“Todos los hombres de buena casta sienten, conforme aumenta su cultura,
que necesitan representar en el mundo doble papel, uno real y otro ideal (…)
Cuál sea y en qué consista el real que nos es atribuido, lo experimentamos con
sobrada claridad. En cambio, es muy raro que lleguemos a estar en claro por lo
que hace al segundo” (Ortega y
Gasset[1]).
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“El destino real (…) resulta de la deformación a que el mundo nos
obliga ‘con su influjo siempre perturbador’, que nos desorienta con respecto a
nuestro verdadero destino” (Ortega y Gasset[2]).
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“El hombre no reconoce su yo, su vocación singularísima, sino por el
gusto o el disgusto que en cada situación siente” (Ortega y Gasset[3]).
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