"El grito" - Edvard Munch (1893) |
“Ya desde principios de este siglo (XX) parece ser
que se había rebasado el margen de inquietud en que toda vida se desenvuelve. Se hacía
ostensible en múltiples síntomas: en el estilo arquitectónico llamado «modernista», que
imprimió temblor a la más estable de las artes, en el afán de los viajes, en la
misma creciente apertura de las clases sociales. Pero ya no tenemos que echar
mano de síntomas literarios, ni de formas artísticas para comprobar esta tremenda
inquietud que amenaza con devorar nuestra vida. La realidad ha sobrepasado una vez más la
imaginación, y la inquietud en que estamos viviendo las criaturas humanas, no parece
que pueda ir más allá, sobre todo para nosotros, los hijos de ese inquieto
continente llamado Europa. Porque la inquietud se ha hecho sustancia de
nuestra vida y nuestro único haber (…) A la par que inquietos nos sentimos
sumidos en una «soledad sin descanso» (…) La soledad de la época de crisis, es, sin embargo,
bien distinta de esta soledad del hombre despierto (…) Es soledad
causada por la inquietud, porque no sabemos nada, ni podremos reposar en certidumbre
alguna. Estamos tan solos porque estamos terriblemente inquietos y turbios. La
crisis muestra las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre
que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia; de una vida que no
fluye hacia meta alguna y que no encuentra justificación” [María Zambrano (1)].
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