas se dirigen está en el futuro y la vida es una aproximación hacia él, una construcción desarrollada por lo que es en dirección hacia lo que debe de ser.

Los mitos, las religiones y las ideologías que tienen una perspectiva regresiva entienden que la vida en este mundo es resultado de una pérdida. Según ello, todo avance, todo progreso es un alejamiento de lo que uno es en realidad, del propio estado natural. Por lo tanto, el futuro, o sirve para volver hacia atrás o no vale la pena. Desde aquí se puede entender la revolución que supuso la aparición del progresismo, la copernicana inversión de valores que ha ido impregnando nuestra civilización desde que empezamos a asumir que, como dice María Zambrano, “la historia toda se diría que es una especie de aurora reiterada pero no lograda, librada al futuro”.

Aterricemos: la historia de España, especialmente desde el Renacimiento, ha estado lastrada por ideologías regresivas, que han entendido que vivir, esto es, actuar, trabajar, moverse, es en última instancia alejarse del estado contemplativo inicial, del Paraíso del que una vez salimos. Ideologías de la nostalgia que quisieran renunciar al futuro, y que, buscando el regreso al estado de quietud perdido, a la edad de oro añorada, han ido superponiéndose unas sobre otras. Místicos, ociosos, pícaros, soñadores… hasta llegar a las nuevas versiones de las utópicas ideologías de la nostalgia: las de los que buscan regresar al comunismo primitivo, los ecologistas que no quieren alejarse del estado natural (no confundir con los que queremos preservar el medio ambiente), los nacionalistas que tratan de regresar a la bucólica Arcadia que sienten que les arrebataron… ¿Progresistas? No, gracias, nosotros los españoles lo que queremos es volver a lo de antes del Pecado Original.

Querida Carlota, me tienes perfectamente calado, y has hecho un relato impecable de mi visión de la historia de España, aunque, ya ves, los precedentes que busco para nuestras frustraciones colectivas van un poco más atrás incluso que el Renacimiento. Y respecto de Menéndez Pelayo, creo que estaba lastrado por su visión católica a ultranza. En el mismo texto al que remites, dice de Felipe II: “Su mente estuvo siempre al servicio de grandes ideas: la unidad de su pueblo, la lucha contra la Reforma. Hizo la primera con la conquista de Portugal, y contra la segunda mandó a sus gentes a lidiar a todos los campos de batalla de Europa. Si alguna guerra emprendió que no naciese de este principio, fue herencia de Carlos V; herencia funesta, pero que él no podía rechazar. Nuestra decadencia vino porque estábamos solos contra toda Europa, y no hay pueblo que a tal desangrarse resista; pero las grandes empresas históricas no se juzgan por el éxito. Obramos bien como católicos y como españoles: lo demás, ¿qué importa?”. También dice Don Marcelino: “El triunfo (político) de la Reforma no podía significar otra cosa que la anulación del espíritu latino y el imperio de la barbarie septentrional”. John Carlos, le reclamo a usted también hacia mi conclusión, que, desde luego, no coincide con la del eximio cántabro: la lucha contra la Reforma no sólo nos desgató en hombres y dinero, además nos hizo estar en el bando equivocado (la Reforma sólo fue un hito de la revolución que se gestó por entonces; antes había llegado el humanismo y la revolución de las ciudades italianas, efectivamente). De las guerras imperiales de Carlos V ya ni hablo, que hasta Menéndez Pelayo las critica. Y ni Carlos ni Felipe trabajaron realmente por la unidad de su pueblo: mantuvieron una estructura estatal que a la larga serviría de referencia a nuestros nacionalistas cuando los Borbones llegaron con la idea de modernizar el estado. De aquellos lodos de decadencia vienen estos barros de ahora. Y el desprecio del trabajo manual (la convoco, Sierra, también hacia esta reflexión), así como la idea de que el trabajo en general es resultado de la expulsión del Paraíso, y por tanto un castigo y no un medio de realización, es el producto de una mentalidad regresiva, de esas que durante milenios (desde los tiempos de mi vecino el homo antecessor de Atapuerca y hasta no hace tanto) mantuvieron la historia en estado catatónico.

Otro día podríamos hablar de las cosas buenas de nuestra tradición histórica, e incluso del lado oscuro del progresismo, que tanto aquellas como este, igual que las meigas de esos lares que ustedes conocen, haberlos, haylos.

8 comentarios:

  1. Don Javier.

    En primer lugar, deseo felicitarle por ésta nueva entrada de su blog. Tan interesante y bien razonada como las anteriores.

    Pero, en ésta ocasión, me va ha permitir la discrepancia. No estoy muy de acuerdo con la visión "lineal" —ni con la "cíclica"— de la evolución, o de la historia.

    Por lo que yo he leído en alguna de sus anteriores entradas, usted está familiarizado con la obra de Nassim Nicholas Taleb. Pues bien, una de las tesis que él expone —por lo que yo recuerdo— se refiere al error que se comete al pretender explicar —y/o predecir— fenómenos de naturaleza caótica (fractal, o no lineal), mediante matemática lineal (por ejemplo, predecir las crisis económicas usando estadística gaussiana). Lo que él denomina "la caverna de Gauss".

    Yo comparto esa opinión: la evolución, biológica, económica o histórica, no tiene lugar de forma cíclica o lineal; sino en forma fractal: se parte de un punto de inicio y se va "progresando" en algún sentido, hasta que llega un momento (una crisis, una extinción...) en el cuál el camino pega un giro brusco (e, incluso, un cambio de escala), y se vuelve a "comenzar" desde ese punto. Repitiendo un patrón semejante al antiguo.

    ¿Por qúe, entonces, percibimos la historia de forma bien lineal, o bien cíclica? Por dos motivos: Pimero, porque "extrapolamos" nuestra propia experiencia vital: ya que nacemos, crecemos, maduramos, envejecemos y morimos; y —en segundo lugar— porque, en los desarrollos fractales, al "replicarse" una misma forma a distintas escalas, a nosotros "nos parece" que el fenómeno se repite de forma cíclica.

    Espero, don Javier, haberme explicado. Aunque temo que la exposición me haya quedado un tanto simplona..., tan lejos de las suyas o las de doña Carlota. Temo que mis conocimientos de filosofía sean ciertamente limitados, ya que... "soy de Ciencias".


    ---*---

    P.S. He de hacerle una pequeña corrección acerca del género gramatical adecuado para tratarme. Al igual que usted, soy "don". Mi "nick" hace referencia a la matrícula aeronáutica de los aparatos que suelo volar virtualmente.

    No se preocupe... A fin de cuentas, la probabilidad de haber acertado con mi sexo biológico era del 50% (menor que la de que, en un grupo de más de 23 personas, dos de ellas coincidan en su fecha de cumpleaños).

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    1. Muchas gracias ante todo, Don Sierra.

      Tremendo e interesantísimo el asunto que trae usted a colación en su comentario, y una vorágine vertiginosa a la vista para el intelecto que quiera intentar adentrarse en el problema o el misterio que supone. Más o menos, equivalente al que en otros tiempos y para otras mentes o contextos supusieron el de la Santísima Trinidad o el de cuántos ángeles pueden caber en la cabeza de un alfiler. En resumen: tan apasionante como difícil para una mente que, como la mía sin ir más lejos, trata de buscar orden, pautas de repetición, lógica y previsibilidad en los datos que la vida le va echando a uno encima.

      No renunciar al reto de sumergirse en ese tipo de cuestiones le pone a uno a un paso de hacer el ridículo por pretencioso. Así que, por un lado, prudencia y masticar bien los alimentos (los del cuerpo y los del alma), y por otro, intentar no sobrepasar el umbral de lo que se puede decir sin soltar paridas.

      En absoluto simplona su exposición, aunque es cierto que se trata de un asunto difícil de enunciar en pocas palabras.

      Así pues, déjeme pensar un poco a ver si me siento capaz de decir algo sobre esto de los Cisnes Negros (la importancia de sucesos altamente improbables) o acabo aceptando que mejor ni lo intento.

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  2. Saludos, Javier . ¡ Uf !, qué difícil está esto..., voy a hacer como si no me hubiese leído la parte filosófica - me falta nivel -.Ya que ejerzo de oposición, allá vamos.
    Es muy posible que Menéndez Pelayo fuese excesivamente "católico", yo diría que no debemos juzgar los hechos históricos desde "nuestro" punto de vista, sino que deberíamos ser capaces de verlo como los coetáneos de lo acaecido - más fácil decirlo que hacerlo -.
    En lo de las guerras a favor de la Contrarreforma, creo que Menéndez Pelayo asume sin más el estereotipo histórico de protestantes y de católicos, sin tener en cuenta que la imagen ha sido usada con intención en los dos bandos, los luteranos para definir un enemigo y la Monarquía española para autojustificarse.
    El mismo César Carlos que saqueó Roma y capturó un Papa..., el mismo Felipe que amparó la Santa Liga para derrotar a la Sublime Puerta,pero que no era partidario de excomulgar a Isabel de Inglaterra porque la enfrentaba de manera definitiva al catolicismo sin proteger a los católicos ingleses - realpolitik del siglo XVI -.
    ¿Mi opinión?, creo que los españoles eran - somos - perfectamente capaces de ser maquiavélicos y presentarse como defensores de la auténtica Fe si eso les servía para la guerra ideológica, porque la monarquía no se pasaba rezando rosarios todo el día, combatía, espiaba, sobornaba, reprimía...era un poder mundial. Sí creo que el Emperador Carlos desaprovechó muchas potencialidades españolas en favor de su política imperial y dinástica. Pero hay tantos paralelismos en la evolución de la construcción del Estado en Francia, Inglaterra y España que el nuestro es homologable con el de las otras potencias. De hecho España consigue ser un poder mundial con la mitad de la población francesa, es capaz de derrotarla en las campañas del Gran Capitán,y hay un gran realismo político en la búsqueda de alianzas con ingleses, austríacos y demás para aislar a los galos.
    España combate como gran potencia durante siglo y medio, al ser hegemónica, todos, o casi todos los países europeos, se oponen. Como todos los depredadores, necesita prestigio y luchar para mantenerlo, desde nuestra óptica moderna es absurdo, por ejemplo, que la corte se gastase las cantidades astronómicas que empleaba en mantener la imagen de lujo que se esperaba de ella, pero para los europeos de la época era el escaparate del poder dinástico, no disociaban el poder de la imagen del poder. Era una parte más de la guerra de imagen y se invertía en ello.
    Los nacionalismos periféricos emplean nuestra temprana construcción estatal como excusa, como si fuese "artificial" - todo estado lo es -, creo que lo de que España es un estado pero no una nación es de Prat de la Riba. Pero que pueda existir o perdurar un sentimiento regional fuerte no es óbice para la existencia y salud de la nación, en Gran Bretaña pasan por lo mismo ahora con los escoceses y no creo que eso quiera decir que la nación británica no exista - que será la versión nacionalista escocesa -. Es cierto que al no desaparecer ese factor diferencial corremos el riesgo que se dispare en tiempos de crisis y que termine mutilándonos, pero eso sólo querrá decir que no hemos lo bastante tenaces, lo bastante duros y lo suficientemente determinados para evitarlo, pero no porque estemos destinados a padecer la derrota.

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    1. Le agradezco mucho, John Carlos, el esfuerzo de traer hasta aquí argumentos tan pulidos y coherentes. No se crea que me resulta fácil intentar contrastarlos con otros míos que contengan algo más que tanteos y líneas gruesas. Así que, sin salirme de ese nivel no demasiado depurado, yo creo que no podemos reducir las motivaciones de la política española de nuestros Austrias (esos en los que vienen a darse la mano los tiempos de nuestras mayores glorias con los que ponen en marcha nuestra decadencia, sin que se puedan delimitar claramente dónde terminan los unos y empiezan los otros) a meras luchas de poder por la hegemonía. Algún porcentaje de la política de esos siglos puede que fuera dictada por esa realpolitik a la que alude; de hecho, los reyes de otros países, como Enrique IV de Francia, demostraban esa versatilidad que les permitía ser protestantes hoy y católicos mañana. Pero creo que finalmente, abanderar la Contrarreforma, y hacerlo con tanto brío y vocación, fue lo que definitivamente separó nuestros destinos de los de los países más dinámicos de Europa. Sirva como muestra de ello el hecho de que Felipe II, para conservar la integridad de los valores católicos, prohibió a los estudiantes universitarios españoles cursar estudios fuera de España, justo cuando en Europa se estaba engendrando la Revolución científica. Asimismo, la desamortización, imprescindible para poner a producir los campos, que en los países donde triunfó la Reforma se estaba llevando ya a cabo, en España tuvo que esperar al siglo XIX, y además se hizo mal. Y mientras en otros países europeos, en fin, empezaban a aparecer mecanismos de división y control de poderes, en España se siguió creyendo que el poder era atributo incuestionable de los reyes. De la diferente cultura del trabajo ya hemos ido hablando.

      En resumen, creo que, aunque no me siento capaz de entrar en muchos detalles, la dinastía de los Austrias fue globalmente negativa (dejemos a salvo momentos como el que representó el conde-duque de Olivares), y, dentro de ella, las luchas imperiales de Carlos V (que, efectivamente le llevaban incluso a enfrentarse al poder papal) y la Contrarreforma tan bien abanderada por Felipe II, con el ramal inquisitorial para los de dentro, son los dos principales males de los que arranca nuestra decadencia. (Por otro lado, en la lucha de Felipe II contra los turcos, si Lepanto vino a ser una especie de victoria pírrica y sin acabar de rematar fue porque Felipe no quería comprometer en esa empresa fuerzas que estaba dedicando, precisamente, a luchar contra los protestantes).

      Respecto de nuestros nacionalismos… la verdad es que son tan endebles ideológicamente como peligrosos políticamente. Si no fuera por esto último, resultarían tan pobres y cansinos sus argumentos que no perderíamos tanto tiempo contra argumentando. Dicen que nuestra unión estatal fue prematura y, por tanto, artificial de la misma manera que dirían que, si se hubiera configurado en el siglo XIX, como la de Alemania o Italia, sería igual de artificial por tardía. El caso es que ninguna nación tiene una trayectoria histórica tan compartida desde los tiempos de Roma como España. O sea que sí, que muy prematura.

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  3. Gracias por leerme con buenos ojos, Javier, aunque me sigo sintiendo un poco patán.
    Coincido con usted en que la prohibición de estudiar en el extranjero contribuyó a cerrar la mente de la élite española. No estoy de acuerdo en que las bases de la división de poderes se establezcan tan pronto en ningún país europeo, al fin y al cabo, tanto el XVI como el XVII son siglos de desarrollo y consolidación absolutista - para mí, la excepción es Inglaterra, pero no antes de 1650 -.
    Como pequeño apunte, me gustaría recordar que cuando la hegemonía pasa a la Francia de Luis XIV es España, incluso en decadencia y exhausta, la que lidera la oposición contra el expansionismo francés, llegando a aliarse con la protestante Holanda, por ejemplo.Lo pongo como otro ejemplo de realismo político, aunque se podría decir que después de la Paz de Westfalia toda Europa se volvió mucho más pragmática.
    Estoy cerca de usted en cuanto a la desamortización, tal vez incluso la política regalista de los Borbones se detuvo asustada ante la aparición de la Revolución francesa, tendría que mirar cómo se afrontó esto en otras potencias católicas, pero ahora mismo no lo recuerdo. Parece evidente que el peso de la Iglesia en la economía era excesivo a principios del XIX, pero las condiciones de sus arrendatarios parecían más llevaderas que las de los señores territoriales laicos, así que tal vez no hubiese demanda social, según lo que he leído - por encima -, la desamortización de Mendizábal tuvo más que ver con sanear la Hacienda del Reino que con convicciones liberales, pero es un tema que no conozco en profundidad.
    Y sí, nuestros nacionalistas emplearán cualquier argumento para atacar a la nación española. Hace muchos años, yo era un simpatizante muy moderado del BNG, y recuerdo una discusión sobre esto, en la que intentaban convencerme de que sólo había nación española desde mediados del XIX , y claro que al ser tan reciente, "existía menos", y no hubo manera de que entrasen en razón, créame.

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    1. Es un privilegio y un placer tenerle por aquí, John Carlos. Con presencias como la suya, este blog sube de categoría.

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  4. Don Javier, don Carlos John.

    Muy buenos días.

    Don Javier, en ésta ocasión, me pongo —en cierto modo— de lado de don Carlos John. Creo que, situar el comienzo de la Revolución Científica en el siglo XVI, resulta un tanto "prematuro". Según la obra de Acemoglu y Robinson (voy a tener que reclamarles derechos por publicidad), lo que si ocurre en ese momento —a raíz de la derrota de la "Grande y Felicísima Armada"— es el acceso de las potencias protestantes (Holanda e Inglaterra principalmente, pero también Francia) a la exploración, colonización y comercio con América a través del Atlántico. Siendo dicha expansión atlántica el factor que propicia la aparición de una burguesía comercial; que sería, a su vez, la impulsora, en el siguiente siglo, del cambio de estructuras políticas y sociales ("Revolución Gloriosa" de 1688, derrota de Jacobo II, entronización de Guillermo de Orange y "Carta de Derechos" de 1689); que conducirían a la Ilustración en el siglo XVIII, y la Revolución Industrial en el XIX.

    Tampoco me parece tan pírrica la victoria de Lepanto. Ya que fue el acontecimiento que puso freno a la expansión turca por el Mediterráneo. Es bien cierto que Felipe II no la aprovechó (en beneficio de Venecia); pero creo que no tanto por distraer fuerzas de la lucha contra los protestantes... Sino porque prefirió dedicar sus recursos (navales) al otro "teatro de operaciones", mucho más extenso y prometedor: el Atlántico.

    Por cierto, les dejo aquí la reseña a "Porqué fracasan los países", publicada en la revista "El Catoblepas", que edita la asociación de filosofía "Nódulo Materialista". La gente de Nódulo, cuando prescinde de su jerga particular (del tipo "las relaciones alfa-angulares producidas por los memes terciarios en la capa conjuntiva"), escribe cosas bastante interesantes.

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  5. ¡Uf…! No sé si son estos frentes que tenemos abiertos de más envergadura de lo que una mente limitada y que elabora ideas con lentitud como la mía puede controlar. Todavía ando dando vueltas al asunto de los Cisnes Negros que usted sacó a colación, Don Sierra. Pero de todas formas, les agradezco mucho la presión a la que me someten con sus agudas reflexiones, porque discurrir (en los dos sentidos, de caminar y de pensar) a través de ellas, es un placer.

    Fue en noviembre de 1559 cuando Felipe II dictó su pragmática prohibiendo salir al extranjero para ir a estudiar o a enseñar en otras universidades o colegios que no fueran los españoles. Tan seria era la prohibición que decretó que los que ya estaban en tales centros debían volver en menos de cuatro meses bajo pena de confiscación de bienes y destierro perpetuo. Y fue algo muy perjudicial, porque sí que creo que era por entonces cuando se estaban sentando las bases de la revolución científica, cuyos mentores más conspicuos fueron Copérnico (1473-1543), Tycho Brahe (1546-1601), Galileo Galilei (1564-1642), Kepler (1571-1630) y Newton (1642-1727). O sea, que sí que dio de sí para que quedásemos descolgados. Sin embargo, en mi opinión, hay un foco original, el epicentro del terremoto que significó el cambio radical de perspectiva que trajo la Edad Moderna, y que, sin embargo, se produjo en la Edad Media (tampoco llegaron aquí con claridad las consecuencias). Fue la idea (terrible idea) de Guillermo de Ockham (1285-1349) de que los conceptos no existen; sólo existen los individuos. No existe el bosque (este es un invento de la mente, un “flatus vocis”, un mero soplo de voz), sólo los árboles concretos. No es este momento adecuado para extenderme sobre ello, pero el empirismo encontró aquí su fundamento. Y así, Francis Bacon (1561-1626) pudo fundamentar sobre esta manera de ver las cosas un saber inductivo, que partiese de los datos de la experiencia, es decir, negando que los seres individuales procediesen de un todo que fuera anterior a ellos, puesto que, por el contrario, ellos eran lo primero y la abstracción algo posterior y sobrevenido. Terrible. Terrible. Se estaba negando la existencia de Dios, de ese Todo del que hasta entonces se había creído que nacían los seres concretos. Pero de esa nueva forma de mirar, sin embargo, surgió el experimentalismo y, en gran medida, la ciencia moderna.

    Un asunto más: yo me dejo seducir más por la idea de Max Weber de que la acumulación de capital que estuvo en el origen del capitalismo moderno no fue, como muchos creen, entre ellos los marxistas, la importación del oro y la plata americanos y la subsiguiente expansión comercial con América, sino resultado, fundamentalmente, de lo que Weber denomina el “espíritu del capitalismo”, que consta a su vez de la suma de dos factores: la acendrada conciencia del deber que en los protestantes les condujo hacia una extrema laboriosidad (se jugaban ni más ni menos que la salvación, según su manera de planteárselo), unida a una conducta extraordinariamente ahorrativa, porque no era el objetivo de esas personas disfrutar de las riquezas acumuladas, sino, si así se puede decir, del hecho mismo de trabajar.
    Dejaré pendientes otro par de asuntos que sus exposiciones, Don Sierra y Don John Carlos, mantienen abiertos, pero resulta que tengo que preparar un largo viaje para mañana mismo, y que me mantendrá alejado del teclado durante ocho días. Lamentablemente, porque ahora que estábamos cogiendo carrerilla… A la vuelta espero seguir viéndoles por aquí. Además, Don Sierra, sigo dándole vueltas al tema de los Cisnes Negros, que me parece apasionante. Y recojo (con sonrisa, porque, efectivamente, Don Gustavo Bueno me parece que a veces se mete en unos laberintos conceptuales que me río yo de los que salían en “El nombre de la rosa”) esa propuesta de asomarnos a El Catoblepas.

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