“Las catástrofes pertenecen a la normalidad de la
historia, son una pieza necesaria en el funcionamiento del destino humano. Una
humanidad sin catástrofes caería en la indolencia, perdería todo su poder
creador” (Ortega y Gasset[1]).
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“El deber del hombre no es poseer, sea como sea,
soluciones, sino aceptar, sea como sea, los problemas” (Ortega y Gasset[2]).
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“Los romanos no desaparecieron de la superficie de la
tierra a causa de las invasiones bárbaras, ni del virus cristiano; un virus
mucho más sutil les resultó fatal: Una vez ociosos, tuvieron que afrontar el
tiempo vacío, maldición soportable para un pensador, pero tortura sin igual
para una colectividad (...) La temporalidad huera caracteriza el aburrimiento.
La aurora conoce ideales; el crepúsculo solamente ideas, y en lugar de
pasiones, la necesidad de diversión (…) Un pueblo colmado sucumbe víctima del
tedio, como un individuo que ha ‘vivido’ y que ‘sabe’ demasiado” (Emil M. Cioran[3]).
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“En la vida humana la buena suerte es una divinidad
peligrosa, más peligrosa que la mala. Mientras esta aniquila desde fuera y
visiblemente, aquella destruye, corrompe desde dentro sin que ello se advierta
desde el exterior” (Ortega y Gasset[4]).
[1]
Ortega y Gasset: “Meditación de Europa”, O. C. Tº 9, p. 252.
[2]
Ortega y Gasset: “Espíritu de la letra”, O. C. Tº 3, p. 566.
[3]
Emil M. Cioran: (“De lágrimas y de santos”, Barcelona, Tusquets, 1994, pp.
85-86
[4]
Ortega y Gasset: “Goethe sin Weimar”, O. C. Tº 9, p. 590.
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