“En todo instante cada uno de nosotros se encuentra
ante muchas cosas que podría hacer, y no tiene más remedio que resolverse por
una de ellas. Mas, para resolverse por hacer esto y no aquello tiene, quiera o
no, que justificar ante sus propios ojos la elección, es decir, tiene que
descubrir cuál de sus acciones posibles en aquel instante es la que da mayor
realidad a su vida, la que posee más sentido, la más suya. Si no elige, sabe
que se ha engañado a sí mismo, que ha falsificado su propia realidad, que ha aniquilado
un instante de su tiempo vital, por cuanto, como antes dije, tiene contados sus
instantes. No hay caso de misticismo alguno; es evidente que el hombre no puede
dar un solo paso sin justificarlo ante su propio íntimo tribunal” (Ortega
y Gasset[1]).
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“Al decidir cada acto nuestro nos decidimos porque nos parece ser el
que, dadas las circunstancias, tiene mejor sentido. Es decir, que toda vida
necesita —quiera o no— justificarse ante sus propios ojos, La justificación
ante sí misma es un ingrediente consustancial a nuestra vida. Tanto da decir
que vivir es comportarse según plan como decir que la vida es incesante
justificación de sí misma” (Ortega y Gasset[2]).
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