El idealismo es la gran filosofía que ha servido de sustrato a la cultura occidental a lo largo de la Edad Moderna, y especialmente, desde Descartes. Ese idealismo –que Ortega consideró, junto al positivismo, sus grandes bestias negras intelectuales–, exacerbando sus propuestas, ha derivado hoy en lo que es la posmodernidad, la “modernidad líquida” de Bauman, que ha llevado al extremo el descrédito de la realidad (de la circunstancia orteguiana). Existe, desde este renovado sustrato ideológico y cultural, lo que el Yo hipertrofiado diga que existe. Se ha perdido, como ya Ortega advirtió, la referencia de la realidad como límite y como obstáculo. Y así, arte es lo que cada Yo de artista o de cada marchante que pase por ahí diga que es arte. El sexo al que pertenecer es el que cada Yo decida. Mi patria es allí donde Yo estoy bien. La pareja con la que he de estar la decido Yo cada día, pues su realidad no me compromete, de modo que los divorcios aumentan exponencialmente…
La consigna
del posmodernismo imperante es: “Vale todo”. Porque en realidad nada vale nada;
hemos perdido las referencias de lo que nos daba una identidad, no queda nada
ahí afuera que nos dé certidumbres sobre las que apoyar la vida, va
desapareciendo todo aquello en lo que podría valer la pena creer. Recordemos a
Foucault: “No me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el
mismo”(1). Todo lo cual ha conducido a lo que
Ortega aludía cuando decía que “no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que
nos pasa”[2]. Estamos en crisis, y como
expuse el otro día que decía María Zambrano: “La crisis muestra las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre
que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia; de una vida que no
fluye hacia meta alguna y que no encuentra justificación”[3].
Dice Ortega sobre la caída del Imperio romano: “Desde ciento cincuenta años después de Cristo, esta
impresión de encogimiento vital, de venir a menos, de decaer y perder pulso,
crece progresivamente en el Imperio romano (…) Dos siglos más tarde no había en
todo el Imperio bastantes itálicos medianamente valerosos con quienes cubrir
las plazas de centuriones, y hubo que alquilar para este oficio a dálmatas y
luego a bárbaros del Danubio y el Rin. Mientras tanto, las mujeres se hicieron
estériles e Italia se despobló” (4).
Hoy Occidente, emulando a esa Roma, abandona el campo de batalla frente a los
bárbaros talibanes.
[1]
https://psicologiaymente.com/reflexiones/frases-de-michel-foucault
[2]
Ortega y Gasset: “En torno a Galileo”, O. C. Tº 5, pág. 93
[3]
María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, Madrid, Alianza, 1987, p. 84-85.
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