“Hay una poderosa razón empírica en por qué habríamos de fomentar
pensamientos que jamás pueden ser demostrados. Es que se sabe que son útiles.
El hombre, positivamente, necesita ideas y convicciones generales que le den
sentido a su vida y le permitan encontrar un lugar en el universo. Puede
soportar las más increíbles penalidades cuando está convencido de que sirven
para algo; se siente aniquilado cuando, en el colmo de todas sus desgracias,
tiene que admitir que está tomando parte en un ‘cuento contado por un idiota’ ”
(Carl
Gustav Jung[1]).
“Cada hombre lleva dentro de sí, más o menos, la
posibilidad de aumentar el peso metafísico de la tierra. Un hombre convencido
de que en el mundo no hay nada que pueda adecuadamente llamarse voluntad,
construirá dentro de sí un sistema de reacciones muy distinto del que vea en el
tapiz de la realidad huecos, brechas donde puede insertarse un albedrío
heroico” (Ortega y Gasset[2]).
[1] Carl
Gustav Jung: “El hombre y sus símbolos”, Barcelona, Caralt, 1977, pp. 84-85.
[2] Ortega
y Gasset: “La voluntad del Barroco”, en “Meditaciones sobre la literatura y el
arte”, Madrid, Castalia, 1988, p. 248.
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