“El lenguaje no cubre nunca con exactitud la idea; por tanto (...) toda
expresión es metáfora (...) Pues si lo que decimos no coincide exactamente con
lo que pensamos, ha de entenderse que meramente lo sugiere. Y ese decir que es sugerir es la metáfora” (Ortega y Gasset[1]).
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“Los grandes problemas
filosóficos requieren una táctica similar a la que los hebreos emplearon para
tomar a Jericó y sus rosas íntimas: sin ataque directo, circulando en torno
lentamente, apretando la curva cada vez más y manteniendo vivo en el aire son
de trompetas dramáticas”(Ortega y Gasset[2]).
“Por eso, todos los asuntos que toquemos, aun los que tengan un primer aspecto
más bien literario, reaparecerán una vez y otra en círculos posteriores de
radio más estrecho y exigente. Con frecuencia hallarán ustedes que lo que un
día tuvo sólo el cariz de una pura frase o de un adorno metafórico, surgirá
otro día con el más grave gesto de rigoroso problema” (Ortega y Gasset[3]).
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“Quien quiera enseñarnos una verdad que no nos la diga: simplemente que
aluda a ella con un breve gesto, gesto que inicie en el aire una ideal
trayectoria, deslizándonos por la cual lleguemos nosotros mismos hasta los pies
de la nueva verdad (…) Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de
modo que la descubramos nosotros” (Ortega y Gasset[4]).
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