“Cuando la política se entroniza en la conciencia y
preside toda nuestra vida mental, se convierte en un morbo gravísimo. La razón
es clara. Mientras tomemos lo útil como útil, nada hay que objetar. Pero si
esta preocupación por lo útil llega a constituir el hábito central de nuestra
personalidad, cuando se trate de buscar lo verdadero tenderemos a confundirlo
con lo útil. Y esto, hacer de la utilidad la verdad, es la definición de la
mentira. El imperio de la política es, pues, el imperio de la mentira (…) Congoja
de ahogo siento, porque un alma necesita respirar almas afines, y quien ama
sobre todo la verdad necesita respirar aire de almas veraces. No he hallado en
derredor sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es,
dispuestas sólo a usar de las cosas como les conviene (…) Para condensar mi
esfuerzo, necesito de lectores a quienes interesen las cosas aparte de sus
consecuencias, cualesquiera que ellas sean, morales inclusive (…) lectores que,
como el autor, se hayan reservado un trozo de alma antipolítico”(Ortega y
Gasset[1]).
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“Yo detesto toda política, la considero como una cosa
siempre e irremediablemente mala, pero a la vez inevitable y constituyente de
toda sociedad (…) Toda política, aun la mejor, es, por fuerza, mala; por lo
menos, en el sentido en que son malos, por buenos que sean, un aparato
ortopédico o un tratamiento quirúrgico” (Ortega
y Gasset[2]).
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