“El más frecuente error de perspectiva consiste en proyectar todo sobre
el plano de lo real. Ahora bien: una de las dimensiones del mundo es la virtualidad,
e importa sobremanera que aprendamos a andar por él. Casi íntegramente es la
cultura de los últimos sesenta años un ensañamiento contra lo virtual. Fue una
época que inventaba con fruición razones de este linaje: «Cuando creemos obrar
en puro beneficio del prójimo, no hacemos en realidad sino obedecer a un
egoísmo más profundo». «Temor, alegría, tristeza, no son realmente temor,
alegría, tristeza, sino sensaciones de nuestros músculos y alteraciones de
nuestro pulso». «Moral, arte, ciencia, religión, son, en realidad, sombras que
arroja nuestra situación económica», etc., etc. (…) Lo deplorable, lo absurdo
es la intención en que (tales doctrinas) iban envueltas. Supongamos que la
belleza de la Gioconda consiste en un calambre peculiar que la vista del cuadro
divino produce: ¿queda con esto borrada del Universo, pierde algunos de sus
quilates la belleza de Mona Lisa? ¿No sigue siendo tan bella como antes? ¿No
conserva su valor específico un mundo donde los calambres tienen esa
consecuencia virtual? Entiéndase bien mi censura. Yo no tengo nada que decir
contra ese afán de realidad; al contrario, lo aplaudo y lo predico. Pero una
vez que he llegado a lo real, me vuelvo hacia atrás y veo que lo virtual sigue
subsistiendo, que es, a su modo, otra realidad donde me siento invitado a
demorar (…) Debemos aprender a respetar los derechos de la ilusión y a
considerarla como uno de los haces propios y esenciales de la vida”
(Ortega y Gasset(1)).
[1] Ortega
y Gasset: “Para la cultura del amor”, en “El Espectador”, Vol. II, O. C. Tº 2,
pp. 142-143.
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