sábado, 7 de agosto de 2021

¿QUIÉN SOY YO? ¿QUÉ SERÁ DE MÍ?

 


     Esas son las dos preguntas fundamentales a las que, según Julián Marías, hay que dar respuesta en la vida. Ambas ineludibles y las dos contradictorias entre sí. La primera demanda una respuesta que dé contenido a nuestra necesidad de tener una identidad, de saber en qué parte de mí sustentarme, de qué forma las variables de mi personalidad tienen un fundamento común, sólido, previsible; de qué manera, en fin, lo que soy se mantiene vigente a pesar de todo lo que de mí cambia. “¿Qué será de mí?” es, mientras tanto, la pregunta que apunta hacia lo que todavía no soy pero está en mis expectativas de lo que puedo llegar a ser; lo que se encarga de decidir mi proyecto de vida, las circunstancias o el azar; la vertiente de mi personalidad que, transitando hacia el futuro, habrá de remover la otra vertiente, la de mi identidad, para que encuentre cabida en mí todo lo que aún me falta para ser.

    Ortega dijo, por un lado: “El hombre no tiene naturaleza; en lugar de ello tiene historia”[1]. Y también: “Nada en él es invariable”[2]. Con lo que parece negar que pueda existir la identidad. Tuvo que dejar para otro día la afirmación contrapuesta que completara la ineludible paradoja. Este otro día dijo: "Por muy grande que sea el radio de nuestra libertad hay en ella un límite: no tenemos más remedio que guardar continuidad con el pasado"[3]; lo cual podemos engarzar con esto otro que asimismo dijo su discípula María Zambrano: “Al hombre se le parece haber concedido (…) un tiempo para buscarse y una pausa para reconocerse y reconocer, para identificarse”[4]. Por no tener en cuenta esta otra dimensión que nos vincula a nuestra identidad, la cultura posmoderna prefirió seguir la pista que despejó Michel Foucault, que decía: “No me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo”(5). Y también: “Quizás hoy en día el objetivo no es descubrir lo que somos, sino rechazarlo”(6). Esta postura intelectual está en el origen, por ejemplo, del feminismo queer, que rechaza que hayamos de supeditarnos a nuestra identidad biológica, la que, para empezar, hace que seamos “hombres” o “mujeres”. Y en general, es la que ha dado paso a lo que Zygmunt Bauman denomina “modernidad líquida”, en la cual las fuentes de identidad en general han ido diluyéndose. Por el contrario, lo que correlativamente ha aumentado es el consumo de drogas (algo que había sido esporádico y excepcional en Occidente hasta que llegó esta última etapa de la modernidad) y de psicofármacos. Y es que, como dice el sociólogo Richard Sennett: “Imaginar una vida de impulsos momentáneos, de acciones a corto plazo, carente de rutinas sostenibles, una vida sin hábitos es imaginar, justamente, una existencia insensata”[7]. Evidentemente, se está refiriendo a una vida sin ámbitos donde asentar la identidad.



[1] Ortega y Gasset: “Goethe sin Weimar”, O. C. Tº 9, p. 589.

[2] Ortega y Gasset: “Pasado y porvenir para el hombre actual”, O. C. Tº 9, p. 646.

[3] Ortega y Gasset: “El hombre y la gente”, O. C. Tº 7, p. 169.

[4] María Zambrano: “Persona y democracia”, Madrid, Siruela, 1996, p. 150.

[5] https://psicologiaymente.com/reflexiones/frases-de-michel-foucault

[6] https://psicologiaymente.com/reflexiones/frases-de-michel-foucault

[7] Richard Sennett citado por Zigmunt Bauman en “Modernidad líquida”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002,


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