“Dentro de la especie humana forman las razas círculos más
estrechos de coincidencia y normalidades relativas, hasta llegar al individuo
el cual posee ciertos rincones de verdad y de realidad que son su individual
propiedad, que nadie sino él puede intuir y ver. Y de este unipersonal peculio
aún habrá una parte que logre, por medios indirectos –como es la palabra–,
hacer cuasi-ver a los demás, pero siempre quedará un resto inexpresado y
prácticamente inexpresable que no podrá comunicar. Esta es la razón psicológica
de ese fenómeno de soledad radical que van sintiendo los individuos conforme
van individualizándose más, esa fatal incomprensión e incomunicabilidad en que
vienen a desembocar a la postre las más profundas amistades y los más leales
amores. Cada individuo es un órgano de percepción en algo distinto de todos los
demás, y como un tentáculo que llega a trozos de universo para el resto
secretos. Ninguna imagen más adecuada de la relación entre nuestra conciencia y
el mundo de las realidades y de las verdades que, en la noche marina el foco de
un navío vagabundeando con su cono luminoso por el cielo en tinieblas e
iluminando súbitamente este o aquel trozo de nube” (Ortega y Gasset).
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