La realidad
de cada cosa no se reduce a estar en lo que de esa cosa nos es accesible y
evidente, lo que está, pues, al alcance de la ciencia; y es que siempre
quedarán preguntas por responder sobre las cosas, puesto que cada una nos
remite a todo el resto del Universo, con el cual está interconectada. Y para indagar en ese espacio que discurre entre cada cosa
y el resto del Universo es para lo que está dispuesta la filosofía.
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“El físico y el matemático conocen de antemano
la extensión y atributos esenciales de su objeto; por tanto, comienzan no con
un problema, sino con algo que dan o toman por sabido. Pero el Universo en cuya
pesquisa parte audaz el filósofo como un argonauta no se sabe lo que es.
Universo es (…) todo cuanto hay (…) Cuando pensamos el concepto «todo cuanto
hay» no sabemos qué sea eso que hay; lo único que pensamos es un concepto
negativo, a saber: la negación de lo que sólo sea parte, trozo, fragmento. El
filósofo, pues, a diferencia de todo otro científico, se embarca para lo
desconocido como tal. Lo más o menos conocido es partícula, porción, esquirla
de Universo (…) El Universo es lo que radicalmente no sabemos, lo que
absolutamente ignoramos en su contenido positivo” (Ortega y Gasset[1])
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