“No se sabe hacia qué centro de
gravitación van a ponderar en un próximo porvenir las cosas humanas, y por ello
la vida del mundo se entrega a una escandalosa provisoriedad. Todo, todo lo que
hoy se hace en lo público y en lo privado —hasta en lo íntimo—, sin más
excepción que algunas partes de algunas ciencias, es provisional. Acertará
quien no se fíe de cuanto hoy se pregona, se ostenta, se ensaya y se encomia
(…) Todo, desde la manía del deporte físico (la manía, no el deporte mismo)
hasta la violencia en política; desde el «arte nuevo» hasta los baños de sol en
las ridículas playas a la moda. Nada de eso tiene raíces, porque todo ello es
pura invención, en el mal sentido de la palabra, que la hace equivaler a
capricho liviano. No es creación desde el fondo sustancial de la vida; no es
afán ni menester auténtico. En suma: todo eso es vitalmente falso (…) Sólo hay
verdad en la existencia cuando sentimos sus actos como irrevocablemente
necesarios. No hay hoy ningún político que sienta la inevitabilidad de su política,
y la siente tanto menos cuanto más extremo es su gesto, más frívolo, menos
exigido por el destino. No hay más vida con raíces propias, no hay más vida
autóctona que la que se compone de escenas ineludibles. Lo demás, lo que está
en nuestra mano tomar o dejar o sustituir, es precisamente falsificación de la
vida. La actual es fruto de un interregno, de un vacío entre dos organizaciones
del mando histórico: la que fue, la que va a ser. Por eso es esencialmente
provisional” (Ortega y Gasset[1]).
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