René Magritte: "Castillo de los Pirineos" |
“«Espíritu revolucionario» significa no sólo afán de
mejorar —cosa que es siempre excelente y noble—, sino creer que se puede sin
límites ser lo que no se es, lo que radicalmente no se es, que basta con pensar
en un orden del mundo o de la sociedad que parecen óptimos para que debamos
realizarlos, no advirtiendo que el mundo y la sociedad tienen una estructura esencial
incanjeable, la cual limita la realización de nuestros deseos y da un carácter
de frivolidad a todo reformismo que no cuente con ella. Al espíritu
revolucionario que intenta utópicamente hacer que las cosas sean lo que nunca
podrán ser ni tienen por qué ser, es preciso sustituir el gran principio ético
que Píndaro líricamente pregonaba y dice, sin más, así: Llega a ser el que eres” (Ortega y Gasset[1]).
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“La Filosofía ha sido tradicionalmente razón, el intento de hacer el
mundo habitable, rebajando de las esperanzas humanas su delirio, para lograr en
cambio aquello que es posible (…) Filosofía es, ha sido más que nada, ‘entrar
en razón’” (María Zambrano[2]).
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