Resurrección de Lázaro |
“De ordinario, atraviesa el alma períodos de gran porosidad y otros de
extremado hermetismo. Una preocupación grave o aguda suele producir un exceso
de concentración en nuestra intimidad. Se vuelve ésta, por decirlo así, de
espaldas al mundo y atiende con máxima tensión a la pena o conflicto que ocupa
entonces el centro anímico. Nada externo llega adentro: va el alma sorda y
ciega. La alegría, por el contrario, vuelve hacia afuera el alma, la
desconcentra y la convierte en un amplio tejido de abiertos poros, en un como
pabellón de oreja, dispuesto a recoger los menores sonidos. Y como todo ser
débil propende a la preocupación por su debilidad –así el enfermo–, acaece que
los débiles suelen ser criaturas poco sensibles y extrañamente herméticas” (Ortega y Gasset[1]).
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“Se comprende que las emociones puedan hallar en movimientos espaciales sus
correspondencias, sus metáforas. La alegría produce una dilatación de nuestra
persona íntima, la hace irradiar en todas direcciones, despreocuparse; esto es,
perder concentración. Y el gesto jocundo, paralelamente, distiende los
carrillos, eleva las cejas, abre de par en par los ojos y la boca, separa del
tronco los brazos, lanzándolos por el aire en la carcajada; en suma, ejecuta un
movimiento de dispersión muscular. En cambio, la pena ocupa y preocupa, contrae
el alma, la concentra y recoge sobre la imagen del hecho penoso, haciéndonos
herméticos al exterior. Parejamente, su gesto frunce todo el rostro hacia un
centro, recoge todos los músculos y cierra los poros” (Ortega y Gasset[2]).
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“Lázaro, ¡sal fuera!” (Juan, 11, 43)- Fórmula empleada por Jesucristo para que
Lázaro volviera a vivir (quizá solo estuviera deprimido).
[1] Ortega
y Gasset: “Vitalidad, alma, espíritu”, en “El Espectador”, Vol. V, Obras
Completas, Tomo 2, p. 464.
[2] Ortega
y Gasset: “Sobre la expresión fenómeno cósmico”, en “El Espectador”, Vol. VII,
Obras Completas, Tomo 2, Madrid, Alianza Editorial, p. 585
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