El bosque nunca lo hallaremos ante nosotros. Solo llegaremos
a ver de él la primera fila de árboles, y eso no es el bosque. En
general, el ser de las cosas nunca es lo evidente, sino lo que a esto le falta.
Llevando esta idea a sus últimas consecuencias, dice Ortega: “El
mundo que hallamos es, pero, a la vez, no se basta a sí mismo, no sustenta su
propio ser, grita lo que le falta, proclama su no-ser y nos obliga a filosofar;
porque esto es filosofar, buscar al mundo su integridad, completarlo en
Universo y a la parte construirle un todo donde se aloje y descanse. Es el
mundo un objeto insuficiente y fragmentario, un objeto fundado en algo que no
es él, que no es lo dado. Ese algo tiene, pues, una misión sensu stricto fundamentadora, es el ser
fundamental (…)
“El ser fundamental, por su esencia
misma no es un dato, no es nunca un presente para el conocimiento, es justo lo
que falta a todo lo presente. ¿Cómo sabemos de él? Curiosa aventura la de ese
extraño ser. Cuando en un mosaico falta una pieza lo reconocemos por el hueco
que deja; lo que de ella vemos es su ausencia; su modo de estar presente es
faltar, por tanto, estar ausente. De modo análogo, el ser fundamental es el
eterno y esencial ausente, es el que falta siempre en el mundo — y de él vemos
sólo la herida que su ausencia ha dejado, como vemos en el manco el brazo
deficiente” (Ortega y Gasset(1)).
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