Efectivamente, dice Ortega: “La parte de nosotros mismos
donde más enérgicamente nos hallamos es en nuestro perfil”[1].
Es decir, que lo que mejor nos define (de-fine) es lo que de nosotros se sitúa
en ese nuestro perfil, por tanto, lo que de nosotros está en la frontera, lo
que somos cuando eso que somos llega al extremo, a sus últimas consecuencias.
Somos más auténticamente la versión de nosotros mismos que aparece cuando
afrontamos una situación límite. Lo cotidiano solo permite que asomen de
nosotros versiones tibias. Yo no soy propiamente el que manifiestamente,
evidentemente, en suma, aparentemente soy. “Yo (soy) un perfil de aspiraciones y
anhelos, de proyectos”[2],
dice también Ortega. Soy, pues, el que señalan mis ideales. Y estos asoman no
tanto cuando me confronto con lo cotidiano, con lo que puedo resolver más o
menos fácilmente poniendo en práctica mis hábitos, sino cuando las situaciones
a las que me enfrento exigen de mí que aparezca mi yo más cabal, el que me
obliga a escoger entre ser y no ser, el que auténticamente me define. Por eso,
el “yo” que aguarda en mis ideales me obliga a vivir en estado de alerta, el
estado propio de la vida de frontera. Porque, en conclusión, como dice Ortega: “Todo
el que se coloque ante la existencia en una actitud seria y se haga de ella
plenamente responsable, sentirá cierto género de inseguridad que le incita a
permanecer alerta”[3].
[1] Ortega
y Gasset: “El Espectador”, Vol. III, O. C. Tº 2, pág. 270
[2] Ortega
y Gasset: “Juan Vives y su mundo”, O. C. Tomo 9º, Alianza, Madrid, 1983, pág.
514.
[3] Ortega
y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº IV, Madrid, Alianza, 1983, p.
64.
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