M. C. Escher: "Reptiles" |
La razón funciona a través de los conceptos, que recogen lo
que de las cosas permanece, se repite, es previsible y sujeto a ley… tiene, en
suma, una identidad. El concepto reúne pluralidades dispersas en una estructura
única. “Las cosas como impresiones –dice Ortega– son fugaces, huideras, se nos
van de entre las manos, no las poseemos. Al atar el concepto unas con otras,
las fija y nos las entrega prisioneras”[1].
El hombre inventó la razón para contrarrestar su miedo al caos de los cambios,
de lo fugaz e inconsistente, de lo que le impide tener un sentimiento de
identidad. En sus formas preliminares, la razón del hombre primitivo se
manifestaba como terror a los cambios. “El hombre primitivo –dice Ortega– (…)
aún no posee el órgano intelectual merced al cual es reducida la pavorosa
confusión de los fenómenos a las leyes y relaciones fijas. El mundo es para él
la absoluta confusión, el capricho omnímodo, la tremebunda presencia de lo que
no se sabe qué es. La emoción radical del hombre primitivo es el espanto, el
miedo a la realidad. Camina agarrándose a las paredes del universo; es decir,
conducido por sus instintos. «Desconcertado, aterrorizado por la vida, busca lo
inanimado, en que se halla eliminada la inquietud del devenir y donde encuentra
fijeza permanente”[2].
Con la aparición de la filosofía, los hombres también
redujeron la vida y sus desasosegantes cambios hasta verlos convertidos en
meras apariencias. Por encima de esas apariencias, el auténtico ser de las
cosas, vino a decir, por ejemplo, Platón, está fuera de la realidad, en un
ámbito puramente ideal. Había que salirse de la vida para acceder a esas ideas
(ya Pitágoras había propuesto retirarse del mundo para acceder a la verdad). La
razón
vital de Ortega reconcilió las variaciones de lo que vamos siendo cada
día con lo que nos permite mantener un sentimiento de identidad, el ideal, que
nos espera en el futuro, y del que vamos recogiendo briznas desde lo que fuimos
en el pasado hasta lo que aspiramos a ser, pasando por lo que ahora somos. Lo
que cambia resulta ser así un lugar de paso hacia el (inalcanzable por otro
lado) ideal.
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