“Ni la ley moral, ni la idea de Dios, ni religión alguna le han llegado al hombre del exterior, como caídas del cielo; al contrario, el hombre, desde su origen, lleva todo esto en sí, y es por ello por lo que extrayéndolo de sí mismo, lo recrea siempre de nuevo” (Carl G. Jung[1]).
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“El hombre es, tenga de ello
ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior” (Ortega y Gasset[2]).
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“Aparte de señalarnos el cielo todos esos cambios
útiles —climas, horas, días, años, milenios—, útiles pero triviales, nos
señala, por lo visto, con su nocturna presencia patética, donde tiemblan las
estrellas, no se sabe por qué estremecidas, la existencia gigante del Universo,
de sus leyes, de sus profundidades y la ausente presencia de alguien, de algún
Ser prepotente que lo ha calculado, creado, ordenado, aderezado” (Ortega
y Gasset[3]).
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Además de nuestra
parte racional, que sigue fielmente los senderos que abren los silogismos y los
pensamientos utilitarios, hay otra parte de lo que somos que está preparada
para activarse en presencia de lo misterioso. Esta parte permanece en estado de
latencia hasta que es avivada por distintas emociones: el asombro, el
sobrecogimiento, el arrobamiento, a veces el pavor o algo que invita a
postrarse. El que, sin embargo, se queda en esa otra percepción, la que,
por ejemplo, encaja en las leyes que tiene previstas la ciencia, mantiene
ignorada o desatendida esa parte de lo que somos que busca tener algo ante lo
que sentirse sobrepasado.
[1] Carl G.
Jung: “Los complejos y el inconsciente”, Madrid, Alianza, 1970, p. 307.
[2] Ortega y
Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 117.
[3] Ortega y
Gasset: “El hombre y la gente”, O. C. Tº 7, p. 123.
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