Heráclito, Parménides, Jenófanes, con quienes, según Ortega,
se inicia la filosofía “se revuelven iracundos contra el vulgo y
llenan de insultos nominativa o genéricamente a sus predecesores (…) ¿Por qué
la filosofía comienza insultando? (…) En cierto modo el insulto al vulgo es la
tonalidad propia al «pensador» porque la misión de este, su destino
profesional, es poseer ideas «propias» opuestas a la doxa u opinión pública (…)
Heráclito y Parménides (…) al pensar frente y contra la doxa, su opinión era
constitutivamente paradoxa. Este
carácter paradoxal ha perdurado a lo largo de toda la evolución filosófica.
Parejamente Amos, el primer «pensador» hebreo, que es contemporáneo de Tales,
nos hará constar que al ser constituido por Dios en su profesión, Dios le
impone este encargo: «Profetiza contra
mi pueblo». Todo profeta es profeta contra y lo mismo todo «pensador» (…) Una
avalancha de «para-doxas» cae sobre Atenas. Se oye la tremenda blasfemia de que
los astros no son dioses, sino bolas de metal ardiente, el Sol, por ejemplo,
según Anaxágoras, del cual este dice que es más grande que el Peloponeso (…) En
efecto, apenas llega a Atenas el primer filósofo, que fue Anaxágoras, comienza
el pueblo ateniense a reaccionar con un sentimiento de desazón hasta entonces
desconocida (…) (El nombre por el que empezaron a llamarlos, que traducido viene a significar «lo que es
demasiado saber») por un lado significa acción u obra extraordinarios y tiene
un valor laudatorio, mas por otro significa un comportamiento excesivo,
desaforado, indebido y especialmente en sentido religioso, por tanto, sacrílego”
(Ortega y Gasset[1]).
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