Picasso: "Las señoritas de Avignon" |
DICE ORTEGA: “En el hecho de ser pintor desemboca la vida entera de un
hombre y, por tanto, la de toda su época. Y todo ello vive en cada pincelada
(…)”[1].
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LO CUAL PUEDE SERVIR
DE MARCO PARA INTERPRETAR ESTO QUE DICE ANDRÉ BRETON, CONSPICUO TEÓRICO DEL
ARTE MODERNO
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“El buen gusto es una formidable lacra. En el ambiente de mal gusto
propio de mi época, me esfuerzo en llegar más lejos que cualquier otro” (André
Breton[2]).
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“No voy a ocultar que para mí,
la imagen más fuerte es aquella que contiene el más alto grado de
arbitrariedad, aquella que más tiempo tardamos en traducir a lenguaje práctico”
(André Breton[3]).
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“El surrealismo se nutre del deseo de superar la insuficiente, la
absurda, distinción entre lo bello y lo feo, lo verdadero y lo falso, el bien y
el mal. Y como sea que del grado de resistencia que esta idea superior
encuentre depende el avance más o menos seguro del espíritu hacia un mundo que,
al fin, resulte habitable, es comprensible que el surrealismo no tema adoptar
el dogma de la rebelión absoluta, de la insumisión total, del sabotaje en toda
regla, y que tenga sus esperanzas puestas únicamente en la violencia. El acto
surrealista más puro consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar
al azar, mientras a uno le dejen, contra la multitud” (André Breton[4]).
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¿ESTARÍA DEMASIADO PESIMISTA NIETZSCHE CUANDO REFLEXIONÓ DE
ESTA MANERA?:
“Toda nuestra cultura europea se orienta, desde hace tiempo, en medio
de una torturada tensión que aumenta década tras década, hacia algo muy
parecido a la catástrofe: incansablemente, violentamente, precipitadamente…” (F. Nietzsche[5]).
[1]
Ortega y Gasset: “Velázquez”, O. C. Tº 8, pp. 496-497
[2] André
Breton: “Manifiestos del surrealismo”, Madrid, Visor, 2002, p. 26.
[3] André
Breton: “Manifiestos del surrealismo”, Madrid, Visor, 2002, p. 44.
[4] André
Breton: “Manifiestos del surrealismo”, “Segundo Manifiesto”, Madrid, Visor,
2002, p. 112.
[5] Nietzsche,
citado por Ernst Fischer: “La necesidad del arte”, Barcelona, Altaya, 1999,
pág. 103.
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